Contadores agrícolas responden al llamado de Fidel
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Bienvenido Martínez Alba era un “vejigo” cuando optó en 1961 por la carrera de formación de contadores agrícolas. Tenía apenas 17 años (a los dos quedó huérfano de padre) y no dudó en dar el paso al frente. Los requisitos básicos eran ser bachiller o estar en primer año de la carrera de Economía.
Recibió la convocatoria, fue hasta las oficinas de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR), la organización que aglutinó a los muchachos de aquella época. Llenó la solicitud, momento en que se encontraba realizando trabajos en Camagüey en una cafetería en Pobre y Tío Perico. Apareció el cartero con un mensaje: se le aprobó para participar en el curso y debe esperar en la terminal de trenes el día 9 de febrero, a las 9:00 de la mañana para tomar el tren con destino a Holguín.
Recordando pasajes de la época comentó que eran alrededor de 1 200 jóvenes, con una rigurosa disciplina militar, en formación de compañías con su pabellón y aulas, mientras los profesores fueron seleccionados de todo el país, “todos magníficos, que se rotaban por las aulas”.
“Los alumnos no abandonábamos prácticamente las aulas, salía un profesor y entraba el otro. Un requisito indispensable del curso, en el que nunca tuvimos pases, fue escalar en seis ocasiones el Pico Turquino. Pudimos ir cinco veces, el último correspondía al mes de octubre, y Raúl mandó a suspenderlo porque se corría mucho riesgo de accidente de los jóvenes que estábamos allí.
“Concluida la etapa de aprendizaje, de nueve meses, con doce asignaturas básicas y cinco no básicas que se examinaban mensualmente, nos llevaron para La Habana. Fue como un regalo de Fidel el hospedarnos en el hotel Habana Libre a los 619 que terminamos”.
Pero antes, cuando el desembarco de los mercenarios por Playa Girón, llegaron ocho capitanes de la escuela de cadetes y asumieron el mando de las compañías. “Rápidamente nos entregaron las armas y tuvimos que desengrasarlas”.
A Bienvenido uno de los oficiales le dijo: “Tú que estás fuerte, yo pesaba 117 libras, y me dio una ametralladora BZ con trípode y un disco arriba, que casi no podía con ella. El segundo desembarco previsto por Oriente no llegó a efectuarse. Después desfilamos en Holguín y la gente asombrada de la instrucción militar que teníamos”.
En su narración vuelve al Habana Libre. La idea discurre en que un día temprano los pasaron a un salón y se organizó un acto, oportunidad en que Fidel les mostró un grupo de títulos de graduados y dijo: “me los dieron para entregárselos a los más destacados, pero he decidido no hacerlo porque me he enterado --y muy merecido para ustedes-- de que algunos quieren coger carreras universitarias. No los voy a entregar, lo haré cuando cumplan los tres años de servicio, mas es una necesidad de la que después se van a dar cuenta cuál fue el sentido de convocarlos y prepararlos para este curso. No se lo puedo decir todavía”.
--¿Ya hoy si lo puedes decir?
--Era la segunda Ley de Reforma Agraria. Cuando se promulgó la primera no había ningún control económico, los jefes de lote y de fincas andaban con una libreta en el bolso de la montura y por ahí pagaban. Gente muy honesta y honrada en aquella época, pero no había control contable.
“Fidel nos dijo: casi todos los administradores de granjas del pueblo son del Ejército Rebelde. Por lo tanto teníamos que prepararlos en estas condiciones para que se convirtieran en los segundos de la granja, porque son los que dominan y llevan conocimientos agrícolas de cómo hacer las cosas. Ustedes son personas totalmente probadas.“Nos dieron treinta días de vacaciones con la indicación de que antes del 10 de diciembre nos presentáramos en las delegaciones del INRA, donde les van a dar sus ubicaciones. Efectivamente ese día, Francisco Herrera, delegado de la agricultura, me entregó la carta de presentación, donde aseguraba: va como contador para la granja Juan Manuel Márquez, ubicada en Vigil, en la zona de Lugareño, casi llegando a Yumaisí”.
Ya en la terminal de Minas llamó a Vigil, habló con un chofer e inmediatamente fueron a buscarlo y fue otra experiencia inolvidable: conocer al capitán del Ejército Rebelde José (Pepe) Botello Ávila, al frente de ese colectivo.
--¿Qué experiencia te dejó ese trabajo?
--Maravillosa. Conocí gente muy humilde, muy buena, que nos respetaban y cuidaban. Posteriormente salí a trabajar en la dirección del INRA, de la región que estaba en Nuevitas, y después pasamos las oficinas para Lugareño, asumiendo después otras responsabilidades.
Bienvenido fue un “apaga fuego”. Le asignaron la tarea de sustituir a un administrador, fue por unos días y estuvo siete meses y siguió hasta ocupar otras responsabilidades, incluso, políticas y del Gobierno en Nuevitas y en Camagüey.
Le pregunto entonces: A la luz de aquellos conocimientos de contabilidad, vinculados a la gestión económica, cómo ves que esas premisas se apliquen en el marco del desarrollo.
“Hoy son magníficos compañeros y mejor preparados que nosotros, pero no es solo el mecanismo técnico, cuando aquello no teníamos ni sumadoras, sin embargo, lo más importante era la honestidad y la pureza de la gente, de los que trabajan en la contabilidad y que exijan el cumplimiento de lo establecido.
“Todo el mundo sabe que los contadores sospechamos donde están las brechas, las que hay que ir a buscar. Hoy nos parece que falta el control y no quiere decir que no lo haya, es el valor de enfrentar las dificultades y salirle al paso a lo que nos está haciendo tanto daño. ¡Hay una increíble falta de control”.
--¿En todos los frentes en los que has estado crees haber cumplido las exigencias de Fidel de ser un apasionado por la contabilidad y el control de los recursos?
--Como te dije, de allí salir a trabajar a la región del INRA, después en Lugareño como auditor-supervisor y me tocó laborar en aseguramientos de la zafra del ‘70 y se empezó a rescatar la contabilidad y ejecuté otros trabajos de cara al campo en El Colorado y no olvido la cosecha de frijoles negros con los pocos recursos de los que disponíamos.
Bienvenido fue defensor de que los estimados fueran realistas, incluso, se negó a firmar un contrato con acopio porque consignaban menos cantidad de la que él estaba seguro entregaría. Costó discusiones, pero al final, tuvo la razón.