Alegrías y sobresaltos con Fidel, de nuevo en la Sierra
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El campamento Nacional de los Jóvenes Rebeldes, en Pino del Agua, Sierra Maestra, lucía las mejores galas el domingo 11 de junio de 196l. La jornada de la mañana estaría dedicada a una fraternal emulación entre dos de sus unidades más próximas.
Desde muy temprano, los muchachos se preparaban para exhibir en el Polígono sus habilidades en el porte y aspecto, la cortesía militar y los ejercicios de infantería, avances adquiridos como resultado del trabajo político, que acompañaba al carácter semi militar de la institución.
De eso nos ocupábamos, cuando la atención se desvió hacia el fuerte rugido de dos helicópteros que se acercaban.
Centenares de interrogantes pasaron raudos por nuestra mente, mientras llegaba el momento de conocer la identidad de los visitantes.
Avancé al encuentro de los recién llegados, por estar ese día al frente del campamento.
La sorpresa resultó tremenda y la alegría inmensa, cuando de una de las naves descendió el Comandante en Jefe, Fidel Castro, acompañado por varios integrantes de su escolta y vistiendo su inconfundible uniforme de campaña.
Alguien de los que cumplían la guardia cerca del lugar le dijo, “Mire comandante, aquel que viene es el responsable, refiriéndose a mí.
Yo no podía ocultar la mayor emoción experimentada en mis escasos 20 años, cuando por primera vez tenía la oportunidad de ver frente a mí al legendario Comandante del Moncada y de la Sierra, precisamente a menos de dos meses de la histórica victoria de Playa Girón, en la que como siempre, estuvo en la primera línea del combate.
Lo saludé militarmente y de inmediato me tendió la mano y comenzamos a caminar juntos, con su brazo derecho sobre mis hombros.
Aunque la sorpresa pasaba a ser el acontecimiento de la mañana, los preparativos finales para la competencia emulativa continuaban, ahora, en medio de una gran tensión, por lo inusitado de la visita.
Nadie se movía de su puesto. Esa era una costumbre existente en el campamento para estos casos, y todos la cumplían rigurosamente.
Invitamos a Fidel y sus compañeros a pasar al comedor, pues era el horario del desayuno, y accedió gustosamente.
Allí consumió la misma ración que los demás: un jarro con chocolate bien caliente y cuatro o cinco galletas, las cuales partía, y mojaba en el líquido para comerlas.
Al terminar, comenzamos un recorrido por las instalaciones situadas en distintos puntos del firme de Pino del Agua. En el camino se detuvo varias veces para observar las montañas circundantes y evocar recuerdos de la lucha guerrillera en esos parajes, entre ellos el histórico combate ocurrido allí, el l6 de febrero de 1958 y que dirigió personalmente.
Aprovechaba para intercalar preguntas sobre la organización de los brigadistas que integraban nuestros campamentos, la cantidad de jóvenes que habían pasado la prueba de escalar cinco veces el Pico Turquino y su incorporación a diversas tareas de la vida civil o militar.
A su paso, los integrantes de los pelotones, que ya estaban formados para participar en la competencia, lo saludaban con la más correcta disciplina militar.
En el hospital que teníamos en el campamento, atendido por dos médicos y varios enfermeros y cuya capacidad era de unas cincuenta camas, no había más de 20 ingresados.
Fidel conversó con la mayoría de ellos, interesándose por su estado de salud y recibió información del tratamiento que se aplicaba a cada caso. Se trataba de enfermedades o lesiones que podían atenderse en esa modesta instalación, pues los pacientes que requerían un mayor cuidado se trasladaban al hospital de Bayamo
De allí nos dirigimos al área que ocupaba la primera Unidad, integrada por unos QUINIENTOS muchachos. (Las unidades tenían una pequeña construcción de madera y techo de zinc, que se utilizaba como almacén, oficina y dormitorio de los principales jefes.
A su alrededor los árboles servían de sostén para las hamacas de los aspirantes a Cinco Picos, quienes se agrupaban en pelotones y compañías, tenían su propia cocina y trataban de semejarse lo más posible al estilo de los combatientes del Ejército Rebelde, fundado por Fidel en esas montañas del oriente cubano.
El jefe de la Revolución Cubana y entonces Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, caminó por los trillos del monte para saludar y conversar con muchos de los jóvenes que permanecían disciplinadamente en sus improvisados dormitorios, esperando las instrucciones para presenciar la actividad señalada para el polígono de Pino del Agua.
Fidel les explicó la importancia de esa preparación, que los ponía en mejores condiciones de enfrentar la vida y combatir si fuera necesario, a un enemigo que ya había enseñado sus uñas en Girón, pero también hacía constantes bromas, entre ellas, la del importante abono que dejaban en las montañas, para que los árboles crecieran mejor. (Algunos integrantes de contingentes que también estaban en la Sierra, como unidades del Ejército y Maestros Voluntarios, habían bautizado a los Cinco Picos, con el apodo de “caga trillos”.
En el trayecto de regreso a la explanada, se detuvo varias veces para recorrer con su vista el lomerío vecino y mencionaba nombres conocidos como Oro de Guisa, La Bayamesa, El Zapato o Peladero y recordaba anécdotas sobre los días de la campaña guerrillera, lamentando que su alta responsabilidad al frente de la Revolución no le permitiera visitar más a menudo la Sierra, cual si la considerase parte de su escenario natural de combatiente revolucionario.
La noticia se propaló a velocidad vertiginosa..
Entretanto, la noticia de la presencia de Fidel en Pino del Agua, se había propalado por los caseríos cercanos y muchos campesinos fueron a saludarlo y también a plantearle algunas quejas.
A uno de ellos, a quién le habían ocupado su escopeta, diciéndoles que cumplían una orden suya, le dio un papel, con su firma, para que se la devolvieran, tras comentar un poco molesto, que él no había impartido dicha orden. (En voz baja, como si lo hiciera para sí mismo, pero que pudimos escuchar, dijo: “Fidel, cuántas injusticias se cometen invocando tu nombre”)
En la improvisada reunión con los campesinos explicó la necesidad de evitar la despoblación forestal de la Sierra, que durante muchos años había sufrido la tala indiscriminada por parte de empresarios capitalistas y de las familias que se habían asentado allí.
Nos criticó, porque utilizáramos una gran cantidad de madera para las instalaciones de los campamentos y no habíamos sembrado siquiera una postura para reponer los árboles.
La conversación se hacía cada vez más interesante, abarcando temas muy diversos, de los cuales el Comandante hablaba con su proverbial sencillez.
Respecto a los mercenarios prisioneros en los combates de Playa Girón, Playa Larga y otros lugares de la península de Zapata, dijo que en su inmensa mayoría serían devueltos a Estados Unidos, el país que los armó, organizó y apoyó en la aventura de invadir a Cuba, a cambio de compotas, otros alimentos y medicinas.
“Los tenemos cogidos por el narigón”, precisó.
Junto a nosotros también se encontraba un grupo de visitantes, quienes habían llegado desde distintos lugares del país para ver a sus familiares,
Uno de ellos se acercó para saludar a Fidel y éste le dijo: “A ti yo te conozco”....._ ¿” tu no eres el ferroviario de Camagüey”? con lo cual demostraba una vez más su envidiable memoria.
Efectivamente, se trataba del mismo trabajador de los ferrocarriles de esa ciudad, que en los días de la lucha en las montañas, había llegado hasta la Comandancia General, con un mensaje importante del Movimiento 26 de Julio y que ahora tenía un hijo entre los Cinco Picos.
Las palabras de Fidel……
Tras ese agradable reencuentro, invité a Fidel a subir a la tribuna instalada en el Polígono para presenciar la competencia, convertida prácticamente en un desfile militar de nuestras unidades, que él apreció con sumo agrado, y elogió en varias oportunidades la disciplina del campamento.
Al finalizar la demostración y tras conocer los ganadores, era ya prácticamente mediodía. No obstante, pedí a Fidel que nos dirigiera la palabra, a lo cual accedió.
Me dirigí al micrófono y lo presenté al estilo de los locutores de los actos oficiales: “Y ahora, para hacer el resumen de esta actividad, las palabras de nuestro Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz”
De inmediato comenzó a hablar de lo que significaba nuestro campamento, donde acudían miles de jóvenes cubanos que en ese momento no estudiaban ni trabajaban, aunque algunos dejaban sus estudios y puestos laborales para someterse a la prueba de permanecer varios meses en la Sierra y escalar cinco veces el Pico Real del Turquino, la mayor altura de Cuba, con casi dos mil metros sobre el nivel del mar.
Explicó, que a los que cumplían esa misión se les brindaban oportunidades para incorporarse a unidades de las Fuerzas Armadas, continuar estudios en diversas especialidades o incorporarse a los nuevos centros de producción o servicios que se creaban en el país.
Recordó que, en los combates de Girón, muchos de los tanquistas y artilleros que derrocharon coraje y heroísmo provenían de las filas de los Cinco Picos, organizados por la Asociación de Jóvenes Rebeldes.
Se refirió a otros temas de la actualidad nacional como la Campaña de Alfabetización, en la que participaban decenas de miles de jóvenes estudiantes movilizados como alfabetizadores en las propias casas de los campesinos.
Cuando concluía sus palabras, alguien le gritó: “Siga Fidel, quédese con nosotros”, a lo que respondió: “Ya es más de mediodía, debo retirarme y esos bichos (señalando a los helicópteros) aquí en las montañas son peligrosos”.
A los pocos minutos, luego de despedirse, Fidel y sus compañeros abordaban los aparatos, en medio de cálidos aplausos y constantes saludos con las manos en alto, por parte de los que quedábamos en tierra firme.
Nuevamente los pensamientos se agolpaban en la mente de todos. Yo trataba de recordar cada detalle. Me fijé que la barba y el pelo de Fidel, que lejos de ser negros, como lo imaginaba, eran más bien rojizos y que su piel blanca estaba cubierta de numerosas pecas y lunares; que sus uñas estaban bien recortadas y que en sus manos se veían las huellas de recientes ampollas.
Algunos en broma, me recomendaban guardar mi camisa, sin lavarla, como el mejor recuerdo. Nos felicitábamos mutuamente de haber recibido pocos señalamientos y sí muchos elogios del Comandante en Jefe, cosa que en esa época no ocurría muy a menudo en los lugares por donde pasaba.
Sin embargo, su estancia nos dejaría otra inolvidable vivencia…..
Los potentes motores de los dos helicópteros comenzaron a rugir y nuevamente el vertiginoso girar de sus hélices levantaba una densa nube de polvo en la amplia explanada de Pino del Agua. A una distancia prudencial observábamos la operación de despegue, primero del aparato donde viajaba Fidel, y cuando éste había ganado cierta altura, el ascenso del segundo, con lo cual dábamos por concluida la inesperada visita.
Entonces sucedió lo insospechado. La nave con Fidel y sus compañeros a bordo comenzaba a perder altura, evidentemente sin ningún control por parte del piloto.
La alegría que había dejado entre nosotros, se convertía ahora en segundos de extrema tensión. El bullicio se convirtió en un total silencio. Yo sentía un nudo en la garganta y un estremecimiento en todo el cuerpo, que por instantes me impedía qué hacer o decir ante el inevitable accidente y sus posibles consecuencias.
El helicóptero se precipitaba estrepitosamente en un bajío a más de cien metros de distancia de la cima, donde estupefactos, centenares de ojos y oídos eran testigos de la caída y los serios daños sufridos por el aparato.
La disciplina, hasta ese momento impecable, desapareció por unos minutos.
Todos corrían hacia el lugar del accidente y algunos gritaban: “se mató Fidel, se mató Fidel”.
Fueron minutos de gran consternación y cierto desorden, que resultaron extremadamente difíciles a los jefes de pelotones y unidades para restablecer el control y la calma ante una situación que nadie esperaba.
Mientras, un grupo de nosotros, bajábamos hasta el lugar donde había caído la nave, un poco más sedados del impacto inicial y cada vez más preocupados por la suerte de Fidel y sus compañeros.
Pero, una nueva sorpresa nos esperaba…..
El Comandante en Jefe y sus compañeros comenzaron a salir de aquel amasijo de hierros y planchas de aluminio, totalmente ilesos.
Cuando llegamos junto a ellos, Fidel se sacudía el uniforme lleno de polvo y de inmediato nos comentó: “Aquí no ha pasado nada. Ustedes están más asustados que nosotros” y comenzamos a subir hacia el polígono, donde esperaban cientos de jóvenes, visitantes y vecinos de los alrededores, además de los ocupantes del otro helicóptero, que ya había descendido.
En un aparte, entre ellos, comenzaron a analizar lo sucedido.
La opinión más generalizada fue que al ascender el segundo helicóptero formó un cajón de aire o vacío, que impidió al primero tomar altura y dislocó el funcionamiento de los mandos. Cada uno de los pilotos asumía la responsabilidad del accidente.
Fidel los llamó, conversó con ellos, y les dijo que no tenían ningún tipo de culpa, mientras trataba de animarlos golpeándolos suavemente con palmadas en sus espaldas.
Entonces ordenó a uno de sus ayudantes que trajera un fusil FAL, de fabricación belga, que transportaban en el helicóptero, y varios cargadores con sus proyectiles; le dijo a algunos de los muchachos que bajaran al lugar donde se divisaba el patio de una casa, a unos 150 metros, y colocaran varias latas y cacharros de cocina inservibles de la vivienda, que por supuesto, estaba desocupada.
Tomó el arma, adoptó la posición de rodillas y comenzó a disparar sobre los blancos, con una puntería increíble.
Así vació varios cargadores, haciendo diana con la mayoría de los disparos.
Con esa demostración, Fidel nos daba una tremenda enseñanza, que todos captamos, sin que lo dijera.
Mientras, la tarde avanzaba. La hora del almuerzo había pasado sin que nadie lo advirtiera y muy pocos se habían percatado de que Fidel debía retirarse.
Por los caminos de la Sierra en “pisicorre”
No sabíamos de donde había venido ni a donde se dirigía ahora, pero sí era unánime el criterio de no permitirles que se fueran todos en el otro helicóptero.
Al fin Fidel habló de que había que buscar una solución a su regreso. Presumimos que, como hacía en muchas ocasiones durante aquellos primeros años de la Revolución, andaba “escapado”, sin que tuvieran conocimiento de ese viaje otros dirigentes.
Le ofrecimos un pisicorre “Willy”, nuestro único medio de transporte en ese momento. Lo usábamos para el traslado de algunos enfermos y los viajes a Bayamo y otros lugares en gestiones del campamento.
Preguntó por el chofer y le presentamos a “Tono”, un campesino de la Sierra muy valioso por sus conocimientos de carpintería, mecánica y otras labores quien vivía con su familia en una pequeña vivienda que le ayudamos a construir.
Fidel aceptó la propuesta y en pocos minutos el vehículo estaba listo. Montó en el asiento delantero junto al chofer y los demás se acomodaron como pudieron. Mandamos a uno de nuestros compañeros armado de un Garand, que se sentó en la parte trasera.
Eran aproximadamente las tres de la tarde, cuando nos despedimos por segunda ocasión en el mismo día. El otro piloto, con un acompañante, volaba de nuevo con destino desconocido para nosotros.
Nuestro pisicorre, con su preciada tripulación, tomó el camino de La Bayamesa, una montaña cercana, al sur de Pino del Agua, que en su trayecto conduce hasta el litoral y al lugar conocido por El Uvero, donde existía una guarnición del Ejército Rebelde.
Hasta allí se dirigía Fidel; esta vez, no con la intención de atacar un cuartel del ejército enemigo, como lo hiciera en 1957, sino a compartir con sus compañeros de armas y seguir su marcha de combatiente incansable hacia otros lugares del país.
El helicóptero, permaneció varias semanas en el lugar del accidente, hasta que fue trasladado a un taller de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Meses después, la revista “Verde Olivo” publicaba una foto de la nave totalmente reconstruida, con una breve nota del extraordinario esfuerzo desplegado por técnicos y mecánicos militares para ponerla nuevamente en funcionamiento.
NOTA: El autor de este testimonio es periodista activo de la emisora provincial de Las Tunas, con más de 50 años de experiencia. En 1960 se le asignó la misión de trabajar con los Jóvenes Rebeldes en la Sierra Maestra, como Instructor Político de Brigada. Por su trabajo fue promovido a responsabilidades en la Dirección del Campamento. El día de los hechos que narra estaba al frente del mismo, ya que el director se encontraba en La Habana y el Subdirector en Bayamo.