Allocutions et interventions

DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ EN EL ACTO DE ENTREGA DE LA DECLARACION DE LOS MAMBISES DEL SIGLO XX, EFECTUADO ANTE EL MONUMENTO A "JOSE MARTI", EN LA PLAZA DE LA REVOLUCION, EL 15 DE MARZO DE 1997

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15/03/1997

Queridos compañeros:

No deseábamos concluir este acto sin expresarles algunas breves reflexiones.

Pienso que este es un día histórico en el sentido real de la palabra, porque hoy estamos haciendo exactamente igual que lo que hicieron nuestros mambises hace 119 años; no es una protesta formal, es una protesta real, puesto que nos vemos exactamente igual que en aquellos días, cuando nos ofrecen la paz sin independencia, la paz sin honor, la paz sin dignidad, sin equidad, sin justicia; cuando nos ofrecen la renuncia de la sangre vertida y de los sacrificios que se han hecho durante más de 100 años.

Hemos de meditar muy profundamente sobre estos hechos. Hace 40 años hoy, marchábamos por las montañas 12 hombres; íbamos en busca de algunos compañeros que se encontraban en distintos puntos, y a la espera de un refuerzo que nos llegaría desde Santiago de Cuba enviado por Frank País.

¿Qué eran 12 hombres? ¿Qué eran aquellas decenas que después seríamos? Un puñado pequeño, pero en aquel momento no nos preocupaba el número de los enemigos. Por cada uno de nosotros había 6 000 ó 7 000 enemigos a derrotar; tenían todas las armas que les había suministrado Estados Unidos entre las más eficientes de las armas convencionales de aquella época: fusiles de guerra, armas semiautomáticas, automáticas, ametralladoras de todos los calibres, morteros, cañones, fragatas, aviones; además, teníamos que luchar en condiciones muy difíciles, casi sin zapatos o con zapatos que se estaban cayendo, ropas raídas, hambre, frío, falta de medicinas y de las cosas más elementales para vivir. Había que subir empinadas cuestas, atravesar montes, lugares difíciles, subir y bajar incesantemente; sin embargo, ni un solo segundo tuvimos duda de la victoria.

Hoy nos enfrentamos a un enemigo muy poderoso, lo sabemos; pero somos millones de hombres y mujeres armados que conocen muy bien la causa que están defendiendo, que saben lo que defienden, porque han podido aprenderlo bien, mucho mejor de lo que lo sabíamos entonces; han podido palparlo, han podido conocer al enemigo mucho mejor de lo que lo conocíamos entonces.

Tenemos un pueblo armado, con jefes rigurosamente preparados. ¿Cuántos habían salido de las academias en aquel entonces? Ninguno de nosotros. ¿Cuántos oficiales activos y de la reserva tenemos hoy? Más de 250 000. El día que llegamos a 100 combatientes en la Sierra, equivalía a 1 por cada 2 500 oficiales hoy.

Somos más fuertes, incomparablemente más fuertes. El prestigio de nuestro país es inmenso; somos realmente —y no son palabras— la esperanza de cientos y tal vez miles de millones de personas en el mundo que odian y repudian cada vez más este mundo unipolar, en que el poderoso imperio disimula cada vez menos su condición de presunto dueño del mundo.

Defendemos una causa mucho más grande y mucho más noble todavía, porque antes era una causa patriótica; hoy —como se decía en la declaración— defendemos una causa mundial. Hoy tenemos un compromiso mucho más sagrado, hoy se juegan muchas más cosas, porque si antes nos despreciaban, ahora nos odian. No se les ocurre despreciarnos, no pueden; pero nos odian los imperialistas con todas las fuerzas de su alma.

Una derrota entonces podía ser la muerte de algunos cientos o miles de combatientes; una derrota hoy sería la muerte y la tragedia de millones de hombres y mujeres en nuestra patria, sería la tragedia de un pueblo entero, el destino de un país, de este país que hemos hecho, que hemos creado después de casi 40 años de lucha, de agresiones, de hostilidad y de criminales bloqueos económicos para asfixiarnos, para estrangularnos. Y no solo cumplimos el deber de defender la Revolución, sino fuimos capaces de ser lo suficientemente generosos para ayudar a la causa del movimiento revolucionario internacional, y para ayudar a la independencia y a la libertad de otros pueblos.

Pero, ¿cuál fue la causa de que nosotros en 1898 no hubiésemos alcanzado la independencia?, aquí se dijo ya también en la declaración. Fue que desarmaron al Ejército Libertador, lo primero que hicieron. Antes, incluso, después de pedirles su apoyo en la guerra oportunista contra España, después que los hicieron derramar sangre en la batalla de Santiago de Cuba, no les dieron permiso a aquella gente, que había luchado durante 30 años, para entrar en Santiago de Cuba. Vean qué afrenta, qué humillación.

Por eso el día Primero de Enero, nosotros decíamos: "Esta vez los mambises entraremos en Santiago de Cuba", porque hubo intentos también de impedir que entráramos, de otra forma, con aquel golpe de Estado de última hora con que pretendían seguir dominando en este país; porque creían que podrían volver a engañar a la gente y no engañaron a un solo cubano, y entramos en Santiago de Cuba y entramos en todos los demás cuarteles del país. ¡Qué habrían dado, entonces, por tener a un pueblo desarmado, a un ejército desarmado!

Nuestros antecesores, engañados con la idea de que aquel vecino podría venir con buenas intenciones —muchos lo creían, aunque los más preclaros apreciaban la situación real—, entregaron las armas. Fueron tan miserables los invasores que hasta les pagaron una cantidad de dinero por cada fusil.

Nuestra Revolución no solo mantuvo al Ejército Rebelde armado, sino que le entregó armas al pueblo y armó al pueblo con cuantas armas disponíamos. Adquirimos algunas; lo hicimos, incluso, en un país occidental, para que no comenzaran con la historia del anticomunismo, y recordamos muy bien cómo desde ese mismo edificio donde hoy está el MINFAR, donde estaban las oficinas del INRA, escuchamos una tremenda explosión: en el área del puerto, una densa y elevada columna de humo se levantó. Instantáneamente, puesto que sabíamos que había un barco descargando armas procedente de Bélgica, nos dimos cuenta de que había estallado el barco, y nos hicimos una idea de la cantidad de víctimas.

Pero algo peor: aquello fue, incuestionablemente, organizado desde el exterior, desde el embarque. A los veintitantos minutos, mientras nos dirigíamos hacia el lugar, otra explosión. Estaba hecho para matar no solo a los obreros que descargaban el barco, obreros y soldados, sino también, con una segunda explosión, a los que vinieron después. Fue una cosa tan terrible que no podrá ser olvidada nunca.

Entonces iniciamos las compras de armas en algunos países socialistas y empezaron a llegar barcos y más barcos, miles de barcos con armas llegaron a este país, y ninguno más explotó.

Algún día también la historia dispondrá de los documentos, que deben estar en algún archivo de la CIA, acerca de la forma en que hicieron explotar "La Coubre", aunque se tardarán bastante, porque ellos administran los documentos que publican y los que no publican.

A medida que avanzaba el tiempo y comprendíamos cada vez mejor que la defensa de nuestro país no iba a estar en manos de nadie, sino en nuestras manos y exclusivamente en nuestras manos, porque ya habíamos vivido algunas experiencias y llegamos a la conclusión lógica y muy racional de que teníamos que asegurar nuestra defensa con nuestras propias fuerzas, nos dimos a la tarea de adquirir millones de armas adicionales y desarrollamos la concepción de la guerra de todo el pueblo, que estaba en las raíces de nuestra historia. ¡Qué bien hicimos!, sobre todo tomando en cuenta lo que vino después.

Ahí están, sin embargo, nuestras armas, bien cuidadas, celosamente preservadas, y, además, millones de hombres y mujeres preparados y organizados para la guerra. Por eso digo que no pueden despreciarnos.

Por tanto, este concepto del pueblo armado fue decisivo para la supervivencia de la Revolución, a la que quisieron destruir en época tan temprana como la de Girón, o a través de las bandas armadas del Escambray y de todas las provincias, porque llegaron a introducir su guerra sucia en todas las provincias del país, incluida la provincia de La Habana; después tuvo lugar la mencionada invasión mercenaria, con aviones disfrazados de aviones cubanos. Son tan "decentes", son tan "escrupulosos", que los aviones venían con las insignias de nuestro país, y allí mismo, en Naciones Unidas, dijeron que era la Fuerza Aérea cubana sublevada.

Pero no fue solo ese el factor de la consolidación de la Revolución, lo fue la unión de todas las fuerzas revolucionarias y el pueblo. Pueblo armado y unido, Revolución verdadera y palabra cumplida.

Decenas de años de incesante contacto entre el Partido y las masas, entre el gobierno y las masas, entre las instituciones estatales y las masas, entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ministerio del Interior y las masas. La lealtad a los principios, la honradez intachable de los revolucionarios, ejemplos como muy pocas veces se han dado en el mundo.

¿Y qué inventan ahora para destruirnos? ¿Qué quieren hacer? Que nos desarmemos, que desaparezca el Ministerio del Interior, que nuestras Fuerzas Armadas Revolucionarias, después de reducidas y despedazadas, puedan servir para alguna misión mercenaria en esas guerras criminales que provoca el imperialismo. Es realmente indignante, un insulto a la dignidad de los hombres y mujeres de este país, representados no solo en nuestro cuerpo de oficiales, sino por todo el pueblo armado, que es lo que les da enorme contenido e invencible fuerza a nuestras fuerzas armadas, porque no hay ni un solo caso de un pueblo combativo y digno que haya podido ser vencido.

Desarmar al pueblo y dividir al pueblo son dos armas fundamentales que buscan para tratar de que regresemos al pasado. Así nos ofenden, así nos ultrajan; pero así también nos hacen más fuertes, porque hoy se ve, y se ve en todas partes, el espíritu de los revolucionarios más erguido, la conciencia de los revolucionarios más sólida. Lo vemos en los estudiantes, en los obreros, en las mujeres, en los pioneros, en todo el pueblo.

En estos días se libra una tremenda batalla ideológica para enseñarle al enemigo que no se confunda con nuestro pueblo, que no subestime su conciencia y su espíritu revolucionario.

Y no se trata de hombres. Nosotros, por los cargos que ostentamos y por responsabilidades históricas, hemos recibido la firma de todos ustedes; la hemos recibido en nombre de ustedes y la hemos recibido en nombre de todo el pueblo, porque esa es la declaración del pueblo y la declaración que quiere el pueblo. Pero nosotros somos hombres pasajeros y no nos importa ni nos preocupa la muerte, la muerte natural o en combate, todavía podemos disparar un arma y podemos luchar como jefes o como soldados.

El último honor que pedimos Raúl y yo —y yo más que Raúl, porque le llevo algún tiempo— es tener siempre un modesto puesto de combate en nuestras gloriosas Fuerzas Armadas Revolucionarias, y creo que no habrá nada que lo impida. Esperamos que la muerte sea tan generosa cuando nos corresponda, que todavía dispongamos de la facultad de apretar un gatillo, o lanzar una granada, o apretar un botón y hacer explotar una gran mina, de esas que quieren ahora que desaparezcan mientras se preservan las armas nucleares.

No es cuestión de hombres. Ha sido un privilegio para muchos de nosotros haber estado aquí en la Revolución durante muchos años. Es un honor el que nos hacen los imperialistas cuando nos quieren expulsar de la Revolución, cuando nos quieren expulsar de la patria, cuando nos quieren expulsar de nuestras responsabilidades, porque saben que con nosotros no hay arreglo indigno. ¡Pero se equivocan! ¡No importa los que estén aquí; detrás de los que están aquí, vendrán otros como ustedes y serán iguales o mejores que nosotros! Pueden desaparecernos uno a uno y tendrán que llegar hasta el último; y el último, junto al último tronco, con el último fusil, como decía Martí, combatiendo.

Los hombres, repito, no importamos. Tenemos una inmensa confianza en esta generación y en las que vienen detrás, en su extraordinaria calidad y en su capacidad de llevar adelante la Revolución.

Esta basura que tienen la desvergüenza de publicar estos "certificadores" y "descertificadores" de la Tierra, metidos en todo, como si fueran el ejemplo, el paradigma de la moral, condenando países, condenando gobiernos, no tiene perspectiva alguna; se equivocan realmente en su exceso de soberbia y de arrogancia, cuando son capaces de ofrecer semejantes cosas.

Yo dije en el Parque Central, cuando leí la primera noticia, que indignaba que pensaran en la simple idea de que este pueblo pudiera ser comprado. ¡No!, no se trata ni siquiera de una compra, aunque con su filosofía de mercado creen que todo se puede vender y comprar; no es ni una compra, es un intento de estafa: "que vamos a dar", ¿pero dar para qué?, ¿y cuánto van a darnos, lo que hay que entregarles para empezar a pagarles?

El propio Clinton dijo que esa ley era tan absurda que le costaría a Cuba 100 000 millones de dólares, cuando estaba contra la ley; después que buscó pretextos para apoyar la ley se dedicó, incluso, a regalar plumitas de aquellas con que habían estado en la firma. Plumas son estas con las que se firma la verdad, con las que se firma la dignidad de un país.

Allí, entre aquellos recaudadores de fondos para las más repugnantes y corrompidas elecciones que puedan concebirse, hubo repartos de plumas hipócritas, y para nuestro pueblo reservaban lo que todos sabemos, que es quitarle todo. No quedaría piedra sobre piedra en este país, primero, porque tendrían que destruirnos; pero, además, porque le están ofreciendo, cosa insólita, quitarles a los niños sus escuelas, sus círculos, sus campamentos de pioneros; quitarle al pueblo su sistema de educación que es uno de los mejores del mundo, su sistema de salud que es uno de los mejores del mundo, sus hospitales, sus clínicas, sus médicos de la familia, sus maestros, sus conquistas sociales.

¿Qué capitalismo grosero podría en este país mantener entre 250 000 y 300 000 maestros? ¿Qué capitalismo de basura podría mantener aquí 62 000 médicos, más los futuros médicos que estudian en las universidades? ¿Qué capitalismo podría mantener el sentido de la justicia y de la dignidad que hay en este país, la igualdad que hay en este país, la lucha contra la discriminación, la posesión de la tierra por parte de los campesinos que son, además, dueños de los productos y de las maquinarias? ¿Qué les dejarían a nuestros obreros, a nuestros pensionados? ¿En qué convertirían a esta capital, si existiera, en esas condiciones? Sueñan tal vez en convertirla en un gran centro de prostíbulos, de drogas y de juego.

¿Qué quedaría de las casas que la Revolución entregó al pueblo, si existieran después de una agresión imperialista? No quedaría nada de lo que ha creado nuestro pueblo durante tanto tiempo.

¿Pero qué quedaría de nuestra independencia? ¿Qué seríamos sino algo peor que Puerto Rico, a punto de cumplir 100 años como colonia yanki, y donde quieren borrar hasta el idioma español? ¿Qué quedaría de los sueños de independencia de tantos patriotas a lo largo de tanto tiempo, si con su carga de odio terrible el imperio pudiera apoderarse de esta isla?

¿Cómo pueden suponer que no comprendamos eso, que no nos demos cuenta de estas verdades, de estas realidades? ¿Qué tipo de transición le pueden ofrecer a este país, si vemos la que les ofrecieron a otros; si vemos lo que ha ocurrido en otras partes, que nosotros no lo publicamos todos los días, simplemente, por cuestiones —pudiéramos llamar— diplomáticas, por sentido de tacto y de respeto? Pero sí las sabemos y las leemos, y leemos lo que publican ellos, y sabemos qué cosas tan terribles han ocurrido en la agricultura, en la industria, con los servicios, con las pensiones, con todo; qué cosa tan terrible ha ocurrido con la defensa.

Vean lo que está ocurriendo ahora en Albania, para citar un ejemplo: los cuarteles desmantelados, las armas arrebatadas por el pueblo indignado, aun sin dirección —porque no se sabe quién dirige todo eso— simplemente explotó.

No lejos de allí sabemos las terribles noticias que llegan de Bulgaria y lo que quedó de la agricultura, de la industria y de todas las cosas sociales que habían alcanzado en aquel país, y a grandes rasgos todo lo que conocen que ha ocurrido en nuestra hermana Rusia, aparte de la tragedia en que viven los demás países que formaron parte un día de la Unión Soviética.

¿Cómo es posible entregar las armas? ¿Cómo es posible entregar la Revolución? ¿Cómo es posible entregar el socialismo? Lo dijimos el día en que tuvimos el honor de rendir tributo a los combatientes internacionalistas cuyos restos regresaban a la patria.

Las armas de la Revolución y del socialismo no se entregan sin combate. Estamos dispuestos a entregárselas a Estados Unidos si vienen a arrebatárnoslas, una por una, luchando frente a frente, con todos los medios, incluso, las bayonetas, hasta la muerte. Vamos a ver si los chalecos antibalas resisten también las bayonetas y resisten otras cosas, otras armas y otros calibres de los muchos que tenemos.

¡Este pueblo no entregará jamás la Revolución ni el socialismo! ¡Este pueblo no entregará jamás las armas! ¡Este pueblo no entregará jamás su unidad!

¿Qué, podríamos resignarnos a la idea de que fragmentaran al país en mil pedazos, como fragmentaron a los demás, circunstancias ideales para ponerle el pie encima?

Ni fueron tontos los que iniciaron la independencia en 1868, ni fue tonto Maceo, ni fue tonto Máximo Gómez, ni fue tonto Martí, ni fue tonto ninguno de nuestros grandes patriotas, cuya enumeración sería interminable; fueron capaces de ver el porvenir. Y no seremos tontos nosotros, ni nos falta la tradición y el valor que nos legaron ellos, para luchar y para defender las cosas más sagradas que tenemos que defender.

Por eso hemos resistido, estamos ya en 1997 y vamos adelante, por más y más leyes criminales que se apliquen contra nosotros, que nos crean obstáculos grandes, sin duda; pero es más grande nuestro espíritu de luchar y de vencer. Por eso iremos superando todas esas dificultades y será más grande nuestro amor a la patria y el compromiso con ella, será más grande el espíritu de trabajo de todos y será más grande el sentido de la responsabilidad de todos nosotros.

Eso es lo que significan esas firmas que ustedes han entregado en el día de hoy y que el resto de nuestros compatriotas aspiran a incrementar suscribiendo la misma declaración. Este es el contenido glorioso de este acto de los mambises del siglo XX y de los mambises del siglo XXI, porque tenemos que hacer que los que vengan detrás sean mejores que nosotros, y yo veo que los que vienen detrás son mejores que nosotros.

Si Maceo nos legó este tesoro de gloria y este ejemplo incomparable, aquí también ustedes están legando hoy otro gran tesoro y otro gran ejemplo, a los cuales serán leales las generaciones venideras. Y si aquella primera Protesta de Baraguá, porque esta es la segunda Protesta de Baraguá, se realizó a la sombra de los mangales de aquel lugar histórico, hoy suscribimos todos y presentamos al pueblo esta Declaración a la sombra de nuestro glorioso Apóstol, y a él, y a Maceo, y a todos los que han caído, les decimos: ¡Jamás traicionaremos la sangre derramada! ¡Este país seguirá adelante, seguirá siendo cada vez más revolucionario y alcanzará alturas infinitas de honor, de patriotismo y de gloria!

¡Socialismo o Muerte!

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

(OVACION)

 

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