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El levantamiento del 13 de marzo de 1957

El 13 de marzo de 1957 un grupo de jóvenes revolucionarios asaltó el Palacio Presidencial y la emisora Radio Reloj, simultáneamente

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Periódico Granma

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Aproximadamente a las tres de la tarde del 13 de marzo de 1957, un camión se estacionó en el callejón sin salida que nace donde convergen las calles 21 y 24, en el Vedado. Del edificio aledaño, descendieron las escaleras, de dos en dos, un gru­po de jóvenes y entraron al vehículo. Otros, encabezados por Carlos Gutiérrez Menoyo y Faure Chomón, se encaminaron hacia los automóviles parqueados en la zona. El convoy enrumbó por 21 y tras doblar en la calle 26, siguió por 17.
 
En un sótano ubicado en la calle 19 entre B y C, en el mismo barrio ca­pitalino, el presidente de la FEU, José Antonio Echeverría, tal vez pensaba en lo que había escrito unas ho­ras antes y que hoy conocemos como su Testamento Político: “Nuest­ro compromiso con el pueblo de Cuba que­dó fijado en la carta de México, que unió a la juventud en una conducta y una acción […] Creemos que ha llegado el momento de cumplirlo”.
 
Junto con Fructuoso Rodríguez y otros combatientes abandonó el lu­gar y en automóvil, se dirigió ha­cia Radio Reloj. Pistola en mano, entró en la cabina de transmisión y conminó al locutor a leer los partes confeccionados previamente por el Directorio Revolucionario, que anunciaban el asalto al Palacio Presidencial. Minutos después se oyó en toda Cu­ba su voz: “Pueblo de Cuba… En estos momentos acaba de ser ajusticiado revolucionariamente el dictador Fulgencio Batista. En su propia madriguera del Palacio Pre­si­den­cial, el pueblo de Cuba ha ido a ajustarle cuentas...”.
 
Entretanto, el otro comando llegaba a la entrada principal del Pa­lacio Presidencial. Carlos Gu­tiérrez descendió de su carro y con un mo­vi­miento tan rápido que desconcertó a la posta, la neutralizó. Al frente de un grupo, llegó hasta el Salón de los Es­pejos, pero el dictador no se hallaba en su despacho.
 
José Antonio y sus compañeros partieron de Radio Reloj hacia la Universidad. El Presidente de la FEU quería reunir al grupo que lo esperaba en la Casa de Altos Estudios y junto con el grupo de apoyo, acuartelado en un lugar de la ciudad, cu­yo jefe evidentemente titubeaba, mar­char ha­­cia Palacio. Pero el auto don­de iba chocó con un patrullero. José An­tonio enfrentó a los patrulleros. Va­rios disparos impactaron su cuerpo y lo hicieron caer al piso. Se incorporó para seguir tirando. Una ráfaga lo fulminó.
 
En Palacio, las fuerzas de la tiranía se reorganizaron y comenzaron a repeler el ataque. La situación de los revolucionarios se tornó precaria ante la carencia de parque y la au­sencia del programado grupo de apoyo, que nunca apareció. Carlos Gu­tiérrez cayó mortalmente herido. José Machado, Machadito, comprendió que el asalto había fracasado y asumió la responsabilidad de ordenar retirada. Ya fuera del recinto, al comprobar que su amigo Juan Pedro Car­bó estaba extraviado, volvió a entrar y logró rescatarlo.
 
Según ha declarado Faure Cho­món, si José Antonio no hubiera caído en combate, su presencia en Palacio “habría cambiado la situación. Su prestigio revolucionario ha­bría convocado a todas las fuerzas dispersas por los alrededores, em­pujado a los indecisos o impulsándolos para rescatar el camión con las armas para la operación de apo­yo. Hoy estaríamos recordando otra más grande batalla que la que dio aquel 13 de marzo”.
 
En su Testamento Político, José Antonio afirmaba: “Si caemos, que nuestra sangre señale el camino de la libertad. Porque, tenga o no nuestra acción el éxito que esperamos, la conmoción que originará nos hará adelantar en la senda del triunfo. Pero es la acción del pueblo la que será decisiva para alcanzarlo.
 
Y así fue. Jóvenes de la ciudad y el campo se integraron a la insurrección. El Directorio Revolucionario, que José Antonio fundó como bra­zo armado de la FEU, organizó guerrillas en el centro del país y con la llegada allí del Che y Camilo, se pu­so bajo las órdenes del Gue­rrille­ro He­roico y con sus hermanos de la Sierra Maestra, libraron batallas de­cisivas como la de Santa Clara. En menos de 21 meses la tiranía cayó descabezada y el pueblo en el poder comenzó a guiar los destinos de Cuba.