Fidel, protagonista
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I
La descomunal hazaña de Fidel Castro y sus barbudos suscita de nuevo la vieja polémica sobre los protagonistas de la historia. ¿Es esta hija de aquellos o constituye un proceso autónomo que no depende de los grandes conductores de hombres? ¿Son los acontecimientos los que colocan a la cabeza los individuos idóneos o son estos los que precipitan e informan los acontecimientos? Por supuesto que sin las condiciones objetivas necesarias, el factor subjetivo no podría actuar en tal o cual dirección. Pero la historia, si es que admitimos la existencia de tal cosa, tampoco puede reducirse a una corriente impetuosa, sobre la que flotan arrastrados los hombres, sin poder influir sobre su curso. Claro que resulta inconcebible que Cuba, con sus ventajas económicas y geográficas, su grado de evolución social y sus características humanas, fuese quedando cada vez más a la zaga de países mucho menos desarrollados, conforme venía sucediendo de modo alarmante bajo la tiranía batistiana. En el orden cultural y moral también dejaba mucho que desear en tiempos anteriores, aunque había dado largas zancadas en el camino de la legislación y la seguridad social. Más, permanecía estancado su nivel nacional, bajando con increíble celeridad en el último periodo dictatorial. En suma, a través de las convulsiones cuyo punto de partida fue, no ya el machadato, sino el zayato, se perfila una leve línea ascendente en casi todos los sectores. Era ilógico que un pueblo que había dado pruebas de tanta vitalidad, de aguda conciencia política y de firme voluntad de superación frente a numerosas adversidades, cayese de súbito en un sueño letal, sumiéndose en una caliginosa noche de espanto y oprobio, para resbalar hacia el trágico estado de impotencia en que se encuentran Santo Domingo y Nicaragua.1 Efectivamente, estos hechos han confirmado el absurdo de semejante situación, Cuba tenía los recursos materiales y humanos para reaccionar, y largó el yugo que la oprimía y desviaba de su destino.
Ahora bien, no fue un sobresalto de una masa orgánica contra una agresión o una molestia. Ya se sabe que lo biológico y lo social ocupan planos distintos. En este último, cabría decir que Fidel Castro encendió la mecha que hizo estallar la carga acumulada. Niceto Alcalá Zamora empieza Los protagonistas en la vida y en el arte afirmando que "como la Historia no se detiene, cada período que se extingue y archiva, aporta al sumarse a los anteriores su nueva promoción de héroes; y la dificultad creciente de abarcarlos todos obliga a ahuyentar, como sombras ya sin interés, nombres cuyo recuerdo fue esencial y explicativa clave en la Historia remota: con lo cual hay dentro del enorme panteón histórico mondas periódicas, o apresuradas como extraordinarias por trastornos renovadores, que cada vez destruyen mausoleos, borran lápidas, y llevan hasta a las figuras un tiempo excelsas a perderse confundiéndose la fosa común y gigante de la distancia olvidadiza. Con toda esa falsedad evidente… la ingenuidad infantil, la ilusión adolescente y aun la pereza madura, habitúanse… a representarse los hechos históricos trascendentales como la obra genial y afortunada, todavía más audaz que paciente, de individualidades vigorosas, casi señaladas como brazos del destino". Añade que, lejos de limitarnos a épocas remotas y legendarias, "propendemos a concebir y explicar por igual resorte de individualidad preminente los hechos solidarios y universales de la Historia actual..." Pero en el caso que nos ocupa, al igual que en otros de similar envergadura, no se trata de un acto arbitrario que cualquier otro individuo sería capaz de realizar.
Tal vez Ernesto Guevara, Raúl Castro, Camilo Cienfuegos, u otro miembro del extraordinario estado mayor que acompaña a nuestro héroe hubiera efectuado la hazaña de prender fuego al polvorín. Tampoco podría pretenderse que sin la expedición del Granma no hubiese sucedido nada, porque seguramente hubiera habido otras, y las hubo. Todas encarnaban una vasta y profunda aspiración y no tenían nada de casual o fortuito. Mas, ninguna tuvo exactamente el mismo carácter ni se produjo de la misma forma, no solo por ser la primera sino por el hecho inusitado de haber sido anunciada de antemano, con plazo preciso, desvirtuando así la que siempre había sido tenida por condición imprescindible para el éxito de este tipo de desembarcos: el elemento sorpresivo. El aviso de ponerse en guardia resultó ser la sorpresa. Aquí también, como en muchos otros aspectos, Fidel Castro introdujo una revolución. En nuestro próximo artículo proseguiremos este estudio de tan singular protagonista.
II
Creemos que Fidel es sincero cuando declara que el pueblo es quien hizo la Revolución del Movimiento 26 de Julio, si bien nos parece que entremezcla una pequeña dosis de demagogia. Este inveterado vicio de la política que Demóstenes3 ya fustigaba en la antigua Atenas, se trueca en indispensable auxiliar si es discretamente administrado por un constructor bien intencionado como lo es Fidel Castro, político demasiado sagaz para ignorar el valor de dicho recurso si no se abusa de él. Es necesario halagar al pueblo para recabar su apoyo en trances difíciles, a fin de encaminarlo hacia metas que habrán de beneficiarlo. Con todo, el pueblo se convierte cada vez más en protagonista. En la Revolución Francesa, y en tiempos más recientes todavía, era aun una fuerza que se hacía actuar, o un personaje secundario que se hacía entrar en escena, en determinados momentos. El cotejo de su función en el movimiento independentista hispanoamericano con el cubano de 1895 delata ya una apreciable diferencia, aunque la república lo haya relegado sistemática y fraudulentamente, traicionando sus principios. En un comentario sobre una novela de Pratolini4 que publicaremos pronto, hacemos resaltar el creciente papel del pueblo como tal. Y no obstante, las cruentas convulsiones sociales y económicas de nuestro siglo, han acrecido desmesuradamente la personalidad del estadista a la par que del revolucionario. El providencialismo se ha dilatado con la angustiosa gravedad de las coyunturas, de las que únicamente parece poder salvarnos un ser superior, enviado por la divina providencia. Por cierto que se tiene la impresión de que cada momento, por complicada o desesperada que sea su problemática, engendra o encuentra el hombre idóneo para resolverla. Los ejemplos de Roosevelt5 y Churchill6 son aún recientes. En la actualidad contemplamos el del general de Gaulle,7 aunque detrás asoma la fea oreja de la perpetuación de un colonialismo disfrazado.
Así, los indicios son de que el hombre que, sin necesidad de suponer que fuese designado por el destino, reunía el mayor acopio de dotes para encabezar el movimiento de liberación no era otro que Fidel Castro. Hubo otros muy recios que sostuvieron la tesis insurreccional que se reveló ser la justa, tan temprano como él, o acaso antes, pero fracasaron por no llenar el cupo de virtudes. De haber triunfado los auténticos, hubiéramos tenido una revolución a medias, que es tanto como decir fracasada a más o menos corto plazo y viciada de entrada. Todos los cubanos son testigos de la rara perspicacia con que Fidel Castro captó el sentido de la maniobra de Cantillo8 que hubiese perpetuado el ejército depredador de nuestras riquezas, y la fulminante rapidez y precisión de puntería con que la destruyó en el huevo. Mediante la huelga general, ya posible, la orden inmediata de proseguir el combate, la magistral ocupación de Santiago y su conversión en capital, el oído sordo a los cantos de sirena de Columbia y la investidura del presidente Urrutia9 y su permanencia fuera de La Habana, Cuba dejó de ser una presa fácil y permanente de un cuerpo armado ajeno. Puede ser que existan entre nosotros hombres de igual justeza de visión, agilidad mental y vigor en la acometividad. Pero se trata mucho más que de tino, audacia y excepcionales capacidades militares, reconocidas por peritos en la materia.
El jefe del Movimiento 26 de Julio posee una estrategia política propia y un incomparable don de persuasión. La batalla decisiva y más difícil de su gloriosa ejecutoria la ganó en la noche del 9 al 10 de febrero en la sede de la CTC10, frente a un público, si no hostil, impenetrable, constituido por obreros decididos a proseguir contra viento y marea una huelga que hubiese destrozado por el flanco económico y político una Revolución que acababa de triunfar brillantemente en el campo de batalla. Las primeras palabras del revolucionario en la tribuna dejaban transparentarse la honda y angustiosa preocupación que le embargaba. Había avizorado las incalculables consecuencias de su derrota si no lograba disuadir a los trabajadores decididos a mantenerse en sus trece. Llevaba su plan esbozado, pero tanteaba a medida que desenvolvía su argumentación comprobando con inquietud la frialdad con que eran acogidas sus palabras. Empleó los eficaces recursos que domina con su tono subyugador y su insuperable método explicativo. Hablaba transido de la emoción que hacía vibrar en las frases sencillas y claras su intenso fervor patriótico. El que asistía al espectáculo sentíase como si la suerte de Cuba pendiese de un hilo. Se oyeron algunos ligeros aplausos. Robustecido, el orador renovó sus súplicas, su vívida exposición de los hechos y reiteró que se jugaba el destino de una Revolución que les traería todo el bienestar de que habían carecido durante toda su vida. Poco a poco los aplausos fueron aumentando. Al cabo de varias horas, el revolucionario triunfaba de nuevo. Estruendosas ovaciones coronaban todas sus solicitudes de renunciación y sacrificio que pronto serían generosamente compensados. Dejamos las conclusiones para el próximo artículo.
III
Aun a riesgo de parecer ditirámbico, conviene continuar el examen de las acusadas aristas de Fidel Castro a fin de comprobar, a la luz de un fascinante ejemplo vivo, hasta qué punto la historia es, o no, un mecanismo automático, a la vez que esclarecemos más el sentido del momento actual. Sin dejarnos deslumbrar por la proximidad del héroe, hemos visto cómo el guerrero, haciendo gala de su consumado arte disuasorio, rescató del naufragio la Revolución, a punto de chocar con el escollo de la zafra estancada a causa de la huelga de obreros impacientes de usufructuar esa Revolución a pesar de que, como clase, habían hecho poco o nada por ella. Semejante triunfo del militar trocado en político tiene escasos paralelos. Gutiérrez Menoyo11 igualó, y acaso superó la hazaña del Granma al abrir el frente del Escambray con solo 11 jóvenes mal armados con obsoletos fusiles italianos, en una región menos defendible que la Sierra; pero difícilmente podría considerársele un estadista. Es notoria la falta de hombres idóneos que propició el golpe del 10 de marzo: Por lo demás, el propio Eduardo Chibás, de haber vivido, carecía de suficientes dotes de hombre de estado para llevar a buen puerto la revolución en su fase constructiva. Así, pues, la historia no siempre tiene a su disposición, ni produce, los agentes aptos para realizar los cambios necesarios.
Observa Niceto Alcalá Zamora en el libro ya citado lo siguiente: "Más honda y más poderosa, como fuerza acrecentadora para el protagonista, ha sido la democratización política y social de los estados: la primera porque, aumentando hasta la universalidad ciudadana la influencia política, ha creado... la precisión de confiar en manos individuales la concentración, ...de la soberanía dispersa; y la segunda porque, al ensanchar la esfera de acción del estado, abarcando órdenes enteros, ha dilatado en proporciones gigantes, al par que las atribuciones del poder, la significación y el relieve de sus representantes. En este ensanche social de la esfera política está la causa principal que ha dado nuevo relieve al protagonista, tanto por la necesidad de que él actúe en nombre de los que no pueden hacerlo por sí, cuanto por la acumulación de resortes que se le entrega”. Claro que Fidel Castro encarna la voluntad de un pueblo y una doctrina política, que es la de una democracia remozada, de base agraria con su complemento industrial. Cuenta con la aquiescencia casi unánime. Pero en rigor no ha sido nombrado delegado. Sin embargo es él quien asumió el mando y la organización del movimiento que liberó al país caído en poder de una banda de saqueadores y asesinos. Y es él quien actúa sobre el material humano que representa de acuerdo con su leal saber y entender, satisfaciendo aspiraciones y necesidades según lo permitan las condiciones objetivas. Estructura el tipo de régimen democrático que cuadra a la circunstancia cubana y edifica las instituciones que lo integran y sostienen, asesorándose debidamente y consultando a sus allegados, pero es él quien dirige y anima el proceso. Todo lleva su sello. Como suele suceder en coyunturas premiosas y complejas en las que se forja un nuevo orden, alguien se ha investido a sí mismo de plenos poderes y el pueblo le otorga su aprobación y confianza por sentirse cabalmente identificado con el individuo, el cual adquiere así colosales dimensiones. Y Fidel ha devenido a la vez agente y protagonista que imparte su sello al conjunto, frente a condiciones específicas y modelando de acuerdo con el material humano e inanimado que tiene en sus manos. En periodos de normalidad, o sea menos convulsos y precarios, no se requiere una personalidad de tanto relieve que ejerza de facto poderes dictatoriales, consentidos por la masa popular.
Cierto, los recientes acontecimientos de Cuba han demostrado que existía una poderosa fuerza y voluntad en alto grado de madurez, imposible de ser comprimida ni siquiera por el despotismo más sanguinario y vandálico. También es verdad que la depravada dictadura batistiana, al destruir las instituciones y los derechos de la República, dejó una devastación tan completa que permitió hacer tabla rasa y dar un paso de avance tan largo que no hubiese sido factible dentro de los cauces normales y si hubiesen cuajado las negociaciones de avenencia. Pero Fidel Castro columbró toda la vasta extensión de esas implicaciones y supo sacarles el máximo partido revolucionario, impulsando con ciclónico soplo. A la vez que hacía una verdadera obra de creación; impuso una tónica, una filosofía y un estilo que ha ido penetrando en todas las capas de la población. Frente a la gran copia de difíciles contingencias que le vendrán al encuentro, seguirá creciendo su estatura de protagonista.