Preludio de la crisis nuclear
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Cuentan que a principios de los años 50, cuando se iniciaba la carrera de las armas nucleares, al científico Albert Einstein le hicieron la pregunta siguiente: “¿Con qué armas se desarrollará la Tercera Guerra Mundial?” La respuesta fue rápida: “No creo que nadie pueda predecir eso, pero estoy seguro de que la cuarta será con el hacha de piedra”.
Al inicio de los años 60 ya existía una cantidad considerable de armas nucleares. Vivíamos en plena Guerra Fría, pero aunque todos sabían que era posible una nueva conflagración devastadora, eso no preocupaba mucho ni poco a nadie, era como un elemento más del paisaje, que por cotidiano pasaba inadvertido; como el aire, que al no verse es como si no existiese. Solo algo remotamente posible en teoría.
Sin embargo, la Crisis de Octubre de 1962 constituyó la primera vez, y afortunadamente la última hasta ahora, en que la humanidad se vio al borde de la guerra termonuclear, a punto de regresar al hacha de piedra. Medio siglo después, este suceso histórico continúa atrayendo el interés de políticos, investigadores y escritores, ya que aquellos días “estremecieron al mundo” en el sentido literal de la palabra.
Se gesta la crisis
Hacia 1962, en la correlación existente de armas nucleares entre los Estados Unidos y la URSS, se aprecia la gran desventaja en que se encontraba la segunda potencia con respecto a la primera en medios portadores que alcanzaran el territorio contrario, en proporción 5:1. Pero la desventaja era mucho mayor en las municiones nucleares, pues mientras los soviéticos poseían algo más de 300 que llegaban a los Estados Unidos, estos contaban con unas cinco mil que alcanzaban la URSS, para una superioridad de 17:1.
A inicios de aquel año, los gobiernos norteamericanos continuaban sus intentos de liquidar la Revolución Cubana en diversas formas, incluyendo la agresión armada. La derrota sufrida en Playa Girón resultó sumamente humillante para el presidente John F. Kennedy. Por esto, a finales de 1961 se organizó la Operación Mangosta, que debía aportar el pretexto para realizar la invasión a Cuba, no ya con mercenarios, sino con las Fuerzas Armadas norteamericanas.
Ese propósito era conocido por los gobiernos soviético y cubano. Al considerar el primero que la Isla no sería capaz de resistir la agresión militar directa de los Estados Unidos, surgió la proposición de emplazar en Cuba un contingente de tropas con cohetes nucleares que alcanzaran el territorio de los Estados Unidos, como forma de impedir la agresión, pues esta ya no sería solo contra Cuba, sino una confrontación directa con la URSS. Los cohetes se trasladarían en secreto, y se publicaría su presencia cuando estuvieran listos para el combate. Razonaron que, puestos ante el hecho consumado, los norteamericanos aceptarían el emplazamiento de los misiles en Cuba, al igual que habían aceptado los suyos en Turquía, Italia e Inglaterra.
Esta proposición fue analizada y aprobada los días 21 y 24 de mayo en Moscú. Para hacer el planteamiento a los dirigentes de la Isla fue enviada con urgencia una comisión de alto nivel. Según el comandante Fidel Castro ha expresado, entendió que los soviéticos estaban interesados en instalar los proyectiles porque eso significaría una mejoría en la correlación de fuerzas y en la posición militar de la Unión Soviética y de todo el campo socialista, además de defender la Revolución Cubana. Teniendo esto en cuenta, se dio una respuesta positiva a lo propuesto.
Desde entonces se ha discutido cuál fue la causa para el traslado de los cohetes: la defensa de la Revolución Cubana o el deseo de compensar la desventaja en armamentos nucleares. Solo habría que agregar, de acuerdo con los conocimientos actuales, que los dirigentes soviéticos conocían su inferioridad y sabían que los cohetes en Cuba no la alteraban. Por lo que su objetivo debió ser el de preservar nuestra Revolución.
La operación fue aprobada finalmente el 10 de junio en Moscú. Se planificó que la Agrupación de Tropas Soviéticas (ATS) en Cuba contaría con cerca de 53 mil hombres y debía estar en disposición combativa en la Isla para finales de octubre. Los militares de aquella nación poseían gran experiencia en el traslado de grandes masas y equipos por tierra, pero ahora les planteaban una misión “sencilla”: formar un contingente de decenas de miles de hombres, equiparlo con armamento diverso, reunir y preparar los medios de transporte navales requeridos, enviar el contingente a la otra cara del globo, hacerlo en unos cuatro meses y medio y, por si fuera poco, en el más riguroso secreto.
En marcha
El 5 de julio comenzó el desplazamiento de las unidades hacia los puertos de embarque. El día 12 partieron los primeros barcos hacia costas aún desconocidas. Cuando una nave partía le daban al capitán dos sobres y un paquete, sellados y cosidos. Le indicaban que abriera el primer sobre al salir de las aguas territoriales del país. Al hacerlo, leían: “Abrir el segundo sobre después del estrecho de los Dardanelos”. En ese punto le orientaban: “Abrir el paquete después del estrecho de Gibraltar”. Y al desenvolverlo encontraban: “Diríjase a Cuba, puerto de destino: Cabañas”.
La travesía era de 15 a 20 días. Los efectivos se “acomodaban” como sardinas en lata en lugares ubicados debajo de las cubiertas, con temperaturas de hasta 50º C y más. Iban hacinados, atormentados por el calor; no podían bañarse ni asearse debidamente, aunque permanecían entre los vómitos frecuentes de los mareados; lo que se agravaba porque allí no había retretes, solo existían en la cubierta, en la zona de popa, a los que podían ir únicamente dos o tres personas a la vez, tuvieran tiempo de esperar o no los desesperados. Por suerte el enemigo no hacía exploración olfativa. Durante las travesías se presentaron casos serios de enfermedad, se hicieron a bordo varias operaciones y hasta hubo algún muerto, sepultado a la usanza marinera: lanzado al mar envuelto en una lona. Y así era ayer, hoy, mañana y pasado mañana, hasta completar un período de dos-tres semanas. Pero esas eran las condiciones durante las jornadas normales, cuando el sol brillaba. ¡De los días de tormenta, cuando todo se ponía patas arriba en el estómago y fuera de este, es mejor ni hablar!
El 17 de julio, el comandante Raúl Castro regresó a Cuba desde Moscú. Llevaba un ejemplar del Proyecto de Acuerdo entre los dos países, que no sería publicado hasta la visita de Jruschov a Cuba en noviembre. Durante su estancia moscovita, el comandante preguntó a Jruschov qué pasaría si la operación era descubierta mientras se desarrollaba. La respuesta fue que no había que preocuparse, pues si la operación era descubierta se enviaría a Cuba la Flota del Báltico.
Al parecer, Jruschov respondió lo primero que se le ocurrió, pues aquello era, al menos, poco serio. Si ocurría una crisis en Cuba, mientras esta flota se preparaba, zarpaba y llegaba al trópico, se corría el peligro de que ya la crisis fuera historia antigua y estuviera registrada en los libros de texto de los escolares del mundo entero, además de que los medios combativos de la Flota del Báltico seguramente serían muy inferiores a los de los norteamericanos en el Atlántico. Aquella respuesta no tenía pies ni cabeza y daba una preocupante sensación de improvisación.
Comienza la avalancha
El 26 de julio, arribó el María Ulianova, primer barco en llegar. Durante los cinco días siguientes lo hicieron otros nueve mercantes con las unidades del primer escalón. A inicios de agosto habían llegado cuatro regimientos (dos de ellos de cohetes antiaéreos, uno de cohetes alados FKR, uno de infantería motorizada) y parte del regimiento de cohetes de defensa costera.
A medida que arribaban, las unidades ocupaban los lugares previstos. Aunque la división de cohetes estratégicos no había llegado, se trabajaba en sus emplazamientos, seleccionados en las provincias de Pinar del Río y Las Villas.
El secreto y el engaño
Para mediados de agosto era cada vez más claro que constituía un error el traslado en secreto de las tropas soviéticas. Además, se estaba engañando abierta y reiteradamente al presidente Kennedy, asegurándole que no serían enviados cohetes tierra-tierra a la Isla, lo que representó otro error grave.
Entonces el comandante Ernesto Che Guevara fue enviado a Moscú con el Proyecto de Acuerdo corregido y la proposición de publicarlo. Al respecto el comandante Fidel Castro planteó: “[...] se le ha dejado la iniciativa a Estados Unidos para crear toda una atmósfera de algo que no es limpio, que no es correcto. Entonces propongo publicar el Acuerdo, porque si estábamos haciendo una cosa legal y justa, ¿por qué teníamos que ocultarlo? [...] Me preocupaba mucho que al hacer una cosa legal se hiciera de forma que pareciera ilegal o inmoral […] No obstante, la decisión final se dejaba a los soviéticos, por su mayor experiencia”.
El 27 de agosto el Che sostuvo en Moscú una reunión con Jruschov, quien consideró inoportuno dar a conocer el Acuerdo si los medios de la división coheteril estratégica aún no estaban en la Isla, y recomendó hacerlo cuando se hubieran emplazado los cohetes.
El 29 de agosto un vuelo realizado a gran altura por un avión U-2, detectó emplazamientos de cohetes antiaéreos en la región occidental de Cuba. El 4 de septiembre, el presidente Kennedy declaró que habían sido detectados cohetes antiaéreos y un aumento sustancial de armamento soviético en Cuba, mas no se tenían pruebas de la existencia de fuerzas de combate organizadas ni bases militares de Rusia, ni de la presencia de proyectiles tierra-tierra ni de otra capacidad ofensiva importante.
Llegaron los “cabezones”
El día 9, el barco Omsk arribó al puerto de Casilda con seis cohetes de combate R-12 para el regimiento de la región central. ¡Ya estaban llegando los “cabezones”!, forma en que eran llamados popularmente esos cohetes, por aquello de que tenían cabezas de combate nucleares. A la par, las cargas nucleares se mantenían y trasladaban por separado, por razones de seguridad y porque ellas requerían condiciones especiales de conservación.
El día 12, comenzó el traslado de los cohetes desde Casilda hacia la zona de Sitiecito-Calabazar de Sagua, provincia de Las Villas, a donde llegaron tres días después. Se trasladaban de noche, pero lo cierto era que jamás se hubieran podido ocultar por mucho tiempo. El terreno y el paisaje dificultaban su enmascaramiento, y los autotrenes con cohetes de más de 20 metros de largo eran demasiado grandes en nuestros caminos y carreteras; se podían cubrir con lonas, pero era imposible achicarlos. Cuando había que derribar o trasladar el bohío de un campesino o la casa de un poblado, era lógico que los vecinos lo comentaran y que eso llegara a oídos del enemigo. Fue un milagro que el secreto se mantuviera durante todo un mes después del arribo de los primeros cohetes.
Para transportar las cargas nucleares fue seleccionado el mercante Indiguirka. Se elaboró un plan para el hundimiento del barco en caso de peligro de captura, utilizando cargas explosivas que volarían el casco de la nave y provocarían su hundimiento rápido. La partida de aquella nave “premiada” se produjo en la tarde del día 16, desde la región de Murmansk, en el norte de la URSS. Ese mismo día llegó a Mariel la motonave Poltava con ocho cohetes R-12 (ya había 14 en Cuba) para el regimiento de San Cristóbal-Candelaria, en la provincia de Pinar del Río.
El 18 de septiembre despegó el primer avión MIG-21, del regimiento dislocado en la Base Aérea de Santa Clara, para el vuelo de prueba. Setenta y dos horas más tarde arribó a Casilda el barco Kimovsk, transportando seis R-12 para el regimiento de la región central, con lo que ya sumaban 20 de esos cohetes en el país. Por aquellos días, arribaron las últimas unidades de la defensa antiaérea. El mando soviético dio órdenes estrictas, desde Moscú, para que no se disparara contra los aviones de exploración del enemigo, con el objetivo de no empeorar una situación que ya era de por sí bastante tensa.
Los últimos elementos del regimiento de infantería motorizada de la región central llegaron el 29 de septiembre al puerto de Isabela de Sagua. Para esa fecha, el regimiento aéreo de caza tenía 40 MIG-21 listos para el combate. El 1º de octubre siguiente se completó el regimiento de infantería motorizada destinado a la región oriental, situado no lejos de Holguín. Un día después, en el barco Krasnograd llegaron otros cuatro R-12, para el regimiento de Candelaria-San Cristóbal.
¡Ahora sí había cohetes nucleares!
La motonave Indiguirka atracó en Mariel el 4 de octubre, con 36 cargas nucleares para los R-12, 40 para los misiles alados tácticos FKR, 12 para los cohetes tácticos Luna y seis bombas nucleares de aviación. La descarga de estos medios se realizó de noche, pero su traslado se hizo de día para disminuir la probabilidad de que ocurrieran accidentes. Hasta el simple traslado de aquellas municiones por carretera representaba un riesgo grande, pues si se dañaba la cubierta hermética de una, el material nuclear quedaría expuesto y provocaría una contaminación radiactiva del entorno que podría ser de grandes proporciones. ¡Ahora sí había cohetes nucleares en Cuba! Hasta ese momento eran unos tabacones metálicos grandes que no servían ni para tirárselos por la cabeza a nadie.
Además, en esta fecha estuvo lista la primera rampa de lanzamiento en el regimiento coheteril estratégico ubicado en la región central de la Isla. Cuando el 7 de octubre llegaron a Mariel en un mercante seis R-12 para el regimiento de San Cristóbal-Santa Cruz de los Pinos, ya había 30 R-12 en Cuba. Al día siguiente, estaba lista para el combate la segunda rampa de lanzamiento del regimiento ubicado en la región central de la Isla.
Una sospecha torturante
De acuerdo con un análisis presentado en Washington a principios de octubre, había unidades de cohetes antiaéreos en las provincias de Oriente, Las Villas, La Habana y Pinar del Río. En las tres primeras existían bases aéreas, grandes unidades de fuerzas cubanas y otros objetivos militares y civiles; en Pinar del Río no había nada importante conocido, pero allí estaban varios de los emplazamientos antiaéreos detectados. ¿Qué hacían en aquel lugar?
Según informes recibidos, en la parte central de Pinar del Río había un área grande restringida, de la que habían sido trasladados los habitantes. Era significativo que, si con centro en esa área se trazaba un círculo de dos mil km, alcance considerado de los cohetes SS-4, el territorio abarcado incluía todo el sudeste de los Estados Unidos.
Kennedy aprobó el vuelo de un avión U-2 sobre Cuba (9 de octubre), a 20 km de altura, para fotografiar la mencionada área restringida. Ese vuelo fue aplazado durante varios días por las malas condiciones del tiempo. El 12 de octubre, otras dos rampas de lanzamiento del regimiento emplazado en la región central de la Isla, quedaron listas para el combate. ¡La mesa estaba servida para el inicio de la crisis!