Hechos del Moncada: tres voces reveladoras
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El primer detenido el 26 de Julio de 1953, ingresado en el cuartel Moncada, fue José Villa Romero, Toitico para el pueblo santiaguero, exjefe de la Policía de Santiago de Cuba durante el gobierno constitucional del doctor Carlos Prío Socarrás, hasta el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952.
A Villa Romero le habían puesto el sobrenombre porque cada vez que había algún incidente que involucraba a personas vinculadas a actos delincuenciales, daba la orden: "toiticos van presos".
Luego del triunfo de la Revolución entrevisté a Toitico, a quien había visto en el juicio entre los políticos de la oposición involucrados en el proceso del Moncada (Causa 37) aunque nada tuvieron que ver con los hechos revolucionarios del 26 de julio en Santiago y Bayamo.
Aproximadamente a las siete de la mañana de aquel día, Villa Romero fue conducido preso al Moncada, por un teniente del ejército que lo detuvo en la puerta de su casa, cerca del Cuartel, la misma que habitaba cuando era Jefe de la Policía. El régimen de Batista lo consideró "lugarteniente" de Prío y hasta "autor-jefe" del asalto al cuartel. Obviamente en el registro que hicieron en su residencia a la hora de la detención, encontraron uniformes de oficial de la policía e incluso su arma de reglamento.
Lo introdujeron de inmediato en uno de los calabozos de la fortaleza.
Los hechos según sus palabras:
—El teniente Piña, El carnicero, como lo llamaban porque había dos hermanos Piña en el ejército, traía a otros detenidos al calabozo. En el primer grupo de presos que él trajo venían Juan Manuel Ameijeiras, Boris Luis Santa Coloma y como cinco más (debo decir que conocí sus nombres mucho después) y entre los primeros traen a Abel con las manos así, detrás del cuello. Piña, al verme, cuando entró con Abel, me dijo una insolencia y montó el rifle para matarme dentro del calabozo.
Villa Romero, emocionado, sigue narrando:
—Esa es una de las cosas por las que yo digo que considero a Abel Santamaría como uno de los hombres más humanos que he conocido, porque ese hombre, Abel, se paró delante de mí, en la puerta del calabozo y dijo: "¿Cómo ustedes van a asesinar a un hombre así? ¡Este hombre no viene con nosotros!".
—En ese momento Abel se confiesa culpable del ataque por tal de que no me fusilaran a mí. "¿Entonces tú sí viniste, eh? (¼ ) con palabrotas, dijo Piña. "Sí, yo vine pero ese hombre no, ¿cómo va asesinar a un hombre por gusto?", le contestó enérgico Abel. Ese hecho le da tiempo a Cándido Wilson (otro militar) para decirle a Piña que a mí me habían detenido en mi casa y que mi nombre ya estaba asentado en el libro de registro del Cuerpo de Guardia en el Cuartel. Por primera vez yo veía a ese muchacho y eso me quedó grabado para siempre (¼ ). Yo le debo la vida a Abel Santamaría. Desde que encontré un retrato de Abel lo conservo en mi casa.
—Un soldado de apellido Batista y el sargento González, apodado El tigre le echaron una llave a Abel en el cuello; después el soldado le pinchó un ojo con la bayoneta. Fue una cosa tremenda, aquello que yo vi, y Abel no dijo nada ¡ni así! (¼ ) eso fue a la salida del calabozo. Ahí fue donde le metieron el primer bayonetazo por el ojo (¼ ) supe que el crimen se consumó en la caballeriza. Allí en la caballeriza había una pared grande que fue donde los mataron.
Otras horribles "hazañas" del sargento Eulalio González, El Tigre, fueron descritas por Fidel durante su alegato en la salita de las enfermeras del Hospital Civil, el 16 de octubre de 1953.
El rumor que corría en cuanto a que el viejo gallego Ángel Núñez había sido la primera persona, ajena a los hechos del Moncada, que había visto a Fidel Castro emprender el camino hacia las montañas, era cierto. El gallego Núñez, alterando su costumbre, no se había acostado temprano el 25 de julio porque aquella tarde anduvieron él y su esposa paseando en máquina por Santiago, invitados por Abel Santamaría, su vecino de enfrente. Cuando regresaron de las fiestas todo estaba aparentemente tranquilo en La Granjita de Ernesto Tizol y Abel Santamaría. Su compañera y él estuvieron comentando en la intimidad del aposento aquel acontecimiento en sus vidas: haber ido en máquina a Santiago para ver los mamarrachos (carnavales), invitados por Abel.
Por la mañana —26 de julio— oyeron la radio; había como una revolución en el Moncada y Núñez salió a la portería para llamar a su vecino Abel en los momentos en que varios asaltantes revolucionarios que regresaron al campamento, instalado en la Granjita, salían hacia la Sierra. La víspera Abel le había dicho a Núñez que esperaba a unos amigos que venían de La Habana a disfrutar de los carnavales, pero nada más.
Dijo el gallego Ángel Núñez cuando lo visitamos, que Fidel (supo después que el que venía delante era Fidel), con su grupo cruzó la carretera, andaban armados. Mientras Núñez vivió relataba siempre con orgullo: "fue por aquí por mi casa por donde pasaron ellos para subir a las lomas. Fidel iba adelante".
No andarían muy lejos cuando llegó a la casa de Núñez el comandante Andrés Pérez Chaumont —el favorito de Alberto del Río Chaviano— integrante de una elite del ejército que alternaba solo con la oficialidad yanqui en la Base Naval de Guantánamo y en los clubes más exclusivos de la ciudad.
Pérez Chaumont ordenó:
—Tráiganme al gallego ese— Núñez lo escuchó.
Lo metió en un cuarto de su propia casa, cerró la puerta y sacó la pistola que portaba, la puso sobre una mesa, dejó a Núñez de pie y se sentó a horcajadas en una silla para interrogarlo. (Así lo recordaba Núñez).
—La gente que entró por aquí, ¿por dónde salió? ¿Hacia dónde fueron? —dime gallego.
El viejo le respondió muy sereno, con su habitual tono de voz bajo y su recalcitrante acento gallego:
—Oiga, capitán, lo primero es que para in-terrogarme a mí, no tiene usted que sacar la pistola esa porque usted no me va a matar a mí, porque no tiene razón para eso y tenga la absoluta seguridad que la gente que se metieron fue para allá, vea usted (le señaló un rumbo distinto) pero por aquí no pasó nadie, se lo aseguro, y por eso es que el que no la debe, no la teme, capitán.
Contando lo sucedido Núñez se sonreía. Sabía que Chaumont era comandante pero lo llamaba capitán. Pérez Chaumont prosiguió:
—Óyeme, viejo, que yo no me entere que pasaron por aquí y hablaron contigo porque corren peligro todos en esta casa hasta la vieja —ya incorporado; para marcharse lo amenazó pasándole por el cuello el cañón de la pistola.
—Únicamente que le quieran formar a usted un cuento, porque de estar yo, yo estaba aquí y por aquí, a mi vista, no pasó nadie, capitán —replicó Núñez.
—Capitán no, comandante— le rectificó Pérez Chaumont.
—Pues ya sabe comandante que le han dicho lo que no es; se habrán ido por allá, por otro lado ¿quién sabe? —reiteró Núñez.
Fue conducido al Moncada donde lo interrogaron más de una vez y profirieron amenazas, pero Ángel Núñez, impertérrito, declaró lo mismo.
Cuando la voz acusadora del joven abogado Fidel Castro, fue considerada un peligro irreversible en las vistas del juicio en la Sala del Pleno del Palacio de Justicia, el régimen ordenó separarlo del proceso. Para cumplimentar el mandato los médicos de la prisión preventiva en la cárcel de Boniato debían firmar un certificado que consignara la imposibilidad de trasladar al detenido a la sala de justicia "por razones de salud". En principio los médicos de la cárcel, doctores Juan Martorell García y Aurelio Portuondo se habían negado a certificar una enfermedad inexistente, pero antes de tomar una decisión definitiva al respecto optaron por informarlo a algunos de los compañeros de Fidel. El informe de los médicos llegó al grupo por conducto de Haydée Santamaría a quien examinaban clínicamente con cierta regularidad. Los compañeros estimaban que si los médicos civiles no hacían el certificado podían darle la misión a un médico militar y podría ser peor. Estaba en riesgo la vida de Fidel, pues se sabía que el ejército podía aplicarle la "Ley de Fuga" y asesinarlo en el trayecto de la cárcel al Tribunal.
Relató el doctor Juan Martorell que se propuso examinar al acusado doctor Fidel Castro. Entró a la celda y le explicó brevemente las circunstancias y sus posibles consecuencias, si no se certificaba una supuesta enfermedad, pues ciertamente existía la amenaza de aplicarle la "Ley de Fuga" cuando fuera trasladado al Tribunal.
Le preguntó al doctor Fidel Castro qué hacía. Si firmaba el certificado médico para evitar lo peor.
La respuesta de Fidel sorprendió al galeno:
—Doctor, actúe según su conciencia.
—Fue expedido el certificado médico, a tenor del cual el acusado no estaba en condiciones de salud para asistir al juicio.
Por su parte Fidel escribió una carta al Tribunal, de la cual fue portadora la doctora Melba Hernández, también abogada; en la misiva negaba que estuviera enfermo. Pero el Tribunal no le dio curso a su reclamación y procedió de acuerdo con el certificado expedido por el médico de la prisión de manera que el acusado sería juzgado de nuevo el 16 de octubre, pero en la pequeña sala de las enfermeras del Hospital Civil Saturnino Lora.
El doctor Juan Martorell mantuvo después una franca comunicación con los revolucionarios y asumió un compromiso político. Admitía que nunca se arrepentiría de la decisión que tomó.