El tramo más impresionante de mi vida como chofer
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Juventud Rebelde
«¡Nunca vi a tanta gente junta! La muchedumbre daba vivas a Fidel, a la Revolución, al 26 de Julio, a los barbudos. Y algunos nos pedían ¡una balita de recuerdo!
A 53 años de entrar a La Habana en la Caravana de la Libertad junto a Fidel, el 8 de enero de 1959, el gallego Manuel Díaz González —hoy de 78 años— nos cuenta en su vivienda del municipio habanero de Plaza, que era uno de los barbudos y peludos, aunque ahora está «pelado y afeitado».
«El tramo más impresionante de mi vida como chofer fue ese recorrido por toda Cuba con Fidel, y en especial la entrada a La Habana».
Al llegar a la capital como rebelde se sentía uno de los hombres más felices del mundo. «Pienso en mi patria, España, pero me siento más cubano que gallego legítimo de Galicia», revela mientras continúa el relato de aquel trayecto estremecedor.
«El pueblo nos aplaudía con alegría, cariño, agradecimiento, curiosidad y admiración, por haber derrotado a tiros a una feroz tiranía, sostenida por un ejército profesional armado hasta los dientes por Estados Unidos; también por nuestra sencilla indumentaria, nuestras armas, las barbas, el pelo largo y ser jóvenes firmes.
«Venía en un yipi con el comandante Guillermo García Frías —hoy Comandante de la Revolución—, mi jefe directo. Además, con Mario Oliva —quien vive aún—, y un negrito muy valiente que era taxista en Contramaestre, Oriente, cuyo nombre no recuerdo ahora, ya fallecido. Estos dos últimos y yo éramos choferes profesionales, y nos turnábamos al timón por el camino.
«Pertenecíamos a la tropa del Comandante Juan Almeida, jefe del III Frente Mario Muñoz Monroy. Guillermo García fue ascendido a comandante luego de la batalla del Jigüe, y le dieron el mando de una columna. El capitán Vitalio (Vilo) Acuña era el nuevo jefe de nuestro pelotón.
«Tras mil kilómetros de júbilo, llegamos a la fortaleza militar de Columbia, en Marianao. Después del discurso de Fidel, fuimos hacia el campamento también habanero de Managua. Los primeros rebeldes que entramos en él fuimos el Comandante Guillermo y nosotros tres, que a la vez le servimos como escoltas».
Por su conducta en la guerra el comandante Almeida lo ascendió a teniente. Y por el cumplimiento efectivo del cargo que le asignó, varios meses después lo nombró capitán.
«En la Caravana nos sentíamos alegres, pero alertas ante algún intento de atentado de los militares fugitivos, porque sabíamos que algunos eran criminales y torturadores. Sentía que del timón del yipi y de nuestra vigilancia dependía mucho que todo saliera bien, que no hubiera accidentes pues, aunque íbamos despacio, por momentos niños, mujeres, jóvenes y ancianos se acercaban demasiado a nuestros carros para darnos la mano, un abrazo, un beso, entregarnos una flor, o tirarnos una foto.
«Manejaba con mi fusil M-1 al hombro y en mi cartuchera, a la cintura, una pistola Colt-45. Cuando me alcé al principio de 1958 en La Anita, en el campamento de Enrique López, lo que me dieron fue un fusil Sprinfield. Más tarde un Garand, y al final el M-1».
El gallego comandante
Manuel es quizá el único español del Ejército Rebelde que fue ascendido a Comandante por Fidel luego del triunfo de la Revolución. Evoca que él y otro grupo de capitanes rebeldes fueron citados para La Cabaña y allí recibieron la estrella del más alto grado militar de esa fuerza revolucionaria.
Luego de estudiar un año artillería en Checoslovaquia, pasó, como capitán, a ser el jefe de la Primera Brigada de Artillería de la Unidad Militar 2100. En 1966 asumió como jefe del Estado Mayor del Cuerpo de Ejército Independiente de Matanzas.
También sus hermanos Francisco (Paco) y José (Pinín) se alzaron en la Sierra Maestra. El primero llegó a jefe de transporte del III Frente, y José —el menor— cayó en el combate de Cerro Pelado (entre el central Estrada Palma y Las Mercedes), el 5 de agosto de 1958.
«Entonces yo combatía en el cerco de Las Mercedes. José era también de la columna de Almeida, del III Frente, del pelotón de Calixto García. Como no querían a dos hermanos en un mismo pelotón, él iba en la vanguardia, con Calixto, y yo en la retaguardia, con Guillermo».
Manuel Díaz nació el 29 de agosto de 1933 y vino a Cuba con 17 años, en 1951, en el barco Monte Albertia, con sus padres y sus dos hermanos.
El gallego Manolo fue uno de los fundadores del Partido Comunista de Cuba. Un día citaron a varios comandantes para el Palacio Presidencial. Estaba en Matanzas, pero llegó a tiempo. También Pinares, «Vilo» Acuña y otros más. Los habían propuesto para el primer Comité Central del Partido, el que integró durante unos 20 años.
Manuel nació en la aldea Cereixa, municipio de Puebla de Brollón, partido judicial de Monforte de Lemus, en la provincia de Lugo, Galicia.
«En Cuba a todo español se le llama “gallego”, pero en verdad lo es el nacido en Galicia. En España hay unas 50 provincias; Galicia tiene solo cuatro».
Sus padres fueron José Díaz Rodríguez y María Flor Marina González Carpio. Residían en Santiago de Cuba. El padre trabajó en el campo, en la construcción y después en otros quehaceres; fue portero del Colegio Dolores y falleció el 9 de febrero de 1984, cuando Manuel cumplía misión internacionalista en Angola como asesor de la cuarta región militar.
Su madre fue un tiempo ama de casa y luego hizo otros trabajos. Nació en Palmas de El Cobre, Oriente, aunque era hija de una cubana proveniente de valencianos. Murió el 4 de febrero de 2005.
«Me retiré con el grado de coronel, en 1990, pero el 8 de enero de 1959 lo llevo incrustado en el corazón».
A 53 años de entrar a La Habana en la Caravana de la Libertad junto a Fidel, el 8 de enero de 1959, el gallego Manuel Díaz González —hoy de 78 años— nos cuenta en su vivienda del municipio habanero de Plaza, que era uno de los barbudos y peludos, aunque ahora está «pelado y afeitado».
«El tramo más impresionante de mi vida como chofer fue ese recorrido por toda Cuba con Fidel, y en especial la entrada a La Habana».
Al llegar a la capital como rebelde se sentía uno de los hombres más felices del mundo. «Pienso en mi patria, España, pero me siento más cubano que gallego legítimo de Galicia», revela mientras continúa el relato de aquel trayecto estremecedor.
«El pueblo nos aplaudía con alegría, cariño, agradecimiento, curiosidad y admiración, por haber derrotado a tiros a una feroz tiranía, sostenida por un ejército profesional armado hasta los dientes por Estados Unidos; también por nuestra sencilla indumentaria, nuestras armas, las barbas, el pelo largo y ser jóvenes firmes.
«Venía en un yipi con el comandante Guillermo García Frías —hoy Comandante de la Revolución—, mi jefe directo. Además, con Mario Oliva —quien vive aún—, y un negrito muy valiente que era taxista en Contramaestre, Oriente, cuyo nombre no recuerdo ahora, ya fallecido. Estos dos últimos y yo éramos choferes profesionales, y nos turnábamos al timón por el camino.
«Pertenecíamos a la tropa del Comandante Juan Almeida, jefe del III Frente Mario Muñoz Monroy. Guillermo García fue ascendido a comandante luego de la batalla del Jigüe, y le dieron el mando de una columna. El capitán Vitalio (Vilo) Acuña era el nuevo jefe de nuestro pelotón.
«Tras mil kilómetros de júbilo, llegamos a la fortaleza militar de Columbia, en Marianao. Después del discurso de Fidel, fuimos hacia el campamento también habanero de Managua. Los primeros rebeldes que entramos en él fuimos el Comandante Guillermo y nosotros tres, que a la vez le servimos como escoltas».
Por su conducta en la guerra el comandante Almeida lo ascendió a teniente. Y por el cumplimiento efectivo del cargo que le asignó, varios meses después lo nombró capitán.
«En la Caravana nos sentíamos alegres, pero alertas ante algún intento de atentado de los militares fugitivos, porque sabíamos que algunos eran criminales y torturadores. Sentía que del timón del yipi y de nuestra vigilancia dependía mucho que todo saliera bien, que no hubiera accidentes pues, aunque íbamos despacio, por momentos niños, mujeres, jóvenes y ancianos se acercaban demasiado a nuestros carros para darnos la mano, un abrazo, un beso, entregarnos una flor, o tirarnos una foto.
«Manejaba con mi fusil M-1 al hombro y en mi cartuchera, a la cintura, una pistola Colt-45. Cuando me alcé al principio de 1958 en La Anita, en el campamento de Enrique López, lo que me dieron fue un fusil Sprinfield. Más tarde un Garand, y al final el M-1».
El gallego comandante
Manuel es quizá el único español del Ejército Rebelde que fue ascendido a Comandante por Fidel luego del triunfo de la Revolución. Evoca que él y otro grupo de capitanes rebeldes fueron citados para La Cabaña y allí recibieron la estrella del más alto grado militar de esa fuerza revolucionaria.
Luego de estudiar un año artillería en Checoslovaquia, pasó, como capitán, a ser el jefe de la Primera Brigada de Artillería de la Unidad Militar 2100. En 1966 asumió como jefe del Estado Mayor del Cuerpo de Ejército Independiente de Matanzas.
También sus hermanos Francisco (Paco) y José (Pinín) se alzaron en la Sierra Maestra. El primero llegó a jefe de transporte del III Frente, y José —el menor— cayó en el combate de Cerro Pelado (entre el central Estrada Palma y Las Mercedes), el 5 de agosto de 1958.
«Entonces yo combatía en el cerco de Las Mercedes. José era también de la columna de Almeida, del III Frente, del pelotón de Calixto García. Como no querían a dos hermanos en un mismo pelotón, él iba en la vanguardia, con Calixto, y yo en la retaguardia, con Guillermo».
Manuel Díaz nació el 29 de agosto de 1933 y vino a Cuba con 17 años, en 1951, en el barco Monte Albertia, con sus padres y sus dos hermanos.
El gallego Manolo fue uno de los fundadores del Partido Comunista de Cuba. Un día citaron a varios comandantes para el Palacio Presidencial. Estaba en Matanzas, pero llegó a tiempo. También Pinares, «Vilo» Acuña y otros más. Los habían propuesto para el primer Comité Central del Partido, el que integró durante unos 20 años.
Manuel nació en la aldea Cereixa, municipio de Puebla de Brollón, partido judicial de Monforte de Lemus, en la provincia de Lugo, Galicia.
«En Cuba a todo español se le llama “gallego”, pero en verdad lo es el nacido en Galicia. En España hay unas 50 provincias; Galicia tiene solo cuatro».
Sus padres fueron José Díaz Rodríguez y María Flor Marina González Carpio. Residían en Santiago de Cuba. El padre trabajó en el campo, en la construcción y después en otros quehaceres; fue portero del Colegio Dolores y falleció el 9 de febrero de 1984, cuando Manuel cumplía misión internacionalista en Angola como asesor de la cuarta región militar.
Su madre fue un tiempo ama de casa y luego hizo otros trabajos. Nació en Palmas de El Cobre, Oriente, aunque era hija de una cubana proveniente de valencianos. Murió el 4 de febrero de 2005.
«Me retiré con el grado de coronel, en 1990, pero el 8 de enero de 1959 lo llevo incrustado en el corazón».