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El imperio temía un segundo fracaso

Date: 

21/05/2011

Source: 

periódico Granma

Por primera vez en América, un coro de más de un millón de personas cantó La Internacional, en la Plaza de la Revolución, el 1 de mayo de 1961, como para que al mundo no le cupiera dudas: Ya Cuba era socialista, porque los milicianos y soldados que cayeron en Playa Girón, los que participaron en aquellos combates, los que estuvieron atrincherados en todo el país para dar respuesta a la invasión, los que se acuartelaron en sus centros de trabajo y todos los hombres y mujeres del pueblo en los Comités de Defensa, defendieron la Revolución Socialista frente al imperio, y la hicieron victoriosa.

Tras la epopeya de la mayor isla del Caribe, en el exterior, los amigos de Cuba siguieron movilizándose y haciendo declaraciones, advirtiendo contra una intervención directa en la patria de Martí, ya que, por ejemplo, en Chile se filtraba que Estados Unidos conminaba a las cancillerías del continente a apoyar una nueva agresión o a permitir que se realizase.

Contra ella se levantaba la consigna que recorría el mundo: ¡Cuba sí, yankis no! Así ocurrió en París, bajo una incesante lluvia, cuando millares de trabajadores contestaban el saludo de Benoit Franchón, secretario general de la poderosa central sindical francesa, al nacimiento del socialismo en Cuba.

En cambio, en el continente americano ocurrían hechos bien distintos; por ejemplo, en Costa Rica y Venezuela. En Caracas, ese apoyo provocaba la agresión de la policía con armas de fuego y dejaba un saldo de 16 heridos. En San José, bandas fascistas atacaban a manifestantes que respaldaban la hazaña cubana.

Ese fue el momento escogido por los entonces gobernantes de Costa Rica para amenazar con el rompimiento de relaciones, si Cuba fusilaba a uno solo de los mercenarios. La respuesta de Cuba fue que la nación ponía su mejor empeño en mantener normales relaciones diplomáticas con ese Gobierno, pero no podía condicionarlas a decisiones que incumbían por entero a los órganos competentes y a la soberanía del país.

El Gobierno Revolucionario no disimulaba su indignación al rechazar la nota oficial. Respondió que causaba asombro cómo ese interés por el respeto a la vida humana no se manifestó ante las víctimas inocentes causadas por los bombardeos y la invasión, cuando ni siquiera formularon una declaración de condena a la agresión.

Fidel, días después, denunció la campaña de Washington para obligar a los gobiernos de América Latina a romper relaciones con Cuba. Y señalaba específicamente al de Costa Rica. El gobierno del presidente Echandi, sin tener en cuenta la generosidad con que estaba siendo tratado el gran número de prisioneros tomados, había amenazado en nota diplomática con romper si se fusilaba a alguno.

El líder cubano señalaba el increíble hecho de que el Gobierno de Costa Rica no rompiese relaciones con el agresor: Estados Unidos, ni con sus cómplices, los gobiernos de Somoza e Ydígoras, sino que profiriera amenazas contra el agredido.

Desde Moscú, un editorial del periódico Pravda analizaba el día 2 de mayo de 1961 las informaciones de fuentes norteamericanas sobre las discusiones en Washington para una intervención directa contra Cuba. Y en una frase encerraba la seria advertencia del país de los soviets contra esas aventuras belicistas: "El que prenda la llama y avive el fuego puede abrasarse las manos y arder con él".

La denuncia entregada por el Gobierno Revolucionario a los embajadores acreditados en Cuba sobre la continuación de esos planes, provocó una advertencia de la Unión Soviética sobre "las serias consecuencias para los mismos Estados Unidos de América" que traería un ataque directo armado a Cuba.

El senador Wayne Morse, presidente de una subcomisión de asuntos internacionales del Senado de Estados Unidos, sacó a la luz pública el intenso debate que se estaba produciendo en los primeros días de mayo de 1961 entre la elite del poder.

El legislador demócrata por el estado de Oregón, agitando su blanca cabellera, señaló que no se debía dejar a los grupos que favorecen una guerra preventiva determinar la política.

Agregó que vastos sectores de los Estados Unidos no apoyan la intervención y consideraba un error mayor invadir a Cuba. Los gobiernos de México, Ecuador y Brasil manifestaron prontamente su inalterable apoyo al principio de no intervención. En Washington, el secretario de Estado, Dean Rusk, declaraba que estaba realizando urgentes consultas con los gobiernos latinoamericanos sobre la actitud a seguir con Cuba.

El presidente Kennedy fue interrogado por un corresponsal sobre la proclamación de la Revolución socialista en Cuba. En una evasiva respuesta, manifestó que su gobierno

no tenía el propósito "en estos momentos" de adiestrar otra fuerza de contrarrevolucionarios cubanos en Norteamérica o en otro país. Añadió que la política exterior de Estados Unidos se guía por la Doctrina Monroe y que la proclamación hecha por Fidel Castro preocupaba a Estados Unidos y al hemisferio occidental.

Las palabras del presidente estadounidense no descartaban una intervención directa e invocaban la doctrina Monroe, de América para los americanos, que había servido siempre como base teórica para las agresiones de Estados Unidos en el continente. Cuando Kennedy recibió a José Miró Cardona, presidente del llamado Consejo formado por la CIA como pantalla de la invasión, hacía crecer más la desconfianza sobre las intenciones de la administración norteamericana. Robert McNamara, entonces secretario de Defensa del gobierno de Estados Unidos, dijo, posteriormente, que ellos estaban en ese momento histéricos con respecto a Cuba.

En la obra Robert Kennedy y su tiempo, editada en EE.UU. en 1978, se admite que en esos días de mayo de 1961 la Fuerza Aérea de Estados Unidos presentó un plan para un asalto contra el "régimen de Castro". Otro plan, auspiciado por la CIA y el Pentágono, pretendía crear una brigada de contrarrevolucionarios cubanos en el ejército de Estados Unidos, que después se materializó con el grupo y la Operación 40. Ya se había formado un equipo de trabajo sobre Cuba, desde abril, en que estaban representados, a los más altos niveles, la CIA, el Pentágono, el Departamento de Estado, el Consejo de Seguridad Nacional y otros. Pero no se ponían de acuerdo sobre cómo proceder. Temían a un segundo fracaso y a la opinión internacional. Estaban ante un dilema.