Fidel y El Príncipe
Date:
08/09/2003
Source:
Cubadebate
El 25 de agosto El Nuevo Herald publicó una noticia incoherente y sin pruebas de que Cuba estaba vendiendo niñas menores de edad en América Latina para la prostitución. Antes, en el propio mes de agosto, The Herald también había anunciado a bombo y platillo que 3 gimnastas cubanos habían desertado durante los Juegos Panamericanos en Santo Domingo. Apenas mencionaron las 72 medallas de oro ganadas por los atletas cubanos. Otras noticias recientes del Herald aseguraban que Castro había perdido la cabeza porque pareció confundido durante un discurso, que Grecia había negado a Castro una visa para los Juegos Olímpicos de Atenas en 2004 y que Elián González, el niño rescatado en las costas de la Florida y que fue devuelto a su padre por el gobierno de Clinton hace dos años ante el horror de los cubanos que odian a Castro en la Florida, se había convertido en el “pequeño títere” de Castro.
Aparte de la falta de pertinencia de estas noticias con los temas del mundo y de la nación, ellas sí demuestran la capacidad de Fidel Castro para retorcer el cerebro de sus oponentes - tan bien representados por el Herald -, para reducirlos al estado de una cacareante pandilla de arpías obsesivas.
Castro ha infestado a sus enemigos con una obsesión, un estado mental que oscurece el entendimiento. La astucia política del líder cubano ha hecho que algunos lo califiquen de maquiavélico. Los políticos y estudiosos aún citan con reverencia a El príncipe de Nicolás Maquiavelo, un tratado de inicios del siglo 16 acerca del realismo político - lecciones y reglas para mantener el status quo. Maquiavelo trató de asesorar a sus líderes políticos acerca de los mejores métodos de tratar los conflictos sin perder la popularidad.
Recomiendo que alguien reedite El príncipe y le pida a Fidel Castro que escriba nuevos capítulos y un prefacio. Un capítulo pudiera ser: “Cómo Exportar a Enemigos Internos Tontos y Confundir a los Enemigos Externos Tontos”; otro: “Cómo Convencer a los Enemigos de Situar su Dinero en Nuestra Tesorería”, y “La Obsesión Provoca el Comportamiento Tonto”.
El prefacio explicaría cómo Castro, ahora en su año 45 como jefe de un gobierno revolucionario, ha ido más allá que Maquiavelo. Él ha desafiado a Washington y sobrevivido por un período más que natural practicando con sus enemigos el equivalente del judo político.
La nación más poderosa de la tierra, decidida a destruirlo a él y a la revolución que él ha dirigido, importó la oposición de Castro. En 1959 funcionarios de EE.UU. decidieron permitir la entrada de altos funcionarios y seguidores del fugitivo dictador cubano Fulgencio Batista. Algunos de estos hombres habían cometido asesinatos, otros habían torturado, robado, se dedicaron al fraude político y se confabularon con la Mafia. Después del éxodo inicial, la aristocracia económica y profesional de Cuba marchó a la Florida, seguida de gran parte de la clase media alta y clase media.
Por esa época, pocos estrategas y sabios comprendieron que estas maniobras de Washington (permitir que tantos cubanos inmigraran) eran políticamente tontas. Todos los expertos estaban de acuerdo: el gobierno de EE.UU. no permitiría la desobediencia a 90 millas de sus fronteras. Como Washington pronto enviaría a los hombres más jóvenes de regreso a reconquistar la isla, los días de Castro estaban contados. Pero poco familiarizados con Maquiavelo, los estrategas de Washington subestimaron al advenedizo que había tomado el poder en la isla que había sido una colonia informal de Estados Unidos excepto un pequeño sector (juego, drogas y prostitución) controlado por la Mafia.
Como si Dios nos estuviera dando una lección, muchos de nosotros presenciamos con horror cómo ellos ayudaron a corromper el sistema electoral de EE.UU. en la Florida en el 2000, cuando intimidaron a los contadores de votos. Además, han contribuido al clima nacional con incontables actos de terrorismo y han causado problemas políticos a varias administraciones.
Los cubanos presionaron a sucesivos presidentes hasta que en 1981 la Fundación Nacional Cubano Americana capturó la política EE.UU.-Cuba. Al Presidente Reagan le gustó la idea de privatizarlo todo, hasta la política hacia Cuba. El jefe del Buró de Cuba del Departamento de Estado despachaba regularmente con el presidente de la Fundación, Jorge Mas Canosa, antes de realizar sus acciones acostumbradas. Además de apoyar un embargo y prohibición de viajar irracionales que han ayudado a Castro a mantener su legitimidad, la Fundación ha insertado el odio a Castro en la política interna, haciendo del caso de Cuba un tema más allá de su importancia estratégica. Han fracasado en su intento de cambiar a Cuba, pero han influido en la política de EE.UU.
Investigadores del asesinato de Kennedy como Gaeton Fonzi y Anthony Summers han ofrecido evidencia de que algunos cubanos entrenados por la CIA para matar a Castro desempeñaron un papel en el asesinato de Kennedy. Tres de los seis “plomeros” de Nixon que entraron en el edificio Watergate en 1972 eran cubanos anticastristas.
Cuando el Presidente Carter retó a Castro en 1980 en materia de política migratoria, Fidel abrió las puertas de la emigración a 120 000 cubanos por el puerto de Mariel. Mauricio Ferré, por entonces alcalde de Miami, dijo a un reportero de TV mientras observaba a los cubanos que llegaban: “Fidel ha descargado su inodoro sobre nosotros”. Se refería a hombres con corte de pelo de prisión y a otros con “mirada de locos” en sus rostros. Ciertamente Castro había vaciado sus prisiones y asilos poco antes del éxodo.
En los años 80, cuando se reveló el escándalo Irán-Contras, el público supo que algunos de los más altos funcionarios del Presidente Reagan se habían ido a la cama conspirativa con terroristas cubanos anticastristas como Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, quienes habían saboteado un avión comercial cubano sobre Barbados en 1976.
Estados Unidos, el más fuerte imperio de la historia, había seguido una sencilla estrategia con Cuba y otros gobiernos desobedientes. Como dijo un antiguo funcionario de seguridad nacional, “Obedezcan o les pateamos el trasero”.
Esto había funcionado con aquellas naciones que no tenían líderes políticos con instintos maquiavélicos. Sin embargo, en Corea y Viet Nam la política norteamericana resultó costosa y Estados Unidos se retiró, aunque no perdonó fácilmente. La Guerra de Viet Nam enseñó a los tipos de Washington a no luchar con alguien que pudiera defenderse. Este Síndrome de Viet Nam sobrevive, en especial cuando la Casa Blanca escucha las escandalosas exigencias de sus amigos anticastristas de atacar a Cuba mientras las fuerzas de EE.UU. aún se encuentran empantanadas en Irak. ¿Pero utilizó Castro tácticas maquiavélicas para confundir al Presidente Kennedy en Bahía de Cochinos en 1961? ¿Hizo él algo para que Kennedy no utilizara el poder aéreo de EE.UU. para apoyar a los invasores cubanos entrenados por la CIA? ¿O fue el realismo político el que informó a Castro que Kennedy, un inteligente presidente joven, no se haría despreciar por gran parte del mundo al actuar como un abusador?
Según Robert Dallek, biógrafo de Kennedy, al escribir en el Times de Londres del 23 de agosto de 2003 acerca de “Bahía de Cochinos: El Fracaso Perfecto de JFK”, el Secretario de Estado Rusk había advertido al presidente que “Podemos vernos enfrentados a levantamientos serios en toda América Latina si las fuerzas de EE.UU. entraban en acción”. A Rusk le preocupaba que una acción contra Cuba podía desencadenar “acciones soviéticas y chinas en otra parte del mundo”.
Alternativamente, si Kennedy decidía suspender la invasión preparada por la CIA, recibiría la etiqueta de “débil” de parte de los republicanos. Seguir con el plan significaría que el joven presidente se enfrentaría a la condena de gran parte del mundo, justamente cuando estaba tratando de construirse una sólida imagen.
Pasemos a 1990, cuando el papi financiero soviético de Castro implotó y dejó a la economía cubana en una seria situación. Nuevamente el instinto maquiavélico funcionó. ¿Cómo sacarle al enemigo las divisas necesarias que mantener la economía? Castro dio la impresión de que se oponía a la dolarización de la economía en 1991 mientras permitía que existiera el dólar como moneda paralela.
Desde el Sur de la Florida, donde reside la mayoría de sus enemigos internos exportados, llegó la respuesta esperada. The Miami Herald y su descendiente en español divulgaron los rumores del inminente descalabro de Castro. Andrés Oppenheimer, el dogmático columnista, tituló su libro de 1992 La hora final de Castro. Mientras esperaban que colapsara el régimen, los cubanos enviaban efectivo (remesas) a sus “hambrientos” familiares, un término empleado por Armando Pérez Roura, un conocido gritón radial de Miami, al referirse a su hermano. Más de mil millones de dólares volaron a Cuba y finalmente llegaron al Banco Central, donde Castro pudo utilizarlos para las necesidades económicas de la isla.
Castro se enfrentó al intento norteamericano de apoyar a los disidentes poniendo al descubierto sus vínculos financieros con Washington y luego condenándolos a largas penas de prisión. Respondió a la indulgencia de Washington acerca de los secuestros de barcos y aviones cubanos ejecutando a tres secuestradores. La prensa lo trató mal, perdió alguna ayuda y algún comercio, pero Washington disminuyó su agresividad. La pandilla de Miami exigió medidas más duras. Bush ofreció una señal más potente para TV Martí (sigue siendo interferida), aumentó la ayuda a los disidentes y procesó judicialmente a dos pilotos y un general de la Fuerza Aérea cubana por haber derribado a dos pilotos anticastristas en 1996. Una vez más EE.UU. impone una norma legal que contradice sus propias políticas acerca de la protección a sus soldados en el extranjero al procesar a tres oficiales militares cubanos. Los cubanos, sudaneses, cambodianos y muchos otros pueblos podrían acusar de asesinato a los pilotos norteamericanos de bombarderos y a sus comandantes.
Como el propio embargo y las distintas leyes que lo hicieron más fuerte, las nuevas medidas están dirigidas contra un solo hombre, como si Castro fuera el único residente de la isla. Al producir ira e irracionalidad, Fidel ha inducido a sus enemigos a realizar acciones tontas. Él aprende nuevas maneras. Ellos no. Este verdadero maquiavélico revolucionario, ahora a los 77 años de edad, aún tiene unos cuantos trucos que enseñar. Así que cuídese, Sr. Bush.
Aparte de la falta de pertinencia de estas noticias con los temas del mundo y de la nación, ellas sí demuestran la capacidad de Fidel Castro para retorcer el cerebro de sus oponentes - tan bien representados por el Herald -, para reducirlos al estado de una cacareante pandilla de arpías obsesivas.
Castro ha infestado a sus enemigos con una obsesión, un estado mental que oscurece el entendimiento. La astucia política del líder cubano ha hecho que algunos lo califiquen de maquiavélico. Los políticos y estudiosos aún citan con reverencia a El príncipe de Nicolás Maquiavelo, un tratado de inicios del siglo 16 acerca del realismo político - lecciones y reglas para mantener el status quo. Maquiavelo trató de asesorar a sus líderes políticos acerca de los mejores métodos de tratar los conflictos sin perder la popularidad.
Recomiendo que alguien reedite El príncipe y le pida a Fidel Castro que escriba nuevos capítulos y un prefacio. Un capítulo pudiera ser: “Cómo Exportar a Enemigos Internos Tontos y Confundir a los Enemigos Externos Tontos”; otro: “Cómo Convencer a los Enemigos de Situar su Dinero en Nuestra Tesorería”, y “La Obsesión Provoca el Comportamiento Tonto”.
El prefacio explicaría cómo Castro, ahora en su año 45 como jefe de un gobierno revolucionario, ha ido más allá que Maquiavelo. Él ha desafiado a Washington y sobrevivido por un período más que natural practicando con sus enemigos el equivalente del judo político.
La nación más poderosa de la tierra, decidida a destruirlo a él y a la revolución que él ha dirigido, importó la oposición de Castro. En 1959 funcionarios de EE.UU. decidieron permitir la entrada de altos funcionarios y seguidores del fugitivo dictador cubano Fulgencio Batista. Algunos de estos hombres habían cometido asesinatos, otros habían torturado, robado, se dedicaron al fraude político y se confabularon con la Mafia. Después del éxodo inicial, la aristocracia económica y profesional de Cuba marchó a la Florida, seguida de gran parte de la clase media alta y clase media.
Por esa época, pocos estrategas y sabios comprendieron que estas maniobras de Washington (permitir que tantos cubanos inmigraran) eran políticamente tontas. Todos los expertos estaban de acuerdo: el gobierno de EE.UU. no permitiría la desobediencia a 90 millas de sus fronteras. Como Washington pronto enviaría a los hombres más jóvenes de regreso a reconquistar la isla, los días de Castro estaban contados. Pero poco familiarizados con Maquiavelo, los estrategas de Washington subestimaron al advenedizo que había tomado el poder en la isla que había sido una colonia informal de Estados Unidos excepto un pequeño sector (juego, drogas y prostitución) controlado por la Mafia.
Como si Dios nos estuviera dando una lección, muchos de nosotros presenciamos con horror cómo ellos ayudaron a corromper el sistema electoral de EE.UU. en la Florida en el 2000, cuando intimidaron a los contadores de votos. Además, han contribuido al clima nacional con incontables actos de terrorismo y han causado problemas políticos a varias administraciones.
Los cubanos presionaron a sucesivos presidentes hasta que en 1981 la Fundación Nacional Cubano Americana capturó la política EE.UU.-Cuba. Al Presidente Reagan le gustó la idea de privatizarlo todo, hasta la política hacia Cuba. El jefe del Buró de Cuba del Departamento de Estado despachaba regularmente con el presidente de la Fundación, Jorge Mas Canosa, antes de realizar sus acciones acostumbradas. Además de apoyar un embargo y prohibición de viajar irracionales que han ayudado a Castro a mantener su legitimidad, la Fundación ha insertado el odio a Castro en la política interna, haciendo del caso de Cuba un tema más allá de su importancia estratégica. Han fracasado en su intento de cambiar a Cuba, pero han influido en la política de EE.UU.
Investigadores del asesinato de Kennedy como Gaeton Fonzi y Anthony Summers han ofrecido evidencia de que algunos cubanos entrenados por la CIA para matar a Castro desempeñaron un papel en el asesinato de Kennedy. Tres de los seis “plomeros” de Nixon que entraron en el edificio Watergate en 1972 eran cubanos anticastristas.
Cuando el Presidente Carter retó a Castro en 1980 en materia de política migratoria, Fidel abrió las puertas de la emigración a 120 000 cubanos por el puerto de Mariel. Mauricio Ferré, por entonces alcalde de Miami, dijo a un reportero de TV mientras observaba a los cubanos que llegaban: “Fidel ha descargado su inodoro sobre nosotros”. Se refería a hombres con corte de pelo de prisión y a otros con “mirada de locos” en sus rostros. Ciertamente Castro había vaciado sus prisiones y asilos poco antes del éxodo.
En los años 80, cuando se reveló el escándalo Irán-Contras, el público supo que algunos de los más altos funcionarios del Presidente Reagan se habían ido a la cama conspirativa con terroristas cubanos anticastristas como Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, quienes habían saboteado un avión comercial cubano sobre Barbados en 1976.
Estados Unidos, el más fuerte imperio de la historia, había seguido una sencilla estrategia con Cuba y otros gobiernos desobedientes. Como dijo un antiguo funcionario de seguridad nacional, “Obedezcan o les pateamos el trasero”.
Esto había funcionado con aquellas naciones que no tenían líderes políticos con instintos maquiavélicos. Sin embargo, en Corea y Viet Nam la política norteamericana resultó costosa y Estados Unidos se retiró, aunque no perdonó fácilmente. La Guerra de Viet Nam enseñó a los tipos de Washington a no luchar con alguien que pudiera defenderse. Este Síndrome de Viet Nam sobrevive, en especial cuando la Casa Blanca escucha las escandalosas exigencias de sus amigos anticastristas de atacar a Cuba mientras las fuerzas de EE.UU. aún se encuentran empantanadas en Irak. ¿Pero utilizó Castro tácticas maquiavélicas para confundir al Presidente Kennedy en Bahía de Cochinos en 1961? ¿Hizo él algo para que Kennedy no utilizara el poder aéreo de EE.UU. para apoyar a los invasores cubanos entrenados por la CIA? ¿O fue el realismo político el que informó a Castro que Kennedy, un inteligente presidente joven, no se haría despreciar por gran parte del mundo al actuar como un abusador?
Según Robert Dallek, biógrafo de Kennedy, al escribir en el Times de Londres del 23 de agosto de 2003 acerca de “Bahía de Cochinos: El Fracaso Perfecto de JFK”, el Secretario de Estado Rusk había advertido al presidente que “Podemos vernos enfrentados a levantamientos serios en toda América Latina si las fuerzas de EE.UU. entraban en acción”. A Rusk le preocupaba que una acción contra Cuba podía desencadenar “acciones soviéticas y chinas en otra parte del mundo”.
Alternativamente, si Kennedy decidía suspender la invasión preparada por la CIA, recibiría la etiqueta de “débil” de parte de los republicanos. Seguir con el plan significaría que el joven presidente se enfrentaría a la condena de gran parte del mundo, justamente cuando estaba tratando de construirse una sólida imagen.
Pasemos a 1990, cuando el papi financiero soviético de Castro implotó y dejó a la economía cubana en una seria situación. Nuevamente el instinto maquiavélico funcionó. ¿Cómo sacarle al enemigo las divisas necesarias que mantener la economía? Castro dio la impresión de que se oponía a la dolarización de la economía en 1991 mientras permitía que existiera el dólar como moneda paralela.
Desde el Sur de la Florida, donde reside la mayoría de sus enemigos internos exportados, llegó la respuesta esperada. The Miami Herald y su descendiente en español divulgaron los rumores del inminente descalabro de Castro. Andrés Oppenheimer, el dogmático columnista, tituló su libro de 1992 La hora final de Castro. Mientras esperaban que colapsara el régimen, los cubanos enviaban efectivo (remesas) a sus “hambrientos” familiares, un término empleado por Armando Pérez Roura, un conocido gritón radial de Miami, al referirse a su hermano. Más de mil millones de dólares volaron a Cuba y finalmente llegaron al Banco Central, donde Castro pudo utilizarlos para las necesidades económicas de la isla.
Castro se enfrentó al intento norteamericano de apoyar a los disidentes poniendo al descubierto sus vínculos financieros con Washington y luego condenándolos a largas penas de prisión. Respondió a la indulgencia de Washington acerca de los secuestros de barcos y aviones cubanos ejecutando a tres secuestradores. La prensa lo trató mal, perdió alguna ayuda y algún comercio, pero Washington disminuyó su agresividad. La pandilla de Miami exigió medidas más duras. Bush ofreció una señal más potente para TV Martí (sigue siendo interferida), aumentó la ayuda a los disidentes y procesó judicialmente a dos pilotos y un general de la Fuerza Aérea cubana por haber derribado a dos pilotos anticastristas en 1996. Una vez más EE.UU. impone una norma legal que contradice sus propias políticas acerca de la protección a sus soldados en el extranjero al procesar a tres oficiales militares cubanos. Los cubanos, sudaneses, cambodianos y muchos otros pueblos podrían acusar de asesinato a los pilotos norteamericanos de bombarderos y a sus comandantes.
Como el propio embargo y las distintas leyes que lo hicieron más fuerte, las nuevas medidas están dirigidas contra un solo hombre, como si Castro fuera el único residente de la isla. Al producir ira e irracionalidad, Fidel ha inducido a sus enemigos a realizar acciones tontas. Él aprende nuevas maneras. Ellos no. Este verdadero maquiavélico revolucionario, ahora a los 77 años de edad, aún tiene unos cuantos trucos que enseñar. Así que cuídese, Sr. Bush.