Raúl y Almeida, comandantes del corazón de la Sierra Maestra
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La historia iluminaría, aquel 27 de febrero de 1958, los nombres de los fogueados capitanes rebeldes Raúl Castro Ruz y Juan Almeida Bosque, con su ascenso al grado de comandante hace hoy 65 años, por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz; orden que, a su vez, los establecía como jefes de las nuevas columnas guerrilleras 6 y 3, respectivamente.
Con la victoria y la elevada moral de los combatientes en el segundo combate de Pino del Agua, había llegado la hora de extender las fuerzas del Ejército Rebelde hacia otros territorios, como el norte de la entonces provincia de Oriente, y el este de la propia Sierra Maestra.
A sus 26 años, Raúl poseía la madurez del Moncada, del Presidio Modelo, del Granma y Cinco Palmas, de La Plata, Uvero y los demás importantes combates sostenidos hasta entonces.
Recién cumplidos los 31 años, Almeida era igualmente el joven asaltante del Moncada, que del Presidio Modelo marchó a México, regresó en el Granma y en Alegría del Pío se irguió como un Maceo al gritar: «¡Aquí no se rinde nadie c…!»; era del mismo puñado de Cinco Palmas, y quien en el violento combate de Uvero avanzó de pie hasta ser paralizado por un disparo en el pecho.
Sobrados méritos reunían uno y otro para la misión recibida. Por la cercanía del punto de partida en el campamento de Pata de la Mesa, Almeida fue el primero en ocupar la zona asignada, y el 6 de marzo crea en Puerto Arturo, con 57 efectivos, el Tercer Frente Mario Muñoz, donde tendrían lugar más de 200 acciones de guerra victoriosas en los 6 000 kilómetros cuadrados que llegaría a abarcar.
Después de un largo periplo que incluyó el cruce de la Carretera Central, el 11 de marzo arriba Raúl con sus 67 combatientes, más 11 incorporados durante la marcha, al sitio conocido como Piloto del Medio, para dejar abierto el Segundo Frente Oriental Frank País, el cual sostendría más de 250 acciones combativas en los 12 000 kilómetros cuadrados que llegó a controlar.
En esa concepción estratégica de lucha, Fidel no solo reconoció el valor y la fidelidad a toda prueba de los nuevos comandantes, sino que, por demás, apreció cabalmente en ellos las altas dotes de jefe militares y políticos que desplegarían con creces en los territorios bajo su mando, donde junto al aporte a la victoria supieron ganarse la confianza y el apoyo del pueblo.