La tragedia de Chernóbil a 30 años del programa médico cubano (Parte I) (+ Fotos)
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En la madrugada del 26 de abril de 1986 estalló el cuarto reactor de la central electronuclear de Chernóbil, a dos kilómetros de la ciudad científica de Pripiat. La tragedia sacudió a Ucrania, Bielorrrusia y Rusia, fundamentalmente. La nube radiactiva alcanzó a toda Europa. Comenzó el peregrinaje de cientos de miles de personas. Algunos expertos califican esta fecha como la entrada al siglo XXI.
Pero, al mismo tiempo, estaba sucediendo algo más que transformaría la vida de millones de seres humanos y cambiaría el mapa del mundo para siempre: la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS decretaban una nueva era.
En Chernóbil, más de un centenar de pueblos quedaron desolados. La próspera ciudad que fue Pripiat se convirtió en el fantasma de sí misma. Aún hoy conmociona mirarla. Un par de años después del accidente comenzaron a aparecer las enfermedades como secuelas de la radioactividad.
Sin fuerzas para enfrentar la tragedia, con Gobiernos y sistemas de salud debilitados, los pueblos de la ex Unión Soviética miraban al mundo pidiendo auxilio que apenas llegó, exiguo, fragmentado.
Un país envió médicos a Ucrania, miró el dolor, trabajó con los médicos ucranianos para seleccionar a los más enfermos y el 29 de marzo de 1990, a las 8:46 p.m., llegaba a ese país el primer grupo de niños y niñas procedentes de la todavía URSS para ser atendidos.
Un hombre los recibió en la escalerilla del avión y extendió la mano a uno por uno, según cuenta Dimitri, el niño de Pripiat que venía en aquel vuelo, hijo del liquidador muerto en Chernóbil.
Ese día de finales de marzo, comenzaba el programa humanitario más largo de la historia del mundo. Y durante 21 años consecutivos, más de 26 000 niñas y niños de Rusia, Bielorrusia y Ucrania recibieron atención médica gratuita en Tarará, un balneario que fuera de ricos y que luego pasaría a los niños y niñas de esa isla y después fue generosamente donado para que otros niños y niñas, enfermos del cuerpo y del alma, se sanaran.
Todos los medicamentos y descubrimientos científicos de esa isla fueron puestos a disposición de ellos. La inmensa mayoría se sanó.
Hoy volvemos a Chernóbil, a Pripiat, desandamos los lugares (hasta donde se nos permite por cuidado de las radiaciones), nos paramos enfrente, miramos el dolor, que permanece; observamos dónde empezó todo y vamos pensando en aquellos que dieron abrigo, en los que se salvaron y en los salvadores, en el pueblo que dio el abrazo, en el hombre de la escalerilla del avión: Cuba y Fidel.