Hombre de acción y palabra vibrante
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En Santa Fe, al oeste de la capital cubana, nació el 3 de julio de 1915 Juan Manuel Márquez Rodríguez. Su decoro proletario lo heredó del padre, el tabaquero Julián; y de su madre, Juana María, única maestra del poblado, el amor por la lectura y el talento para escribir y hablar en público, puestos desde la adolescencia al servicio de la vanguardia revolucionaria en la primera mitad del siglo XX.
Harto de los desmanes del tirano Batista y de los turbios manejos de sus antecesores, apoyó moralmente a los jóvenes que asaltaron el Moncada en la madrugada del 26 de julio de 1953, acción en la que la policía lo creyó involucrado, pues durante dos décadas no hubo acción cívica o revuelta en Marianao en que no sospecharan de aquel hombre que proclamaba la revolución como única alternativa para obtener la libertad secuestrada.
Márquez se sintió especialmente identificado con quienes cumplieron presidio político en Isla de Pinos, donde él mismo estuvo en dos ocasiones (1932 y 1936), resultando en la primera el preso más joven, con 17 años.
La admiración era mutua. Cuando el exconcejal incorruptible fue detenido y golpeado brutalmente, el 5 de junio de 1955 —a menos de un mes de la amnistía de Fidel y los moncadistas—, el joven abogado denunció el atropello en el Diario La Calle, y dos días después lo visitó en el hospital. Una semana más tarde se constituyó la dirección nacional del Movimiento Revolucionario 26 de Julio y Márquez era nombrado segundo al mando.
Con Fidel fue al exilio en México, viajó en el Granma como segundo jefe de la expedición y desembarcó en Las Coloradas el 2 de diciembre de 1956, pero fue de los combatientes que se dispersó tras el furioso ataque aéreo en Alegría de Pío y vagó solo por la Sierra Maestra diez días, hasta que fue capturado y ultimado.
Tenía entonces 41 años. Al triunfar la Revolución, Fidel rememoró sus aportes durante la organización del movimiento en el exilio y el modo en que «hacía poner en pie a la multitud con su palabra vibrante».