El Congreso que fue como otra Revolución
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Como si imitara a un topógrafo, de los tantos que trabajaban entonces en los sistemas hidráulicos del central Uruguay, el hombre miró por encima del cabo de la guataca y no encontró ni señales del final en aquel surco interminable que, sobre las 11 de la mañana, lo había puesto a sudar camisa, pantalón y zapatos.
«Señores, me ha tocado el peor de todos. Este se lo debieron de haber guardado a Joaquín Bernal, que es el inventor de los trabajos voluntarios en Sancti Spíritus», les dijo a sus compañeros más cercanos en la faena.
Y cuando todavía no habían terminado de apagarse las carcajadas del grupo ante la ocurrencia del hablante, se oyó la voz inconfundible del mismísimo Joaquín Bernal Camero, a la sazón el primer secretario del Comité Provincial del Partido, que tres surcos más abajo estaba también, guataca en mano, lidiando con un yerbazal parecido, y escuchando la conversación: «Oiga, amigo, termine usted el suyo –le respondió el dirigente–, que yo voy a sacar el mío y le aseguro que tampoco está fácil».
Convocado por Granma, a propósito de la inminente celebración del 8vo. Congreso del Partido, el veterano dirigente espirituano no niega la veracidad de este episodio, ni de otros que subyacen en el imaginario local, y que en buena medida atestiguan ese vínculo imprescindible con el pueblo; un mandato de Fidel que, según él, el Partido debe tener presente «en las verdes y en las maduras».
Joaquín, como se le sigue llamando en Sancti Spíritus tres décadas después de haber terminado su mandato, no tuvo que esforzar mucho la memoria para regresar hasta aquellos tiempos que él define como «de mucha efervescencia y mucho aprendizaje», en particular, para retomar lo vivido a propósito de la celebración en el país del 1er. Congreso de los comunistas cubanos (diciembre de 1975); un evento en el que él salió reconocido como miembro suplente del Comité Central, y con la encomienda nada simple de formar una provincia nueva a partir de tres regiones diferentes.
«Nosotros fuimos como delegados de una provincia –Las Villas– y luego nos correspondió implantar las políticas aprobadas en otra, porque enseguida comenzó la llamada Nueva División Político Administrativa (a mediados de 1976), y pasé a desempeñarme como primer secretario del Comité Provincial del pcc en Sancti Spíritus», recuerda Bernal Camero.
Ya para entonces este tabaquero de Cabaiguán se había cultivado, de manera autodidacta, en cursos políticos en el país y en la antigua Unión Soviética, y sobre todo en la calle, escuchando a la gente, discutiendo. Había sido secretario del pcc en las regiones de Escambray, Sagua la Grande, Santa Clara y Sancti Spíritus, y organizador del Partido en la otrora provincia de Las Villas.
–¿Entonces a usted lo tenían como a un pitcher de relevo?
–«En buena medida sí. Milián –se refiere al veterano luchador comunista Arnaldo Milián Castro, entonces primer secretario en Las Villas, promovido a miembro del Buró Político en el 1er. Congreso–, me mandaba para aquellos lugares donde se presentara algún problema. Recuerdo que, cuando me puso al frente de la región en Santa Clara, me dejó también en el cargo de organizador en la provincia, pero cuando hay juventud se puede todo. Yo dirigía de día la región y de noche la provincia, donde, en realidad, tenía un magnífico equipo».
Sobre aquel Congreso, que para Joaquín Bernal fue «como otra Revolución», él recuerda más que todo la profundidad de las discusiones en torno a la política de cuadros, los problemas de la economía, etc.; el impactante Informe Central presentado por Fidel, y el ambiente que se vivía por aquellos días, luego de iniciada la epopeya de Angola.
TODOS LOS MÉRITOS EN EL COMITÉ CENTRAL
Cuando Fabio Grobart, con su indisimulable acento polaco, presentó «al fundador, jefe y guía» de la Revolución como primer secretario del Comité Central del Partido, no solo se estaban reconociendo los incuestionables méritos de Fidel a la cabeza de todo el proceso que había transfigurado, de manera radical, la historia del país; sino su papel al frente de la organización política que él mismo había construido, con paciencia de orfebre, una década atrás.
Minutos después, el propio Fidel hablaría del significado del Congreso para la nación y para la consolidación del Partido, ahora reforzado su Buró Político con cinco valiosos compañeros: Blas Roca Calderío, «cuya vida es un monumento a la sencillez, a la modestia, al trabajo, a la identificación con la causa de los trabajadores»; José Ramón Machado Ventura, «cuyos méritos, cuyo carácter, cuyo prestigio y cuya autoridad son de todos conocidos»; Carlos Rafael Rodríguez, «cuya capacidad es proverbial, porque aun en la época del capitalismo ya se hablaba de Carlos Rafael con mucho respeto»; Pedro Miret Prieto, «uno de los primeros jóvenes universitarios que se unió a la lucha con la que se inició este proceso», y Arnaldo Milián Castro, por su «brillante trabajo al frente de la provincia de Las Villas».
Heredero de la misma tradición unitaria con que se había constituido el Partido en 1965, el nuevo Comité Central, como la sociedad misma, se pintó de blanco y de negro, dio cabida a la mujer y se nutrió de gente anónima, como el combatiente internacionalista de Guinea Bissau, Pedro Rodríguez Peralta, en ese momento en una prisión de los colonialistas portugueses; el machetero Reinaldo Castro, un millonario de las zafras azucareras; Pilar Fernández, humilde trabajadora de una fábrica; el científico Zoilo Marinello o el poeta Nicolás Guillén.
Aunque se sabe que en el Partido y en la Revolución «no puede existir, ni existirá jamás el familiarismo (…), a veces dos cuadros se juntan», explicó Fidel a los delegados e invitados de 86 delegaciones internacionales reunidos en el Karl Marx, para luego revelar el privilegio que representaba para él contar con un segundo secretario del Partido que, «además de un extraordinario cuadro revolucionario, sea un hermano».
La relación familiar sirvió para que él, hermano mayor al fin, lo enrolara en el proceso revolucionario y lo invitara al Moncada, abundó el propio Comandante en Jefe en la clausura: «Y ese fue el comienzo. Y la prisión, y el exilio, y la expedición del Granma, y los momentos difíciles, y el Segundo Frente, y el trabajo desplegado durante estos años», dijo, al evocar la trayectoria de Raúl.
CONGRESO PARA RELEER
Más que un compendio de cifras o de ideas, el Informe Central al Primer Congreso del Partido constituye un retrato de la vida económica, política y social del país, luego de 16 años de Revolución, «un documento contundente», al decir de Joaquín Bernal, uno de los 3 116 delegados a la reunión, que echó luz sobre los aportes de esa etapa de la construcción del Socialismo cubano, y que también reconoció los errores cometidos en el periodo.
«Allí se discutió duro en las comisiones –recuerda Dagoberto Pérez Pérez, delegado por la región de Escambray, de la antigua provincia de Las Villas–. Nosotros defendíamos la tesis de que era imposible estudiar trabajando. Recuerdo que Julio Camacho Aguilera condujo el debate de manera magistral y, al final, nos convencieron de lo contrario».
En el Congreso, sin embargo, no solo se «cocinó» el informe. De las sesiones de trabajo celebradas entre los días 17 y 22 de diciembre de 1975 salieron, también, la Plataforma Programática del Partido; el Proyecto de Constitución de la República de Cuba, aprobado a la postre en referendo popular, el 24 de febrero de 1976; la nueva División Político Administrativa, que dio al traste con el viejo esquema de la colonia, y que se implementó a partir de 1976; así como las Tesis y Resoluciones relativas a diversos ámbitos de la vida nacional.
Aunque de estas últimas fueron aprobadas más de una veintena, resulta obvio que algunos de dichos documentos se circunscriben propiamente al evento, otros a asuntos muy concretos, e incluso a la vida interna de la organización; sin embargo, la mayoría de ellas tiene un alcance universal y una innegable actualidad a la luz de estos tiempos.
Tal es el caso de las Tesis y Resoluciones referidas al pleno ejercicio de igualdad de la mujer; la Constitución y la Ley de tránsito constitucional; la cuestión agraria y las relaciones con el campesinado; la cultura artística y literaria; la División Político Administrativa; la formación de la niñez y la juventud; la lucha ideológica; la Plataforma Programática del Partido; la política de formación, selección, ubicación, promoción y superación de los cuadros; la política en relación con la religión, la iglesia y los creyentes; la política internacional; sobre los órganos del Poder Popular; sobre los medios de difusión masiva, las directivas para el desarrollo económico y social en el quinquenio 1976-1980; la política científica nacional y la política educacional.
Cuando, por estos días, en la Florida están siendo presentados dos proyectos de ley para educar sobre «los horrores del comunismo» –según la propuesta, el dominio de la materia debe ser una condición para vencer los estudios de secundaria–, y en España la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso ha lanzado la disyuntiva de «comunismo o libertad», resulta elocuente que las Tesis y Resoluciones, aprobadas hace 45 años por los comunistas cubanos, abrazaran entonces la máxima leninista de que «el socialismo es imposible sin la democracia».
En las Tesis… se reconoce que «el anticomunismo no va dirigido solamente contra el marxismo-leninismo, sino contra todo el pensamiento democrático y progresista, contra todas las ideas que obstaculicen los objetivos de las clases reaccionarias»; una verdad que, al menos en el continente americano, se ha vuelto tangible lo mismo en Cuba que en Argentina, lo mismo en Venezuela y Nicaragua que en Honduras, en Ecuador, en Brasil, en Bolivia, o en cuanto rincón asomen las ideas antihegemónicas.
Las Tesis y Resoluciones sobre la lucha ideológica identifican, sin medias tintas, a aquellos enemigos de la Revolución que deforman y tergiversan la experiencia política de nuestra lucha insurreccional, o a quienes intentan demostrar que la Revolución cubana es una «excepcionalidad irrepetible», o que su experiencia niega la tesis marxista-leninista acerca de la necesidad del partido en la revolución socialista, y llama a combatir tales falsedades con la fuerza de una verdad históricamente probada: Cuba no fue ni es una excepción, «sino la confirmación de la fuerza extraordinaria de las ideas de Marx, Engels y Lenin».
Valga otro ejemplo de la validez de los documentos aprobados en el 1er. Congreso: en momentos en que nuestra cultura y nuestros creadores son acosados por una maquinaria mediática sin precedentes, las Tesis y Resoluciones sobre la cultura artística y literaria recuerdan que «la sociedad socialista requiere de un arte que, a través del disfrute estético, contribuya a la educación del pueblo» –lo que no implica limitar su papel a una función meramente didáctica– y, a la vez, censura la vulgaridad y la mediocridad en cualquiera de sus manifestaciones.
En fecha relativamente lejana, como 1975, el Congreso del Partido defiende lo que reiteradamente han reclamado la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y la Asociación Hermanos Saíz: la necesidad de una crítica artística y literaria que reconozca la calidad, y que al mismo tiempo sepa señalar las manchas de la obra en cuestión.
Que apenas días después de clausurado el 1er. Congreso se sometiera a referendo la nueva Constitución de la República de Cuba; que las autoridades regionales comenzaran a reconocer los nuevos límites geográficos que establecía la División Político Administrativa aprobada, y que para finales de 1976 empezaran a tomar cuerpo los órganos locales del Poder Popular, constituyen apenas tres pruebas de que las decisiones de aquel evento no iban a ser engavetadas.
UNA FILOSOFÍA PARA TODOS LOS TIEMPOS
El 8vo. Congreso del Partido ha sido calificado como el de la continuidad, no solo por el sostenido relevo generacional, sino también –y ello no resulta menos trascendente– porque, transformaciones y actualizaciones mediante, el rumbo de la Revolución es el mismo.
Tal y como consigna la nueva Constitución aprobada en la Asamblea Nacional y refrendada por el voto de la abrumadora mayoría de los cubanos en 2019, el Partido Comunista de Cuba mantiene su condición de «fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado»; la propiedad socialista sigue siendo la fundamental, aunque la Carta Magna reconozca otras; la política exterior continúa tan vertical e independiente como hace 45 años; las conquistas sociales –salud, educación, empleo, seguridad social, etc.– constituyen prioridad para el propio Partido, para el Gobierno y para el Estado.
Lo mismo sucede con la eliminación de la discriminación racial y la lucha por la igualdad de la mujer, dos proyectos empujados por la Revolución desde el primer día, actualizados a tenor de los tiempos que corren, y apuntalados sobre la base de una perspectiva científica, también estimulada y desarrollada por el Estado cubano, más allá de las campañas y las insidias.
Así lo siente Dagoberto Pérez Pérez, un veterano dirigente del Partido, un guajirito de la zona de Jíquima de Peláez, en Cabaiguán, que un buen día de diciembre de 1975 se reconoció, estupefacto, frente aquellas cortinas enormes del teatro Karl Marx, que se movían de un lado para otro, como las pencas de una palma cuando las bate el aire.
«Cuando veo todos estos recorridos de Díaz-Canel, y todos los problemas que está atendiendo día a día, es como si viera al mismo Fidel de aquellos tiempos», confiesa, sentado en su casa de la calle Céspedes, en la ciudad de Sancti Spíritus, donde conserva, ya desteñido por el tiempo, el emblema del 1er. Congreso del Partido Comunista de Cuba.
Nacido en el año 1935, Dagoberto estudió Mecánica automotriz por correspondencia, participó en huelgas y vendió bonos, hasta que, de buenas a primeras, se vio en medio del huracán de la Revolución, que lo llevó hasta el trabajo del Partido, en el que se desempeñó como primer secretario de los entonces municipios de Caracusey y Condado, en los predios de Trinidad, y organizador, primero en la región del Escambray, y luego en la joven provincia de Sancti Spíritus.
Antes de llegar hasta allí, René Anillo Capote los convocó, a él y a otro grupo de jóvenes, a la sede del pcc en Santa Clara, antigua capital de Las Villas, donde los sorprendió con una noticia que en aquel momento –junio de 1963– ninguno de ellos entendió: «Ustedes van a construir el Partido en el Escambray».
De allí a estar montado sobre el lomo de un jeep en dirección a Manicaragua, no pasó mucho tiempo, y menos todavía hasta estar frente a frente con el luchador villareño Eugenio Urdandibel, que andaba, como quien dice, acomodando a la gente sobre el terreno.
–¿Quién de ustedes sabe manejar?, preguntó él.
–Bueno, saber, lo que se dice saber, yo sé, lo que pasa es que no tengo licencia, respondió Dagoberto.
–No hace falta, sentenció el interrogador, y a seguidas disparó la otra pregunta.
–¿Traes mochila?
–Sí, traigo.
–Bueno, pues no hay más que hablar, si sabes manejar y traes mochila, te tocó. Vas para los batallones, y ten cuidado, que el Escambray está en guerra.