Un partido, el de Fidel
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«De modo que tengo la más profunda convicción de que la existencia de un partido es y debe ser, en muy largo período histórico que nadie puede predecir hasta cuándo, la forma de organización política de nuestra sociedad».
Fidel Castro
El exagente de la CIA Philip Agee declaró, en marzo de 1987, en una entrevista a la revista Zona Cero, citada por Alfredo Grimaldos en la página 150 de su libro de 2006 La CIA en España, publicado en Cuba en 2007:
«Dentro del Programa Democracia, elaborado por la Agencia, se cuida con especial atención a las fundaciones de los partidos políticos alemanes, principalmente a la Friedrich Ebert, del Partido Socialdemócrata, y la Konrad Adenauer Stiftung, de los democristianos. Estas fundaciones habían sido establecidas por los partidos alemanes en los años 50 y se utilizaron para canalizar el dinero de la CIA hacia esas organizaciones, como parte de las operaciones de ‘construcción de la democracia’, tras la Segunda Guerra Mundial. Después, en los 60, las fundaciones alemanas empezaron a apoyar a los partidos hermanos y a otras organizaciones en el exterior y crearon nuevos canales para el dinero de la CIA. Hacia 1980, las fundaciones alemanas tienen programas en funcionamiento en unos 60 países y están gastando cerca de 150 millones de dólares. Operan en un secreto casi total… Las operaciones de la Friedrich Ebert, del SPD, fascinan a los norteamericanos, especialmente sus programas de formación y las subvenciones que hicieron llegar a los socialdemócratas de Grecia, España y Portugal, poco antes de que cayeran las dictaduras en esos países e inmediatamente después…
En Portugal, por ejemplo, cuando el régimen de Salazar, que había durado 50 años, fue derrocado en 1974, el Partido Socialista completo apenas habría bastado para una partida de póker y se localizaba en París, sin seguidores en Portugal. Pero con más de 10 millones de dólares de la Ebert Stiftung, y algunas otras remesas de la CIA, el Partido Socialista Portugués creció rápidamente y en poco tiempo se convirtió en el partido gobernante».
Se supondría que después de caer una dictadura no debe venir el gatopardismo que permite a las mismas poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional (Fidel dixit), organizadas en partidos electorales, continuar la misma dominación por otros medios, como no solo ha sucedido en los países del Sur de Europa mencionados por Agee, sino en las modélicas «transiciones» de Chile y otros países latinoamericanos en que, luego de asesinar el suficiente número de izquierdistas, se crearon las condiciones para que jamás un proyecto de verdadera democracia popular vuelva a ser gobierno, y si llega a serlo e intenta algunas reformas al sistema sin quebrar lo que Lenin denominó «la máquina del estado burguês», ahí están los banqueros, los medios de comunicación y el aparato judicial para poner las cosas en «su lugar», como ha ocurrido en Brasil, Ecuador y Paraguay. Y si eso no fuera suficiente están listos, como en Honduras y Bolivia, el ejército y la policía con jefes entrenados en el Norte, al igual que no pocos jueces y periodistas, líderes del hoy muy extendido lawfare latinoamericano, inhabilitador de políticos y partidos cuyo único delito es tener posibilidad de ganar elecciones. En Grecia, cuna de la democracia y la cultura occidentales, el voto popular de nada sirvió para que los grandes bancos impusieran desde la Unión Europea un camino opuesto al elegido en las urnas por los ciudadanos.
De Norte a Sur y de Este a Oeste, los resultados electorales son respetados mientras no pongan en peligro la continuidad del capitalismo, de lo contrario, el chantaje financiero, las sanciones económicas y el golpe de Estado se encargan de la corrección.
El primer round circense del que tanto se habla por estos días entre los candidatos a la máxima magistratura estadounidense por los dos partidos que controlan la política en esa sociedad, siempre de acuerdo en lo esencial, sea la preservación del capitalismo o la necesidad de cambiar a Cuba, no es más que parte del espectáculo con que la negociación de las contradicciones entre los grandes grupos económicos se vende como democracia. Ahí están los correos electrónicos filtrados por Wikileaks en que Michael Froman, alto ejecutivo de Citibank, «propone» a quienes finalmente ocuparían cada cargo del gabinete del primer gobierno de Obama para saber cómo funcionan realmente las cosas. No es el partido de Trump sino el de Biden al que por dos veces le ha resultado inaceptable un programa como el de Sanders para un capitalismo más preocupado por lo social. Suponiendo que lo nominaran y triunfara, viendo lo sucedido en Grecia, ¿qué capacidad real de gobernar tendría?
La Revolución cubana no prohibió los partidos políticos preexistentes por su alianza con el régimen batistiano o su complicidad con las agresiones imperialistas, en los primeros meses de 1959 estos perdieron toda base popular y la mayoría de sus líderes abandonó el país a esperar que Estados Unidos se los devolviera. En un proceso no exento de tensiones y contradicciones, las tres fuerzas revolucionarias que contribuyeron a la caída de la dictadura fueron tejiendo la unidad que, con el liderazgo y la pedagogía política de Fidel, fraguó en la proclamación del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, el 3 de octubre de 1965.
Cincuenta y cinco años después, seguimos teniendo en Cuba un Partido donde no mandan banqueros, ni en él militan periodistas, militares o jueces entrenados para servir a intereses extranjeros. La mayoría de quienes lo integran, incluyendo buena parte de los hombres y mujeres que lo dirigen, nacieron después de 1959 y para integrarse a él tuvieron que ser reconocidos y aprobados por una asamblea de trabajadores en su centro laboral, de estudios o unidad militar, bajo la exigencia de ser ejemplares. Cierto que a lo largo de estos años han existido en sus filas oportunistas y simuladores, pero son la lealtad, el sacrificio y la disciplina de la inmensa mayoría de su militancia los que han hecho posible que más del 86 % de los cubanos apruebe una Constitución que le otorga el carácter de «vanguardia organizada de la nación cubana». Son los que hemos visto en estos días encabezar la búsqueda de soluciones con que Cuba asombra al mundo para que nadie quede abandonado frente a huracanes y pandemias, y forman parte de un Partido que ha dado voz a cada ciudadano en el debate del futuro del país, ya sea sobre los Lineamientos para la imprescindible transformación hacia la eficiencia y sostenibilidad de nuestro socialismo, o acerca de la nueva Constitución ¿Cuándo fue que las democracias liberales hicieron algo semejante?
Profunda cultura política, permanente contacto con la realidad social y alta capacidad movilizativa y de producción ideológica, con una comunicación desburocratizada, son exigencias de un escenario cada vez más diverso y complejo en el que, lo que el Presidente Díaz-Canel ha llamado enjambre anexionista financiado desde Estados Unidos, busca articular un proyecto político que, con la combinación del bloqueo económico y el fomento de una sociedad civil opositora, a través de un sistema de medios de comunicación privados, retrotraiga el país al capitalismo. Las fundaciones que denunciaba Agee están listas para aprovechar nuestras grietas y han dedicado su tiempo a Cuba en eventos financiados por organizaciones como la Open Society Foudations, de George Soros. Allí han ofrecido su «experiencia en transiciones» al estilo de las ocurridas en Europa del Este, donde más de un régimen regresado a la democracia liberal y al pluripartidismo ha impuesto la prohibición de partidos y símbolos comunistas.
Pero una vez más lo decisivo no es lo que hagan nuestros enemigos, sino lo que seamos capaces de hacer nosotros. Como ha dicho el General de Ejército Raúl Castro, un Partido cada vez más democrático, que en las nuevas circunstancias continúe siendo garantía del poder político de los trabajadores, forjador de la unidad del pueblo alrededor de los postulados de justicia social, soberanía nacional y solidaridad internacionalista en que nos educó Fidel. Nada menos estará a la altura de sus fundadores, de la ética martiana y fidelista de su militancia y del heroísmo del pueblo con que ha nutrido sus filas.