Tamayo
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En el empleo del tiempo que
dejó correr en raudal infinito,
vio alejarse todo aquello que de
flor tuvo el patio hasta el más recóndito bostezo.
Él, negro, cubano, flotando,
cruzó el umbral que separa la
realidad de los sueños
para hurgar rincones, curó
quebrantos, tuvo sus momentos,
y se confió en ese credo que es
amar al prójimo como a sí mismo
y luchar por ello.
Él, negro, cubano, flotando,
recordó Guantánamo, se vio
pequeño vendiendo frutas,
limpiando zapatos, y en el lugar
más solitario de todos
se sintió acompañado.
Abrazó al hermano, repitió el gesto,
abrió los brazos y abrazó al mundo,
como le habían encomendado.
Y se sintió tranquilo luego de haber
cumplido ese recado.
Él, negro, cubano, flotando,
sintió los relojes andar más lentos,
se hizo más joven mientras duró el viaje.
Como el tiempo no le pertenecía, se
negó a tener descanso.
Pensó en aquellos que seguían insomnes.
Pasaron días como minutos y
se dijo: ¡mira que todo es tan extraño!
Mientras andaba dando vueltas
sin sentir su peso,
se preguntó si habría retorno,
si en la alegría del regreso iría
recobrando el ritmo normal de las cosas cotidianas:
¡vaya engaño!
Él, negro, cubano, flotando,
ahora en el cosmos con un
corazón nuestro para todos los humanos.
Bailando un baile que nunca
se había visto tan alto.
Él, negro, cubano, flotando,
después de hurgar tantos
rincones y verla como nadie
la había visto,
allá abajo, silenciosa, tranquila,
navegando.
Como saliendo del sopor se dijo:
tengo que regresar ya, tengo que
contarles a todos que seguimos andando.