La travesía común de Thor Heyerdahl y Fidel Castro
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Oslo es pequeña y cálida; es el territorio más poblado de Noruega, que no llega al millón de habitantes… el tranvía que la recorre y ese aire que te recuerda todo el tiempo a los vinkingos.
La gente es sencilla y sin afectaciones inútiles. Hay vida allí, y mucha historia: La estatua de Ibsen, que devuelve siempre la rebeldía a las mujeres o el Centro Nobel de la Paz situado en el antiguo edificio de Vestbane en la plaza Rådhusplassen. En el Museo de Edvard Much, su antológica obra El grito, una y otra vez parece hecha para este tiempo de incertidumbre. En esos días se expone un contrapunteo de selfies entre el famoso fotógrafo norteamericano Robert Mapplethorpe y Munch. Otro reto, más que curatorial, para este tiempo. El rock y el salmón son parte de la naturaleza.
Pero además de todo eso, Oslo de Noruega es el punto de partida de una travesía. Allí nació Thor Heyerdahl, que empeñó la vida en demostrar que somos mestizos, andantes de un sitio a otro por mares, fundando pueblos, abrazando huellas.
Heyerdahl y otros cinco integrantes viajaron en balsas desde Perú durante 101 días a lo largo de casi 7000 km por el océano Pacífico, hasta llegar a las islas Tuamotu, el 7 de agosto de 1947. Toda la tripulación llegó sana a tierra en esa famosa travesía que significó un antes y un después para la antropología social: la expedición Kon-Tiki. En Oslo, el Museo de la Kon-Tiki da cuenta de todos sus viajes en una instalación gigante e interactiva, que incluye las balsas de los viajes, una colección de objetos culturales que el explorador noruego llevó consigo tras sus investigaciones arqueológicas en la Isla de Pascua, así como una copia de las famosas esculturas conocidas como moái. Sin embargo, queda por atrapar la dimensión inmensa del espíritu humanista de aquel hombre.
La mayor travesía de Thor Heyerdahl estuvo en su interminable viaje al centro de la vida humana. Y en ese recorrido conoció a Fidel Castro, viajero también de una larga travesía por la dignidad desde una isla. Heyerdahl decía: “Siempre estoy feliz de venir a Cuba. La primera vez fue antes del triunfo de la Revolución; por lo tanto he tenido la oportunidad de ver el progreso en este país”.
El periodista cubano Pedro de la Hoz cuenta que la primera vez que vio al noruego fue en una ocasión imprevista: El norte de la Isla acababa de ser asolado por el huracán Kate y Fidel recorría la zona para cuantificar los daños y tomar decisiones para la pronta recuperación. A la entrada de Caibarién, la caravana de vehículos de campaña se detuvo unos minutos y advertí, sorpresivamente, la presencia de Heyerdahl entre los acompañantes de Fidel. De aquel encuentro, quedó una declaración al diario Vanguardia que conservo todavía: “Solo una organización social —expresó Heyerdahl— como la del pueblo cubano es capaz de enfrentar exitosamente cualquier calamidad (…) Me impresiona la profunda identidad del pueblo con sus líderes; es una lección que muchos en este mundo tendrían que aprender”.
Pocos meses antes de su muerte, y de nuevo en Cuba, Heyerdahl hablaba del sentido de sus investigaciones: “He querido demostrar que los océanos no aislaron a las distintas culturas durante los últimos 5 000 años, puesto que el hombre disponía de barcos que podían cruzarlos. Los científicos históricos han desestimado la sabiduría de pueblos que sabían navegar en barcos aparentemente frágiles. Si en épocas de menor desarrollo tecnológico, los mares unieron a la humanidad, es una vergüenza que ahora estemos divididos por ambiciones y egoísmos. Esa es la lección”.
Heyerdahl no escondió nunca su simpatía por Cuba y por Fidel. Expresó siempre su admiración por la isla y su coincidencia humana con Fidel Castro, a quien consideraba su amigo. Ambos hombres debieron construir una línea de tiempo con todo el devenir del mundo, aunque parezca así demasiado grande. Es que ambos tuvieron la travesía común de la utopía, defendida con sus propias vidas y hasta con la buena suerte de haberse conocido, haber sido amigos y seguramente haber soñado juntos alguna aventura descomunal para el futuro.