VALIENTES: El ángel de Lomé busca nuevamente “el peligro”
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— No te vayas Ángel, no. Tú siempre estás buscando el peligro.
— Eso es lo que soy, ¿qué voy a decir? ¿que no? Cuando tantos compañeros están dando el paso al frente.
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El domingo 11 de abril Ángel Tellez salió de La Habana a las 11 de la mañana con destino Lomé, capital de Togo, uno de los países más pequeños de África Occidental, como parte de una brigada de 11 colaboradores cubanos. La suerte del 11:11 dirían los místicos. Sin fecha de retorno, el vuelo duró nueve horas y 37 minutos. Para el enfermero del policlínico universitario del Cerro y de la lucha contra el ébola, este era su tercer vuelo al continente africano.
Togo es una nación de casi ocho millones de habitantes y su capital, una región marítima con playas y palmeras, pero Ángel ha visto poco de la ciudad. Se levanta, desayuna y parte al hospital. El licenciado en Enfermería que ronda los 50 años, trabaja seis días a la semana atrapado en trajes de protección y mascarillas, inhalando su propio aliento y escuchando el eco de su voz.
Hay personas que prefieren mantener debajo del uniforme médico alguna prenda que le recuerde a casa. Pero en el nivel de Bioseguridad 2 y enfrentando la COVID-19 es difícil mantener un objeto personal. El riesgo de arrastrar el contagio sería demasiado alto.
Ángel se desprende del anillo de casado y de su pulóver favorito, pero lleva consigo su personalidad: no renuncia a conversar, dar una palmadita de ánimo o hacer un chiste.
En la zona roja pocas veces los médicos togoleses comparten más de lo necesario con los enfermos: chequeo de temperatura, signos vitales y PCR. Así, cubículo tras cubículo y después al cleaner, la persona encargada de desinfectarlos antes de continuar al siguiente grupo.
Lejos de casa y atrapado en un traje de protección que te cubre expresiones faciales y te robotiza, Ángel permanece siendo él mismo. Los enfermos togoleses le han pedido al traductor que le haga saber al enfermero cubano “que siempre pasan un rato alegre con él”.
El idioma oficial de la nación es el francés y además hablan algunas lenguas autóctonas. El inglés Ángel lo domina bastante, pero del francés cada día se aprende cinco o seis palabras, porque dice que “está un poco frito. Solo sé decir bonjour, monsieur y enchantè. Pero me cuesta trabajo, lo que realmente quisiera es desearles buena suerte, que es bonne chance, y adiós”.
El nuevo coronavirus SARS-Cov-2 tiene una letalidad en el mundo de 7,09%. Nunca antes una enfermedad en la historia moderna nos ha obligado a tantas personas a la vez a escuchar a nuestros familiares del otro lado de la línea telefónica ahogándose en un hospital sin la más mínima oportunidad de apretarles siquiera la mano. En Lomé, Ángel, sudando en una escafandra que te cronometra los posibles minutos de contagio, les ofrece la mano a los pacientes.
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“Describir África no es difícil, pero es inmensa”, dice Ángel mientras medita la respuesta. “En los tres países donde he estado la cultura es casi la misma, la vestimenta, los colores, la alegría de su pueblo y lo afables que son, pero también hay cosas que chocan, como la extrema pobreza”.
En el país existen hasta el 30 de abril 116 casos confirmados al nuevo coronavirus y nueve fallecidos, pero las cifras aún son preliminares.
“Hablar de la COVID-19 aquí es muy apresurado. Es un país muy preparado, pero hay debilidades en atención primaria. Falta el pesquisaje y hay que buscar más casos. Puede que haya pacientes que estén falleciendo de la enfermedad y no se registre”.
Gravemente afectado por enfermedades como la malaria y el VIH sida, Togo es el país que buscas en Google y aparecen más resultados de una película con dicho nombre, que de la nación en sí.
Los cubanos quizás tampoco saben mucho de este país, pero varios han sido los jóvenes togoleses que se han formado en la Isla. Tres de ellos solicitaron ahora trabajar específicamente con el personal cubano. “Ellos son cubanos. Nosotros nos formamos en Cuba”, repiten a los pacientes una y otra vez.
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En la zona roja coinciden estudiantes, médicos togoleses y colaboradores cubanos. A esta acceden sabiendo exactamente cada paso y procedimiento a realizar durante el turno. “Una vez que entras no hay regreso”. El proceso de vestimenta es el más complicado y el momento donde el enfermero cubano se siente más seguro.
A fin de cuentas, en el 2014 Ángel vestía trajes de Bioseguridad 4 en medio de la tierra roja y en un pequeño punto perdido en el mundo de Sierra Leona. Con una tasa de letalidad de aproximadamente el 50%, los colaboradores cubanos llegaban a un hospital de campaña para ayudar al país a controlar una de las enfermedades más peligrosas de los últimos años.
“Como de la brigada soy el único que estuvo en la lucha contra el ébola, siempre cuentan conmigo para revisar si están correctamente vestidos. Me gusta la idea de ayudar. Me siento bastante útil. Durante la lucha contra el ébola yo trabajaba y escuchaba todo lo que me decían. Pero aquí al tener más experiencia ellos se apoyan siempre en mí”.
En Sierra Leona Ángel escuchaba. Con experiencias previas en el terremoto en Ecuador y en Etiopía, enfrentarse al ébola durante meses no fue solo ser valiente, no fue solo ser médico y llevar tatuado con sangre el juramento hipocrático, fue ser humano. Hay cosas con las que se nace, y Ángel nació así.
“Se considera que alguien es un héroe porque no manifiesta temor ante una situación adversa o peligrosa”, dicen los diccionarios.
Pero no, no es heroísmo. Si no tuviera miedo Ángel podría morir. Porque tiene miedo sobrevivió al ébola, porque tiene miedo se revisa el traje, manda a cambiarlo, busca detalles, porque tiene miedo Ángel está en una misión en África por tercera vez. Porque tiene miedo Ángel no es un héroe, y que orgullo que no lo sea. “Solo vino a darle un beso al mundo y nada más”.
Culpa nuestra que lo notamos ahora. Culpa nuestra que lo aplaudimos ahora. Hace unos meses Ángel también nos cuidaba en el policlínico del Cerro y hace unos días estuvo en el primer grupo en atender pacientes infectados con la COVID-19 en Cuba en el Instituto Pedro Kourí (IPK). Sus colegas Yosvany y Raúl están ahora en Honduras.
A veces se comunica con ellos por las redes sociales. En momentos donde cada colega, cada paciente, cada superficie, cada persona, podría ser una amenaza, no hay tiempo para esparcimiento. Cuando estás en un país extranjero tomando muestras para el PCR, revisando trajes y respirando tu aliento, es difícil bajar la guardia.
Cuando no está trabajando Ángel pasa los días en su habitación, mirando por una ventana palmeras, plantaciones de plátano y cocoteros que le dan la sensación de estar en Cuba, mientras conversa con su familia vía WhatsApp.
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Cuando la Unidad Central de Cooperación Médica se comunicó con Ángel para ofrecerle viajar a Togo como parte de la brigada Henry Reeve, su esposa e hijas se negaron. “Tú siempre estás buscando el peligro”.
Él, que “solo necesitaba el apoyo de ellas tres”, se enfrentó entonces a largas discusiones. Asumir que tu padre o esposo viajará a una nación a 8 474 kilómetros de casa cuando ya ha burlado al peligro varias veces sería impensable, si no fuera tan real. Finalmente, fueron las hijas, una alumna de quinto año de Medicina y la otra pediatra, quienes sellaron el pacto:
— Bueno, si yo estuviera en tu lugar, también me iría.