De Lombardía para Cuba
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Alfonso M. Cancillieri era lombardino. Su sueño más puro, apasionado y apremiante, era viajar a Cuba. Para ello partió a New York y luego de ingentes gestiones con amigos cubanos, en la primera embarcación disponible, emprendió la aventura. El vapor se nombraba Tillie. Parecía seguro y marinero, pero la naturaleza lo puso a prueba.
Apenas salido de la urbe neoyorquina, una violenta tormenta se ensañó con la frágil nave. Olas enormes que lo rebasaban, fueron llenando de saladas aguas sus bodegas y compartimentos.
Hubo que lanzar al mar equipajes y mercancías para aligerarla. La experta tripulación, entre quienes se encontraban John O’Brien, conocido como capitán «Dinamita», viejo lobo de mar y el ingeniero italiano Frank Pagliuchi, hicieron todo lo que estaba a su alcance para evitar el desastre. Fue en vano.
En pleno océano Atlántico, dos días después de la partida, la nave se hundió. De sus 22 ocupantes, solo 18 salvaron la vida. Cancillieri, el joven lombardino enamorado de Cuba, y que viajaba a ella para pelear por su independencia, murió ahogado aquel 23 de enero de 1898. Las aguas del
Atlántico le sirvieron de tumba.
No fue el único oriundo de la región más abatida hoy en Italia por el nuevo coronavirus, que peleó por Cuba. Natalio Argenta, capitán garibaldiano, poeta, músico y también enamorado de la independencia de la Isla, a la que cantó en himnos, melodías y poemas en Tampa y Cayo Hueso, se enroló en otra expedición. Era natural de Bergamo, y enamorado de la libertad, viajó a la Isla en la expedición del mayor general del Ejército Libertador Calixto García, para tomar parte en la Guerra Chiquita.
Acompañado de un pequeño
contingente de audaces revolucionarios y procedentes de Jamaica, el veterano jefe mambí desembarcó el 7 de mayo de 1880 al sur de la Sierra Maestra. Luego de cubrir la retirada del general Calixto y salvarle de una nueva prisión, Argenta cayó prisionero. El 7 de julio de 1880 fue fusilado en la ciudad de Bayamo. Murió desafiando al enemigo al grito de «¡Viva la República Universal!».
No fueron los dos lombardinos los únicos italianos que combatieron por la independencia de Cuba. El napolitano Orestes Ferrara desembarcó en Punta Brava, Oriente, el 21 de mayo de 1897, en la expedición del Dauntles, comandada por el comandante Serapio Arteaga Betancourt. Concluyó la guerra a las órdenes del General en Jefe Máximo Gómez, como coronel del Ejército Libertador.
El mantuano Gerardo Hugo Ricci, militar de carrera en su natal Italia, combatió duro en la provincia de Matanzas, donde alcanzó los grados de teniente coronel en la gesta del 95. Fue de los héroes del combate de Jicarita, uno de los más gloriosos de la epopeya mambisa. Concluida la guerra se estableció en Bolondrón, provincia de Matanzas, donde vivió hasta su muerte.
El Doctor Francisco Federico Falco, nacido en Penne, Abruzzos, era el Secretario del Comité Italiano Pro Cuba. En enero de 1897 publicó un libro titulado La lucha de Cuba y la solidaridad italiana. El delegado del Partido Revolucionario Cubano en París, el benemérito puertorriqueño Ramón Emeterio Betances, trató de convencerlo de la importancia de su labor en Italia en favor de la Revolución cubana, pero Falco decidió viajar a Cuba y pelear por su libertad.
Arribó a la Isla a fines de abril de 1898, llegando a alcanzar el grado de comandante en el cuerpo de sanidad militar. Escribiría varios libros
vinculados con la Guerra de Cuba,
entre ellos: El Jefe de los Mambises, sobre Máximo Gómez; En Memoria de Calixto García; Ideal Cubano; y Veinte años después del grito de Baire.
También comandantes fueron Francisco Lenci, natural de Lucca, quien combatió en la guerra del 95 a las órdenes del general Carlos García Vélez, y el ingeniero Francisco Pagliuchi y Guerra, natural de Livorno, quien como miembro del Departamento de Expediciones del Partido Revolucionario Cubano en New York, donde ingresó en marzo de 1896, fungió como maquinista naval y mecánico, conduciendo a Cuba numerosas expediciones durante la guerra del 95.
El capitán Carlos Dominici, quien peleó bajo las órdenes de Garibaldi, y estuvo en París al lado de los comunistas en La Comuna, tomó parte en la fracasada expedición del Octavia o Uruguay en 1876. Garibaldi era su ídolo.
Teniente del Ejército Libertador fue el napolitano Guillermo
Petriccione Raia, oficial graduado de artillería en su país, quien desembarcó en Punta Brava, Manatí, costa norte de Oriente, el 21 de mayo de 1897 en la expedición del Dauntles, comandada por el Comandante Serapio Arteaga. Combatió como artillero a las órdenes del mayor general Calixto García. En la paz fue cónsul de Cuba en París y Marsella, y de Italia en Cienfuegos.
Alférez en la Guerra del 95 y combatiente del Primer Cuerpo de Ejército en el Regimiento de Infantería José Maceo número 8, fue Raffael Paliozzo. También en el Primer Cuerpo combatía como soldado Santiago Niwia Aniva, natural de Pavia.
Mambises italianos fueron, además, el siciliano Aquiles Avilés, expedicionario de El Salvador, que arribó a Cuba el 13 de mayo de 1869 a las órdenes del general Rafael de Quesada y murió en 1870 durante el ataque a la ciudad de Las Tunas; Fernando Castroverde, desembarcado en La Habana el 24 de mayo de 1897 como expedicionario del Dauntles; y tres patriotas de nombres desconocidos, un parmesano exartillero del ejército de Italia, fusilado por las tropas españolas en El Cobre, Santiago de Cuba, en 1895; otro natural de Cremona, muerto cerca de Matanzas en 1896; y un tercero muerto en Río Hondo, Pinar del Río, en 1897.
Italia, la nación europea que rindiera al general Antonio Maceo los más grandes tributos al conocer su fatídica muerte, fue solidaria con la independencia de Cuba.
Para mayor simbolismo, un partisano italiano nacido en Venecia, Gino Donne, vendría en el yate Granma a luchar por la definitiva independencia de Cuba.
La vida gloriosa de aquellos héroes, sirve de estímulo a los cubanos de batas blancas que hoy permanecen en Italia, precisamente