Cuba no olvida una de las huellas más tristes del terrorismo de Estado
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Mañana del 4 de marzo de 1960. Navega en la Bahía de La Habana el vapor francés La Coubre, que había zarpado días antes del puerto de Amberes, Bélgica, cargado de armamentos y municiones destinados a la defensa de la naciente Revolución. Una imagen de la época inmortaliza el momento del atraco en el espigón. Luce enorme y señorial, como si las más de 4 000 toneladas de su armazón levitaran sobre las aguas.
Nadie imagina que trae dos bombas activadas entre las armas y municiones que la Isla había comprado a Bélgica. Estallarían pocas horas después de que se tomara la imagen de su arribo, publicada en el periódico Revolución, con una noticia que nadie hubiera querido dar: Cuba viviría el mayor atentado del siglo xx, perpetrado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, que dejó más de cien personas fallecidas y 400 lesionadas.
La segunda imagen es tomada poco después de las 3:00 p.m. La explosión en el puerto de La Habana ha estremecido la ciudad de extremo a extremo, al detonar en la barriga de La Coubre la primera bomba, en el momento exacto en que la tripulación y un grupo de obreros portuarios comenzaran la descarga.
El fotógrafo José Agraz capta la secuencia entre la explosión y la inmediata reacción del pueblo y las autoridades cubanas para asistir a las víctimas y heridos; hombres y mujeres que desconocían que una segunda bomba, aún más potente, estaba a punto de estallar.
La gigantesca columna de humo del segundo estallido surca el cielo y puede verse desde casi cualquier punto de la ciudad. Esta imagen dantesca, captada por otra de las cámaras del periódico Revolución, es seguida por instantáneas más desgarradoras. Cuatro hombres trasladan a otro, mutilado. Un joven intenta levantarse de entre los escombros, con el torso al descubierto y la mirada perdida, buscando fuerzas en cada músculo de su cuerpo.
Una tercera muestra que ya no queda rastro de la popa de La Coubre, mientras cientos de hombres continúan las labores de rescate, tras los dos estallidos.
Las imágenes que siguen son esperanzadoras, inmortalizan el instante, repetido en Cuba muchas veces desde entonces, en que las autoridades se funden con los grupos de rescate. La Revolución nunca ha dejado solo al pueblo. Los jóvenes Fidel, Almeida, Che y otros líderes de la Revolución, han llegado al puerto de La Habana tan pronto como sintieron las detonaciones, y en las inmediaciones de la rada se ha armado el campamento para atender a las víctimas, limpiar los escombros, identificar los edificios dañados, asistir a la población del lugar, que ha vivido un infierno.
Sesenta años más tarde, las imágenes siguen doliendo. Cuba no olvida una de las huellas más tristes del terrorismo de Estado. El sabotaje fue el primero de una saga de miles de crímenes organizados y financiados desde Estados Unidos.
El escritor uruguayo Eduardo Galeano, a propósito de los miles de obstáculos y agresiones que han vivido los cubanos, diría: «esta Revolución, castigada, bloqueada, calumniada, ha hecho menos de lo que quería, pero mucho más de lo que podía». Y sigue.