Frente al terror y frente al crimen
Datum:
11/06/1955
Quelle:
La Calle
Siete petardos y un asesinato es el saldo de la trágica noche del jueves. Adivinar quién pone las bombas, sería en verdad obra de magos, porque nunca han estallado bombas más raras, más estúpidas y más estrafalarias que las que han dado en estallar últimamente en las calles de La Habana y otros lugares de Cuba.
Expresé mis sospechas al respecto cuando salí de las prisiones, porque como dije entonces a los periodistas, ningún cerebro cuerdo, equilibrado y en sus cabales, podría concebir que se le hiciese daño al régimen haciendo estallar petarditos en la venduta de un chino por los arrabales de La Habana; y en fin, porque el favor más grande que puede hacérsele a una dictadura que habla de orden es el método incivilizado e inhumano del atentado dinamitero con que se le da a los opresores el pie para la décima del terror.
He hablado en las últimas semanas con cientos y cientos de per-sonas: jóvenes, viejos, políticos, revolucionarios, más radicales y menos radicales; he palpado ideas y criterios de todos los matices al recoger las impresiones de los que han venido a saludarme; y de esos cientos de personas, ni una sola ha pronunciado una palabra o alusión en favor del terrorismo. En verdad creo conocer el pensa-miento de todos los hombres de oposición y hay en ella, como en el pueblo todo, la más absoluta repulsa del terrorismo.
Poner bombas, pues, solo puede ser obra de canallas sin conciencia, más deseosos de servir al gobierno que de combatirlo. Tan convencido estoy del daño inmenso que le están haciendo a la lucha contra la dictadura, que no vacilaría en denunciar públicamente al grupo de cafres que haciéndose pasar por revolucionarios, le prestan tan formidable servicio a Batista.
Y coincidieron anoche los petardos con un brutal asesinato político. Jorge Agostini fue asesinado, no cabe la menor duda. Aun admitiendo como cierta la versión policíaca, las orejas del crimen asoman por todas partes.
Textualmente expresa el informe: «Le fue ocupada una maleta de médico en cuyo interior se encontraba una pistola y dos peines». Luego Agostini no disparó, no usó el arma, no intentó siquiera usarla. Y salvo que sean adivinos, los matadores no podían saber que en aquel maletín de médico había una pistola y dos peines.
¡Lo mataron para que no pudiese escapar! ¿Y es concebible que un solo hombre tuviese la más remota posibilidad de escapar en una manzana rodeada por un denso cordón de agentes de la autoridad?
Agostini no presenta además un balazo, sino un sinnúmero de balazos diseminados por todo el cuerpo que lo convirtieron en un cernidor humano. No se le dan tantos balazos a un hombre para que no escape; tales rasgos en el cuerpo de la víctima solo se presentan cuando hay ensañamiento, cuando se le dispara incluso en el suelo.
¿Por qué esa cacería humana contra un hombre que no estaba reclamado por ningún tribunal de justicia? Agostini estaba comprendido entre los beneficiados por la última ley de amnistía. «Había confidencias de que se estaba reuniendo con elementos subversivos en una casa del Vedado». ¿Y por simples confidencias se balacea a un hombre vestido de médico?
Agostini no era un gánster. Quien esto escribe, no tuvo el honor de conocerlo, ni ha tenido con él, ni con las filas del movimiento donde militaba, la menor relación o contacto; pero todo el mundo está de acuerdo en que fue un militar honesto y querido por sus subalternos, que jamás abusó, ni mató, ni robó; que sus manos es-taban limpias por completo de lodo y de sangre; que en el exilio llevaba una vida modesta y de hombre pobre, que no deja a sus hijos fortuna de ninguna clase. Es realmente inconcebible que quien fuera pundonoroso oficial de la Marina de Guerra, muera asesinado como un perro feroz.
Por encima de todas las militancias y de tácticas nos duele a todos los cubanos la muerte de Jorge Agostini. No tiene justificación, ni la tendrá jamás. Son estos los primeros frutos del discurso del señor Batista en el Boulevard Batista, cuando dijo que «sus hombres tenían manos».
En nuestro escrito «Manos asesinas», en respuesta a ese discurso amenazador y altanero, dije textualmente: «Si un crimen político se cometiera después de estas palabras, ¿podría decirse que Batista está exento de culpa? ¿Podría negarse que hay en esas palabras una insinuación al asesinato? ¿Acaso algún esbirro no podría sentirse inspirado en ellas para hacer mérito con el crimen?». Desgraciadamente las preocupaciones nuestras quedaron bien pronto confirmadas.
Deseo saber cuál será la reacción de todos los partidos de oposi-ción, de la prensa imparcial y de los orientadores todos de la opinión pública, frente a este monstruoso asesinato político, que llena de incertidumbre a la nación entera. Guardar silencio sería complicidad vergonzosa con el crimen, y la ciudadanía observará cuidadosamente todas las actitudes para ver quiénes se mantienen ecuánimes y cívicos frente al brote de terror desatado por el régimen.
¿Quedará sin castigo la salvajada? ¿Tiene acaso un grupo de hombres el derecho de arrancarle la vida a sus semejantes, con más impunidad que la que tuvieron nunca los peores gánsteres? Y hoy es Jorge Agostini, nuevo mártir en la lucha por la liberación nacional, ¿quién será el próximo combatiente en caer acribillado?
¡A nadie se le ocurra tomar venganza personal de este hecho! Al asesinato político debe responderse con la movilización nacional; es la única táctica revolucionaria correcta.
Detengamos el crimen con la denuncia valiente y viril. Pongamos a prueba el pudor de nuestros jueces y tribunales. No más crimen sin castigo. ¡Justicia, justicia, justicia!
Expresé mis sospechas al respecto cuando salí de las prisiones, porque como dije entonces a los periodistas, ningún cerebro cuerdo, equilibrado y en sus cabales, podría concebir que se le hiciese daño al régimen haciendo estallar petarditos en la venduta de un chino por los arrabales de La Habana; y en fin, porque el favor más grande que puede hacérsele a una dictadura que habla de orden es el método incivilizado e inhumano del atentado dinamitero con que se le da a los opresores el pie para la décima del terror.
He hablado en las últimas semanas con cientos y cientos de per-sonas: jóvenes, viejos, políticos, revolucionarios, más radicales y menos radicales; he palpado ideas y criterios de todos los matices al recoger las impresiones de los que han venido a saludarme; y de esos cientos de personas, ni una sola ha pronunciado una palabra o alusión en favor del terrorismo. En verdad creo conocer el pensa-miento de todos los hombres de oposición y hay en ella, como en el pueblo todo, la más absoluta repulsa del terrorismo.
Poner bombas, pues, solo puede ser obra de canallas sin conciencia, más deseosos de servir al gobierno que de combatirlo. Tan convencido estoy del daño inmenso que le están haciendo a la lucha contra la dictadura, que no vacilaría en denunciar públicamente al grupo de cafres que haciéndose pasar por revolucionarios, le prestan tan formidable servicio a Batista.
Y coincidieron anoche los petardos con un brutal asesinato político. Jorge Agostini fue asesinado, no cabe la menor duda. Aun admitiendo como cierta la versión policíaca, las orejas del crimen asoman por todas partes.
Textualmente expresa el informe: «Le fue ocupada una maleta de médico en cuyo interior se encontraba una pistola y dos peines». Luego Agostini no disparó, no usó el arma, no intentó siquiera usarla. Y salvo que sean adivinos, los matadores no podían saber que en aquel maletín de médico había una pistola y dos peines.
¡Lo mataron para que no pudiese escapar! ¿Y es concebible que un solo hombre tuviese la más remota posibilidad de escapar en una manzana rodeada por un denso cordón de agentes de la autoridad?
Agostini no presenta además un balazo, sino un sinnúmero de balazos diseminados por todo el cuerpo que lo convirtieron en un cernidor humano. No se le dan tantos balazos a un hombre para que no escape; tales rasgos en el cuerpo de la víctima solo se presentan cuando hay ensañamiento, cuando se le dispara incluso en el suelo.
¿Por qué esa cacería humana contra un hombre que no estaba reclamado por ningún tribunal de justicia? Agostini estaba comprendido entre los beneficiados por la última ley de amnistía. «Había confidencias de que se estaba reuniendo con elementos subversivos en una casa del Vedado». ¿Y por simples confidencias se balacea a un hombre vestido de médico?
Agostini no era un gánster. Quien esto escribe, no tuvo el honor de conocerlo, ni ha tenido con él, ni con las filas del movimiento donde militaba, la menor relación o contacto; pero todo el mundo está de acuerdo en que fue un militar honesto y querido por sus subalternos, que jamás abusó, ni mató, ni robó; que sus manos es-taban limpias por completo de lodo y de sangre; que en el exilio llevaba una vida modesta y de hombre pobre, que no deja a sus hijos fortuna de ninguna clase. Es realmente inconcebible que quien fuera pundonoroso oficial de la Marina de Guerra, muera asesinado como un perro feroz.
Por encima de todas las militancias y de tácticas nos duele a todos los cubanos la muerte de Jorge Agostini. No tiene justificación, ni la tendrá jamás. Son estos los primeros frutos del discurso del señor Batista en el Boulevard Batista, cuando dijo que «sus hombres tenían manos».
En nuestro escrito «Manos asesinas», en respuesta a ese discurso amenazador y altanero, dije textualmente: «Si un crimen político se cometiera después de estas palabras, ¿podría decirse que Batista está exento de culpa? ¿Podría negarse que hay en esas palabras una insinuación al asesinato? ¿Acaso algún esbirro no podría sentirse inspirado en ellas para hacer mérito con el crimen?». Desgraciadamente las preocupaciones nuestras quedaron bien pronto confirmadas.
Deseo saber cuál será la reacción de todos los partidos de oposi-ción, de la prensa imparcial y de los orientadores todos de la opinión pública, frente a este monstruoso asesinato político, que llena de incertidumbre a la nación entera. Guardar silencio sería complicidad vergonzosa con el crimen, y la ciudadanía observará cuidadosamente todas las actitudes para ver quiénes se mantienen ecuánimes y cívicos frente al brote de terror desatado por el régimen.
¿Quedará sin castigo la salvajada? ¿Tiene acaso un grupo de hombres el derecho de arrancarle la vida a sus semejantes, con más impunidad que la que tuvieron nunca los peores gánsteres? Y hoy es Jorge Agostini, nuevo mártir en la lucha por la liberación nacional, ¿quién será el próximo combatiente en caer acribillado?
¡A nadie se le ocurra tomar venganza personal de este hecho! Al asesinato político debe responderse con la movilización nacional; es la única táctica revolucionaria correcta.
Detengamos el crimen con la denuncia valiente y viril. Pongamos a prueba el pudor de nuestros jueces y tribunales. No más crimen sin castigo. ¡Justicia, justicia, justicia!