Fidel nos dio las herramientas y la inteligencia para decidir por nosotros mismos
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Asegura Elián González Brotóns, a 18 años de iniciada la Batalla de Ideas que se desató en Cuba con el reclamo de su regreso. En exclusiva para Escambray, rememora pasajes de una experiencia que estremeció al mundo
Cuando al borde de las 8:00 p.m. de aquel 28 de junio Juan Miguel González dio las pisadas más firmes de su vida, con Elián agarrado por encima del pecho y la certeza de que estaba en el aeropuerto internacional José Martí, el niño le haló la mano y, una vez que el padre estuvo bien cerca de él, lanzó una petición al parecer extraña: “Papá, yo quiero ir para Cuba”.
Entonces no podía descifrar aquellas ansias de ver imágenes, sentir olores y sabores específicos, pero percibía que ese “algo” no eran los altos edificios ni el bullicio de una gran ciudad, sino la quietud del pueblito donde solía compartir la cotidianidad de su infancia entre la casa materna y la del padre.
“Esa patria pequeña para mí era Cárdenas. Para mí toda Cuba era Cárdenas. Incluso en La Habana no me sentía feliz; yo quería estar en mi casa, yo quería estar en mi pueblo. Y creo que eso se lo debo a que cuando era todavía muy niño, ya la familia me había enseñado ese sentimiento de defender mis raíces, de sentirme cerca de lo mío”, declara mientras mira a la reportera con ojos despojados del estupor de años atrás.
A pesar de que lo rodearon con la bandera norteamericana y le inculcaron —o le trataron de inculcar, precisa— la figura de Mickey Mouse, le debe a su familia en el archipiélago que “todo eso significó nada” para él, porque al llegar a Cuba volvió a sus muñequitos de Elpidio Valdés. “Siempre preferí rodearme de mi bandera que rodearme de una bandera norteamericana”, sostiene, rotundo.
Estuvo “ahí” y pudo ver la propaganda que se hace de Fidel. Esos tíos, esa familia allá, narra, pronunciaban su nombre aludiendo a alguien muy malo. Literalmente le hacían historias del diablo, que una vez le habían visto brotar por las espaldas. “Historias fantásticas inventaron alrededor de él”, revela antes de calificar al hombre que cierta tarde, ya vencido su primer grado, se le apareció en la casa y, despojado de todo protocolo, le entregó dos obsequios. Su única encomienda le causó risa: “Ten cuidado, no te vayas a comer el libro y a leer los chocolates”. Leer La Edad de Oro sería desde aquel momento un deseo casi irrefrenable, pero debió esperar hasta el quinto grado, como indicaba la dedicatoria. En la primera lectura no entendió mucho, así que aguardó para intentarlo de nuevo. Ya lo ha leído varias veces, confesaría en diálogo con estudiantes universitarios.
“Esta causa hizo ver a un Fidel humano, un Fidel padre, un Fidel que luchaba por un niño sin importar quién era; no es porque fui yo, porque yo era un niño como cualquier otro, de una familia obrera, humilde. Hizo ver que Fidel y la Revolución se interesarían por cualquier niño. Cualquier niño importa, eso es lo que me hace sentir orgulloso y lo que me hace reflexionar de toda esta historia”, resume.
LA HISTORIA EN UN PERIÓDICO
A mitad de primera plana, su nombre, en forma de vocativo, con grandes letras rojas de iguales proporciones. Luego, el clamor que por aquellos días se entronizaba en millones de gargantas a lo largo del archipiélago, formulado por un colega. “ELIÁN, te queremos con pañoleta”, rezaba el titular que era imposible no notar si se tenía el ejemplar del periódico Escambray correspondiente al 11 de diciembre de 1999 delante.
Azuzado por una mezcla de ira e impotencia, el padre de un niño de cinco años le ofrecía a aquel retenido en Miami razones para volver pronto: los tres ejercicios inconclusos en la libreta, con fecha 19 de noviembre; el sonido de la letra n que aprendía por aquellos días; el papalote con que jugaba; Hanser, su compañero de pupitre; el kárate; la primita Elianne; la cotorra que gracias a él había aprendido a decir papá, y los dos perros de casa.
Por suerte todo eso es ahora historia, como las fotos que desde aquellos días turbulentos repetirían las mismas imágenes de carteles izados por multitudes: un niño solo, en el lugar equivocado, en medio de una madeja enredada por la crueldad, el irrespeto y el odio. Es historia también la reseña en la página 8 de aquel día, donde se resumía la primera de las tribunas abiertas que en suelo espirituano mantuvieron en vilo a la gente luego de que las venas de una familia en Cárdenas se abrieran.
Son historia las cartas a Elián de los pioneros, publicadas en el propio ejemplar; la indignación de la gente común; los análisis en la página de opinión por semanas y más semanas. Todos clamaban por el infante que quedó primero huérfano en el mar y, después, atrapado en una nación que no haría justicia a los derechos suyos ni de su padre hasta siete largos meses después, con otras tres jornadas adicionales.
Desde días antes, en Cuba ya los medios de comunicación masiva no tratarían otro tema más relevante que el de Elián, a quien se dedicaron las mesas redondas que clavarían frente a los televisores a millones de cubanos. ¿En qué tiempo se puede cambiar la mente de un niño?, rezaba el título de los paneles iniciales, con la comparecencia de prestigiosos especialistas en Psicología y en Derecho.
El 5 de diciembre de aquel año, cuando en una casa de la Pequeña Habana, Miami, se preparaba más que el cumpleaños número seis del menor, el pretexto para atiborrarlo de juguetes costosos y cuentos increíbles, otro niño matancero irrumpió en la sala del Palacio de Convenciones de la capital cubana y formuló el reclamo en su nombre.
Justo 18 años después de la tragedia, los ojos de Elián ya no son los que sonreían tímidamente mientras suplicaba al avión en vuelo sobre el cautiverio que lo regresara a Cuba. Las cejas, más tupidas; el cabello, más grueso y oscuro. En la Universidad de Sancti Spíritus José Martí, donde sesionó el X Fórum Nacional de Historia, Escambray abrió el diálogo.
Estuviste en el centro de una disputa histórica entre los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos. ¿Qué sientes al cabo de todo este tiempo?
Son muchos sentimientos; unos buenos, otros malos. En medio del proceso perdí a mi madre, lo cual significó una derrota en mi vida; no fue un freno para mi desarrollo, aunque sí lo hizo un poco más difícil; pero a pesar de eso me siento orgulloso. Me siento orgulloso de haber nacido en Cuba en la época en que existió Fidel, y con el padre y la familia que me tocaron porque, de no haber sido por todas estas condiciones y por el glorioso pueblo que tiene este país, yo no hubiese estado hoy con mi padre y no sería nada de lo que soy.
Fue una disputa difícil, pero me hizo darme cuenta de muchas cosas y estar agradecido eternamente; es lo que me ha hecho esforzarme cada día por ser mejor persona. Me siento orgulloso también de haber representado una etapa para el pueblo de Cuba que lo unió, que lo hizo realizar un reclamo justo en el plano internacional y lo hizo verse bien, fuerte, firme, y que puso a Cuba otra vez en el centro del mundo. Me siento parte de Cuba y de un momento que ayudó a que su pueblo se uniera en torno a la Revolución, en torno a Fidel, en torno a la familia.
Vivimos en un mundo que iría mucho mejor si en vez de hacer tantos muros, en vez de construir tantas barreras, hiciéramos más puentes. Creo que todo lo que hemos vivido posteriormente con las nuevas relaciones, que hoy se ven afectadas por el Presidente Trump, pero que en su momento se vieron florecer con Obama —sin descartar las verdaderas intenciones detrás de ello— fue fruto también de ese momento, que les hizo ver que Cuba era mucho más de lo que decían.
Antes de partir a Sochi se te vio emocionado al recordar a Fidel. ¿Qué enseñanzas guardas de ese amigo tan especialmente ligado a ti?
Fidel puso todos sus esfuerzos en que me preparara. Si yo mostraba una vocación por un deporte o por una rama artística ponía su empeño en que la desarrollara, y en un momento determinado le dijo a mi papá que yo ya era alguien, que ahora tenía que ser algo, bueno en algo.
Después lo aprendí, cuando tuve la última ocasión de compartir más cercanamente con él, que estábamos almorzando, y yo me encontraba por terminar el preuniversitario. Empezaba el grado 12 y tenía la incertidumbre de qué estudiar, qué carrera universitaria escoger, y cuando varias veces le pregunté él no contestó; él siempre ignoró mi conversación, cambió el tema.
Su mayor enseñanza estuvo ahí, es precisamente lo que hizo conmigo y lo que ha hecho con todo el pueblo de Cuba: ha puesto los medios en nuestras manos, nos ha dado las herramientas, pero no estaba ahí para decidir por nosotros, nos ha dado la inteligencia para decidir por nosotros mismos.
Él quiso eso, a él no le importaba que yo fuese bueno como deportista, como artista, como profesional, científico o letrado; él quería que escogiera por mí mismo, pero lo que fuese a hacer que lo hiciera porque era mi elección, que lo hiciera bien, con el corazón y que fuese bueno en eso. Después de todas las vivencias, de todos los momentos que compartimos, fue ese el más importante, a pesar de muchos otros y de los altos conceptos que me transmitió de amistad, de liderazgo.
Yo a Fidel, aunque lo veo como Dios, como una persona gigantesca en todo el sentido de la palabra, como padre, lo veo como un amigo. En una ocasión él dijo que tenía el orgullo de considerarse mi amigo y es más orgullo para mí haber escuchado esto. Fidel lo que hizo fue estar ahí para todo el mundo, ser el amigo que le extendió el brazo al más débil, al necesitado; siempre que hubo un afectado con un ciclón, con una inundación aquí o allá, cuando hubo un disturbio él estuvo para darle el brazo al pueblo y él fue el amigo que siempre está ahí para ayudarnos, para dar su vida por nosotros, para hacer todo lo posible por no defraudarnos, el amigo que nunca nos va a traicionar. Y yo veo a Fidel como eso, como un amigo.
El día que fuiste hallado a la deriva en el mar era 25 de noviembre. Esa es también la fecha en que Fidel partió físicamente. ¿Qué piensas acerca de eso?
Son tres coincidencias: haber partido en el Granma, haberme encontrado a mí en el mar y que partiese el Comandante en el plano físico. Siempre uno procura, y más los cubanos cuando se trata de él, idealizarlo y buscar semejanzas por todos lados, buscar una anécdota que nos una a él. Yo creo que, aparte de muchas que tengo, esta es otra que me une, que me hace creer un poco en que tiene su significado.
Yo creo que ahora, después de ese 25 de noviembre que lo perdimos físicamente, también empezó una nueva etapa de lucha para el pueblo cubano, que es la etapa de enfrentarnos al mundo sin Fidel, sin él estando ahí para cogernos de la mano, para guiarnos. Pero creo que son suficientes las ideas, los argumentos que nos dio para defender este modelo y que todo en su vida estuvo bien planeado. No sé si tal vez él tuvo la noción del día que iba a morir, pero al menos lo presintió; no sé qué fue lo que sucedió, pero hasta la dicha tuvo este pueblo de que Fidel apenas un tiempo antes de morir se despidiese de él.
Fidel tuvo la increíble oportunidad de ver casi todas sus batallas vencidas, para mí las venció todas, porque lo que vemos como que no venció es porque en su momento de partir estuvo en la cúspide de lo mejor que pudo ser. Él vio a Cuba libre, alfabetizada, todo su programa en el Moncada cumplido, él vio a los Cinco en la Patria, una batalla que muchos consideraron perdida. Incluso eso él logró. Una de las cosas que más me llena de orgullo es haber podido ver el momento en que los Cinco llegaron y que Fidel estuviese vivo para encontrarse con ellos, porque no hubiese sido todo lo deliciosa esa victoria, no la hubiese podido saborear como de verdad la saboreé si no hubiese sido con Fidel vivo.
Te recordamos entre tus compañeritos de aula. ¿Qué rol sientes que tuvo la escuela en todo aquel proceso?
La escuela asumió un papel fundamental, porque desde que se inició la Batalla de Ideas los pioneros, tanto de esa escuela como de otras muchas en todo el país, fueron los que la lideraron, fueron sus voces. Fidel dio la tarea, unió al pueblo, y los niños, los jóvenes, los pioneros fueron los que salieron en la marcha a defender esta batalla. Los jóvenes de mi aula, esos pioneros niños que fueron allá y los otros muchos que se quedaron aquí en Cuba supieron cumplir su misión. La misión fundamental de los que fueron a Estados Unidos era traer a un Elián sano, alejado de los problemas, sin afectaciones sicológicas, y lo lograron, lograron que a pesar de haber estado con mi padre varios meses allá me mantuviese lo más cercano a Cuba y a mis amigos, y que transcurriera mi vida lo más normal posible.
Incluso esos niños después siguieron conmigo hasta que terminé el noveno grado, el aula entera junta, y durante mi crecimiento significaron mi guía y mi sustento, porque fueron los que siempre estuvieron al lado mío, son los que hoy siguen siendo mis amigos. Ellos lograron el joven que soy hoy, que siempre voy a continuar mejorando en aras de satisfacer sobre todo a mi pueblo, porque es el pueblo que estuvo dispuesto a levantarse día tras día, en largas horas de caminatas, bajo el sol, en marchas del pueblo combatiente para reclamar el regreso de un niño que apenas conocían y lo hicieron su familia.
A pesar de que han pasado ya 18 años de que me encontrasen en el mar, 17 del inicio de la Batalla de Ideas, cuando me reconocen en la calle son increíbles las muestras de amor. Siempre está la madre que llora y me dice que ella me sintió como su hijo, y la abuela, y los padres, y los niños que crecieron viendo mi imagen y que muchos de ellos lo primero que aprendieron a decir, porque era lo que se veía en ese momento y era el espíritu de los cubanos, fue “regresen a Elián”. Eso me hace sentirme orgulloso de mi pueblo y me hace deberle mucho.
¿De qué otras herramientas te valiste para conducir y concluir tus estudios siendo, como has sido, blanco de la prensa?
Un elemento fundamental, clave, fue nuestro Comandante. Hasta que terminé el grado 12 —incluso en la universidad fue muy poco, ahora es que se ve más—, a mí no me hicieron entrevistas ni me expusieron a la vida pública. Eso fue debido a que Fidel le encargó a la prensa cubana y a todos los medios que se me mantuviera lo más alejado posible para facilitar mi crecimiento personal, para no entorpecer mi desarrollo estudiantil y para que no se creara un trastorno.
La prensa cubana ha sido muy respetuosa conmigo, porque jamás he participado en una entrevista en Cuba en la que se me haya hecho una pregunta mal intencionada o tratando de buscar una respuesta incómoda. Tengo mucho que agradecerle a la prensa cubana.
Yo creo que también la prensa por mucho tiempo estuvo temerosa de abordarme, porque mi papá asumió todas las entrevistas, responsabilidades y eventos, pero llegado yo a una edad él me dijo: “Te toca lidiar con el pueblo, el pueblo que luchó por ti; te toca salir a responderle, a darle tú personalmente el agradecimiento”.
La prensa extranjera en los últimos tiempos ha penetrado mucho en mi vida y han comenzado a hacerse entrevistas, documentales, películas. Le debo mucho a la dirección de la Revolución, porque siempre han tratado de mantenerla alejada, incluso yo como herramienta me he defendido tras de ello. Basado en esa estrategia de dejarme mi espacio para desarrollarme como joven es que me he insertado a la vida.
También hay un factor que ha jugado mucho a mi favor, y es el hecho de que cuando sucedió todo yo era un niño y las personas guardaron la imagen de niño, no la asocian con mi imagen de adulto, pero tampoco esperan verme en una guagua, una bodega o una plaza repleta de público, y como no me relacionan con el lugar no me conocen y es lo que me ha permitido insertarme más fácilmente.
Yo durante toda mi etapa en la universidad realicé los viajes diarios de Cárdenas a Matanzas en guagua; no tengo un dispositivo de seguridad, no tengo carro, me muevo totalmente libre por las calles, asisto a fiestas, porque soy joven también; salgo con mis amigos, me siento en un parque, hago cualquier tipo de actividad, como cualquier otro y gozo el privilegio ese de que a veces paso por el anonimato. Yo sé que muchos cubanos quisieran tal vez estrecharme la mano, conocerme, pero bueno, no me puedo poner bravo porque en un lugar no se me conozca.
¿Cómo calificas la determinación de tu padre y del resto de tu familia acá de regresarte a Cuba?
Mi papá desde mi nacimiento ha sido un excelente padre, mi custodia la tenían entre los dos y mi vida la desarrollaba entre los dos. Yo constantemente viajaba de una casa para la otra porque los dos supieron mantener la relación de amistad y se llevaban muy bien. Yo creo que muchos otros padres hubiesen luchado por tener a su hijo al lado, pero mi papá luchó por tener a su hijo al lado y por seguir al lado también de su familia en Cuba, de sus padres, por verme crecer donde mismo él creció y así lo hizo, así lo cumplió.
Yo no sé qué me hablaba mi papá, qué me hablaba mi familia cuando era un niño, pero desde muy temprano —no es el patriotismo que siento hoy, un patriotismo con fundamento—, ese patriotismo existía en mí, y es lo que me llevó en un momento a pedirle al avión que me regresara para Cuba.
Creo que eso se lo debo a las enseñanzas de mi papá, porque a él también lo educaron así, con ese sentimiento de patriotismo, que hizo que su padre, a pesar de tener toda su familia en el exterior, a pesar de que siempre lo trataron de llevar para allá, se mantuvo en Cuba; era miembro del Ministerio del Interior, era miembro del Partido Comunista de Cuba, mejor dicho, lo es, y siempre fue una persona que se sintió identificada con la Revolución.
Mi papá no se hizo revolucionario a partir de ese momento; él ya era revolucionario. Durante su etapa como joven comunista obtuvo, desde temprana edad, el carné del Partido, desarrolló la doble militancia y se desempeñó como secretario del Comité de la Juventud en su centro de trabajo; después fue el secretario del Partido, antes incluso de los hechos que nos envolvieron, lo que demuestra que mi papá no fue —no es— un comunista por adoctrinamiento. Y es eso lo que lo hizo luchar por mí, lo que lo hizo querer tener a su hijo, pero tenerlo en Cuba, tenerlo junto a Fidel. Y es lo que lo hizo también no defraudar a Fidel.
Sobre todo, estuvo la confianza de Fidel, su visión, su grandeza, porque nadie podía saber qué iba a hacer ese hombre, que tal vez un día podía decidir: “No, me quedo”, y aceptar los millones que le proponían. Pero tampoco podía saber Fidel qué iba a hacer ese joven cuando creciera. Para dicha de él, y porque Fidel es grande, Fidel no se equivoca, ahí estoy, agradecido y sin la más mínima duda de que jamás lo voy a defraudar.
Aludiendo a tus familiares en Miami, has declarado: “Nos hemos separado por leyes, por el bloqueo, por el mar. No tenemos que seguir separándonos como familia”. ¿Algún comentario al respecto?
Mi idea se basa sobre todo en que yo estoy dispuesto, y siempre lo estaré, fundamentalmente movido por el ansia de agradecer al pueblo norteamericano, de agradecer a las miles de personas en los Estados Unidos y en el mundo entero que se hicieron partícipes de esta lucha, como lo hicieron después con los Cinco Héroes, y formaron parte del movimiento que internacionalmente ayudó con mi regreso y con el de los Cinco, a viajar a los Estados Unidos a darles mi abrazo, a darles mi agradecimiento a estas personas.
Y como veo que mi causa puede servir de ejemplo para otros muchos, para unir a las familias cubanas, siempre también estaré dispuesto a perdonar a mis familiares, pero sobre la base del respeto a mi padre, siempre sobre la base de que sepan reconocer su error, más allá de dónde esté mejor, de lo que les pueda parecer, más allá del dinero, más allá de la política; reconocer que yo tenía que estar con mi padre, no con nadie más.
Le fallaron a su sobrino, no a un extraño, y sobre esta base siempre estaré dispuesto a perdonarlos y a ser el puente, si es necesario, para que otras muchas familias cubanas se perdonen, para que se unan, los cubanos de aquí y los cubanos de allá, porque al final somos todos cubanos y lo más indicado es que como familias estemos unidos, no nos separen políticas, no nos separe nada. Y esa es mi intención con esta frase, con esta idea.
Después de haber vivido toda esta historia, ¿qué piensas que le habría gustado a tu madre verte hacer?
Se toma unos segundos que parecen minutos. Si las emociones se tradujeran en sonidos, las suyas podrían escucharse.
Mi madre, en un intento de tenerme a su lado y a la de vez buscar una mejor vida económica, producto del propio bloqueo norteamericano contra Cuba, de la Ley de Ajuste Cubano que incitó a tantos cubanos a lanzarse al mar —ley que sigue aún en pie, a pesar de haber sido derogada la política de pies secos-pies mojados —, como víctima de esta ley murió y no pudo verme ni crecer, ni desarrollarme. Pero yo sí sé que existía una relación muy buena entre ella y mi papá, y ella sabía el genial padre que había escogido para mí, porque no fui producto del azar. Yo fui un hijo muy deseado, un hijo que pasaron trabajo para tener —fueron muchas las barrigas que se perdieron antes—, fui el fruto de un amor.
Creo que ella estaría orgullosa de mi papá, más que de mí; de mi papá, por no haber cejado en su empeño, por haber sido intransigente y severo en su reclamo, por haber luchado hasta el final por tenerme junto a él. A ella no creo que un factor que le hubiese interesado mucho es si yo estaba en Cuba o estaba en Estados Unidos, yo creo que ella lo que quería era que yo estuviese con mi papá, pero llevándolo más a los tiempos actuales, llevándolo a que si ella estuviese viendo ahora cómo yo soy, cómo me he desarrollado, lo que soy, cómo he vivido y lo feliz que me siento, yo creo que ella estaría feliz de que mi estancia hubiese sido en Cuba, de que yo estuviese con mi papá en Cuba.