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Alegría de Pío: Derroche de heroísmo

Datum: 

04/12/2017

Quelle: 

Revista Bohemia

Autor: 

El cinco de diciembre de 1956 a la plana mayor del ejército de Fulgencio Batista le embargaba la euforia de presuntamente tener próximo a su cerco y liquidación a la expedición que desembarcó el día dos por Las Coloradas, al sur de la región oriental del país, y no les faltaba razón para sus esperanzas…
 
Los revolucionarios, agotados y en malas condiciones después de una larga caminata por terrenos pantanosos y tras perder la mayoría de la logística durante el desembarco, solo llevaban consigo principalmente armas y municiones. Bajo la constante amenaza y vigilancia de la aviación arribaron a Alegría de Pío, lugar situado cerca de Cayo Cruz, en el municipio de Niquero, donde el ejército los atacó por sorpresa.
 
“Era un pequeño cayo de monte, ladeando un cañaveral por un costado y por otros abierto a unas abras, iniciándose más lejos el bosque cerrado. El lugar era mal elegido para campamento, pero hicimos un alto para pasar el día y reiniciar la marcha en la noche inmediata”.
 
Así reflejó Ernesto Guevara la llegada al lugar el cinco de diciembre de 1956, en sus vivencias publicadas después del triunfo revolucionario.
 
También brindó una narración muy precisa del comienzo del ataque del ejército, y lo que él estaba haciendo unos instantes antes: “El compañero Montané y yo estábamos recostados contra un tronco, (…) cuando sonó un disparo; una diferencia de segundos solamente y un huracán de balas – o al menos eso pareció a nuestro angustiado espíritu durante aquella prueba de fuego – se cernía sobre el grupo de 82 hombres”.
 
Aquel extraordinario cronista fue afectado durante toda la travesía del Yate Granma por una crisis de asma y se encontraba en deplorables condiciones físicas y en contra del más elemental sentido de preservación de la vida en esas condiciones que garantiza tener una buena arma, pidió un fusil cualquiera para que “no se perdiera un arma buena en mis manos” como él mismo relataría y casi fueron proféticos sus cálculos cuando fue herido y escapó milagrosamente de la muerte en el cerco enemigo.
 
Fidel con su fusil de mira telescópica enfrentaba a los soldados para hacer pagar cara su vida y mientras apoyaba con su fuego, ordenaba a los expedicionarios internarse en el bosque tupido.
 
Almeida en medio del diluvio de disparos le afirmó a un combatiente que pensaba rendirse: ¡Aquí no se rinde nadie! y dijo una palabra fuerte, al tiempo que dirigió a un grupo que logró retirarse.
 
Raúl también encabezó otro grupo y de forma independiente a los de Fidel y Almeida salieron del cerco de fuego contrario y se internaron en la Sierra.
 
Los soldados no pudieron complacer al tirano y matar a Fidel y todos sus compañeros en aquel encuentro de Alegría de Pío, pero se esforzaron en asesinar a todo expedicionario que caía en su manos.
 
El cementerio del pequeño pueblo de Niquero fue el escogido por los asesinos para llevar la mayoría de los cadáveres- 16- para incinerarlos y enterrarlos en una fosa común y solo desestimaron tal afrenta por la reacción airada de los pobladores del lugar.
 
Los grupos de sobrevivientes siguieron el derrotero de la Sierra Maestra con el objetivo de unirse al resto de los combatientes y a Fidel, lo cual lograron pocas jornadas después.
 
Mientras tanto el tirano en la capital celebraba la supuesta liquidación del desembarco y la muerte del máximo líder revolucionario, a la vez que en la sede del Estado Mayor del Ejército en la Ciudad Militar de Columbia recibían con bombo y platillo a los aviones que traían de regreso desde la zona oriental a las “tropas victoriosas”.
 
Pero muy lejos de esa fanfarria de celebraciones, en las cuales los asesinatos atroces los declararon como muertos en combate y reconocieron como héroes a bestias con uniforme, en el corazón de la Sierra Maestra el 18 de diciembre de 1956 el grupo de Fidel y Raúl se encontraron en un lugar conocido como Cinco Palmas, donde los dos hermanos se abrazaron y en medio de la alegría el líder de la Revolución indagó:
 
—“¿Cuántos fusiles traes? —preguntó Fidel a Raúl.
—Cinco.
—¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la guerra”!
 
Solo serían necesarios apenas 24 meses para cumplir ese extraordinario vaticinio, después del difícil bautismo de fuego del Ejército Rebelde en Alegría de Pío.