Copa y raíz
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El gladiador de los pueblos sigue transformando el mundo. Frente al Coliseo Romano, centro mismo de un viejo imperio, varios italianos enarbolaron este sábado una banderola con la frase «Hasta siempre, Comandante» y el rostro del más formidable vencedor de imperios que haya pisado la tierra.
Ayer hizo un año de la ¿muerte? de Fidel y no vimos la avalancha de titulares que el otro noviembre sacudió literalmente un planeta obligado, de izquierda a derecha, a reconocer la partida de uno de esos seres que, cual ciertos astros, se observan solo muy de vez en cuando en grandes períodos históricos.
Pasada la noticia, ahora sentimos la crónica. Este aniversario fue más íntimo, más de dolor reposado, más de qué vamos a hacer ahora que el padre ha marchado, más asunto de la familia cubana y de esos amigos cercanos que Fidel y nosotros cultivamos por el mundo.
Esa intimidad en la pena y en el amor explica cada línea de la carta de Maduro a Raúl, en la cual el presidente venezolano reconoce al «Comandante maestro y guía» y le ve presente no solo en la determinación de los cubanos, sino en detalles como la mirada curiosa, escrutadora y dulce, la estampa quijotesca, el inacabado e inacabable abrazo con su amigo Hugo…
Leyendo tal retrato de nuestro guía, uno considera perfectamente lógico que este mismo sábado, en Caracas, un enorme cuadro de Fidel apareciera, sin sacudirse el polvo… de la Sierra, donde está la estatua de Bolívar. Martí, el viajero de eterna Edad de Oro, anduvo con ambos.
Evo Morales fue más escueto, pero igual de profundo: «nos enseñó que la dignidad es el arma más poderosa para liberar a los pueblos», escribió sobre nuestro líder en su cuenta de Twitter con la autoridad y el agradecimiento de quien usa tal arma para erguir a Bolivia. Es cierto lo que dicen quienes no le querían: Fidel armó a medio mundo… solo que con balas de ese digno calibre.
A un año de su caída en combate —porque al bajar de las lomas aprendió y enseñó otras maneras de pelear, hasta el fin— el jefe del Granma fue recordado aquí y allá: en la plaza que en Moscú se honra con su nombre, en un monumento en Sudáfrica y un parque en Turquía, hasta en los transeúntes que a diario desandan la calle de Namibia llamada como él. Del laurel de sus hombros siguen brotando Fideles.
Nuestras sedes diplomáticas, nuestros colaboradores y muchos de los cubanos que pasaron bajo otros cielos el primer aniversario de su partida hallaron su propio modo de decir que cayó la copa del árbol para nutrir la raíz.
Aquí adentro, cantatas, matutinos, conversatorios… revelaron mil maneras de no dejarlo morir. Elián, el joven cuya infancia fue salvada —de zozobrar en el mal— por Fidel, pronunció una frase iluminada: el Comandante tenía un momento para cada cubano. Por los momentos que afianzan la eternidad de su Isla, ayer unos cuantos compatriotas decidieron sembrar más caguairanes.