Pueblo cubano volcado a la recuperación
El día después de un ciclón asusta. Asusta abrir las ventanas y ver el vacío. Asusta enfrentarse al desastre. Asusta regresar de la evacuación y no hallar la casa, esa que costó más de una vida construir.
El día después de un ciclón paraliza. La gente se sienta en el medio de lo que un día fue suyo y llora. Llora por lo que no está, llora por cada gota de sudor que gastó en las cuatro paredes que se llevó «Irma».
La gente llora, se lleva las manos a la cabeza. Luego las pone en el pecho: algo late. ¡Hay vida! ¡Todavía se respira! Es hora de luchar, de echar pa´lante; porque los cubanos, como seres a prueba de todo, son más fuertes que mil rachas de vientos sostenidos.
Entonces comienza otro ciclón. Un ciclón de pueblo. De vecinos que abren sus casas para acoger al amigo. De quien pone en la olla todo lo que tiene para alimentar al barrio.
Ya son muchos los años de experiencia en el arte de sobrevivir a huracanes. Fidel siempre enseñó a no aceptar la derrota, a darle batalla hasta a la naturaleza.
Él fue el mejor cazaciclones. Con sus botas y su traje verdeolivo instalaba en la televisión su casa de campaña cuando anunciaban el peligro. Cuando el ojo recién amenazaba con devorar a la Isla del Caribe, ya estaba atento para darle combate.
Luego venía a apoyar a los damnificados. No faltaba el abrazo del Comandante para quienes lo perdieron todo, ese abrazo capaz de apaciguar hasta el más profundo de los dolores.
Fidel siempre dijo que la Revolución no abandona a su pueblo. Ahora Raúl lo repite y manda un mensaje de aliento.
Algunas personas se doblan por el dolor. Otras, lo toman como una inyección de coraje. Le ponen fuerzas al sufrimiento y echan a andar.
Echan a andar porque de pie se mira el futuro. Porque ni los vientos huracanados pueden arrancar la esperanza. Porque Cuba no se rinde. Cuba respira. Se levanta y anda.