Fidel: “Cada generación tiene su hora, cada generación tiene su tarea”
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Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba, en el acto central por el XX aniversario del levantamiento revolucionario del 5 de septiembre, celebrado en Cienfuegos, el 5 de septiembre de 1977, “Año de la institucionalización”.
Queridos compañeros:
Nos reunimos hoy para conmemorar dignamente, con este grandioso acto de masas, los heroicos hechos ocurridos en la ciudad de Cienfuegos el 5 de septiembre de 1957, hace 20 años.
Era hora de hacer justicia a aquellos acontecimientos. Era hora de hablar de los hechos de Cienfuegos y de escribir la historia heroica de aquellos hechos.
Han transcurrido 20 años, y en este lapso muchos de los que participaron en aquellos hechos ya no viven: una parte importante murió en aquellos días, otros murieron luchando posteriormente o fueron asesinados y otros, como es lógico, han sucumbido de muerte natural.
No era fácil desentrañar, al cabo de tanto tiempo, todos los detalles; pero hay suficientes testimonios para tratar de reconstruir los hechos.
En primer lugar, el origen de la sublevación de Cienfuegos databa de muy atrás. Ya desde el año 1956, un grupo de marinos, es decir, soldados y cabos de la base de Cienfuegos, había entrado en contacto con el Movimiento 26 de Julio. Y el 30 de noviembre, cuando se aproximaba el desembarco del “Granma” y cuando tiene lugar el alzamiento de Santiago de Cuba, existía desde entonces la idea de producir el alzamiento de Cienfuegos. Pero no fue posible en aquella ocasión.
Más adelante, cuando nosotros luchábamos en la Sierra Maestra, persistió la idea de producir un levantamiento en Cienfuegos, con el apoyo del grupo de marinos revolucionarios, para organizar después un frente en las montañas del Escambray. Es decir, tomar las armas de Cayo Loco y avanzar hacia el Escambray para constituir un segundo frente guerrillero.
Se pensó primero en el mes de abril; no fue posible. Se planificó después para el 28 de mayo de 1957, y estuvo muy próximo a ocurrir el levantamiento.
El Movimiento 26 de Julio movilizó 35 hombres, escogidos entre los mejores de cada municipio de la antigua provincia de Santa Clara. Y efectivamente, se concentraron en la ciudad de Cienfuegos el día 28 de mayo. La acción militar se planificaba para las 6:00 de la tarde; a última hora, por algunos detalles técnicos —cuestiones de postas—, determinaron el aplazamiento para las 6:00 de la madrugada del día siguiente. Pero esa noche los 35 combatientes del Movimiento, que se concentraron en una casa alquilada para esos efectos y que fueron denunciados, se vieron cercados por la policía y arrestados.
Hay que decir en honor de esos hombres, algunos de los cuales murieron después y muchos de los cuales viven, que a pesar de que fueron torturados y maltratados por las fuerzas represivas, ninguno de ellos dijo una sola palabra. Y así pudo preservarse el secreto del grupo de marinos revolucionarios que conspiraban junto al Movimiento 26 de Julio.
Pero aquel hecho desató la persecución contra los dirigentes del Movimiento en esta ciudad; algunos tuvieron que marchar al exterior, y los planes quedaron pospuestos.
Nadie es capaz de imaginarse la extraordinaria ayuda que habría significado para los combatientes de la Sierra Maestra el alzamiento programado para el 28 de mayo y la apertura de un segundo frente guerrillero en las montañas del Escambray.
Y eso era perfectamente posible. Y en ese cayo había alrededor de 300 armas, más armas que las que nosotros poseíamos en ese momento en la Sierra Maestra. Digamos que realmente la idea era correcta y, más que correcta, brillante: que los cienfuegueros se hubiesen levantado junto a los marinos de Cayo Loco y hubiesen marchado hacia las montañas del Escambray.
Desde la ciudad, desde aquí mismo, se divisan esas montañas; están apenas a unos kilómetros. Las montañas del Escambray tienen más profundidad que las montañas de la Sierra Maestra, y constituían un extraordinario escenario natural para la apertura de un segundo frente guerrillero. Para nosotros eso habría constituido una ayuda extraordinaria.
Ese día precisamente —si mal no recuerdo 28 de mayo de 1957— atacamos nosotros el cuartel de Uvero en la costa sur de la Sierra Maestra. Fue un combate muy duro. Alrededor de un tercio de los participantes murieron o fueron heridos, y nuestra fuerza creció en armas considerablemente. Pero después del ataque al Uvero se desató una feroz persecución contra nuestra columna, que se vio en la necesidad de maniobrar cuidadosamente para evitar ser aniquilada.
Si ese mismo día, o al día siguiente, se hubiese producido aquel alzamiento planificado, es posible que la guerra revolucionaria hubiese durado mucho menos tiempo. Por aquel hecho casi fortuito, azaroso, de la detención de los 35 compañeros del Movimiento 26 de Julio, la acción quedó pospuesta, y el grupo de marineros siguió trabajando en coordinación con la Dirección del Movimiento 26 de Julio de la antigua provincia y de Cienfuegos.
Más adelante, a fines de junio, por otro lado, un grupo de jóvenes oficiales de la Marina de Guerra, algunos de los cuales ya habían sido licenciados, pero que contaban con muchos compañeros en activo dentro de la Marina, y que tenían una organización que comenzó a conspirar casi desde los primeros tiempos del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, entró en contacto con Frank País, en Santiago de Cuba. Un mes después, un representante de ese movimiento se volvió a entrevistar con Frank País y acordaron unirse al Movimiento 26 de Julio y trabajar por el derrocamiento de la tiranía batistiana.
Por otro lado, el Movimiento 26 de Julio en la ciudad de La Habana había entrado en contacto con un grupo de aviadores de la Fuerza Aérea, algunos oficiales del ejército, y sobre todo sargentos y soldados del ejército, entre ellos un núcleo de la base de San Antonio de los Baños. E incluso este grupo tenía también contactos con algunos miembros de la Radio Motorizada de la Policía.
De modo que por distintas vías entraron en contacto a través del Movimiento 26 de Julio tres grupos diferentes: el grupo de Cienfuegos, el grupo de los oficiales jóvenes y el grupo de La Habana.
Estos contactos se produjeron alrededor del mes de agosto. Desgraciadamente, el 30 de julio asesinan a Frank País, que estaba dirigiendo nuestro Movimiento. Pero a pesar de todo, la nueva Dirección continuó con aquellos trabajos, y empezó a organizarse el plan definitivo. Era un plan bastante ambicioso.
Se suponía que una nave de guerra zarparía del puerto de La Habana, al pasar por la entrada del puerto les entrarían a cañonazos al Palacio Presidencial y al Estado Mayor de la Marina, para situarse después frente a la costa, en las inmediaciones de aquel lugar llamado Columbia, que era sede del cuartel general del Ejército. Se suponía que inmediatamente la Marina enviaría a las otras unidades navales a perseguir aquella embarcación, instante que aprovecharían los oficiales revolucionarios que se encontraban en esas naves para tomar el mando y sumarse a la sublevación. Era de suponer también que en ese instante la Fuerza Aérea recibiera la orden de atacar los barcos, y un grupo de pilotos revolucionarios alzarían el vuelo y, lejos de atacar las embarcaciones, amenazarían el campamento militar y le exigirían el derrocamiento del gobierno.
Simultáneamente, las milicias del 26 de Julio, también con el apoyo de algunos elementos dentro de la Radio Motorizada, tomarían la Radio Motorizada; otro grupo tomaría la CMQ, y otros grupos atacarían las estaciones de policía. Al mismo tiempo el levantamiento de Cienfuegos se produciría. También existían planes con relación a Santiago de Cuba, que no pudieron ser coordinados a última hora por el arresto de uno de los dirigentes de aquel grupo de oficiales jóvenes.
El 30 de agosto se reúne la Dirección del Movimiento 26 de Julio con los distintos representantes de esas acciones. Acuerdan la acción para el 5 de septiembre. El 3 de septiembre se vuelven a reunir y ultiman los detalles, pero para ese momento la conspiración había crecido. A última hora se sumó un grupo de oficiales de mayor graduación de la Marina. Ese grupo de oficiales se reúne el 4 de septiembre —con motivo de aquellas fechas tradicionales batistianas— en el arsenal de Casa Blanca. Estos oficiales, repito, se habían sumado a ese movimiento a última hora. Se reúnen allí y surgen las vacilaciones: que si debía ser ese día, que si no debía ser ese día. Y en esa reunión, de manera unilateral, deciden posponer el alzamiento por 24 ó 48 horas.
El compañero Castiñeiras, que había quedado como dirigente del grupo de oficiales jóvenes de la Marina, al enterarse de esta decisión, se opone terminantemente y plantea que no hay tiempo ya de suspender el levantamiento. Lucha hasta horas de la madrugada para tratar de echar a andar otra vez aquella maquinaria, pero no le resultó posible.
El hecho histórico cierto es que en horas del atardecer de ese mismo día, el compañero Camacho Aguilera, seleccionado por el Movimiento 26 de Julio para dirigir la acción en Cienfuegos, partió de la capital junto a Dionisio San Román, que había sido designado jefe militar en esta ciudad por el grupo de oficiales jóvenes; se dirigieron hacia el centro del país. En Colón, se separan: Camacho sigue a reunirse con la Dirección del Movimiento 26 de Julio en Santa Clara; San Román sigue hacia Cienfuegos, y se vuelven a reunir aquí alrededor de las 2:00 de la mañana.
Ellos no recibieron absolutamente ningún aviso de que se había suspendido el levantamiento general. Los pilotos de la Fuerza Aérea no recibieron ningún aviso de que se había suspendido el levantamiento. La Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio no recibe ningún aviso de que se ha suspendido el levantamiento. Los militares de la Base de San Antonio que estaban en el Movimiento, tampoco recibieron ningún aviso.
Al amanecer del día 5, los grupos de acción y los milicianos del Movimiento 26 de Julio estaban concentrados en La Habana, esperando escuchar los cañonazos de la fragata, que era la señal de iniciar las acciones, para tomar la CMQ, para atacar la Radio Motorizada, etcétera. Y no se escuchó ningún cañonazo. Los pilotos fueron convocados rápidamente, y estaban esperando también los cañonazos. No se escuchó ningún cañonazo; por el contrario, se vieron en la situación amarga de recibir órdenes de venir a atacar la base de Cayo Loco. Claro que no todos los pilotos estaban en la conspiración, pero estaban fundamentalmente los de los F-47, grupo que fue el primero que se envió aquí y que hicieron todo lo posible por lanzar las bombas con el seguro puesto, y lanzarlas al mar y ametrallar el mar. Pero, desde luego, había otras unidades aéreas que no estaban en ningún movimiento, y que sí vinieron y atacaron el cayo, y atacaron la ciudad.
Esos factores determinaron que se produjera el levantamiento solitario de Cienfuegos.
Algo después de las 2:00 de la mañana, después de hacer contacto con el compañero Camacho y con San Román, el grupo de marinos tomó las postas y el mando de las postas; ese grupo de marinos, que hacía mucho tiempo que venía conspirando con el Movimiento 26 de Julio. Muchos hombres se destacaron. Dolorosamente algunos, como el cabo Ríos, no siguió después junto a la Revolución, se marchó del país después del triunfo. No tenemos noticias de que se haya dedicado a actividades contrarrevolucionarias; pero lo cierto es que el cabo Ríos tuvo una participación muy destacada en los hechos de Cienfuegos, y jugó un papel muy importante. Nadie le puede negar esos méritos; aunque después, lamentablemente, no siguiera junto a la Revolución. Pero él, con el grupo de marinos, tomó las postas y propició la entrada de Camacho, de San Román y de cuatro compañeros más del Movimiento 26 de Julio a la Base Naval. Y una vez allí, con el apoyo de este grupo de marinos, arrestaron al Jefe de la Base, arrestaron a los oficiales que no eran seguros, y se les sumó la inmensa mayoría de la guarnición de la base de Cayo Loco.
Allí se dieron las primeras órdenes, una de las cuales fue tratar de arrestar al Jefe del Cuartel de la Guardia Rural, un comandante. Por cuestiones de detalles se produce un encuentro con la guardia del comandante, y el comandante logra escapar, no se pudo capturar.
Salieron distintos grupos: unos, con el cabo Ríos, a tomar la Policía Marítima; otros, a tomar la estación de la radio, las comunicaciones y otros sitios y a atacar la Estación de Policía de Cienfuegos. La Policía Marítima cayó rápidamente. La Policía de Cienfuegos resistió algo más de una hora, y al fin se rindió. El oficial que había quedado al mando del cuartel de la Guardia Rural trató de parlamentar con los dirigentes revolucionarios, pero en realidad lo que hizo fue ganar tiempo, comunicarse con el Tercio Táctico de Santa Clara, de donde le ofrecieron refuerzos y le pidieron que resistiera.
Desde muy temprano, el pueblo de Cienfuegos se sumó a la sublevación. Primero fueron unos 60 ó 70 combatientes del Movimiento 26 de Julio, y después fue todo el pueblo: hombres, mujeres y hasta adolescentes se aparecieron allí pidiendo armas para luchar contra la tiranía. Y, efectivamente, las armas se repartieron entre el pueblo.
Desde muy temprano se aparecieron los primeros aviones —unos que no querían bombardear y otros que sí querían bombardear— y empezaron a atacar el cayo y a atacar las posiciones revolucionarias. Se sucedieron numerosos combates, y grandes actos de heroísmo.
Alrededor de las 12:00 del día, los primeros refuerzos del Tercio Táctico estaban entrando en el parque “Martí”, y allí fueron violentamente rechazados por las fuerzas revolucionarias.
Naturalmente, el enemigo movilizó cuantas fuerzas pudo; envió un refuerzo desde el regimiento de Matanzas, otro refuerzo desde La Cabaña, y un refuerzo del regimiento blindado de Columbia, sin que ni un instante dejaran de estar en el aire los aviones. Fue verdaderamente admirable el comportamiento de los revolucionarios, de los combatientes del 26 de Julio, de los marinos y del pueblo.
Alrededor de las 10:00 de la mañana, Dionisio San Román toma la cañonera o el destructor —como se le quiera llamar— 101, y plantea que va a hacer contacto con la fragata “Máximo Gómez”. El no consulta esa medida o esa decisión, con el compañero Camacho.
A las 9:00 de la mañana, el compañero Camacho al ver que no se produjo el levantamiento en La Habana, le había planteado la idea de realizar el plan original; es decir, recoger todas las armas y todos los hombres y replegarse hacia el Escambray. No hay dudas de que ese habría sido un paso correcto, más que correcto yo diría que perfecto.
Pero San Román todavía tenía esperanzas en el alzamiento de la capital, y hablaba de esperar. Después desde la cañonera se sabe que hizo comunicación con La Habana y comprobó una vez más que no había tal levantamiento.
Más adelante, parece ser —porque nadie conoce con exactitud lo que ocurrió, y solo se sabe por algunos testimonios de otras personas que estaban en el barco—, que se produce dentro del barco una sublevación. El dijo que iba a hacer contacto con la fragata. Uno de los oficiales del barco dice que más adelante pregunta: si hay gasolina para asilarse en algún lugar. Pero parece ser que se produce una sublevación y lo arrestan.
Lo que se sabe después de eso, es que él forcejeó con los que lo habían arrestado, hasta incluso se lanzó al agua; después lo vuelven a capturar y lo encierran en un camarote del barco. Del Estado Mayor de la Marina comunicaron que venía un avión Catalina a recogerlo, lo recogieron y lo llevaron a La Habana. Allá durante varios días lo torturaron atrozmente, después lo asesinaron y, según se conoce, al igual que hicieron con numerosos revolucionarios y al igual que hicieron con otro oficial de la Marina, Alejandro González Brito, de aquí de Cienfuegos, los llevaron a alta mar y los lanzaron al agua después de asesinados.
Es incuestionable que Dionisio San Román cometió un error y cometió una falta. El no debió de tomar una decisión sin consultar con el compañero Camacho. Quedó esa situación incierta acerca de sus intenciones. Pero el hecho real es que lo arrestaron, luchó contra los que los arrestaron, lo trasladaron a La Habana, lo torturaron, lo asesinaron y lo desaparecieron. En aquellas horas estaba realmente muy deprimido, porque él ignoraba todo lo que había ocurrido la tarde del 4 de septiembre, y se sentía traicionado por aquellos oficiales de más graduación, que tomaron a última hora la decisión de suspender la acción.
Pero es lo cierto —por lo que se sabe—, que Dionisio San Román no denunció a uno solo de los compañeros del 26 de Julio con los que había tenido contactos.
El mejor ejemplo es el caso del compañero Camacho. Algunos meses después, en noviembre de ese mismo año 1957, lo arrestan, lo llevan a los sótanos de la Quinta Estación de Policía, donde estaba el famosísimo Ventura, lo torturan atrozmente y trataron de saber si Camacho tenía algo que ver con el alzamiento de Cienfuegos, y no pudieron. No conocían una sola palabra de eso. Si San Román hubiese mencionado el nombre de Camacho y el papel de Camacho en ese levantamiento, Camacho habría sido irremediablemente asesinado por los esbirros de la tiranía.
Por eso, nuestra opinión es que cualquiera que haya sido el error cometido durante el día 5 de septiembre por Dionisio San Román, no se puede negar, por ningún concepto, su derecho a ser considerado como un mártir de la Revolución. En el mismo concepto debemos tener al otro oficial Alejandro González Brito, que fue igualmente torturado y asesinado.
Hay cosas dolorosas. Los familiares de algunos de estos mártires luego preguntan: ¿Pero por qué el nombre de mi padre o de nuestro ser querido no aparece en la lista de los mártires de la Revolución? Y evidentemente que parece una injusticia y no se trata de que nadie quiera cometer una injusticia, es que en el quehacer revolucionario, en la lucha de todos los días, todas estas cuestiones no han podido esclarecerse debidamente y con suficiente tiempo; pero a medida que se profundiza y se conocen los hechos, la Revolución no le negará a nadie el papel que le haya correspondido en la historia.
No resulta grato tener que mencionar nombres que se destacaron un día, y desertaron luego; de ellos hay unos pocos, unos pocos de los marinos que participaron en el levantamiento, unos cuatro, y unos pocos del Movimiento 26 de Julio, unos pocos nada más. A lo largo de estos 20 años, o desertaron o no siguieron junto a la Revolución por distintas causas; pero no debemos tener ningún temor a mencionar nombres, cuando hay que relatar los hechos históricos, tal nombre o más cual nombre de los que ese día cumplieron con su deber. Pero solo unos pocos, muy pocos —repito— de los que participaron en esos hechos, entre los marinos y entre los combatientes del 26 de Julio, desertaron después de la Revolución.
Durante todo el día 5 de septiembre se luchó en esta ciudad, y se luchó contra los nuevos refuerzos durante muchas horas. Ya al atardecer los compañeros del Movimiento que habían permanecido todo el tiempo y aún bajo las bombas en el cayo, reuniéndose con el grupo dirigente de marinos toman el acuerdo de retirarse del cayo. Después que San Román tomó el destructor o la cañonera 101 quedó de nuevo Ríos al frente de los marinos. Y hay que decir que Ríos protegió la retirada del compañero Camacho y de los demás dirigentes del Movimiento cuando abandonaron el cayo.
Ellos entonces tenían la intención de dirigirse al Escambray, tomaron una lancha, llegaron a Cayo Ocampo —cualquiera que conozca un poco la bahía y conozca Cienfuegos, sabe que si se llega a Cayo Ocampo no tiene que navegar más que un poco hacia el fondo de la bahía y queda cerquita del Escambray; pero la verdad es que Camacho había estado en Cienfuegos dos veces nada más, de noche y clandestino, no conocía Cienfuegos—, su idea era tomar un barco allí para entrar al Escambray por Trinidad, el barco estaba en reparación, no sabían cuán cerca estaban del Escambray. Y entonces regresan a Cienfuegos donde se había desatado una verdadera carnicería y milagrosamente pudieron sobrevivir, y escapar de la feroz persecución que se desató después.
Los marinos se hicieron fuertes en el colegio de San Lorenzo. Allí estaba el teniente Dimas Martínez que se portó como un verdadero héroe. Se acercaba la noche y ellos les plantearon a los combatientes del 26 que se retiraran; en esto podían influir dos ideas: una, tenían menos práctica militar y quedaban muy pocas balas; otra, tal vez la idea de que a los civiles los asesinarían y a los marinos no. Pero es lo cierto que ellos les pidieron a los combatientes del 26 de Julio que se replegaran y gracias a ellos salvaron, varios de esos compañeros, la vida.
Ellos permanecieron combatiendo hasta horas de la madrugada, sitiados. Nadie sabe cómo fue el final, porque no quedó uno solo de los marinos, no sobrevivió ninguno. Pensamos que se le agotaría el parque, al final y los últimos combatientes, heridos y sin municiones, con seguridad fueron capturados y asesinados. Esa era una ley que no fallaba nunca en los esbirros de la tiranía, ¡siempre, siempre!, asesinaron a los prisioneros. Pero es el hecho de que no sobrevivió ni herido siquiera uno solo de los que combatieron en San Lorenzo hasta horas de la madrugada del 6 de septiembre. Quizás si hurgamos un poco más, si investigamos un poco más podamos descubrir lo que realmente pasó. Algunas personas dicen que al otro día estaban limpiando las escaleras y los pisos del edificio de la cantidad de sangre que inundaba aquellos lugares; hay otros que sostienen que fueron al final ametrallados. Nuestra experiencia —por la forma en que ocurrieron siempre las cosas en Cuba, el espíritu y los hábitos, y el estilo de los esbirros de la tiranía, porque recordamos muchos otros hechos y sobre todo recordamos el Moncada— es que los pocos marinos que pudieron haber sobrevivido fueron asesinados.
Conoce nuestro pueblo perfectamente cuán distinta fue la conducta de los combatientes revolucionarios siempre, y en toda la historia de la Revolución, ¡en toda la historia de la Revolución!, desde el 26 de julio de 1953 hasta hoy no hay un solo caso de un prisionero asesinado por un combatiente revolucionario; del mismo modo que no hay un solo caso en todos estos años de Revolución de un solo prisionero torturado por un combatiente revolucionario, porque por encima de todo han prevalecido los principios de la Revolución, la moral de la Revolución, la disciplina de la Revolución y la dignidad de la Revolución. No se le puede decir a nadie que se rinda para después asesinarlo; pero es además una estupidez, ¿quién que sepa que lo van a asesinar se rinde?
En nuestra política de guerra, siempre que le ofrecimos la rendición a cualquier guarnición enemiga —y fueron decenas y decenas de guarniciones las que se rindieron a nuestra fuerza— nunca nuestra palabra fue violada. Nos encontramos casos a veces muy difíciles, que en una guarnición cercada había algún esbirro de los que habían cometido graves fechorías y había que escoger entre la idea de que la justicia tenía que aplicarse de todas formas con rigor o hacer alguna concesión, puesto que era necesario que aquella guarnición se acabara de rendir y no nos costara más vidas, y nos entregaran las armas para seguir la ofensiva o empeñarnos en que había que fusilar al esbirro. Y en esos casos incluso negociamos y dijimos: bueno, los que no tengan crímenes no tendrán problemas, pero ninguno de los que tengan crímenes será fusilado; será juzgado y sancionado, pero no fusilado. Y jamás la Revolución violó ni uno solo de estos compromisos.
Qué distinta es la historia de los esbirros y de los que reprimían al pueblo, cuántos casos increíbles de crímenes, de gentes desaparecidas, dondequiera, en todas partes, qué inauditas torturas les aplicaban a los revolucionarios. Y eso es lo mismo que suele ocurrir en todos los países: la reacción llena de odio contra los revolucionarios siempre se comporta criminal y represiva; pero para honor de nuestro pueblo y de nuestra Revolución, para su mayor gloria y pureza, un día como hoy en que tenemos necesidad de hablar de estos temas podemos proclamar con orgullo y con profunda satisfacción que jamás la Revolución asesinó a un prisionero, ni torturó a un prisionero cualesquiera que hayan sido sus crímenes. Y la Revolución fue firme, supo castigar a sus enemigos a través de leyes y a través de tribunales; pero jamás manchó sus manos con el crimen o con la tortura.
En la madrugada del 6 de septiembre cesó la resistencia. No recuerdo exactamente, fue posiblemente el día 6 por la tarde, pero sí recuerdo que nuestra columna guerrillera con más de 100 hombres se movía por las sierras, se encontraba en lugares difíciles e inhóspitos y una tarde —casi con toda seguridad fue el 6, habría que revisar si las noticias se divulgaron ese día, porque nosotros tuvimos las noticias por radio— recibimos las noticias del levantamiento de Cienfuegos.
Es cierto que esta posibilidad que se creó en esta ciudad pudo haber constituido una ayuda extraordinariamente mayor para los combatientes de la Sierra Maestra, si efectivamente se hubiera realizado el plan del 28 de mayo; o si efectivamente al comprobarse que el levantamiento era aislado, se hubiera podido persuadir a todos de que lo correcto era replegarse hacia las montañas del Escambray. Pero de todas formas, aunque esto no se produjo, el hecho del levantamiento de Cienfuegos significó un aliento moral extraordinario para los combatientes de la Sierra Maestra. Ya la tiranía no podía continuar hablando de la unidad de sus fuerzas armadas.
Es conveniente señalar que este fenómeno que se produce en Cienfuegos es sumamente interesante, porque indiscutiblemente que la tiranía se mantenía apoyada en las fuerzas armadas.
Algo más, cuando se produce el ataque al Cuartel Moncada, la campaña que hizo el enemigo, una campaña mentirosa, calumniosa, infame, es que nosotros habíamos penetrado en el hospital y degollado a los militares enfermos. Y es cierto que se penetró en el hospital militar por una equivocación; pero tan pronto se vio que aquella instalación no era una de las barracas, inmediatamente fueron retirados los hombres del lugar, y no murió nadie, no murió nadie. Eso fue en el vestíbulo prácticamente del hospital. Y recuerdo que yo personalmente entré y mandé a replegar a los compañeros de aquel lugar.
Sin embargo, ese hecho se tomó como pretexto para levantar una gran calumnia, que los revolucionarios habíamos penetrado en el hospital y habíamos asesinado a los enfermos. Y Batista les hizo creer a muchos soldados, y les hizo creer a muchos policías y marinos que los revolucionarios éramos una especie de criminales, que habíamos degollado a los enfermos en el hospital, para crear así el más profundo odio contra los revolucionarios. La demagogia batistiana se basaba en esos resortes: estos son unos criminales —les decían a los soldados—, han degollado a nuestros compañeros enfermos en el hospital.
Claro, todo eso para incitar la sed de sangre y el odio de los soldados, que después cometían con la mayor tranquilidad del mundo increíbles crímenes.
Lo cierto es que en el Moncada se hicieron numerosos prisioneros, y ninguno de ellos recibió ni siquiera un golpe. Esa es la realidad. Pero Batista hizo una fuerte campaña en las fuerzas armadas contra los revolucionarios y contra el Movimiento 26 de Julio, para mantener la unión y el odio contra los revolucionarios.
Por eso tiene tanta significación el hecho de que al cabo del tiempo empezaban a sumarse algunos elementos militares al Movimiento 26 de Julio; cuando fueron descubriendo todas las mentiras y todas las intrigas, cuando las justas ideas revolucionarias y la divulgación de las ideas revolucionarias fueron abriéndose paso en el país. Después esto se desarrolló más aún durante la guerra, cuando nosotros hicimos cientos, no cientos, miles de prisioneros y fueron bien tratados y puestos en libertad.
Al principio los soldados batistianos resistían mucho, mucho, porque pensaban que los iban a matar, que los iban a asesinar. Cuando fueron descubriendo la verdad y el comportamiento del Ejército Rebelde, entonces el prestigio del Ejército Rebelde empezó a crecer en las filas del enemigo. Ya después cuando caían prisioneros allá, los mandaban para otro frente, los mandaban para Las Villas, y hubo soldados que se rindieron tres veces a nuestras fuerzas. Y los mismos que al principio resistían, después no resistían mucho y entregaban las armas.
En definitiva, nosotros cuando atacábamos un cuartel, lo que nos interesaba era ocupar las armas. Esa era la táctica, y no sembrar el temor a la muerte estúpidamente entre los soldados. Muchos de aquellos hombres eran gente ignorantes, que no conocieron otra época, no tuvieron ningún contacto con ideas revolucionarias en un país neocolonizado, en un país donde había tanto desempleo y un régimen corrompido y corruptor, que utilizó a miles de hombres para esas actividades. Pero la conducta de los revolucionarios y el Ejército Rebelde fue ganándose la confianza e incluso el prestigio en las filas enemigas.
Eso, desde luego, creció mucho después; al final había infinidad, cientos, tal vez miles de militares que querían conspirar con nosotros.
Pero es muy notable que en fecha tan temprana como el 30 de noviembre de 1956, ya un grupo de marinos cienfuegueros trabajara junto al 26 de Julio. Y que el 5 de septiembre de 1957 hubiesen luchado junto con los combatientes del 26 de Julio. Eso demuestra que cuando una idea es justa, una causa es justa, se abre paso aun en las filas del enemigo.
La guerra, desde luego, se prolongó muchos meses después, casi año y medio después. Nuestras fuerzas se desarrollaron y al final obtuvieron la victoria; con el apoyo aplastante del pueblo, el Primero de Enero de 1959, los 70 000 hombres que tenía Batista sobre las armas fueron desarmados. En ese momento, más de 14 000 soldados en la antigua provincia de Oriente, estaban cercados y no tenían escape. La isla estaba cortada en dos y la columna del Che estaba atacando la ciudad de Santa Clara.
Cuando nosotros empezamos esa lucha no teníamos un arma. ¿Qué teníamos? La razón, las ideas a nuestro favor. No podíamos decir todavía que teníamos al pueblo. Sabíamos que el pueblo nos iba a apoyar históricamente, y de acuerdo con las leyes de la historia, el pueblo, las masas trabajadoras, las masas humildes apoyan siempre a la causa justa. Y lo vinieron haciendo desde nuestras guerras de independencia. Nosotros los revolucionarios teníamos confianza en el pueblo, pero no teníamos ni un fusil cuando comenzamos. Tuvimos que pasar por todas esas etapas difíciles, amargas: el Moncada, el Granma, la sublevación de Cienfuegos, todos esos episodios en que el enemigo tenía más fuerza, en que el enemigo tenía más armas; pero al final, con el apoyo del pueblo y con la lucha abnegada ¿de nuestros combatientes nosotros teníamos más fuerza, teníamos más armas y aplastamos a la tiranía.
Y hoy somos muy fuertes, somos invenciblemente fuertes: con un pueblo organizado, consciente, disciplinado, preparado, con tantas armas cuantas hagan falta, y capaces no solo de defendernos a nosotros mismos, sino también de prestar nuestro apoyo solidario a otros pueblos.
A esto nos ha conducido nuestra lucha, a esto nos ha conducido estos sacrificios y esos episodios heroicos, que se escribieron entonces y se han seguido escribiendo todos los días. Porque después fue necesario el heroísmo en Girón; fue necesaria la lucha contra los mercenarios y bandidos en el Escambray; fue necesaria una lucha contra el imperialismo y sus agentes, y sus asesinos a sueldo, y sus saboteadores; fue necesario el heroísmo en la solidaridad internacional. Así se ha escrito la historia de nuestra patria y de nuestra Revolución, con heroísmo.
Y por eso es tan justo que rindamos este profundo homenaje nacional al pueblo valiente y heroico de Cienfuegos, a los once militantes del Movimiento 26 de Julio, que murieron ese día en esta ciudad, a los cinco que murieron en Santa Clara, a los cuatro que murieron en La Habana, y a los veintiséis marinos que dieron su vida heroicamente ese día en esta ciudad luchando contra la tiranía, ostentando el brazalete del 26 de Julio y luchando por la Revolución.
Hoy recorríamos esos lugares de los hechos. Fuimos al cementerio donde se ha levantado un modesto mausoleo, allí donde están enterradas las víctimas: los que murieron combatiendo, y los ciudadanos que murieron víctimas de la represión y del bombardeo indiscriminado.
Pienso que algún día habrá que hacer algo mejor, algún día en esta ciudad habrá que erigir un monumento al pueblo, a los combatientes revolucionarios y a los marinos caídos. Es cierto que a la Revolución le faltan muchos monumentos —ya lo hemos dicho otras veces—: hace falta en Santiago de Cuba, hacen falta en muchos lugares. Pero en estos años arduos de consolidación de la Revolución, de trabajo diario, poco tiempo hemos tenido en realidad para dedicar la atención que merecen esos hechos y para perpetuar el recuerdo de aquellos que cayeron, de aquellos que se sacrificaron y que jamás deberán borrarse del corazón y del pensamiento de las futuras generaciones.
Al pasar por el cayo, y al pasar por el colegio San Lorenzo, el parque “Martí”, y el Ayuntamiento, recordábamos aquellos días. Nos parecía estar viendo al pueblo lleno de ardor revolucionario; nos parecía estar viendo los jeeps y camiones cargados de combatientes, de marinos y de pueblo. Me parecía estar presenciando aquellas horas de angustias, y aquellas horas amargas al final, de derrota.
Pero hoy veíamos a un pueblo entusiasta, alegre, feliz, y decíamos: “Bien, no pudimos mantener entonces el cayo; no pudimos mantener el colegio de San Lorenzo, ni el Ayuntamiento, ni el parque ‘Martí’, ni la ciudad.” Pero al pasar por ese cayo veíamos allí hoy a nuestros gallardos marinos revolucionarios, los equipos de nuestra Marina. Y al pasar por las calles veíamos a nuestros soldados, a nuestros milicianos y policías, a nuestro pueblo, y nos decíamos: “No lo tomamos entonces; pero lo tomamos después, y lo tiene nuestro pueblo ahora definitivamente y para siempre”. Y tomamos todos los cuarteles, todas las fortalezas y todas las armas. Y hoy somos dueños de nuestra patria, no solo porque supimos conquistarla, sino porque supimos también defenderla digna y heroicamente.
Esas hermosas tradiciones pertenecen a todo nuestro pueblo, y esos ejemplos nos alientan en la lucha.
Quizás haya jóvenes que lamenten hoy no haber vivido entonces; pero nadie tiene que lamentarse de nada. Vivir ahora es también un maravilloso privilegio para nuestro pueblo y para nuestra juventud. Es una hora maravillosa de heroísmo creador, del heroísmo en el trabajo y en la disposición permanente de hacer lo que sea necesario siempre en cualquier terreno: hoy construyendo escuelas, hospitales, fábricas —como las que se construyen abundantemente hoy en esta ciudad—, trabajando, educando a las futuras generaciones. Es un verdadero privilegio que nuestro pueblo se pueda dedicar a esa tarea creadora.
Hace unos días hablábamos de la idea de organizar el Destacamento Pedagógico Internacionalista “Che Guevara” para ejercer como profesores en Angola.
Miles de combatientes revolucionarios prestan sus servicios en Angola y en otras tierras de África y del mundo. Miles de médicos, técnicos y trabajadores civiles prestan sus servicios más allá de las fronteras de nuestra patria. Esos son los frutos del heroísmo del Moncada, del 30 de Noviembre, del Granma, del 13 de Marzo y del 5 de Septiembre. Esos son los frutos del heroísmo y de los ejemplos que nos legaron los que nos precedieron. Y cada generación tiene su tarea. Ellos tuvieron que asaltar cuarteles y morir en las calles de las ciudades y los campos, ellos no tuvieron el privilegio de hacer fábricas y hacer hospitales, de hacer escuelas; ellos nos dejaron esa herencia, y cada generación tiene su hora, cada generación tiene su tarea.
Han pasado 20 años desde el 5 de Septiembre de 1957. Cuando vemos las fotos de algunos de los testigos y participantes —muchos de los cuales nos honran con su presencia en el día de hoy en esta tribuna— vemos que algunas canas y algunos surcos se divisan en sus sienes y en sus rostros. Han pasado los años, pero vemos también en Cienfuegos mucha gente joven y muchos estudiantes. Ellos son la nueva generación. Los que los precedieron están satisfechos del avance de la patria, pero sobre todo están satisfechos de ver a los que crecen y se educan en ideas tan distintas y en condiciones tan diferentes a las del pasado.
No nos creemos nosotros monopolizadores de la historia de nuestra patria. Otros escribieron mucha historia antes que nosotros; nosotros hemos escrito una modesta parte de esa historia, pero quizás la más grande, hermosa y prometedora historia está todavía por escribir: la historia que escribirán ustedes, los jóvenes.
El Cienfuegos de hoy se puede comparar con orgullo con el Cienfuegos de ayer. Por dondequiera vemos construcciones, creaciones, obras, cosas nuevas, en el orden material. El Cienfuegos de ayer era entusiasta, revolucionario, valiente y heroico; pero el Cienfuegos de hoy —quién no lo sabe— es un Cienfuegos entusiasta, muy revolucionario, valiente y heroico .
Por razones que hemos explicado otras veces, en esta ciudad tiene lugar un enorme desarrollo industrial; no por sus méritos, porque la Revolución no puede repartir las industrias según los méritos, sino por sus posibilidades naturales y geográficas, Cienfuegos se desarrolla más que ninguna otra ciudad del país. Nos alegramos de que esa responsabilidad corresponda a ciudadanos como ustedes.
¡Marchemos adelante a construir el porvenir con el mismo valor, la misma audacia y el mismo heroísmo que los combatientes del 5 de Septiembre!
¡Gloria a los héroes y mártires del 5 de Septiembre!
¡Viva la heroica ciudad de Cienfuegos!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!