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Cuba, obsesión estadounidense

Datum: 

01/2017

Quelle: 

Revista Bohemia

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Las relaciones entre Cuba y Estados Unidos han sido antagónicas desde épocas pretéritas. La conocida doctrina Monroe, que adjudicaba Cuba a Norteamérica, tras independizarse de España, está entre las primeras estrategias de dominio de nuestro territorio. Dos intervenciones militares aseguraron la imposición de la neocolonia, con la que frustraron la independencia y la soberanía nacional. Por si fuera poco, varios gobiernos y dictaduras corruptas garantizaron el control político, económico y social de la Isla para asegurar que la “fruta madura” cayera en su patio.
 
No es ocioso repasar algunos momentos culminantes de aquella historia, cuando hoy Estados Unidos perfecciona sus estrategias para doblegar la resistencia de los cubanos. Ya desde entonces la CIA y otras Agencias subversivas intentaron frustrar la revolución que se gestaba en la Sierra Maestra.
 
En la última etapa de esas luchas por la independencia, antes de derrocar a Fulgencio Batista, Estados Unidos trató infructuosamente de atomizar y eliminar el proceso revolucionario, en compañía de sus asociados del “sindicato del crimen organizado”, asentados en la capital cubana desde finales de los años cuarenta.
 
En 1950, el prominente mafioso Meyer Lansky hizo tratos con el gobierno del Partido Auténtico de Carlos Prío para, por 250 000 dólares, posibilitar el regreso a Cuba de Batista y dotarlo de un acta de senador de la República. Era su hombre de confianza en La Habana.
 
Pero al percatarse gobernantes del norte  y mafiosos, de la inestabilidad política provocada por la dramática corrupción de aquel gobierno, y la posibilidad de una eventual explosión popular, propiciaron el golpe de estado de Batista en marzo de 1952. Ello les dio las garantías necesarias para mantener sus prebendas y privilegios, a lo cual se uniría el proyecto de hacer de la Isla “Las Vegas del Caribe”, un entramado de casinos, prostitución, drogas, abortos ilegales, gansterismo…, que devinieron realidad cotidiana.
 
El diablo los junta
 
La estación de la CIA en La Habana contaba en esa época con más de dos decenas de oficiales operativos en su embajada y otros tantos agentes bajo “cubierta  profunda” ubicados en puestos claves en la sociedad habanera de entonces. William Caldewell, agregado diplomático, era el jefe de la estación, mientras que el embajador Arthur Gardner devenía en alabardero del régimen batistiano.
 
En un libro escrito por un veterano agente CIA Howard Hunt, luego activo participante de la agresión contra Cuba, daba cuenta de una reunión en la Habana de aquellos años, que mostraba pintorescamente el escenario: “Veinte de nosotros estábamos sentados en la espaciosa oficina del honorable Arthur Gardner, embajador de Estados Unidos en Cuba. A través de las altas ventanas podíamos mirar hacia el mar y ver los yates y botes de pesca mecerse en el Caribe. Debajo, el malecón habanero, autos último modelo transitaban rápidamente entre los turistas que paseaban con sus coloridas ropas de vacaciones. El aire era frío en aquella mañana de diciembre de 1956, pero el sol era brillante y muchos de nosotros deseábamos pasar la tarde nadando en las playas de Marianao.
 
“A excepción del embajador Gardner todos éramos oficiales de la CIA, salvo algunos funcionarios del cuartel general, jefes de estaciones en América Latina y el Caribe. Durante tres días habíamos estado participando en una reunión regional, cuyo lugar de celebración anual, era escogido sobre la base de la accesibilidad de los participantes, así como de ausencia de embajadas comunistas.  Nuestra reunión anual llegaba a su fin y asistíamos a una reunión de cortesía del embajador.
 
“Nuestro jefe de División el coronel JC King daba al diplomático los puntos de vista de la CIA, cuando un ayudante de la embajada penetró y le susurro algo a éste. Al retirarse el mismo Gardner nos dijo que el presidente Batista le había informado que un bote cargado de revolucionarios había sido hundido en la provincia de Oriente y que los sobrevivientes eran perseguidos por el ejército y la fuerza aérea. El líder de la banda era un antiguo agitador, Fidel Castro, quien estaba entre los muertos”. Virándose hacia King, Gardner dijo: “ese nombre me es familiar… ¿no estuvo Castro involucrado en las revueltas de Bogotá?”. “Profundamente involucrado” asintió King. Era el famoso bogotazo…
 
Al año siguiente, 1957, muy cerca de la ciudad de Nueva York, en una localidad denominada Apalachin, el FBI “sorprendió” una reunión de los jefes mafiosos de todo el país, que entre otros asuntos, puntualizaban las competencias de cada “familia” en las actividades de juego, prostitución y  tráfico de drogas en La Habana.
 
Bajo el manto de un programa de agricultura denominado Punto IV los diplomáticos y oficiales de la CIA se movían libremente por todo el país, a fin de hallar informaciones, reclutar y hacer acciones encubiertas destinadas al apoyo del gobierno de Batista y a estimular la “oposición blanda” a la dictadura, en búsqueda de apoyos en ambos bandos.
 
Después del Moncada y la conocida autodefensa de Fidel, la CIA comenzó a trabajar en tres direcciones fundamentales. La primera: guerra sicológica con fuerte acento anticomunista, para manipular los prejuicios socio políticos existentes y endilgar a los revolucionarios el calificativo de “asalariados” de intereses foráneos de una potencia extra continental, la URSS. Segunda: fortalecer policial y militarmente a Batista con entregas de armamentos y asesoramiento para el exterminio de los focos rebeldes y resistencia urbana. Tercera: la llamada “joya de la corona” que consistía en desarrollar la oposición insurreccional, que entre otras acciones incluía la formación de una zona guerrillera propia en el Escambray cubano, que llegado el caso, frustrara el proyecto de Fidel de trasladar la guerra de liberación hacía el occidente del país, al tiempo que desacreditara al movimiento revolucionario mediante desmanes y crímenes contra la población campesina.
 
Para la primera tarea se escogió al veterano de Chile y Guatemala David A. Phillips, quien años después, llegaría a ser jefe de la División del Hemisferio Occidental en la CIA, el que operando desde una oficina de relaciones públicas ubicada en la calle Humboldt, en el céntrico Vedado habanero, debía dirigir campañas de subversión política e ideológica a través de los principales medios de prensa, radio y televisión local. Artículos, charlas, conferencias en universidades y escuelas, en sociedades culturales y fraternales, además de reclutar personajes de los medios televisivos y culturales. Todo lo que estuvo a su alcance fue utilizado para esos fines.
 
Por su parte, Alan Dulles, jefe de la CIA, viajó a la capital cubana para entrevistar a los principales jefes policiales, a los cuales recomendó la creación del Buró para la Represión de Actividades Comunistas, BRAC, como el medio más eficaz para exterminar al movimiento revolucionario. Estableció cursos de entrenamiento para los oficiales a cargo de esas tareas y a quienes suministró abundantes recursos.
 
A propio tiempo, la CIA estimulaba una formación paramilitar: los tigres, capitaneados por un “colaborador” de la embajada, Rolando Masferrer Rojas, quien llegaría a cometer cientos de crímenes a lo largo y ancho del país, a fin de debilitar al movimiento revolucionario e instaurar el terrorismo de estado. La misión militar norteamericana elevó su plantilla dentro del ejército nacional y un importante asesoramiento y ayuda en equipos y armamentos fue entregado a partir de entonces a las fuerzas militares del tirano.
 
Finalmente la Agencia decidió poner en práctica un novedoso método de trabajo que consistió en formar una guerrilla “revolucionaria” –semejante a las que hoy apoyan al Estado Islámico, o lo que fue en su momento Al Qaeda–, para la cual designaron a su colaborador Eloy Gutiérrez Menoyo y a un grupo de personajes, muchos provenientes de las organizaciones del Partido Auténtico, desplazado del poder, que dicho sea de paso, contaban con cuantiosos arsenales escondidos, que esperaban la oportunidad de utilizarse.
 
Por supuesto, no iban a liberar a la patria, sino asaltar el poder y recuperar las prebendas perdidas. Así nació, contra natura, el “II Frente Nacional del Escambray”, de triste recordación de los campesinos de las comarcas donde operó, por los abusos cometidos, que los hicieron acreedores del calificativo popular de come vacas. Robar ganado era una de sus “acciones militares” preferidas. Un letrero a las puertas de su campamento principal los definía: “Prohibida la entrada a los Comunistas”. En su grupo, dos agentes bajo contrata de la CIA, William Alexander Morgan y John Maple Spiritto, se encargaban de controlar a los “rebeldes de Menoyo”.
 
Revolución en marcha
 
El 17 de febrero de 1957, pocas semanas después del desembarco del Granma, Fidel, aún con una pequeña tropa de 20 hombres, perseguido y acosado por las fuerzas de la tiranía, se entrevistaba con el periodista Hebert Mathew, del New York Times, para exponer a la opinión pública mundial y, en especial, la norteamericana, los motivos y razones de aquella guerra que recién comenzaba.
 
Cuatro meses más tarde, el 11 de julio, Celia Sánchez le informaba al líder cubano: “Ese mediodía Frank [País] recibió aviso urgente de María Antonia Figueroa informando que el vice cónsul norteamericano en Santiago de Cuba, Robert Wichea, deseaba establecer contacto con el comandante en la Sierra junto con otro norteamericano que no conocía, a lo que Frank había respondido: ‘una cosa de esa envergadura tenemos que consultarle a Alex [Fidel Castro]. Ahora mismo sale la petición, supongo que tardará 5 días la respuesta. Al cónsul se conocía, pero al otro señor no. Tenemos que saber quién es antes. Además qué cosas o temas van a tratar. Esto es muy importante’”.
 
En esos días el Comandante Fidel Castro trabajaba con otros compañeros en un documento que se denominó “El manifiesto de la Sierra Maestra” que con fecha 12 de julio constituyó declaración de principios y proyecciones políticas de singular trascendencia histórica, donde definía con meridiana claridad la posición del movimiento 26 de julio frente a “pactos” mediadores y golpes militares. Fue ese el momento en que recibió la carta de Frank, quien además puntualizaba: “ya yo estoy arisco con tanto movimiento y conversaciones de la embajada. Creo que convendría cerrarnos un poquito más, nunca perder el enlace, pero no darle la importancia que se le está dando, pues veo que se están introduciendo y no veo claro sus verdaderos fines. Tengo recelos de otra mediación”.
 
El sábado 20, Fidel escribe una larga carta dirigida a Frank. En ella, analizaba temas muy importantes y entre otros asuntos puntualizaba: “no pone ninguna objeción en la probable visita de un diplomático norteamericano a la Sierra, pues ello constituiría un reconocimiento de beligerancia de las fuerzas revolucionarias y una victoria más contra la tiranía, siempre y cuando se sepan mantener en alto la dignidad y la soberanía nacional”. Y añade: “que nos hacen exigencias?, las rechazamos, que desean conocer nuestras opiniones?, las exponemos sin temor alguno, que desean estrechar lazos de amistad con la democracia triunfante en Cuba?, magnífico! Eso es síntoma de que reconocen el desenlace final de esta lucha. Que nos proponen una mediación amistosa?, responderemos que no hay mediación honrosa, ni mediación patriótica, ni mediación posible en esta lucha”.
 
Mientras, el Dpto. de Estado había considerado necesario implementar dos medidas adicionales al proyecto subversivo; una, sustituir al embajador de entonces, Arthur Gardner, un connotado batistiano por el experimentado Earl Smith; y la otra asignada a la CIA: reforzar su contingente en la embajada con veteranos de la operación Éxito que en 1954 derrocara al gobierno de Jacobo Árbenz en Guatemala, encabezados por David S. Morales, que ocupó el cargo de agregado diplomático y jefe de operaciones sucias.
 
Mientras, los mafiosos encabezados por Santos Traficante Junior, hombre de confianza de Meyer Lansky, trataban por todos los medios de acceder y corromper las estructuras revolucionarias, ofreciendo recursos financieros e incluso, llegado el caso, “casas de seguridad” para acoger a revolucionarios prófugos. Ejemplo de ello fueron las actividades realizadas por el joyero Carlos Tepedino, hombre de confianza del mafioso con oficinas en el hotel Havana Hilton, quien atrajo a su círculo a varios participantes en la lucha contra Batista, de procedencia auténtica.
 
El 28 de agosto de 1958 aterrizaron en una avioneta con armas y pertrechos en un lugar conocido como cayo Espino, en las inmediaciones de la Sierra Maestra, Pedro Luis Díaz Lanz, quien posteriormente fuera jefe de la fuerza aérea rebelde y el agente CIA por contrata Frank Sturgis, con instrucciones  de entrevistar a Fidel y comprobar la alegada presencia comunista en la guerrilla.
 
Según relató Sturgis en un libro autobiográfico, se entrevistó con el líder revolucionario y pudo comprobar que aquellas acusaciones eran infundadas, algo que informó en noviembre, al bajar de la montaña a Santiago de Cuba, al oficial CIA y vicecónsul norteamericano, Robert Wichea, que desde esa plaza tenía un “puesto de avanzada” para observar y tratar de influir en el desarrollo de la lucha armada en el oriente cubano.
 
Días más tarde, el 12 de diciembre de 1958 en una operación combinada con el FBI, seguidores de Carlos Prío y la policía batistiana, utilizando al ex marine norteamericano Alan Robert Nye trataron de asesinar al líder cubano en las inmediaciones de Bayamo, en plena ofensiva libertaria. El yanqui debía entregarse a los rebeldes y pasar por “simpatizante de los revolucionarios”, y en la primera ocasión que encontrara a Fidel asesinarlo con las armas que le entregaron, y huir al amparo de las tropas batistianas.
 
Este hecho fue conocido, juzgado y sancionado por los tribunales revolucionarios en febrero de 1959. Se puso en evidencia hasta qué punto las autoridades estadounidenses se involucraron en el intento de hacer fracasar la Revolución, asesinar a su líder y proteger a Fulgencio Batista.
 
Coletazos y frustración
 
Los esfuerzos de la administración de Eisenhower por salvar la dictadura fueron supremos y multilaterales. Después de celebrada la farsa electoral de noviembre de 1958, donde, como era de esperar, ganó el candidato gubernamental, el presidente norteamericano envió a dos emisarios a Cuba: William Pawley, ex embajador y dueño de la fábrica de gas de La Habana y una línea de ómnibus urbanos, y al inspector general de la CIA Lynman Kirpatrick. El objetivo era persuadir a Batista de que era hora ya de retirarse, algo que el dictador conocía bien, pues en 1944 Meyer Lansky fue el mensajero del presidente Franklin D. Roosevelt con iguales propósitos. Pero, Batista no hizo caso a los consejos de sus amos.
 
Sabemos los resultados. La dictadura fue derrocada precisamente aquel fin de año y como Fidel Castro antes había expresado en carta a Celia Sánchez, a partir de entonces comenzaba la verdadera Revolución.
 
Cuba cambió transformándose en luz y esperanza para todos los pueblos. La solidaridad no ha tenido fronteras: combatientes, médicos, maestros, instructores de arte y de deportes han recorrido el mundo. Entre los logros principales de la Revolución está la creación de seres humanos más cultos, libres, inteligentes, solidarios y honrados, con calidad y niveles de vida, espirituales, éticos, nunca antes vistos en Cuba. Esa es también herencia de Fidel, la que siempre estará con nosotros.