La espera
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Hay que caminar mucho del hotel en que estamos a la Plaza. Y es raro. Hay movimiento en las calles. Pero es un movimiento paulatino, mecánico; una lentitud que dicen que en Santiago no es normal.
La ciudad está llena de gentes, camionetas, motos. Llena de brazaletes y edificios y pancartas con héroes. Se trabaja. Se estudia. Pero uno siente de todas formas que es extremadamente silenciosa.
***
Así que está Nereida Ibarra conversando a la puerta de su casa: paciente, humilde, en la Avenida Patria. Me da café. Le pido entrevistarla. Dice que tiene 72 años y miedo escénico. Que nadie nunca la ha entrevistado. Digo una (la) palabra: Fidel.
Entonces habla:
—Yo he sentido su muerte como si hubiera sido una sangre mía, sinceramente. Yo todos los días pedía que Dios me le diera salud a Fidel para que siguiera viviendo. Pero bueno… desgraciadamente...
«Yo pongo el radio todos los días a las cinco de la mañana, y ese día llamé rápido a mi marido: ay, Beto, se murió Fidel anoche. Y aquello me cayó mal, mal, mal, mal… ¿Tú no has visto la foto que yo tengo?».
Paso a la sala. Me muestra la foto.
—Yo tengo esa foto en la pared, yo la tengo hace años, ¡uh!, grande así. Y le pongo su vasito de agua y sus velas y sus flores, porque para mí él era lo más grande.
«Con esa pérdida la gente está que por favor la vida. Fíjate que uno no oye en las casas radio puesto, ni música, ni nada.
Y el día 4, si vienes por aquí, tú vas a ver que no puedes ni caminar. La Avenida esa se va a poner así de llena, esperando a que él pase por aquí. Y yo que vivo aquí mismo, seguro salgo y me paro ahí y ya lo veo todo. Pero también hay que ir a la Plaza, al homenaje que se le va a hacer».
Hay olor a café por todas partes.
Está Fidel en la televisión.
—La naturaleza no tenía que habérselo llevado. Tenía que haberlo dejado para que siguiera viviendo un poco más. Por lo menos yo lo siento así; con sinceridad te lo digo, y con franqueza. Porque yo vivía antes de la Revolución con el otro desgraciado ese que estaba en el gobierno. Yo estaba chiquita, pero bueno, a mí las cosas no se me olvidan. El Batista ese bien malo que era. Pero con la Revolución todo muy bien.
«Cuando el Comandante llegó las cosas fueron pa’lante y pa’lante y pa’lante, y mejorando y mejorando, hasta el presente. Que yo espero que las cosas sigan aquí como han ido en estos años de Revolución que tengo.
«Yo sé que aquí las cosas no van a cambiar. Difícil, difícil… ¿Cambiar esto? ¿Estás loco? Si el mundo entero ha sentido a Fidel. El mundo cree en la Revolución. Y yo, así mismo vieja, llena de achaques y de malezas, si tengo que ir al monte con una pistola a defender Cuba, segurísimo voy».
***
De la Plaza a la casa de Nereida hay que caminar más de 500 metros por la Avenida Patria.
La Plaza es un conjunto escultórico regio con una estatua de Antonio Maceo. La veo a lo lejos. Hay sol. Me despido.
Hay un grupo de hombres con tijeras y palas en la acera, cortando yerbas.
—En estos momentos estamos esperando el carro con las plantas que debe venir por ahí ya, en camino, para sembrarlas y así embellecer la Avenida para el paso de la caravana… por Fidel, porque él se merece esto. Nunca tuve la oportunidad de verlo de frente, pero para mí era todo en la vida. Por eso, cuando anoche nos dijeron que hacía falta venir a apoyar a Santiago, dimos el paso al frente —me dice uno de ellos, Magdiel León Carrazana.
Viste overol azul. Dice que es técnico en mantenimiento a las áreas verdes del servicio de Comunales de Songo-La Maya.
Dice que mejor hable con su jefa.
—Estamos cooperando con la higiene porque queremos que cuando Fidel pase por aquí, que vea, con su espíritu, que nosotros estamos trabajando, y que vamos a seguir trabajando; y que, por él, vamos hasta lo último.
Zenaida Lescay Casero es jefa de brigada en la Empresa de Higiene Comunal de Songo-La Maya.
Está, con un pañuelo a la cabeza, barriendo yerbas hacia un saco en el suelo.
—Salimos de La Maya a las cinco de la mañana, y vamos a estar aquí hasta la hora que sea. Como si es hasta mañana. Porque lo que queremos es que todo salga bien. Porque Fidel ha sido el único que me ha dado la luz y el apoyo para que mi hija sea hoy médico.
«Ese hombre era mi ídolo. Y en mi pueblo, todo el mundo... No se siente un murmullo. Todo el mundo ha llorado: desde los niños hasta los viejos».
—¿Tú sabes lo que pasa? Que sin Fidel no hubiéramos sido nada —interrumpe Reynaldo Baralt Portuondo y me encanta ese halo espontáneo que tienen los santiagueros.
Reynaldo —dice— es jefe del servicio de Comunales del consejo popular Mariana Grajales, que comprende una parte de la Avenida Patria.
Reynaldo —dice— tiene 70 años.
—Antes del 59 esto era sálvese quien pueda. En aquellos momentos yo era un niño, y tuve que limpiar zapatos, tuve que vender turrón, tuve que vender pru. Pero con Fidel, los niños fueron para las escuelas, a estudiar para que fueran algo.
«Por eso me duele tanto que muriera. Yo prefería haberme muerto yo… Pero bueno, nos dejó sus ideas. Y hay que cumplir con ellas para seguir avanzando».
***
Ahora la Plaza está llena de sillas. Hay cientos de personas poniendo luces, probando micrófonos, acoplando los equipos de audio. Hay carros de la Unión Eléctrica, y gente observando, y cuidando.
Hay banderas en todos los carteles y banderas izadas a media asta.
La Plaza es imponente.
Me pregunto cómo hace tanta gente para estar atareada y en silencio.
—En estos momentos estamos iluminando la valla Santiago: rebelde ayer, heroica siempre. Ya le pusimos la iluminación a la figura del Comandante, y ahora estamos con las letras me explica Luis Manuel Duconger, miembro de la brigada de mantenimiento y propaganda del PCC.
Hasta hace dos minutos estuvo encaramado en un andamio.
—Santiago está dolido. Hay tristeza. Pero a la vez nos sentimos con fuerzas para seguir alante... Todavía no hemos levantado todo, pero aquí seguimos, trabajando para recibir a Fidel como lo máximo, como lo que es Fidel...
***
Hay que caminar mucho del hotel en que estamos a la Plaza. Y es raro.
Y yo regreso caminando en medio de este silencio mecánico; con un ahogo que no se me quita y una tristeza perpetua, letárgica, que dicen que en Santiago no es normal.