Millones en la Plaza de Fidel
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Cientos de miles de fidelistas en la Plaza. Rostros de dolor y sobrecogimiento desbordaron el mismo sitio donde tantas veces lo buscamos a él. Un Martí tenuemente iluminado asistía a la despedida de su discípulo más devoto, al Fidel que prometío y cumplió.
En el mar de gentecita linda, la muchacha con la boina de una sola estrella, el cartel que gritaba: “Te extrañaré por siempre”, en medio de un corazón hecho con trazos infantiles, o la bandera empuñada por muchas manos. Las voces rompiendo el silencio: “Raúl, abrazo, Fidel está en la Plaza”. Y la certeza de los peregrinos: este es el mejor sitio para encontrarse esta noche.
Llegó el Presidente cubano, el hermano y amigo, con el alma deshecha y el pesar en la mirada. Después de cuatro días de duelo, el dolor se hace físico y la angustia agonía. Las palabras se vuelven escasas, ausentes… y el compromiso eterno.
Despacio, uno a uno, el General de Ejército le ofreció su abrazo a mandatarios que vinieron para dárselo. Se detuvo frente al podio, levantó la mano para saludar y la respuesta vino de un tirón: “Raúl, tranquilo, el pueblo está contigo”.
De un lado Nicolás Maduro, del otro, José Ramón Machado Ventura, así pasó toda la noche, entre camaradas. Se le veía acariciarse la mejilla, suspirar o mirar al cielo, auto sostenerse. ¡Es fuerte el General! Tiene que serlo, por Fidel, por él y por la Cuba que aún debe seguir echando pa´lante.
“Pueblos de Nuestra América y del mundo: Fidel ha muerto. Murió invicto, solo el inexorable paso de los años lo pudo derrotar”, dijo Rafael Correa al inicio de su discurso, que fue poesía y aliento del espíritu.
“Murió haciendo honor a su nombre: Fidel, digno de fe. La fe que puso en él su pueblo y toda la patria grande; fe que nunca fue ni siquiera decepcionada, peor aún traicionada”, sentenció el mandatario ecuatoriano.
El adiós estremece y la despedida duele, muchísimo. Sentados en la primera fila, compañeros de lucha y hazañas, combatientes de historia atesorada. En todos, facciones dilatadas por el llanto y el insomnio.
La Plaza estaba llena, llenísima. Entre la multitud, una niña llevaba grabado en la frente con rojas letras el nombre del líder que aún después de muerto nos moviliza y convoca, un abuelo traía el pecho protegido por medallas y cientos de jóvenes de uniforme alzaban la foto del barbudo de la Sierra, mirando al horizonte.
¡Adiós, compañero Fidel! Usted ha ganado su carrera, usted ha peleado una buena batalla. ¡Que su alma ahora descanse en paz eterna!, dijo Jacob Zuma en nombre de la Sudáfrica hermana.
Un hombre vestido de verdeolivo, “vencedor de la bala, el hambre y el frío” se añoraba en la tribuna. “¿Dónde está Fidel?”, preguntó varias veces Daniel Ortega y varias veces se escuchó: “Aquí”. Fidel Castro es pueblo y nación.
En las malas hay que estar, reza la sabiduría popular y allí estuvo La Habana, fervorosa e inseparable, allí estuvieron los humildes con botas y chaleco moral, como él predicó. Obligados por ser tratados y tratar a los demás como seres humanos, inexcusablemente llamados por el ejemplo y el adeudo con un padre que es leyenda.
“Despedimos al Fidel de los pobres, de los humildes, de los oprimidos y de los que jamás se rinden, el Fidel de ustedes, nuestro Fidel, el Fidel que pertenece a todos los rincones de este planeta, el Fidel que pertenece a la historia”, aseveró Alexis Tsipras.
Él nos enseñó a compartir pan y abrigo, a burlar fronteras sembrando amor. A estar donde el deber. “Fidel puso a Cuba en el mapa del mundo, luchando contra la codicia del imperio y el mundo reconoce a Fidel como una epopeya inalcanzable en estos tiempos y lo será para toda la humanidad”, reconoció el presidente Evo Morales, con la sencillez de los grandes.
“América Latina y el mundo no se pueden comprender en el siglo XX sin Fidel ni sin Cuba. Fidel y Cuba cambiaron el mundo. Mientras haya un socialista de pie, luchando con la palabra, con las ideas y con la fuerza de la razón, Fidel estará entre nosotros y para siempre”, aseguró Evo.
Los Cinco permanecieron casi todo el tiempo de pie, allí estaban tal cual el estratega lo prometió. De todas partes de la tierra vinieron amigos del Comandante y de la isla grande. En la Plaza convergieron generaciones y pueblos.
“De la patria de Bolívar y de Chávez traigo una voz que tiene millones de voces, para decirle con admiración: ¡Misión cumplida!, espléndidamente cumplida. Pocas vidas han sido tan completas, tan luminosas. Se va invicto, se va absuelto por la historia grande, la historia patria. Fidel como Bolívar y Chávez tiene mucho que hacer todavía”, dijo Nicolás Maduro.
Y después de él, el último orador, el que todos querían oír y nadie sabía cómo iba a ser capaz de hacerlo, porque es Presidente pero también hermano, de sangre y de lucha. Raúl llegó al podio con el corazón en un puño. Recordó los hechos trascendentes de la vida nacional que vivió en la Plaza de la Revolución junto al líder que construyó una sociedad socialista de los humildes, por los humildes y para los humildes.
El General de Ejército hablaba y el pueblo lo acompañaba, en silencio y conmovido, solemne y angustiado: “Querido Fidel: Junto al monumento de José Martí, Héroe Nacional y autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada, donde nos hemos reunido durante más de medio siglo, en momentos de extraordinario dolor o para honrar a nuestros mártires, proclamar nuestros ideales, reverenciar nuestros símbolos y consultar al pueblo trascendentales decisiones, precisamente aquí, donde conmemoramos nuestras victorias, te decimos, junto a nuestro abnegado, combativo, y heroico pueblo: ¡Hasta la Victoria Siempre!”
Y en esa última frase se nos fue un trozo de alma, a él y a todos. Será difícil olvidar esta noche, al Raúl herido, pero fuerte como los cedros de Birán.
Imposible desprenderse de esta noche y de ese “Hasta la Victoria Siempre”, que evoca al líder y al estadista, al pueblo y su Historia, que tantas veces nos ha salvado de los imposibles y nos ha hecho levantarnos, para seguir haciendo Revolución. Todavía no sabemos cuántas almas estaban anoche en la Plaza, pero sí que eran millones los que despedían al cubano más universal de la última centuria, y el más amado.