Proa a la libertad
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A poco menos de dos meses de su salida de presidio, el acoso a Fidel se acrecentaba cada día. El teléfono de su casa estaba interceptado por la policía, que ni siquiera disimulaba la grabación de sus conversaciones. A Raúl lo acusaron de una acción terrorista en la capital cuando se hallaba en Oriente visitando a sus padres y tuvo que partir al exilio el 24 de junio de 1955. Catorce días después, Fidel siguió sus pasos.
Antes del viaje, la revista BOHEMIA lo incluyó en una encuesta sobre el regreso de Carlos Prío. Fidel profetizó la vida del exmandatario bajo la tiranía: “¿Lo dejarán hablar a él, lo dejarán comparecer ante un programa de televisión, le permitirán escribir, le darán oportunidad de realizar actos públicos?”. Ante otra interrogante, respondería: “Ya no creo ni en elecciones generales. Cerradas al pueblo todas las puertas para la lucha cívica, no queda más solución que la del 68 y el 95”.
Casi antes de partir hacia México, redactó unas declaraciones de despedida que ninguna publicación quiso difundir: “Como martiano, pienso que ha llegado la hora de tomar los derechos y no de pedirlos, de arrancarlos en vez de mendigarlos. Residiré en un lugar del Caribe. De viajes como estos no se regresa o se regresa con la tiranía descabezada a los pies”.
Por la ruta de Martí
Fidel llegó a suelo mexicano el 7 de julio de 1955 y al día siguiente, ya en el Distrito Federal, se abrazaba con Raúl. Sus primeros contactos fueron con exiliados cubanos. A través de estos, en el pequeño apartamento de María Antonia González, conoció a un médico argentino, Ernesto Guevara. El Che recordaría después: “Nuestra primera discusión versó sobre política internacional. A las pocas horas de la misma noche –en la madrugada– era ya uno de los futuros expedicionarios”.
Días más tarde, acompañado de un amigo, marchó al encuentro del militar republicano español Alberto Bayo, a quien comprometió a enseñar táctica de guerra de guerrillas a los futuros expedicionarios. En la madrugada del jueves 20 de octubre, gracias a la solidaridad de mexicanos amigos que les costearon el pasaje, partió junto con Juan Manuel Márquez hacia Estados Unidos. Ante unos 800 compatriotas reunidos en el Palm Garden, en la lluviosa mañana del 30 de octubre, Fidel proclamó: “Puedo informarles con toda responsabilidad que en el año de 1956 seremos libres o seremos mártires”.
Cuando Fidel regresó a México, el 10 de diciembre, traía ya redactado el borrador del Manifiesto #2 del 26 de Julio a Cuba. No pudo ocultar su entusiasmo por las siete semanas de labor organizativa en los Estados Unidos, con la creación de clubes patrióticos en Nueva York, Miami, Tampa y Cayo Hueso, mientras que se proyectaban nuevos en Chicago, Filadelfia, Washington. Junto con los revolucionarios de la Isla, ellos con sus recaudaciones subvencionarían la expedición.
Las navidades de 1955 nada placenteras resultaron para la tiranía batistiana. La lucha en las calles, protagonizada por el movimiento estudiantil, iba en aumento. Los trabajadores azucareros continuaban en huelga, apoyados solidariamente por otros sectores obreros y el estudiantado. Miles de volantes inundaban nuestro archipiélago con la consigna “En 1956 seremos libres o seremos mártires” y los muros y paredes aparecían pintados con las siglas M-26-7 o letreros contra el régimen.
El grupo de combatientes que ya estaba en México comenzó su entrenamiento de tiro en Los Gamitos, en las afueras de Ciudad México. A este núcleo inicial se les agregaron Juan Almeida y Ciro Redondo. Por esos días, Fidel conoció al mexicano Antonio del Conde, El Cuate, quien sería el principal suministrador de armas de la futura expedición. Del Conde se encargó de todos los aspectos legales de la facturación y permisos que exigían las autoridades sin demandar remuneración alguna.
La tiranía contraataca
Los futuros expedicionarios, como entrenamiento, realizaban grandes caminatas de unos cinco kilómetros por la ciudad, prácticas de remo en el Bosque de Chapultepec, ascensos a los cerros cercanos al Distrito Federal. A finales de marzo, comenzaron las clases teóricas sobre táctica guerrillera, impartidas por el español Alberto Bayo, quien ya se había percatado de que el joven que supuso “idealista y visionario” solía hacer realidad sus sueños.
Fidel le encomendó al español “buscar en los aledaños de México un rancho grande con capacidad suficiente para albergar a la totalidad de los alumnos, al mismo tiempo que debía tener montañas para poder hacer ejercicios de tiro”. En Chalco, a unos cuarenta kilómetros al suroeste de la capital mexicana, encontró la hacienda que presentaba las condiciones requeridas, San Miguel, aunque para los cubanos sería conocida como Santa Rosa. Allí se adiestraron en el arme y desarme, lanzamiento de granadas, defensa personal. Realizaban marchas nocturnas de cinco kilómetros (luego se aumentaron a siete).
Ante la intensa actividad revolucionaria de Fidel, la tiranía planeó su asesinato. Los revolucionarios descubrieron estos planes y a Cándido González, Ramiro Valdés y Universo Sánchez les asignaron la protección del jefe del M-26-7. La tiranía pasó a un segundo plan y sobornaron a funcionarios y policías de la nación azteca. El 20 de junio de 1956, fueron detenidos primeramente Cándido González y Julito Díaz; luego aprehenderían a Fidel, Universo y Ramiro. Al día siguiente, junto con Almeida cayeron presos otros compañeros. El 24 de junio, trece combatientes fueron conducidos del rancho de Chalco a la cárcel de Miguel Schultz 136.
La emigración revolucionaria no se cruzó de brazos. Pronto los cubanos presos tuvieron la asesoría legal requerida. La solidaridad mexicana se hizo sentir: organizaciones juveniles, estudiantiles y profesionales mexicanas solicitaron su libertad inmediata al presidente de la nación. Veinte revolucionarios cubanos fueron liberados el 9 de julio. El general Lázaro Cárdenas intercedió ante el mandatario y a Fidel le concedieron la libertad provisional. El Che y Calixto García permanecieron en prisión unas semanas más.
Un yate llamado Granma
Frank País viajó a México a inicios de agosto con Fidel trabajó en el plan único para el apoyo al desembarco y convinieron en no extraer más compañeros de la provincia de Oriente, región por donde arribaría la expedición, e intensificar allí al máximo el adiestramiento de las células de acción a fin de que pudieran emprender acciones armadas como apoyo a la llegada de los expedicionarios.
A finales de agosto se produjo el encuentro entre Fidel y José Antonio Echeverría, presidente de la FEU y líder del Directorio Revolucionario. La firma de la Carta de Máxico entre el M-26-7 y el movimiento estudiantil implicó, además de un importante paso en la unidad revolucionaria, la formal declaración de guerra de la juventud cubana contra la tiranía batistiana.
Todavía en septiembre no estaba claro cuál iba a ser el medio de transporte que trasladaría a los expedicionarios a la Isla. En un viaje a Tuxpan para probar unas armas, Fidel y El Cuate vieron un yate de madera en el varadero de Santiago de la Peña. Cuando supo que estaba en venta, el jefe del M-26-7 decidió que esa sería la nave de la expedición. Así entró el Granma en la historia de Cuba.
De Estados Unidos había llegado en septiembre Camilo Cienfuegos. Su amigo, Reinaldo Benítez, propuso incorporarlo a la expedición. René Rodríguez Cruz abogó también por él, pues conocía de su actitud decidida en los enfrentamientos de calle contra la tiranía. Al ser admitido, Camilo pasó a residir a una casa campamento donde ya estaban Almeida, Ciro y otros compañeros.
Hacia el puerto de Tuxpan, lugar donde se hallaba el Granma comenzaron a trasladarse, el 24 de noviembre, todos los hombres que debían integrar la expedición.
De Tuxpan a Alegría de Pío
El 25 de noviembre de 1956, cerca de las dos de la madrugada, el yate Granma soltó sus amarras y echó a andar sus motores. El Che escribió años después: “Salimos, con las luces apagadas… Teníamos muy mal tiempo y aunque la navegación estaba prohibida, el estuario del río se mantenía tranquilo”. La travesía estuvo signada por las marejadas, la sobrecarga de la nave y el hecho de que uno de los dos motores permaneció descompuesto durante dos días.
El 2 de diciembre, al amanecer, arribaron a Cuba por el lugar conocido por Los Cayuelos, a unos dos kilómetros de Las Coloradas, al noroeste de cabo Cruz, un manglar donde el mar es bajo y cenagoso. Tres expedicionarios saltaron desde la nave. Según Juan Almeida, “primero el agua les da por la cintura, al pecho, a la barbilla […] Nuevamente bajo el cuello, al pecho. Con la soga que tienen en la mano llegan al mangle y la amarran. Ahora bajan uno a uno. Los hombres más gruesos al tirarse se entierran en el fango, los más livianos tienen que ayudarlos a salir”.
Los manglares forman, incluso hoy día, una enmarañada red y cubren el litoral, hasta extenderse dos kilómetros tierra adentro. Los revolucionarios tropezaban con sus raíces, caían. Se cuarteaban las botas. Los árboles espinosos y la cortadera de dos filos rasgaban los uniformes. Las armas y mochilas se mojaron, valiosos pertrechos se hundieron.
Tardaron varias horas en salir de la ciénaga. El Che escribiría años después: “Quedamos en tierra firme, a la deriva, dando traspiés, constituyendo un ejército de sombras, de fantasmas, que caminaban como siguiendo el impulso de algún mecanismo psíquico”.
Después de una marcha a paso lento, interrumpida por los desmayos, las fatigas y los descansos de la tropa, en El Mijial (3 de diciembre), la familia de Varón Vega les cocinó unas gallinas y yuca, caldo para los más débiles, y les ofrecieron miel.
Continuó la marcha. En Agua Fina (diciembre 4) volvieron a palpar la hospitalidad campesina. De madrugada, ya día 5, llegaron a Alegría de Pío, “un pequeño cayo de monte, ladeando un cañaveral por un costado y por otros abierto a unas abras, iniciándose más lejos el bosque cerrado”, según la descripción del Che. Muchos se quitaron las botas y pusieron sus medias al sol. Los médicos Faustino Pérez y Che curaron las ampollas sangrantes en los pies de los expedicionarios. Luego Ramiro Valdés repartió galletas con chorizo, Almeida miró el reloj: las agujas marcaban las 4:20 p.m. Unos veinte minutos después sonó un disparo. Se generalizó el tiroteo.
El jefe enemigo les intimó a la rendición. “Aquí no se rinde nadie…”, respondió Almeida. Mientras disparaba, al ver que hacia ellos se concentraba el fuego, le dijo al Che: “Ponte algo en el cuello, que estás sangrando mucho, y vámonos”. Solo tres expedicionarios no lograron romper el cerco de los guardias: Humberto Lamothe, Oscar Rodríguez e Israel Cabrera, los primeros mártires de la expedición.
Sin dejar de disparar, Fidel intentó reagrupar a sus compañeros en un cañaveral cercano pero solo le siguió Universo Sánchez. La bisoña tropa rebelde se fragmentó en pequeños grupos y varios de ellos cruzaron la guardarraya para alcanzar un monte salvador. Se iniciaba así la última etapa de la guerra de liberación nacional.
Fuentes consultadas:
Fondos del archivo del Instituto de Historia de Cuba y de la Oficina de Historia del Consejo de Estado. Los libros ¡Atención! ¡Recuento!, de Juan Almeida Bosque; La palabra empeñada, de Heberto Norman; y De Tuxpan a La Plata, de la Sección de Historia de las FAR.