A Fidel no le gusta venir a Santa Clara
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El 30 de septiembre de 1996, los villaclareños recibieron al Comandante en Jefe en la Plaza de la Revolución Ernesto Guevara, e hicieron de aquella tarde en la Plaza del Che una fecha inolvidables.
La última visita del Comandante en Jefe a la central provincia había sido en 1976, tras la restructuración político-administrativa de la Isla. Después, Fidel había visitado Camagüey, Las Tunas, Holguín...y no había tenido ninguna otra comparecencia pública por Villa Clara. Por lo que la gente empezó a decir esa expresión, que en realidad no tenía nada de cierto, como el líder histórico probaría aquella tarde inolvidable del último día de septiembre de 1996.
El 29 de septiembre de 1996, proveniente de Sancti Spíritus, el Comandante en Jefe vino a abanderar al Contingente Campaña de Las Villas, que casi concluía las obras del pedraplén Caibarién-Cayo Santa María.
Entonces, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, primer secretario del Partido en Villa Clara, le contó de las ansias de los villaclareños por escucharle, y le pidió que le hablara al pueblo. Meditó unos minutos, porque no sabía cómo o dónde ocurriría. No se podía imaginar que en menos de 24 horas, pudieran movilizarse a la gente. Pero accedió: «Sí, con mucho gusto, aunque ustedes están locos».
Al amanecer del 30 de septiembre, Villa Clara recibió la noticia a través del matutino radial Patria. Comenzó la movilización para hacer de ese, un día histórico. Y a las 6 de la tarde, una marejada humana colmó la plaza.
Caía una llovizna inoportuna, que amenazaba con convertirse en aguacero, justo como ocurrió la víspera allá, al norte, con los constructores del terraplén. Mas el agua no intimidó a nadie, porque «al pueblo, que es lo más importante, no le asustan ni los chubascos, ni las lluvias, ni las tempestades, ni los rayos, ni los truenos, que sirven para probar el temple de la gente».
La espera se rompe: el Comandante en Jefe aparece. Tiene como primer propósito el de rendirle honores al otro Comandante, al guerrillero, y así lo hace. Coloca unas flores. Medita. Avanza hacia los micrófonos. Juega con ellos, un tanto nervioso. Luego, en un impulso por redimirse ante la multitud, agradece: «Son ustedes demasiado generosos conmigo, por el calor y el cariño con que me han recibido y por ser capaces de llenar esta gran plaza, aun bajo la lluvia». Y se disculpa: «Les quiero simplemente decir que he empleado esas ocasiones y esos viajes para ir a los lugares donde teníamos algún tipo de problema, no a aquellos donde todo marchaba perfectamente bien. No lo tomen, por favor, como un olvido; tómenlo como un reconocimiento».
El gentío, atrapado en su oratoria, pasa del silencio a los aplausos, de los aplausos a los vítores, de los vítores otra vez al silencio, para oírle acerca de su respeto profeso a los villaclareños, porque «no hay tarea, no hay proeza en que no hayan estado presentes masivamente».
Fidel continúa hablando de zafra, de mortalidad infantil, de agricultura, de todos los resultados que Cuba exhibe gracias al «pueblo cuya inteligencia, cuyo carácter y cuya historia ha hecho posible una Revolución como esta».
Aquel 30 de septiembre, la muchedumbre enloqueció. Bien valió la espera. A partir de entonces, y con la llegada un año después de los restos del Che, hubo un antes y un después en la historia de esta provincia. Esa tarde, el líder deleitó al público y el regocijo del pueblo le fue devuelto con creces.