La luz primera
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A poco más de un mes del desembarco del yate Granma y de la sorpresa de Alegría de Pío, se esparce la pólvora del primer asalto exitoso de la tropa rebelde a un pequeño cuartel del ejército batistiano. Es el 17 de enero de 1957.
Listos para acercarse mucho más, se esconden y dejan pasar a tres guardias a caballo que halan como una mula a un prisionero jadeante que tropieza con todo.
A 40 metros del cuartel, Fidel inicia el tiroteo con dos ráfagas de ametralladora, seguido por todos los fusiles disponibles. ¡Algunos tiran por primera vez en su vida en un combate real!
A poco más de un mes del desembarco del yate Granma y de la sorpresa de Alegría de Pío, se esparce la pólvora del primer asalto exitoso de la tropa rebelde a un pequeño cuartel del ejército batistiano. Es el 17 de enero de 1957.
Se anuncia a Cuba y al mundo que la guerrilla existe, dispuesta a luchar y a triunfar, y que la dictadura miente al hablar de la muerte de todos los expedicionarios, incluido Fidel.
Preparativos del ataque
Tres días antes se detiene la tropa en el río Magdalena, separado de La Plata por un firme que sale de la Maestra y muere en el mar, como escribe el Che, donde hacen algunos ejercicios de tiro. Algunos se bañan y se cambian de ropa.
Cuentan con nueve fusiles con mirilla telescópica, cinco semiautomáticos, cuatro de cerrojo, dos ametralladoras Thompson, dos pistolas ametralladoras y una escopeta calibre 16.
Desde el amanecer del 16 observan el objetivo. A las tres de la tarde, deciden acercarse al cuartel. Al anochecer, bordean el río poco profundo, lo cruzan y se apostan, listos para disparar. A los cinco minutos, toman prisioneros a dos campesinos, uno de ellos con antecedentes de chivato. Ambos, temerosos, dicen que en el cuartel hay cerca de 15 militares y que dentro de unos instantes pasará por el lugar uno de los más odiados mayorales de la zona.
Lo capturan, borracho. Fidel le dice ser un coronel del ejército que investiga por qué ya no han exterminado a los rebeldes. El mayoral muestra, jactancioso, un par de zapatos de un expedicionario asesinado, y así firma su sentencia de muerte.
Con solo 24 armas, 29 hombres —18 de ellos expedicionarios del Granma— forman entonces la fuerza guerrillera, reforzada por ocho campesinos incorporados días atrás y tres combatientes enviados desde Manzanillo.
Veintidós rebeldes avanzan sobre el cuartel, en cuatro grupos, con Fidel, Raúl, Almeida y Julito Díaz al frente. Los demás custodian a los detenidos.
El jefe de la guarnición y el mayoral Olazábal —que vive al lado del cuartel— huyen desde el primer momento y dejan a los soldados y marineros sin mando. Los guerrilleros no tienen muertos ni heridos y ocupan nueve fusiles con mil tiros, una ametralladora con 150 proyectiles y otros pertrechos de guerra.
El enemigo tiene dos muertos y cinco heridos, además de tres prisioneros. Fidel ordena que se entreguen los medicamentos a los soldados para que atiendan a los heridos. Algunos han huido junto con el chivato Honorio. No pudo hacerlo el nefasto capturado antes, Chicho Osorio, ejecutado cuando suenan los primeros disparos del asalto.
A las cuatro y treinta de la mañana de ese día 17, los rebeldes salen rumbo a Palma Mocha, adonde llegan al amanecer, se internan en las zonas más abruptas de la Maestra, establecen el primer territorio libre en el macizo del Turquino e instauran y consolidan luego la Columna 1 del Frente José Martí, cuya comandancia central se fija en La Plata, a 20 kilómetros del cuartel asaltado. Esa es la primera victoria rebelde de Fidel y sus hombres. Raúl escribió en su diario de campaña, después del combate: «Desde lejos se veían arder sobre los cuarteles de la opresión, las llamas de la libertad. Algún día no lejano sobre esas cenizas levantaremos escuelas».