Corresponsal de guerra en Angola: Los muertos que los pongan ellos (I)
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Los muertos que los pongan ellos, fue la orden tajante del capitán Osmany Cienfuegos Gorriarán ante una efusión de fervor durante el encuentro reservado en una casa del distrito habanero del Vedado, en noviembre de 1975, para explicar a un grupo de periodistas el objetivo que los llevaría días después a Angola, en el cono sur africano.
El trabajo era romper la conspiración de silencio y las tergiversaciones sobre las operaciones militares en Angola, donde el recién proclamado Gobierno del Movimiento Para la Liberación de Angola, dirigido por el presidente Agostinho Neto estaba sometido a cerco, en el norte, por las tropas de Zaire y la milicia armada de Holden Roberto y el sur por el ejército de Sudáfrica cuyo mascarón de proa los irregulares de la Unita, de Jonás Savimbi.
La disposición de “morir combatiendo”, siguió a la advertencia de que, “si los acontecimientos resultan adversos, tienen que poner a un lado la máquina de escribir (aún no habían llegado las benditas computadoras) e incorporarse a la guerra”.
A partir de ese momento se desató un torbellino de discretas reuniones de información, lectura de documentos sobre las reiteradas peticiones de asistencia castrense del MPLA y el contexto político del país.
Esos últimos días tuvieron su matiz dramático debido a que nuestra salida sería en el más estricto secreto, presentada a nuestros familiares como “una visita a la Unión Soviética” y dejar una carta de última voluntad a nuestras familias.
Lo que ignorábamos los integrantes de aquel heterogéneo grupo de periodistas de los medios cubanos, era que formábamos parte de un esfuerzo gigantesco cuyo núcleo central era la Operación Carlota, organizada y dirigida por el Comandante en Jefe Fidel Castro.
El colofón de aquella vorágine fue escuchar en la fortaleza de La Cabaña el discurso despedida del Comandante en Jefe a los integrantes del contingente militar, que intervendría en la operación que marcaría un antes y un después en África y el comienzo del fin de aquella aberración llamada sistema de desarrollo separado de las razas o apartheid.
De los seleccionados para formar el grupo de periodistas dos eran militares, tres seguíamos los temas de África y el Levante y uno, Pepín Ortiz, desaparecido de manera prematura por causas naturales, era entonces subdirector del periódico Granma, con una larga hoja de servicios que trascendía la comunicación social y una modestia a prueba de cañonazos.
Aún quedaba un largo camino por recorrer: partimos en un avión de Aeroflot que nos llevó hasta la ciudad alemana de Frankfurt, sin que a ninguna de las aeromozas se le ocurriera brindarnos un humilde vaso de té, que habría sido muy bienvenido.
Fue solo la primera escala de un safari que nos llevó a Oporto, en Portugal, donde fue preciso ponernos duros escudados en nuestros pasaportes diplomáticos, porque había ocurrido una asonada contra el gobierno izquierdista y nos querían dejar detenidos.
De allí a París, desde donde partimos hacía Chad, con destino final en la República Popular del Congo (RPC), previa escala en la República Centroafricana, donde Jean Bedel Bokassa, un ex sargento del ejército colonial francés devenido Presidente, comenzaba a acariciar la idea de convertirse en emperador y no podíamos ni asomar el pelo, por razones de discreción.
El aspecto informativo incluía la instalación de una planta de radio con potencia suficiente para transmitir los despachos informativos, en caso de que las transnacionales cortaran las comunicaciones; esa parte fue encargada al que llamábamos “comandante Eduardo”, cuya experiencia en la especialidad databa de la emisora Radio Rebelde durante la fase de la lucha guerrillera contra el dictador Fulgencio Batista en la Sierra Maestra.
La RPC era el punto desde el cual partía hacia Angola la logística para las operaciones más urgentes, entre ella la ocurrida en el frente de Caxito, una somnolienta población apenas a 15 kilómetros de Luanda, donde los zairenses y los seguidores de Holden Roberto, fueron detenidos por las fuerzas al mando del entonces Comandante de Brigada Carlos Fernández Gondín, cuando trataban de apoderarse del acueducto que abastecía a Luanda, la capital angolana.
Los movimientos de armamento estaban dirigidos por un comandante de paracaidistas siempre risueño, Emmanuel Alenga, por órdenes del presidente de la RPC, el Comandante Marfien Ngouabi.
Pero la situación angolana seguía siendo grave a nuestra llegada: la RPA era apenas una franja de territorio, nos explicó el jefe de la misión militar, el entonces Comandante de Brigada Abelardo Colomé Ibarra.
La capital angolana ofrecía un paisaje desolador: autos estrellados contra los postes del alumbrado público por los colonialistas portugueses antes de abandonar el país; la divisa nacional, el escudo angolano desplomado; la escasez de artículos primera necesidad, agravada por el flujo de nativos que huían desde la zonas controladas por las Unita y el FNLA.
Junto a todo ello la amenaza de un avance del ejército surafricano, entre los más poderosos del continente, que contaba con el apoyo de Israel y la anuencia cómplice de Estados Unidos. Permaneceríamos varios días en situación de clandestinidad en una casa de un distrito periférico luandense donde nos visitaba con frecuencia el capitán Jorge Risquet Valdés-Saldaña, jefe de la misión civil cubana.
El contexto diplomático también era desfavorable: la Organización de la Unidad Africana (OUA) rehusaba otorgar el asiento de Angola al Gobierno de Neto a pesar de las gestiones a nombre de Cuba del capitán Osmany Cienfuegos, quien viajaba acompañado del comandante Rolando Kindelán Blés.
Los corresponsales extranjeros acreditados en la capital angolana se olían que algo grande estaba por pasar y habían acopiado, o recibido, información sobre la presencia de un grupo de expertos cubanos que combatían junto a los efectivos del MPLA, además de la aplastante ofensiva en Caxito-Quifangondo.
Angola era el tema del día y entre las principales incógnitas estaba la identidad de los jefes militares cubanos estacionados en el país; las conjeturas abundaban y la más disparatada fue la de la revista Newsweek que publicó dos páginas con las fotos de “los generales cubanos que dirigen la guerra en Angola” sin acertar ni uno.
En las ruedas de prensa del portavoz del MPLA, el comandante Juju, un angolano blanco, se las veía y se las deseaba para responder al alud de preguntas sobre la participación cubana, no por ínfima menos importante; escaseaban las relativas a los acontecimientos en los frentes, donde la situación operativa mostraba cambios que no les interesaba reflejar.
Estaba claro que la definición de la crisis tenía que ser aplastante e incuestionable y llevarla a vías de hecho estaba en manos de los hombres que de manera voluntaria formaban parte de la Operación Carlota, a la que nadie llamaba por su nombre, el de una africana irreductible que había estado esclavizada en Cuba.
(*) Corresponsal de guerra en Angola.