Cincuenta años de la primera Nochebuena revolucionaria
Datum:
26/12/2009
Quelle:
Revista La Jiribilla
Me hablaron de una posible visita a la Ciénaga de Zapata y enseguida pensé en tres hombrecillos a quienes hace un año y medio, mis amigos y yo bautizamos como “los enanitos”. Los hermanos Escandel, cuyas arrugas hacen solas el relato del duro trabajo del carbón, son la primera imagen que conservo de aquella tierra de pantanos. Recuerdo que dijeron: “antes del ´59 estábamos en el mundo como los perros”; y luego nos contaron lo que ha sido de su tierra gracias a la Revolución.
La Ciénaga apareció en los libros de Historia de Cuba después del triunfo de los rebeldes, cuando mercenarios yanquis quisieron invadir la Isla por la playa que ellos llamaron Bahía de Cochinos. Girón, abril de 1961, la organización del pueblo en milicias, la derrota del enemigo en 72 horas, se convirtieron en tatuaje inconfundible del socialismo cubano. Desde ese momento, todos sabrían de la península matancera, pero desde mucho antes, algunos de los barbudos ya se habían interesado por el lugar y sus moradores, posiblemente las personas más humildes de todo el territorio nacional.
En el año inaugural de la Revolución, el entonces Primer Ministro Fidel Castro, visitó la zona varias veces. El 24 de diciembre se encontraba en la Laguna del Tesoro analizando las posibilidades de explotación de aquel sitio como destino turístico y discutiendo proyectos para la canalización y desecación parcial de la Ciénaga. Antonio Núñez Jiménez —quien más tarde presidiría la Academia de Ciencias de Cuba— narró parte de las memorias de aquel día:
“En esos trajines, entre mapas y papeles, nos sorprende el atardecer.
—¿A dónde vamos? — es la pregunta que surge de cada uno de los que acompañamos al Jefe de la Revolución.
—Con los carboneros, a cenar con ellos— es la respuesta.”[1]
Horas después, con viento de aspas y luces que superaban mil veces al tímido resplandor de las chismosas de los bohíos, un helicóptero “revolvió” los terrenos de Soplillar. El sitio sería testigo de la primera Nochebuena revolucionaria. Los anfitriones de aquel festín quedarían por un rato perplejos e inertes, porque ninguno sabía quién vendría a reunirse con ellos. “Cuando quizá muchas personas pensaron que Fidel iba a pasar la Nochebuena en su casa, o en un club social, vino a donde estaban las personas más humildes del país”, apunta a la luz de nuestros días el presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Miguel Barnet.
Han pasado 50 años de aquel alivio de oscuridad que trajeran los revolucionarios a este sitio donde se dan bien los árboles maderables llamados soplillos. Los vecinos no han dejado de juntarse para conmemorar cada aniversario del suceso, que está marcado en el lugar con un modesto monumento en forma de estrella blanca colocada por ellos mismos. Pero el paso de media centuria por aquellos predios y por la inolvidable historia, debía festejarse de un modo especial: la Brigada Martha Machado, una tropa de artistas liderada por el pintor Alexis Leyva (Kcho), se encargaría de hacerla diferente.
Los “trotamundos”, que inspirados en las ideas del propio Fidel comenzaron su periplo por Cuba irradiando arte en los lugares afectados por los huracanes de 2008, llevaban ya varios meses “plantados” en la Ciénaga de Zapata. Este diciembre un campamento asentado justo en el lugar donde descendieron Celia Sánchez, Pedro Miret y Antonio Núñez junto con el Comandante el 24 de diciembre del 59, fue el hogar de los brigadistas, que se entregaron a la construcción de un museo-biblioteca para preservar la memoria de ese día. Además de esas faenas, la estancia en la Ciénaga comprendió la presentación de los propios artistas en los poblados cercanos.
Las viviendas de los campesinos Carlos y Rogelio, levantadas con yagua y guano por los embajadores de la Misión Victoria, quedaron casi idénticas a las originales. No dejan margen a la duda las fotografías de Raúl Corrales que penden de las paredes, sobre las sillas y las camas de sacos, entre los platos y las palanganas donadas por los habitantes de Soplillar. De los retratos quieren salirse los ojos de Jesús, un niño de unos cortos cinco o seis años que no alcanzaba a darse cuenta de cuán trascendental sería ese hombre uniformado que había llegado inesperadamente a su hogar.
Cuando hablé con Jesús Méndez el 24 de diciembre de 2009, me dijo: “con el paso del tiempo entendí quién es Fidel y lo que representa para los que éramos pobres en Cuba; con el tiempo, me di cuenta de que por la Revolución había que darlo todo”.
Soplillar es también la cuna de Nemesia Rodríguez Montano, la niña a quien las bombas del 61 arrebataran la madre y el hermano, motivo que inspiró el poema “Elegía de los zapaticos blancos”, de Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí. Nemesia no estuvo en la cena revolucionaria; pero recuerda que a su padre le avisaron y se fue corriendo hacia las casas de Rogelio y Carlos.
En uno de los bohíos reconstruidos por la Brigada Martha Machado, encontré, la tarde de la cena, a Lucía Rodríguez, una de las hermanas de Nemesia:
— “¿Qué le sugieren estas fotos?” —le pregunté.
— “Muchos recuerdos, mucha emoción. En la Ciénaga somos pocos —me dice mientras señala a una mujer en una de las instantáneas— Pilar, la esposa de Rogelio, era mi prima y ya no está. Pero, ¿quieres que te diga la verdad? Lo que más me impresiona es ver a Celia, porque hablar de ella es igual que hablar de mi mamá.”
Revivir a la heroína de la Sierra provoca un ahogo de llanto en Lucía; Celia se preocupó porque las hermanas estudiaran y salieran adelante y ella se siente agradecida. Ahora esta mujer, quien ha participado en la reconstrucción de los bohíos junto con los artistas, considera que “lo que ha hecho Kcho es lo más grande de la vida” y espera con ansias un libro que dice, ha enviado Fidel para la nueva biblioteca.
En la sala de lectura, construida solo a unos metros de las otras casas, hay textos de artes y literatura general, enciclopedias, y hasta tomos de medicina. Las especialistas de la Biblioteca Municipal que fueron a ayudar a colocar los libros, confiesan que su centro no tiene fondos tan bellos y preciados como estos. En la entrada del local, junto a un breve inventario de los árboles del lugar, se lee en grandes caracteres: “іGracias Fidel!”. Es el título de una décima que compuso y cantó el guajiro Pablo Bonachea el día de la cena carbonera con el Comandante:
“Ya tenemos carretera
gracias a Dios y a Fidel
ya no se muere la mujer
de parto por dondequiera
ahora sí es verdadera
nuestra cubana nación
ya los hombres del carbón
jamás serán explotados
porque a Cuba ha llegado
esta gran Revolución (…)”
En 2009, Francisca, la mujer de Carlos, asiste a la Nochebuena que preparó la Brigada Martha Machado, “para que los viejos recuerden y los niños tengan una visión de aquella época”, como explicara Kcho. La memoria de Francisca ya le falla, pero su hijo Jesús se conmueve cuando ve al pueblo reunido alrededor de las largas mesas de madera y a los niños de La Colmenita viviendo en casas de campaña y actuando en la noche para llevar alegría a esos lugares lejanos.
En 2009, el 24 de diciembre, los repentistas Guambín y Guambán del Conjunto Palmas y Cañas, el humorista Carlos Gonzalvo, los bailarines de Café con Tap, el trompetista Yassek Manzano, los pintores Ernesto Rancaño y Sandor González, los deportistas Estela Rodríguez y Agustín Marqueti y muchos otros emisarios de la cultura, marcaron el corazón de la Ciénaga de Zapata; esa virgen raptada por el triunfo revolucionario en sus playas, ese lugar inmenso donde La Habana cabe seis veces, pero donde la tierra, severa para el trabajo, no deja retener a los hijos. Entre los nueve mil habitantes del municipio más grande de Cuba todavía hay quienes, como los hermanos Escandel, no sabrían cómo escribir el nombre de Kcho. Sin embargo, casi todos dan fe, agradecidos, de esa revolución de vida que ha experimentado la Ciénaga después de 1959. Los vecinos de Soplillar, no olvidarán, como uno de los grandes sucesos de estos 50 años, la Nochebuena carbonera con la Brigada Martha Machado ni las peñas, bailables, talleres, murales y serenatas que desde enero vienen alumbrando sus casas.
La Ciénaga apareció en los libros de Historia de Cuba después del triunfo de los rebeldes, cuando mercenarios yanquis quisieron invadir la Isla por la playa que ellos llamaron Bahía de Cochinos. Girón, abril de 1961, la organización del pueblo en milicias, la derrota del enemigo en 72 horas, se convirtieron en tatuaje inconfundible del socialismo cubano. Desde ese momento, todos sabrían de la península matancera, pero desde mucho antes, algunos de los barbudos ya se habían interesado por el lugar y sus moradores, posiblemente las personas más humildes de todo el territorio nacional.
En el año inaugural de la Revolución, el entonces Primer Ministro Fidel Castro, visitó la zona varias veces. El 24 de diciembre se encontraba en la Laguna del Tesoro analizando las posibilidades de explotación de aquel sitio como destino turístico y discutiendo proyectos para la canalización y desecación parcial de la Ciénaga. Antonio Núñez Jiménez —quien más tarde presidiría la Academia de Ciencias de Cuba— narró parte de las memorias de aquel día:
“En esos trajines, entre mapas y papeles, nos sorprende el atardecer.
—¿A dónde vamos? — es la pregunta que surge de cada uno de los que acompañamos al Jefe de la Revolución.
—Con los carboneros, a cenar con ellos— es la respuesta.”[1]
Horas después, con viento de aspas y luces que superaban mil veces al tímido resplandor de las chismosas de los bohíos, un helicóptero “revolvió” los terrenos de Soplillar. El sitio sería testigo de la primera Nochebuena revolucionaria. Los anfitriones de aquel festín quedarían por un rato perplejos e inertes, porque ninguno sabía quién vendría a reunirse con ellos. “Cuando quizá muchas personas pensaron que Fidel iba a pasar la Nochebuena en su casa, o en un club social, vino a donde estaban las personas más humildes del país”, apunta a la luz de nuestros días el presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Miguel Barnet.
Han pasado 50 años de aquel alivio de oscuridad que trajeran los revolucionarios a este sitio donde se dan bien los árboles maderables llamados soplillos. Los vecinos no han dejado de juntarse para conmemorar cada aniversario del suceso, que está marcado en el lugar con un modesto monumento en forma de estrella blanca colocada por ellos mismos. Pero el paso de media centuria por aquellos predios y por la inolvidable historia, debía festejarse de un modo especial: la Brigada Martha Machado, una tropa de artistas liderada por el pintor Alexis Leyva (Kcho), se encargaría de hacerla diferente.
Los “trotamundos”, que inspirados en las ideas del propio Fidel comenzaron su periplo por Cuba irradiando arte en los lugares afectados por los huracanes de 2008, llevaban ya varios meses “plantados” en la Ciénaga de Zapata. Este diciembre un campamento asentado justo en el lugar donde descendieron Celia Sánchez, Pedro Miret y Antonio Núñez junto con el Comandante el 24 de diciembre del 59, fue el hogar de los brigadistas, que se entregaron a la construcción de un museo-biblioteca para preservar la memoria de ese día. Además de esas faenas, la estancia en la Ciénaga comprendió la presentación de los propios artistas en los poblados cercanos.
Las viviendas de los campesinos Carlos y Rogelio, levantadas con yagua y guano por los embajadores de la Misión Victoria, quedaron casi idénticas a las originales. No dejan margen a la duda las fotografías de Raúl Corrales que penden de las paredes, sobre las sillas y las camas de sacos, entre los platos y las palanganas donadas por los habitantes de Soplillar. De los retratos quieren salirse los ojos de Jesús, un niño de unos cortos cinco o seis años que no alcanzaba a darse cuenta de cuán trascendental sería ese hombre uniformado que había llegado inesperadamente a su hogar.
Cuando hablé con Jesús Méndez el 24 de diciembre de 2009, me dijo: “con el paso del tiempo entendí quién es Fidel y lo que representa para los que éramos pobres en Cuba; con el tiempo, me di cuenta de que por la Revolución había que darlo todo”.
Soplillar es también la cuna de Nemesia Rodríguez Montano, la niña a quien las bombas del 61 arrebataran la madre y el hermano, motivo que inspiró el poema “Elegía de los zapaticos blancos”, de Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí. Nemesia no estuvo en la cena revolucionaria; pero recuerda que a su padre le avisaron y se fue corriendo hacia las casas de Rogelio y Carlos.
En uno de los bohíos reconstruidos por la Brigada Martha Machado, encontré, la tarde de la cena, a Lucía Rodríguez, una de las hermanas de Nemesia:
— “¿Qué le sugieren estas fotos?” —le pregunté.
— “Muchos recuerdos, mucha emoción. En la Ciénaga somos pocos —me dice mientras señala a una mujer en una de las instantáneas— Pilar, la esposa de Rogelio, era mi prima y ya no está. Pero, ¿quieres que te diga la verdad? Lo que más me impresiona es ver a Celia, porque hablar de ella es igual que hablar de mi mamá.”
Revivir a la heroína de la Sierra provoca un ahogo de llanto en Lucía; Celia se preocupó porque las hermanas estudiaran y salieran adelante y ella se siente agradecida. Ahora esta mujer, quien ha participado en la reconstrucción de los bohíos junto con los artistas, considera que “lo que ha hecho Kcho es lo más grande de la vida” y espera con ansias un libro que dice, ha enviado Fidel para la nueva biblioteca.
En la sala de lectura, construida solo a unos metros de las otras casas, hay textos de artes y literatura general, enciclopedias, y hasta tomos de medicina. Las especialistas de la Biblioteca Municipal que fueron a ayudar a colocar los libros, confiesan que su centro no tiene fondos tan bellos y preciados como estos. En la entrada del local, junto a un breve inventario de los árboles del lugar, se lee en grandes caracteres: “іGracias Fidel!”. Es el título de una décima que compuso y cantó el guajiro Pablo Bonachea el día de la cena carbonera con el Comandante:
“Ya tenemos carretera
gracias a Dios y a Fidel
ya no se muere la mujer
de parto por dondequiera
ahora sí es verdadera
nuestra cubana nación
ya los hombres del carbón
jamás serán explotados
porque a Cuba ha llegado
esta gran Revolución (…)”
En 2009, Francisca, la mujer de Carlos, asiste a la Nochebuena que preparó la Brigada Martha Machado, “para que los viejos recuerden y los niños tengan una visión de aquella época”, como explicara Kcho. La memoria de Francisca ya le falla, pero su hijo Jesús se conmueve cuando ve al pueblo reunido alrededor de las largas mesas de madera y a los niños de La Colmenita viviendo en casas de campaña y actuando en la noche para llevar alegría a esos lugares lejanos.
En 2009, el 24 de diciembre, los repentistas Guambín y Guambán del Conjunto Palmas y Cañas, el humorista Carlos Gonzalvo, los bailarines de Café con Tap, el trompetista Yassek Manzano, los pintores Ernesto Rancaño y Sandor González, los deportistas Estela Rodríguez y Agustín Marqueti y muchos otros emisarios de la cultura, marcaron el corazón de la Ciénaga de Zapata; esa virgen raptada por el triunfo revolucionario en sus playas, ese lugar inmenso donde La Habana cabe seis veces, pero donde la tierra, severa para el trabajo, no deja retener a los hijos. Entre los nueve mil habitantes del municipio más grande de Cuba todavía hay quienes, como los hermanos Escandel, no sabrían cómo escribir el nombre de Kcho. Sin embargo, casi todos dan fe, agradecidos, de esa revolución de vida que ha experimentado la Ciénaga después de 1959. Los vecinos de Soplillar, no olvidarán, como uno de los grandes sucesos de estos 50 años, la Nochebuena carbonera con la Brigada Martha Machado ni las peñas, bailables, talleres, murales y serenatas que desde enero vienen alumbrando sus casas.