El primer encuentro de Guayasamín con Fidel
Datum:
00/00/2010
Quelle:
Moncada
En la dirección del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, ICAP, a principios de la década del 60, se tramitaban con las oficinas del entonces Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, Comandante Fidel Castro o directamente con la inolvidable Celia*, las entrevistas que los numerosos visitantes extranjeros solicitaban sostener con Fidel o aquellas que la propia institución recomendaba.
La joven Revolución cubana, pese a su reciente triunfo y no haber aún alcanzado sus fundamentales objetivos, concitaba en todo el mundo y particularmente entre los pueblos de América Latina, una admiración creciente y el más amplio respaldo popular.
De ahí el interés de miles de personas de ver con propios ojos la obra iniciada en la mayor isla caribeña donde la dignidad del hombre retomaba su valor, se iniciaban profundas transformaciones sociales y se forjaban las bases de la real independencia y soberanía que fueron escamoteadas en Cuba y en todo el continente por los nuevos colonizadores después de la heroica gesta independentista del pasado siglo que nos liberó del yugo español.
Venir a Cuba en aquella época, - como sucede hoy todavía, - constituía un gesto de amistad y solidaridad y un reto al imperio que pretendía estigmatizarnos y liquidarnos desde entonces y más aún después que se proclamara el carácter socialista de la Revolución Cubana en 1961.
Por ello, a pesar de las enormes responsabilidades y del intenso y complejo trabajo que tenían los bisoños líderes de la Revolución, dedicaban horas que escamoteaban al descanso para conversar con esos visitantes a quienes agradecíamos su audacia y apoyo y con quienes forjábamos lazos de amistad más perdurables.
Uno de aquellos visitantes resultó ser el pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín*; cuando se trasmitió su deseo de pintar a Fidel junto con la recomendación del ICAP de que se aceptara, la noticia provocó interés por ser algo poco común y además por suponer que requeriría algunas horas para realizar su obra.
Guayasamín ya era en aquella época un pintor reconocido y famoso; había pintado los magníficos murales de la Universidad de Quito y del Palacio de Gobierno sobre el descubrimiento del Amazonas, ganado en 1956 el Gran Premio de la II Bienal de Pintura de Barcelona y ese mismo año, 1961, conquistó el Primer Premio de Pintura en la Bienal de Sao Paolo y había expuesto sus obras en E. Unidos, México y Chile.
Su conducta vertical y comprometida con las causas justas le hacía merecedor de prestigio y respeto en su país. Quería pintar al jefe victorioso de una genuina revolución latinoamericana como testimonio de su solidaridad.
La propuesta vino a través del Encargado de Negocios de Cuba en Ecuador, Pedro Martínez Pírez*, hoy dedicado al periodismo y quien ha sido siempre un admirador del pintor.
La propia Celia se tomó interés, hizo varias preguntas y es de suponer que haya usado su peculiar dulzura persuasoria para convencer al Comandante que aceptara dedicar cierto tiempo posando para un pintor; fue necesario el auxilio de Guayasamín para responder algunos detalles sobre el tiempo aproximado que duraría, si pudiese hacerse en una sola sesión, realizarse de noche, etc., pues nunca se había preparado en el ICAP una faena de ese tipo.
Eran tiempos complicados y difíciles; en la madrugada del día siguiente, pocas horas después de terminarse aquel retrato, una lancha de la Marina de Guerra comandada por Andrés González Lines* desapareció con sus 17 tripulantes, como consecuencia, sin dudas, de un ataque enemigo.
La victoria obtenida el mes anterior en los combates en Playa Larga y Playa Girón, donde en menos de 72 horas se infligió la primera derrota militar al imperialismo norteamericano en América, no implicaba que cesaran las agresiones contra Cuba ni las maquinaciones para asesinar a nuestros dirigentes.
La hostilidad y las amenazas contra la isla continuaban y como la vida ha demostrado después con creces, han persistido y persisten hasta nuestros días.
En ese complejo contexto, donde la preocupación por un ataque directo de las propias Fuerzas Armadas norteamericanas no podía descartarse, y en medio de un esfuerzo por concluir la zafra de ese año afectada por la movilización popular para derrotar la agresión de la Bahía de Cochinos y por la presencia aún de bandas armadas en el Escambray y estando en pleno apogeo la obra inmortal de la alfabetización, - que no se detuvo ni en los propios días del artero ataque de Abril-, es que se produce el encuentro del líder de la revolución cubana y un simpático ecuatoriano pincel en ristre.
Se decidió hacerlo en la terraza interior del ICAP, rodeada de hermosos jardines y efectivamente fue allí el sábado 6 de Mayo de 1961 bien entrada la noche.
La mansión señorial escogida por Celia para la sede central de esa institución no pudo ser más apropiada no sólo por su ubicación y por las características del inmueble sino por el simbolismo que entrañaba establecer el centro promotor de la solidaridad y la amistad en el palacete de una de las más rancias familias de la oligarquía nacional, los Falla Suero, que nunca fueron afines a tales principios.
El edificio situado en la calle 17 del Vedado fue construido a principios de siglo, cuando aún la pequeña burguesía criolla no había invadido ese entonces aristocrático barrio, provocando que se desplazaran las familias más acaudaladas a Miramar primero y a los más exclusivos barrios de Atabey y Siboney después, donde les sorprendió el triunfo de la Revolución emigrando a Miami en espera inútil, que aún aguardan sus descendientes, de la invasión norteamericana que les devolvería sus propiedades y lujosas viviendas.
Por eso la mayoría de esos locales quedaron casi intactos con su mobiliario, lencería, vajillas y cuadros al cuidado de algunos de sus sirvientes.
Hubo familias más desconfiadas que ocultaron en falsas paredes sus objetos más preciados, sus joyas y su dinero, más preocupadas por la influencia de las justas ideas de los revolucionarios en su servidumbre que porque pensaran que la Revolución se podría sostener mucho tiempo, pues estaban convencidos que era imposible desafiar el omnipresente poderío de los Estados Unidos y menos aún subsistir en un país como Cuba sin su tutela.
Acompañado de varios amigos ecuatorianos Guayasamín entró al anochecer en la casona del ICAP por entre los mastines de bronce acostados en inmóvil vigilia y las dos palmas reales que han desafiado durante décadas ciclones y rayos. Pasó por el vestíbulo de mármol hacia la terraza interna que da al jardín con sus paredes decoradas y su excelente mobiliario que la hacían un lugar ideal para el descanso.
Lo esperaban en la puerta de rejas torneadas hasta el techo y de inmediato examinó el lugar para buscar el mejor sitio donde ubicar su caballete y sus pinceles y donde sentar al Comandante. Hubo que modificar las luces adicionales que se habían instalado y volverlas a reubicar cuando la noche se hizo más cerrada.
Conociendo por los preparativos la inminente visita de Fidel, muchos trabajadores del ICAP permanecieron hasta tarde en el local esperando verlo de cerca.
Fidel entró y con largos pasos cruzó en un instante el vestíbulo saludando sonriente a los que estaban allí y pasó a la terraza donde lo aguardaba impaciente el artista.
Después de los saludos le hizo con curiosidad y respeto un torrente de preguntas sobre pintura, la calidad del lienzo, donde se producían, los tipos de pinceles, las características de la pintura que empleaba, el tiempo que requería para pintar o si se hacía boceto previamente, cuestiones a las que Guayasamín, con su acento peculiar, respondió amablemente así como a otras que también le formuló, en idéntico ritmo, sobre Ecuador que abarcaron la geografía del país, su flora, fauna, historia, la situación política actual y la vida de los artistas allí.
Guayasamín, emocionado, explicó su deseo de manifestar su simpatía por Cuba viniendo en esos momentos para hacerle un retrato. Fidel indagó qué debía hacer, prendió un tabaco y ocupó el sitio que le indicó el pintor quien empezó su trabajo mientras seguía respondiendo otras preguntas o escuchaba las explicaciones de Fidel sobre las características de la lucha revolucionaria contra la tiranía y las más apremiantes tareas actuales.
En ocasiones Guayasamín se concentraba en la conversación y bajaba el pincel y Fidel le decía, en broma, que así no terminaría ni en varios días. En otras ocasiones el pintor le pedía que mantuviera la posición del rostro e iba a su lado a precisar el ángulo que necesitaba.
Transcurrieron varias horas, que parecieron menos por el interesante diálogo, hasta que se concluyó el retrato. Pero al final, el esfuerzo por pintar deprisa a una figura cuya vitalidad parecía imposible retener inmóvil tanto tiempo, mereció los elogios del propio Fidel y la admiración de los presentes.
Guayasamín anunció a Fidel que deseaba obsequiarle la obra y convinieron que la pintura se entregaría al día siguiente en la Embajada de Ecuador. El pintor dijo que había logrado plasmar en el lienzo el ímpetu guerrillero e insurgente de Fidel en plena juventud.
Hay que añadir que aquel dibujo de rasgos fuertes y precisos, hecho de noche bajo un torbellino de preguntas y explicaciones de ambas partes, contribuyó a un mejor conocimiento de los dos pueblos y dio inicio a una amistad profunda y solidaria que ha perdurado por décadas y que puede erigirse como testimonio de los vínculos y sueños latinoamericanos.
Han transcurrido algunos años y tanto en Cuba como en Ecuador Fidel y Guayasamín han tenido múltiples encuentros; el primero y único en el propio Ecuador ocurrió en 1988 cuando el Comandante asistió por primera vez a una transmisión de mando de un Presidente de América Latina invitado por el Presidente electo Rodrigo Borjas y se convirtió, sin proponérselo, en el polo de atracción de aquellos días.
Singularmente aquella ocasión estuvo marcada, - y de que manera,- por la obra del gran pintor. Meses antes había terminado su impresionante y polémico mural en el Palacio Legislativo, local donde precisamente tendría lugar la ceremonia de toma de posesión del nuevo Presidente. Entre los elementos negativos reflejados en el mural hay una figura de rostro cadavérico, con un casco similar al usado por las tropas nazis y un letrero que dice: "C.I.A."
La histérica reacción del Embajador norteamericano exigiendo que se removiera esa propaganda no solicitada no surtió efecto a pesar de que, con la prepotencia acostumbrada, amenazara con sabotear la ceremonia pues si la obra permanecía así no vendría ninguna delegación de su país. El mural quedó intacto y se cuenta que el Secretario de Estado de Estados Unidos, cuando llegó al hemiciclo, buscaba con la mirada, con la mayor discreción imperial posible, la figura que denunciaba la más tenebrosa organización del crimen organizado y del terrorismo en el planeta.
También se cuenta que el Presidente cubano se recreó admirando el mural y disfrutó del embarazo del representante yanqui que no podía sustraerse de mirar de reojo en el mural aquellas verdades que el valiente pincel de Guayasamín reflejó para la eternidad.
Después de aquel primer contacto en 1961, de aquel primer retrato, mucho se han acercado e identificado Ecuador y Cuba. En la parte vieja de la ciudad de La Habana existe hace años la Casa Guayasamín como testimonio de solidaridad activa y del nexo vivo entre los dos pueblos que se inició el siglo pasado con la amistad de Martí con el patriota liberal y masón Eloy Alfaro, quien llegó al poder después de 30 años de lucha y que se reedita con la amistad forjada entre Guayasamín y Fidel.
Guayasamín ha pintado a Fidel tres ocasiones más, algo excepcional pues no consta en la prensa que otro artista lo haya hecho. Tampoco se ha hecho público si el pintor planea intentar realizar su quinto retrato este año. Si eso ocurriera ahora, en aquella misma terraza donde se conocieron o en otro sitio, el diestro pincel de Guayasamín tendría que poner hilos plateados en la barba juvenil que pintó antes, pero sabría captar y plasmar en el lienzo, por encima del tiempo inexorable que hará a Fidel a cumplir próximamente su 70 aniversario, el destello vigente y viril de la voluntad, perseverancia y abnegación de un líder inclaudicable que ha sabido conducir a su pueblo a la victoria... y, con toda seguridad, tendría que hacer idéntico esfuerzo por retenerlo inmóvil algunas horas.
La joven Revolución cubana, pese a su reciente triunfo y no haber aún alcanzado sus fundamentales objetivos, concitaba en todo el mundo y particularmente entre los pueblos de América Latina, una admiración creciente y el más amplio respaldo popular.
De ahí el interés de miles de personas de ver con propios ojos la obra iniciada en la mayor isla caribeña donde la dignidad del hombre retomaba su valor, se iniciaban profundas transformaciones sociales y se forjaban las bases de la real independencia y soberanía que fueron escamoteadas en Cuba y en todo el continente por los nuevos colonizadores después de la heroica gesta independentista del pasado siglo que nos liberó del yugo español.
Venir a Cuba en aquella época, - como sucede hoy todavía, - constituía un gesto de amistad y solidaridad y un reto al imperio que pretendía estigmatizarnos y liquidarnos desde entonces y más aún después que se proclamara el carácter socialista de la Revolución Cubana en 1961.
Por ello, a pesar de las enormes responsabilidades y del intenso y complejo trabajo que tenían los bisoños líderes de la Revolución, dedicaban horas que escamoteaban al descanso para conversar con esos visitantes a quienes agradecíamos su audacia y apoyo y con quienes forjábamos lazos de amistad más perdurables.
Uno de aquellos visitantes resultó ser el pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín*; cuando se trasmitió su deseo de pintar a Fidel junto con la recomendación del ICAP de que se aceptara, la noticia provocó interés por ser algo poco común y además por suponer que requeriría algunas horas para realizar su obra.
Guayasamín ya era en aquella época un pintor reconocido y famoso; había pintado los magníficos murales de la Universidad de Quito y del Palacio de Gobierno sobre el descubrimiento del Amazonas, ganado en 1956 el Gran Premio de la II Bienal de Pintura de Barcelona y ese mismo año, 1961, conquistó el Primer Premio de Pintura en la Bienal de Sao Paolo y había expuesto sus obras en E. Unidos, México y Chile.
Su conducta vertical y comprometida con las causas justas le hacía merecedor de prestigio y respeto en su país. Quería pintar al jefe victorioso de una genuina revolución latinoamericana como testimonio de su solidaridad.
La propuesta vino a través del Encargado de Negocios de Cuba en Ecuador, Pedro Martínez Pírez*, hoy dedicado al periodismo y quien ha sido siempre un admirador del pintor.
La propia Celia se tomó interés, hizo varias preguntas y es de suponer que haya usado su peculiar dulzura persuasoria para convencer al Comandante que aceptara dedicar cierto tiempo posando para un pintor; fue necesario el auxilio de Guayasamín para responder algunos detalles sobre el tiempo aproximado que duraría, si pudiese hacerse en una sola sesión, realizarse de noche, etc., pues nunca se había preparado en el ICAP una faena de ese tipo.
Eran tiempos complicados y difíciles; en la madrugada del día siguiente, pocas horas después de terminarse aquel retrato, una lancha de la Marina de Guerra comandada por Andrés González Lines* desapareció con sus 17 tripulantes, como consecuencia, sin dudas, de un ataque enemigo.
La victoria obtenida el mes anterior en los combates en Playa Larga y Playa Girón, donde en menos de 72 horas se infligió la primera derrota militar al imperialismo norteamericano en América, no implicaba que cesaran las agresiones contra Cuba ni las maquinaciones para asesinar a nuestros dirigentes.
La hostilidad y las amenazas contra la isla continuaban y como la vida ha demostrado después con creces, han persistido y persisten hasta nuestros días.
En ese complejo contexto, donde la preocupación por un ataque directo de las propias Fuerzas Armadas norteamericanas no podía descartarse, y en medio de un esfuerzo por concluir la zafra de ese año afectada por la movilización popular para derrotar la agresión de la Bahía de Cochinos y por la presencia aún de bandas armadas en el Escambray y estando en pleno apogeo la obra inmortal de la alfabetización, - que no se detuvo ni en los propios días del artero ataque de Abril-, es que se produce el encuentro del líder de la revolución cubana y un simpático ecuatoriano pincel en ristre.
Se decidió hacerlo en la terraza interior del ICAP, rodeada de hermosos jardines y efectivamente fue allí el sábado 6 de Mayo de 1961 bien entrada la noche.
La mansión señorial escogida por Celia para la sede central de esa institución no pudo ser más apropiada no sólo por su ubicación y por las características del inmueble sino por el simbolismo que entrañaba establecer el centro promotor de la solidaridad y la amistad en el palacete de una de las más rancias familias de la oligarquía nacional, los Falla Suero, que nunca fueron afines a tales principios.
El edificio situado en la calle 17 del Vedado fue construido a principios de siglo, cuando aún la pequeña burguesía criolla no había invadido ese entonces aristocrático barrio, provocando que se desplazaran las familias más acaudaladas a Miramar primero y a los más exclusivos barrios de Atabey y Siboney después, donde les sorprendió el triunfo de la Revolución emigrando a Miami en espera inútil, que aún aguardan sus descendientes, de la invasión norteamericana que les devolvería sus propiedades y lujosas viviendas.
Por eso la mayoría de esos locales quedaron casi intactos con su mobiliario, lencería, vajillas y cuadros al cuidado de algunos de sus sirvientes.
Hubo familias más desconfiadas que ocultaron en falsas paredes sus objetos más preciados, sus joyas y su dinero, más preocupadas por la influencia de las justas ideas de los revolucionarios en su servidumbre que porque pensaran que la Revolución se podría sostener mucho tiempo, pues estaban convencidos que era imposible desafiar el omnipresente poderío de los Estados Unidos y menos aún subsistir en un país como Cuba sin su tutela.
Acompañado de varios amigos ecuatorianos Guayasamín entró al anochecer en la casona del ICAP por entre los mastines de bronce acostados en inmóvil vigilia y las dos palmas reales que han desafiado durante décadas ciclones y rayos. Pasó por el vestíbulo de mármol hacia la terraza interna que da al jardín con sus paredes decoradas y su excelente mobiliario que la hacían un lugar ideal para el descanso.
Lo esperaban en la puerta de rejas torneadas hasta el techo y de inmediato examinó el lugar para buscar el mejor sitio donde ubicar su caballete y sus pinceles y donde sentar al Comandante. Hubo que modificar las luces adicionales que se habían instalado y volverlas a reubicar cuando la noche se hizo más cerrada.
Conociendo por los preparativos la inminente visita de Fidel, muchos trabajadores del ICAP permanecieron hasta tarde en el local esperando verlo de cerca.
Fidel entró y con largos pasos cruzó en un instante el vestíbulo saludando sonriente a los que estaban allí y pasó a la terraza donde lo aguardaba impaciente el artista.
Después de los saludos le hizo con curiosidad y respeto un torrente de preguntas sobre pintura, la calidad del lienzo, donde se producían, los tipos de pinceles, las características de la pintura que empleaba, el tiempo que requería para pintar o si se hacía boceto previamente, cuestiones a las que Guayasamín, con su acento peculiar, respondió amablemente así como a otras que también le formuló, en idéntico ritmo, sobre Ecuador que abarcaron la geografía del país, su flora, fauna, historia, la situación política actual y la vida de los artistas allí.
Guayasamín, emocionado, explicó su deseo de manifestar su simpatía por Cuba viniendo en esos momentos para hacerle un retrato. Fidel indagó qué debía hacer, prendió un tabaco y ocupó el sitio que le indicó el pintor quien empezó su trabajo mientras seguía respondiendo otras preguntas o escuchaba las explicaciones de Fidel sobre las características de la lucha revolucionaria contra la tiranía y las más apremiantes tareas actuales.
En ocasiones Guayasamín se concentraba en la conversación y bajaba el pincel y Fidel le decía, en broma, que así no terminaría ni en varios días. En otras ocasiones el pintor le pedía que mantuviera la posición del rostro e iba a su lado a precisar el ángulo que necesitaba.
Transcurrieron varias horas, que parecieron menos por el interesante diálogo, hasta que se concluyó el retrato. Pero al final, el esfuerzo por pintar deprisa a una figura cuya vitalidad parecía imposible retener inmóvil tanto tiempo, mereció los elogios del propio Fidel y la admiración de los presentes.
Guayasamín anunció a Fidel que deseaba obsequiarle la obra y convinieron que la pintura se entregaría al día siguiente en la Embajada de Ecuador. El pintor dijo que había logrado plasmar en el lienzo el ímpetu guerrillero e insurgente de Fidel en plena juventud.
Hay que añadir que aquel dibujo de rasgos fuertes y precisos, hecho de noche bajo un torbellino de preguntas y explicaciones de ambas partes, contribuyó a un mejor conocimiento de los dos pueblos y dio inicio a una amistad profunda y solidaria que ha perdurado por décadas y que puede erigirse como testimonio de los vínculos y sueños latinoamericanos.
Han transcurrido algunos años y tanto en Cuba como en Ecuador Fidel y Guayasamín han tenido múltiples encuentros; el primero y único en el propio Ecuador ocurrió en 1988 cuando el Comandante asistió por primera vez a una transmisión de mando de un Presidente de América Latina invitado por el Presidente electo Rodrigo Borjas y se convirtió, sin proponérselo, en el polo de atracción de aquellos días.
Singularmente aquella ocasión estuvo marcada, - y de que manera,- por la obra del gran pintor. Meses antes había terminado su impresionante y polémico mural en el Palacio Legislativo, local donde precisamente tendría lugar la ceremonia de toma de posesión del nuevo Presidente. Entre los elementos negativos reflejados en el mural hay una figura de rostro cadavérico, con un casco similar al usado por las tropas nazis y un letrero que dice: "C.I.A."
La histérica reacción del Embajador norteamericano exigiendo que se removiera esa propaganda no solicitada no surtió efecto a pesar de que, con la prepotencia acostumbrada, amenazara con sabotear la ceremonia pues si la obra permanecía así no vendría ninguna delegación de su país. El mural quedó intacto y se cuenta que el Secretario de Estado de Estados Unidos, cuando llegó al hemiciclo, buscaba con la mirada, con la mayor discreción imperial posible, la figura que denunciaba la más tenebrosa organización del crimen organizado y del terrorismo en el planeta.
También se cuenta que el Presidente cubano se recreó admirando el mural y disfrutó del embarazo del representante yanqui que no podía sustraerse de mirar de reojo en el mural aquellas verdades que el valiente pincel de Guayasamín reflejó para la eternidad.
Después de aquel primer contacto en 1961, de aquel primer retrato, mucho se han acercado e identificado Ecuador y Cuba. En la parte vieja de la ciudad de La Habana existe hace años la Casa Guayasamín como testimonio de solidaridad activa y del nexo vivo entre los dos pueblos que se inició el siglo pasado con la amistad de Martí con el patriota liberal y masón Eloy Alfaro, quien llegó al poder después de 30 años de lucha y que se reedita con la amistad forjada entre Guayasamín y Fidel.
Guayasamín ha pintado a Fidel tres ocasiones más, algo excepcional pues no consta en la prensa que otro artista lo haya hecho. Tampoco se ha hecho público si el pintor planea intentar realizar su quinto retrato este año. Si eso ocurriera ahora, en aquella misma terraza donde se conocieron o en otro sitio, el diestro pincel de Guayasamín tendría que poner hilos plateados en la barba juvenil que pintó antes, pero sabría captar y plasmar en el lienzo, por encima del tiempo inexorable que hará a Fidel a cumplir próximamente su 70 aniversario, el destello vigente y viril de la voluntad, perseverancia y abnegación de un líder inclaudicable que ha sabido conducir a su pueblo a la victoria... y, con toda seguridad, tendría que hacer idéntico esfuerzo por retenerlo inmóvil algunas horas.