El juicio del Moncada
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Acusado devenido acusador, Fidel denuncia los crímenes de la tiranía y da a conocer su programa revolucionario
El juicio del Moncada demostró que el movimiento revolucionario encabezado por el joven abogado Fidel Castro Ruz, que organizó el heroico asalto a la segunda fortaleza militar del país, el 26 de julio de 1953, no pretendía solamente una acción militar tradicional para derrocar un gobierno espurio o de facto. Desde los primeros momentos, Fidel demostraría cómo aquel movimiento respondía a un programa político revolucionario que debía remover las estructuras de la nación, violada por el artero golpe militar de Fulgencio Batista, el 10 de marzo del año anterior.
A 52 años, es preciso recordar cómo se llevó a cabo aquel proceso que culminaría con el alegato de autodefensa pronunciado por el doctor Fidel Castro, conocido hoy mundialmente como La historia me absolverá.
La instrucción de la Causa 37 del Tribunal de Urgencia de Santiago de Cuba fue realizada por la Sala de Vacaciones, toda vez que los acontecimientos se produjeron en el mes de julio. No obstante, no fue esa Sala la que juzgaría a los revolucionarios, sino la Primera con sus magistrados, Fiscal y personal ordinario, una vez que cesaron las vacaciones.
El autor intelectual
El juicio del Moncada comenzó el 21 de septiembre del propio año de 1953, en la Sala del Pleno de la Audiencia de Oriente, y en ella transcurrió el juicio para todos los acusados, con excepción del doctor Fidel Castro, hasta iniciado el mes de octubre, cuando fueron condenados los participantes y definitivamente liberados los políticos oposicionistas que habían sido involucrados en el proceso, sin que tuvieran relación ninguna con los hechos.
Los dos primeros días de actuación de la Sala, 21 y 22 de septiembre, fueron consumidos en el examen, como acusado, del doctor Fidel Castro Ruz, que desde el primer momento se declaró jefe del movimiento que se conocería luego como de la Generación del Centenario, y por ende, de los asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes (ciudad de Bayamo). Al ser conducido arbitrariamente esposado ante el tribunal, Fidel protestó de forma contundente, obligando al Presidente de la Sala a dictar la orden de que se le retiraran las esposas. Si se quiere, ese fue el primer acto que haría devenir al acusado en acusador.
Inmediatamente después exigió que en su condición de abogado se admitiera su propia defensa. El Tribunal también tuvo que acceder, pues a políticos de oposición, juristas como él, que habían solicitado la aplicación de ese derecho, no les fue negado. No obstante tendría primero que responder las preguntas del Fiscal y los magistrados, luego de que escuchara los cargos que había contra él.
En el interrogatorio del Fiscal, el doctor Fidel Castro, como ya se ha dicho, asumió su responsabilidad y descartó de manera categórica que un personero del ex presidente Carlos Prío Socarrás fuera el portador de "un millón de pesos" para organizar la "revolución", según decía el acto acusatorio contenido en el Sumario. Este documento señalaba como autor intelectual de los sucesos del 26 de julio al supuesto emisario, Ramiro Arango Alsina. Fue en ese punto donde Fidel, aún en su condición de acusado, respondió: "Nadie debe preocuparse de que lo acusen de ser autor intelectual de la Revolución, porque el único autor intelectual del asalto al Moncada es José Martí, Apóstol de nuestra independencia".
A su vez rechazó categóricamente el hecho de haber recibido el millón de pesos que le atribuían e hizo una pormenorizada relación de los modestos aportes económicos individuales de los jóvenes revolucionarios, muchos de ellos asesinados y otros presentes en la Sala, para poder comprar las armas y asumir los gastos imprescindibles del plan, que consistía en el asalto por sorpresa a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
Proseguir la Revolución inacabada
Pero el elemento mencionado inicialmente sería el más revelador. En el curso de sus respuestas, el doctor Fidel Castro expresaba los lineamientos políticos que sustentaban la acción. Comenzando por la reivindicación de la memoria de José Martí en el año de su centenario, enumeró elementos contenidos en el Manifiesto del Moncada a la Nación, redactado a indicación suya por Raúl Gómez García. Al comenzar a referirse al contenido del programa, el Fiscal lo interrumpió. Aludía el Ministerio Público que eso era hacer política, lo cual no era permitido en el juicio. Pero el documento constaba en el Sumario y los abogados podían conocerlo.
En síntesis, se decía en el Manifiesto que ante el cuadro patético y doloroso de una república sumida bajo la voluntad caprichosa de un solo hombre, se levanta el espíritu nacional desde lo más recóndito de las almas de los hombres libres para proseguir la revolución inacabada que iniciara Céspedes en 1868, continuó Martí en 1895 y actualizaron Guiteras y Chibás en la época republicana. En la vergüenza de los hombres de Cuba se asienta el triunfo de la Revolución Cubana.
En otro de sus acápites, el documento señala: "La Revolución se declara libre de trabas con las naciones extranjeras y libre también de influencias y apetitos de políticos y personajes propios. La Revolución es una entidad viril y los hombres que la han organizado y que la representan pactan con la sagrada voluntad del pueblo para conquistar el porvenir que se merece... La Revolución es la decisiva lucha de un pueblo contra todos los que lo han engañado".
Ya desde aquel momento las ideas fundamentales del porqué y para qué de la Revolución eran manifestadas por Fidel. En un banco del Hospital Civil Saturnino Lora, ocupado como retaguardia de la acción que se planeó para realizarse por sorpresa, quedaron entre otros documentos, el referido Manifiesto y el discurso de Chibás conocido como El último aldabonazo, que debía ser divulgado por la radio en la ciudad de Santiago de Cuba. Esta posición de retaguardia había sido ocupada por Abel Santamaría, segundo jefe del Movimiento, y un grupo de compañeros, entre ellos el doctor Mario Muñoz Monroy y las compañeras Haydée Santamaría y Melba Hernández, preparadas para fungir como enfermeras.
Aquel 21 de septiembre la Sala del Pleno de la Audiencia estaba repleta de público. Según la constitución de un Tribunal de Urgencia, que se ocupaba de casos políticos, los juicios debían ser orales y públicos. De manera que, además de gran cantidad de militares armados con bayonetas caladas que había dentro de la amplia Sala del Pleno, también se encontraban en ella los abogados de defensa, incluidos uno para cada acusado, un grupo numeroso de periodistas locales –con excepción de fotógrafos, cuya entrada fue prohibida–; los empleados de la audiencia, familiares de los acusados y el público asiduo a los tribunales que quisiera entrar.
Ya antes de investirse como abogado, otro jurista le formuló a Fidel una pregunta que tendía a exonerar a su defendido:
–¿Iban provistos de libros sus compañeros?, ¿acostumbraban a leer?
Fidel le respondería muy sereno:
–Sí, leíamos mucho y aún lo hacemos, cuando se puede, porque en la prisión de Boniato se nos han suprimido hasta las obras de Martí.
–Dice el informe de la Policía que se le ocupó a Abel Santamaría alguna obra de Lenin, ¿puede ser cierto eso? – preguntó el mismo letrado.
–Es posible, no lo niego, pues leemos todo tipo de libros, a quien no le haya interesado nunca la literatura socialista es un ignorante –le contestó Fidel.
Hay que tener en cuenta que uno de los planes era acusar de comunista al movimiento. Era la época más feroz de la llamada cacería de brujas del macartismo, pero tal respuesta dejó atónito al Tribunal y no se tocó más el asunto.
Ya en su condición de abogado, el doctor Fidel Castro interrogó a sus compañeros. Entre ellos, a Andrés García Díaz. Este joven había formado parte del grupo de asaltantes del cuartel Carlos Manuel de Céspedes. Fue hecho prisionero en compañía de Hugo Camejo y Pedro Véliz y luego de un brutal interrogatorio, los sacaron en un jeep, durante la noche, hacia el camino de Veguitas, en la actual provincia de Granma; los amarraron al guardafangos trasero y los arrastraron.
Dejados por muertos –dos habían realmente fallecido, pero Andrés García no–, pudo reponerse, se arrastró hacia una cuneta junto a un campo de caña, y se ocultó en los matojos. Cuando los militares regresaron con los tres ataúdes rústicos para recogerlos, solo encontraron dos cadáveres. La solidaridad de campesinos de la zona protegió al herido. Transcurrido un tiempo, Andrés se presentó. Ya entonces estaba detenido Fidel.
Al conocer en la prisión de Boniato la odisea de Andrés García, a quien sus compañeros llamaban "El muerto vivo", Fidel lo interrogó en el juicio y Andrés García, quien solo había perdido el conocimiento por unos minutos, relató los hechos y nombró a cada uno de los torturadores y asesinos por sus nombres. El abogado Fidel Castro, en su carácter de letrado de la defensa del Moncada, solicitó deducir testimonio y acusar a los individuos que habían cometido los asesinatos. Tal hecho convirtió definitivamente a los acusados en acusadores.
Maniobra contra Fidel
Al Tribunal le era imposible evitar que semejantes interrogatorios se produjeran. Entre otros jóvenes faltaban por declarar Haydée Santamaría y Melba Hernández, testigos excepcionales de los crímenes de sus compañeros de la retaguardia del hospital, entre ellos Abel. Con las dos habían salido con vida del hospital una veintena de compañeros, entre estos el doctor Muñoz, asesinado en presencia de ambas, cuando lo conducían al Moncada.
A Fidel había que separarlo del proceso. Fue así como se le ordenó a un médico de la prisión –doctor Juan Martorrell García– que certificara que el acusado no podía ser llevado a otra vista en la Audiencia porque estaba enfermo. El doctor Martorrell se lo hizo saber a Fidel y le preguntó al jefe de los moncadistas qué debía hacer. Según el médico, le dio una pronta respuesta: "Actúe según su conciencia". El médico certificó una dolencia, pues sabía que habían ordenado matar al detenido.
Fue entonces cuando Fidel, en calidad de abogado, nombró a la también abogada doctora Melba Hernández para que llevara una carta al Tribunal en la que negaba estar enfermo y solicitaba que médicos forenses lo examinaran. Melba entregó la carta al Tribunal durante la tercera vista, a la cual no condujeron a Fidel, quien no fue llevado más al juicio en la amplia Sala del Pleno. Desde entonces lo mantuvieron en su celda de la prisión de Boniato hasta el 16 de octubre.
Para justificar el insólito juicio en una sala de la Escuela de Enfermeras del Hospital Saturnino Lora, el tribunal usó el ardid de que había un herido que no podía ser trasladado en la cama de enfermo hasta la Audiencia. Se trataba de Abelardo Crespo Arias, asaltante del Moncada, y que para no demorar más el proceso, debía ser juzgado el principal encartado –Fidel Castro– junto a Crespo y otro acusado, Gerardo Poll Cabrera, aunque este último no había tenido ninguna participación en los hechos.
Durante la madrugada se preparó como Sala de Justicia la salita de estudio de las enfermeras donde, entre otras cosas, no había mucho espacio, solo seis sillas de tijera, las cuales serían ocupadas por los primeros periodistas que llegamos. En La historia me absolverá, Fidel dijo aquel día que como único público tenía a seis periodistas en cuyos órganos de prensa no podrían publicar nada. Desde el 26 de Julio se había decretado la censura de prensa para todos los periódicos y medios de difusión.
Este juicio insólito debía ser breve. El Tribunal lo había preparado para que así fuera. Como todo el examen del acusado fue realizado el 21 de septiembre, que tomó todo el tiempo del juicio, el Fiscal se limitó a un interrogatorio simple, formal. Apenas duró ese procedimiento media hora. También fue breve el interrogatorio a Crespo y al acusado involucrado en el proceso. Fidel también pidió asumir su defensa –como era la regla, tratándose de otro juicio–, su solicitud fue cumplimentada en el momento preciso.
No obstante la velocidad con que procedía el Tribunal, Fidel denunció que dos compañeros suyos habían sido asesinados en Alto Cedro por el sargento Montes de Oca y exigió que se dedujera testimonio. También interrogó al comandante Andrés Pérez Chaumont sobre "supuestas acciones" donde "murieron" revolucionarios.
–Dígame, comandante. ¿Cuántos combates hubo en total en esas incursiones por el campo, que usted dice que dirigía?
–Hubo varias patrullas mías, tres encuentros– contestó Chaumont.
– ¿Y usted recuerda el total de muertos de esas patrullas?–insistió el doctor Fidel Castro.
–Si, causamos al enemigo 18 bajas por muerte.
– ¿Y de parte de ustedes hubo bajas, muertos, heridos?–insistió el letrado.
–Hubo uno o dos heridos.
–¿Y cómo explica usted que del grupo nuestro no hubiera heridos, sino solamente muertos...? ¿Usaban acaso ustedes armas atómicas?–inquirió Fidel. El presidente llamó al orden.
Los expertos en balística rindieron su informe, semejante al rendido en el primer juicio. Se aceleró el procedimiento. Todos esperábamos una larga exposición acusatoria del Fiscal, pero este se limitó a nombrar el artículo del Código que correspondía al delito ventilado. No quería dar oportunidad al letrado a que desarticulara un discurso, pero se equivocaba. Fidel había pensado y organizado muy bien su defensa durante todos aquellos días que estuvo en su celda en la prisión de Boniato. Comenzó a pronunciar su alegato censurando en primer lugar el sitio donde se ventilaba el proceso, denunciando los crímenes atroces, desarrollando el proceso de organización del movimiento revolucionario, la declaración exhaustiva del Programa del Moncada y la participación del pueblo; y las bases jurídicas en las cuales dejaba sentada la defensa, a partir de las doctrinas más importante del derecho.
Había un silencio total en la sala, solo se escuchaba su voz, había que ver cuán grande era, pues hasta los guardias estaban absortos. De ahí que Fidel dijera en cierto momento: "Ojalá tenga aquí a un ejército entero". Escuchándolo desde luego.
El alegato tomó casi todo el tiempo de la vista, que duraría hasta la una de la tarde, y terminó con la famosa frase: "Condenadme, no importa, la historia me absolverá".