DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ EN EL ACTO DE PREMIACION A LOS ATLETAS MAS DESTACADOS DEL AÑO, EFECTUADO EN LA CIUDAD DEPORTIVA, EL 21 DE DICIEMBRE DE 1989
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Compañeras y compañeros atletas;
Compañeras y compañeros invitados:
Hace días habíamos proyectado celebrar el acto que tiene lugar hoy. En las últimas horas estuvimos pensando si lo suspendíamos o no lo suspendíamos, debido a los acontecimientos que ustedes conocen. Teníamos también una recepción con los atletas, prometida hace tiempo; pero, desde luego, la recepción sí quedó suspendida hasta el momento en que sea oportuno realizarla.
El acto quisimos darlo de todas maneras, pero no creo que nuestros ánimos estén para hablar hoy, precisamente, del deporte; el deporte merece todos los honores y todas las glorias. Las victorias deportivas son uno de los frutos más legítimos de la Revolución.
Ha sido este un año de grandes éxitos, de grandes satisfacciones para nuestro pueblo, de grandes glorias para nuestro deporte, que son como un preámbulo de glorias aun mayores en el futuro, pero no está nuestro ánimo para hablar de deportes.
Es mejor que les dediquemos algunas palabras a los héroes de nuestra América que en estos momentos combaten en Panamá por la dignidad, el honor y la soberanía de nuestros pueblos. Es mejor dedicar un recuerdo a los que en este momento están muriendo; a los que en este momento, incluso, están siendo masacrados por las bombas y los medios de guerra sofisticados del imperialismo.
Hay que pensar que en estos mismos momentos ellos están luchando, de modo que correspondió nuestro evento con una de las horas más dolorosas, más dramáticas y más difíciles de nuestra historia contemporánea, en lo que Martí llamó Nuestra América.
Hemos sido testigos, en mayor o menor grado, y hemos recibido las informaciones, en mayor o menor grado, de todo lo que comenzó a ocurrir desde ayer día 20 de diciembre en horas de la madrugada. No es que los acontecimientos nos sorprendieran, no es que imagináramos al imperialismo incapaz de semejante crimen; se podían esperar los hechos, habían sido denunciados, con particular fuerza, por nuestro país en nuestra prensa hace apenas tres o cuatro meses —estamos en diciembre y estas denuncias se hicieron alrededor de agosto o de septiembre—, fueron igualmente denunciados, con toda energía, en la Cumbre de los Países No Alineados. Conocemos al enemigo, conocemos su calaña moral, y, por lo tanto, no podía ser una sorpresa lo que hicieron; pero no por esperados y denunciados los acontecimientos, podíamos dejar de sentirnos profundamente indignados en el fondo de nuestros corazones, profundamente irritados, profundamente amargados, porque no se puede reaccionar de otra forma frente a crímenes semejantes.
Hemos sido testigos, una vez más, de cómo actúa el imperialismo. Hemos visto, de una forma o de otra, o hemos escuchado, por las imágenes de la televisión o por las trasmisiones radiales, los pretextos y las justificaciones para llevar a cabo este acto salvaje e incivilizado. Hemos escuchado a los voceros del imperialismo, desde el Presidente de Estados Unidos hasta el Secretario de Estado, pasando por el Secretario de Defensa y los jefes del Pentágono. Produce repugnancia, produce asco la forma en que tratan de justificar los hechos, las mentiras y los pretextos ridículos utilizados para ello.
Hablan de que los panameños asesinaron a un soldado desarmado, y todo el mundo sabe que pasaron por allí, por las postas de Panamá, borrachos, ¿y quién no sabe lo que hacen cuando están borrachos los soldados yankis, que fueron una vez capaces de encaramarse hasta en la estatua del héroe de nuestra independencia nacional José Martí en el Parque Central?, por ahí están las fotografías. Esos soldados en estado de ebriedad, estaban armados, dispararon contra una institución militar e hirieron a panameños. Uno de ellos resultó muerto como consecuencia de la provocación. ¿Y qué podían hacer los militares panameños, que están allí en sus puestos, cuando son atacados? Ahora resulta que para los imperialistas un soldado norteamericano, "inocente", "desarmado", fue asesinado.
Parece que en la fiesta llevaban a una norteamericana, ¿y qué han dicho estos voceros? Que no solo asesinaron a un soldado, sino que hubo intento de abuso sexual contra una norteamericana. Y esas cosas las han dicho y las han repetido cien veces, para presentar como lo más natural y justificado del mundo cometer un genocidio contra el pueblo de Panamá.
Esos son los métodos, ese es el estilo del imperialismo. Nosotros lo sabemos bien, no solo por nuestra larga experiencia, sino porque sabemos cuánta mentira hay en todo este triste episodio de la agresión contra Panamá, porque hemos visto los videos, los hemos pasado a través de nuestra televisión, y conocemos de las decenas de veces, de las centenas de veces que las tropas yankis violaron la soberanía, humillaron y ultrajaron al pueblo panameño. Eso ocurría prácticamente todos los días, y ahí están las vistas, ahí están las tomas televisadas de aquellos hechos que toda nuestra población pudo observar. No respetaban calles, no respetaban avenidas, llegaban los helicópteros, llegaban los tanques, llegaban los transportadores blindados, llegaban las tropas mercenarias, con esas caras de asesinos que los caracteriza, a cualquier parte de la capital panameña, o a cualquier pueblo, procedentes de sus bases militares en el canal, violando todas las leyes internacionales, y ahora resulta que los provocadores son los panameños, ahora resulta que Estados Unidos ha tenido que desatar la invasión contra un país pequeño de nuestro hemisferio, para defender la seguridad de Estados Unidos.
Vuelvo a repetir: producen repugnancia, producen asco. Y esos pretextos, esas mentiras las han divulgado por el mundo a través de sus poderosos medios de comunicación masiva.
El hecho real es que invadieron a Panamá, ¿con cuál estilo? Con el estilo que conocieron los pueblos no hace todavía mucho tiempo, en el año 1939, con el estilo de los nazis y de los fascistas que buscaban pretextos similares para iniciar sus agresiones; con el estilo de los nazis y de los fascistas de atacar por sorpresa, sin aviso previo de ningún tipo, y esta vez, en horas de la madrugada, a la 1:00 de la mañana, cuando se supone que la población descansa, que los trabajadores descansan, que, incluso, los soldados descansan. Y no es el ataque a una posición, sino el ataque simultáneo a todas las unidades militares y los puntos estratégicos importantes de Panamá.
Así han llevado la destrucción y la muerte a ese país hermano de América Latina; así han derramado la sangre, en unas horas, de miles de panameños, la mayor parte civiles. Y no es que atacaran con desprecio a la muerte, a la muerte propia de los soldados mercenarios del imperialismo; todo lo contrario, matando a cuantas personas fueran necesarias para evitar sus propias bajas. Donde había resistencia no mandaban a los soldados, bombardeaban con aviones y helicópteros,
"machacaban" los lugares con la artillería y después atacaban; si encontraban resistencia, volvían a replegarse y a volver a "machacar" con la aviación y la artillería. Ese es.-el tipo de guerra que han hecho en la capital de Panamá, en los barrios más densamente poblados, y por eso las miles de víctimas civiles.
Pero, mientras a los soldados mercenarios del imperialismo heridos los atendían de inmediato, los recogían en modernas ambulancias, los llevaban a aviones-hospitales y los trasladaban a los mejores hospitales de Estados Unidos, no permitían siquiera que las ambulancias recogieran a los combatientes panameños heridos; no permitían que recogieran siquiera a la población civil herida, y así la gente moría y se desangraba en las calles de la capital de Panamá. Y a los que podía llevar a los hospitales el propio pueblo, de una forma o de otra, para ellos, por el número tan elevado de víctimas no había atención suficiente, pese al esfuerzo extraordinario de los médicos panameños, porque no alcanzaba el plasma, no alcanzaban los medicamentos, no alcanzaban las capacidades de los hospitales, no alcanzaban los equipos, no alcanzaban los instrumentos quirúrgicos, y así hemos visto fotos e imágenes televisadas de decenas de civiles, hombres y mujeres, niños y ancianos, cuyos cadáveres llenaban los pasillos de los hospitales.
Cuba no solo se dirigió hacia todos los organismos internacionales de más autoridad en el mundo, no solo se dirigió a las Naciones Unidas, no solo se dirigió al Movimiento de los Países No Alineados y a todos los organismos que pudieran participar en la lucha, en el esfuerzo para detener este acto bárbaro del imperialismo yanki. No solo habló con muchos amigos en todo el mundo, sino que se dirigió también a la Cruz Roja Internacional, a las más altas autoridades de esa institución, explicándoles lo que estaba ocurriendo allí con las víctimas de la invasión, explicando la necesidad de que se movilizaran con toda urgencia para atender a los panameños heridos, a los cuales los soldados mercenarios del imperio impedían, incluso, que se les diera asistencia.
Hemos expresado nuestra disposición a colaborar, nuestra disposición a enviar nuestro plasma, nuestros médicos, nuestros equipos, nuestros cirujanos, como hemos hecho muchas veces en estos años de Revolución, ayudando a países donde incluso los gobiernos eran enemigos, como lo hicimos con Nicaragua cuando estaba Somoza, o lo hicimos con Honduras por motivo de catástrofes naturales, ciclones o terremotos; como lo hicimos también con gobiernos con los que no teníamos ni relaciones, como en una ocasión ocurrió a raíz de aquel dramático terremoto de Perú. Y ahora estamos ante la realidad de que no se puede asistir a los heridos panameños, porque allí están las tropas yankis, que no quieren que los heridos panameños sean asistidos.
¿A qué grado de barbarie, de abuso, a qué tipo de monstruosidades hemos llegado en este mundo? Así, mientras los heridos de la soldadesca imperial viajan allá de inmediato, a los mejores hospitales, los panameños se desangran en las calles.
Por eso digo que los hechos son suficientemente tristes, son suficientemente duros para irritar y amargar a cualquiera, no ya pensando solo en lo brutal, en lo ilegal, en lo injustificable de la acción yanki.
Pero al lado de esto han ocurrido también cosas verdaderamente históricas, verdaderamente significativas, y es la resistencia del pueblo de Panamá, la resistencia de las unidades de las Fuerzas de Defensa y de los civiles organizados en Batallones de la Dignidad y en otras unidades. El imperio creía que aquello duraría minutos, tal vez horas; que cuando se lanzaran paracaidistas de noche o atacaran los aviones y los helicópteros, no quedaría un solo soldado ni un solo combatiente civil en su puesto. Tal es el concepto que tienen de los latinoamericanos, no han aprendido todavía lo suficiente; tal es el concepto, o más que concepto, el desprecio que reflejan hacia nuestros pueblos.
El hecho real es que creían que al amanecer ya no habría combates y el Presidente de Estados Unidos tenía un discurso para las 7:00 de la mañana, para anunciar que ya todo había concluido; se veía desaliento, se veía disgusto, se veía casi pánico en el rostro del Presidente de Estados Unidos cuando esa mañana se hizo evidente que a pesar de las decenas de miles de soldados y los cientos de aviones, helicópteros, cañones y vehículos blindados, que a pesar del ataque sorpresivo se encontraron en todas partes la resistencia heroica de los soldados de las Fuerzas de Defensa y de los civiles que se oponían a la agresión. ¡En eso no pudieron imitar a Hitler!; en eso no pudieron imitar a los fascistas y a los nazis de 1939 o de 1940, porque los nazis, al menos, fueron capaces, en muchos países, de tomar ciudades importantes en cuestión de horas frente a ejércitos bien armados, y el imperio, al cabo de 24 horas, no había podido tomar la capital de Panamá, a pesar de que partieron de sus bases militares en el propio territorio; a pesar de la fabulosa superioridad en hombres y, sobre todo, en técnica, no pudieron vencer la resistencia de un puñado, de unos pocos miles de combatientes.
Porque no se imaginen ustedes que Panamá tenía una fuerza militar grande, disponía de unos pocos miles de hombres en sus fuerzas armadas distribuidos por el país, y algunos miles de civiles organizados y entrenados en un período de tiempo relativamente breve. No se imaginen grandes recursos militares en manos de los panameños, ¡muchos de nuestros municipios tienen más armas y más poder de fuego que lo que tenía el pueblo panameño para enfrentar esta agresión!
Nosotros mismos hemos calculado nuestro poder de fuego con el de Panamá, y esos cálculos nos dan que Cuba posee de doscientas a trescientas veces mayor poder de fuego que Panamá en medios de combate, en el volumen de sus armas, en la capacidad de nuestro armamento; sin embargo, decenas de miles de soldados yankis, atacando por sorpresa en horas de la madrugada, no fueron capaces de tomar la ciudad el 20 de diciembre, y aún hoy han tenido que emplear otras 24 horas para tratar de dominar la resistencia, en una ciudad que está arrinconada entre el océano Pacífico y el canal. Por eso pensamos que el pueblo panameño ha escrito una de las páginas más heroicas en la historia de este hemisferio en las últimas 48 horas, y ninguno de los objetivos fundamentales del imperio se han obtenido.
No lograron capturar al jefe de las Fuerzas de Defensa, que era uno de los propósitos fundamentales declarados de la acción salvaje e ilegal; capturarlo para llevárselo a Estados Unidos, ¡véase a qué extremo hemos llegado!: la puesta en práctica de un nuevo principio imperial, en virtud del cual sus fuerzas armadas pueden desembarcar en cualquier lugar para arrestar a personas reclamadas por sus tribunales —según dicen ellos—, a gente que, a juicio de ellos, pueda violar sus leyes, o a los que ellos califican de terroristas en cualquier lugar del mundo.
Este principio es la primera vez que lo ponen en práctica: han invadido a un país, han sacrificado a miles de personas con el pretexto de capturar a un alto funcionario de un Estado soberano de América Latina, miembro destacado del Movimiento de los Países No Alineados y de la Organización de Naciones Unidas.
Están frustrados porque dicen que no alcanzaron el objetivo; alegan que, además, iban a llevar la democracia y nada menos que a través de un gobierno títere, repugnante, un gobierno mercenario impuesto allí, sobre un río de sangre, de sangre panameña, al pueblo panameño; pero, además, que iban a garantizar los tratados del canal, y otros pretextos similares. Lo que han hecho, hasta el momento, es ganarse la repulsa del mundo y no han logrado aplastar la resistencia. No lograron liquidar el problema en unas horas, como se imaginaban. ¡El gran ejército del gran imperio ha hecho el ridículo frente a un puñado de combatientes panameños atacados por sorpresa!
¿Pero qué temen ahora? ¿Qué les asusta? Les asusta que la resistencia se prolongue. Su táctica ha sido atacar la capital, nombrar a un gobierno títere, y a partir de ahí pedirles a los demás patriotas que se rindan. Es como si atacaran un día a La Habana y la tomaran, y les pidieran a los pinareños que se rindieran, les pidieran a los villaclareños que se rindieran, les pidieran a los orientales que se rindieran, les pidieran a los combatientes de la Sierra Maestra que se rindieran. Es su esperanza, es la idea que están aplicando, utilizando los medios técnicos para interferir la televisión cuando esta podía funcionar y lanzando mensajes mediante radios clandestinas, aplicando métodos de guerra psicológica, para darle la idea al pueblo de que ya no hay ni es posible la resistencia, para engañar también al mundo.
Ayer nosotros fuimos testigos de cómo en horas de la mañana, a las seis horas de iniciado el ataque, ya le estaban diciendo al mundo que toda resistencia había cesado.
La estación nacional de radio panameña, en cadena, durante más de 15 horas, trasmitió ayer en cadena con otras emisoras lo que iba ocurriendo, arengando al pueblo a la lucha, hasta que mediante ataques directos de helicópteros artillados los invasores lograron silenciarla.
Pero los panameños han estado escuchando también la radio internacional, han estado escuchando la radio de Cuba, Radio Habana Cuba, Radio Rebelde y otras estaciones. Esas estaciones estuvieron bastante en comunicación con Panamá ayer e informaban al pueblo de Cuba y al mundo lo que iba ocurriendo. Hoy, esas estaciones continuaban informando, mientras los yankis trataban de interceptarlas en Panamá; trataban de interferirlas porque no querían, ni siquiera, que a través de la radio cubana el pueblo panameño supiera lo que estaba ocurriendo.
¿Qué es lo que temen ahora como al mismo demonio? ¿Cuál es el temor que ahora reflejan casi todos los voceros del imperio? El temor a que la resistencia continúe; el temor a que los combatientes de las Fuerzas de Defensa y de los Batallones de la Dignidad, el temor a que todos los patriotas panameños continúen la guerra en el interior del país. Porque ellos saben que con ese cúmulo aplastante de fuerza les es posible, en un período mayor o menor de tiempo, controlar la capital; pero el pánico que sienten —y todos los pasos que están dando ahora están inspirados en ese pánico—, es a que se organicen los patriotas en el interior del país, en los terrenos boscosos y montañosos, para continuar la guerra de resistencia.
Su esperanza es impedirlo y presentar ante el mundo como un hecho concluido la agresión. Por eso hoy emplean todos los medios posibles para confundir a los panameños, para decirles que toda resistencia ha cesado; sienten el temor de empantanarse allí, porque no es lo mismo controlar una ciudad, con el empleo de los medios de que disponen, que liquidar la resistencia, si los panameños utilizan la rica experiencia de la guerra irregular en todo el país. Y eso es algo que nosotros hemos estudiado mucho, algo en lo que hemos educado a nuestros combatientes a lo largo y ancho de Cuba, a través de lo que llamamos el concepto de la guerra de todo el pueblo, la experiencia que el movimiento revolucionario ha acumulado en los últimos años y nuestra propia experiencia; porque, al fin y al cabo, nosotros no empezamos nuestra lucha de liberación por la capital de la república, empezamos por las montañas de la Sierra Maestra, hasta que nuestra lucha guerrillera se extendió por todo el país.
Es lo que temen ahora, y es lo que tratan de evitar a toda costa, en este momento en Panamá, los poderosos señores imperialistas. ¡Están asustados y no les falta razón! ¡Poco a poco tendrán que aprender de lo que somos capaces esta gente que ellos tanto desprecian y que conocemos por pueblos latinoamericanos!
Han ido aprendiendo lecciones: la aprendieron en Girón, hace ya un número de años; la aprendieron en Nicaragua con los combatientes sandinistas; la aprendieron espectacularmente, en días recientes, con las heroicas acciones de los revolucionarios y patriotas salvadoreños. Porque fue algo verdaderamente extraordinario que después de 10 años de un suministro constante de recursos financieros, de entrenamiento, de armas por parte de Estados Unidos al gobierno genocida de El Salvador, de medios técnicos, de helicópteros, de aviones, de armas de infantería de las más modernas, de comunicaciones, de todo, ¡al cabo de 10 años!, el número de combatientes salvadoreños haya crecido; que hayan sido capaces de penetrar en las calles de la capital y mantener durante semanas enteras en jaque a ese ejército tan armado hasta los dientes, tan suministrado y entrenado por Estados Unidos. De eso hace apenas cinco o seis semanas, y ahora han visto lo que les ocurrió en Panamá, y saben que si los patriotas panameños toman en cuenta la experiencia de Nicaragua, y toman en cuenta las experiencias del FMLN de El Salvador, se van a empantanar, quién sabe por cuánto tiempo, en ese pequeño país.
Los imperialistas yankis, de un modo o de otro, han recibido la repulsa de la opinión mundial. Claro, no todavía, a nuestro juicio, la suficiente repulsa.
Hay mucha hipocresía todavía en este mundo. Esa Europa, que tanto se jacta de civilizada, ha sido testigo de cómo algunos gobiernos han aplaudido la agresión a Panamá; otros han expresado su comprensión por las acciones de Estados Unidos; pero, desde luego, ha habido también gobiernos de Europa que con bastante energía han condenado los hechos. De los países socialistas de Europa —que sepamos hasta ahora—, la URSS ha condenado los hechos y ha solicitado la retirada de las tropas yankis de Panamá, de algunos países socialistas de Europa ni siquiera hemos oído hablar en estos días acerca de la agresión a Panamá.
Los países de América Latina y los líderes políticos de América Latina, de alguna forma, en su inmensa mayoría, han condenado los hechos, unos con más energía y otros con más tibieza.
En las instituciones internacionales, en primer término, el Movimiento de Países No Alineados, ha condenado con energía los hechos. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas todavía no ha dicho la última palabra, están discutiendo; pero, como ustedes saben, Estados Unidos disfruta del sacrosanto derecho del veto, el cual ha usado en incontables ocasiones.
El Secretario General de las Naciones Unidas ha dicho que lamenta los hechos de violencia. Pienso, con toda sinceridad, que este no es un momento de lamentar los hechos, sino de condenar los hechos. Ha expresado la esperanza de que la paz se alcance; pero estos no son momentos de expresar la esperanza de que la paz se alcance, sino de exigir la retirada de las tropas invasoras yankis.
Claro que no resulta fácil ejercer importantes funciones en las Naciones Unidas, puesto que los que allí se eligen dependen del apoyo del Consejo de Seguridad, y basta un solo miembro de los que gozan de ese irritante y antidemocrático privilegio del derecho del veto para que puedan vetar la elección de cualquier dirigente de las Naciones Unidas.
La OEA, aunque no es la misma porquería de hace 30 años, está lejos todavía de ser una institución modelo. Esta vez los yankis no pudieron conseguir la complicidad de la OEA; esta vez los yankis no pudieron hacer como con Cuba, que la OEA apoyara sus medidas agresivas; esta vez no pudieron hacer como en Santo Domingo en 1965, cuando después del golpe artero lograron que la OEA aprobara una resolución enviando también tropas. Esta vez, aunque hicieron muchas maniobras en la OEA para que secundara sus planes de agresión en el terreno político contra Panamá, no lo lograron, y cuando ahora enviaron sus tropas, no pudieron conseguir que la OEA apoyara la acción, ni mucho menos que se sumara en el envío de tropas
Lo que ha hecho esta vez la OEA es condenar al agresor y a la víctima, condenar la agresión de Estados Unidos y condenar al gobierno agredido, cosa insólita pero, a pesar de todo, un avance; pudiéramos decir, un considerable avance.
Muchos gobiernos del mundo han condenado el crimen, incluso muchos gobiernos capitalistas, muchos gobiernos occidentales, porque saben que es una salvajada, que es una barbarie, que es un golpe a la paz en Centroamérica, un golpe contra la estabilidad en Centroamérica, donde hay importantes problemas no resueltos; un golpe contra la estabilidad en América Latina, donde hay tantos y tan graves problemas no resueltos; un golpe contra la estabilidad de la política mundial; una bofetada y una humillación para la política de paz soviética.
Nosotros hemos venido advirtiéndolo desde hace más de un año, desde el acto con los milicianos de la capital en la Plaza de la Revolución y después en numerosas ocasiones, y hace apenas unos días, en el sepelio de los compañeros caídos en misiones internacionalistas, lo que pensábamos acerca de la interpretación imperialista de la paz y expresábamos lo que pensábamos sobre los peligros de la situación actual, sobre la evolución de un mundo bipolar hacia un mundo unipolar, bajo la hegemonía de Estados Unidos, sobre el papel multiplicado de gendarme de este país que ya no se detiene ante ningún hemisferio, lo mismo interviene en Asia, que en Africa, que en América Latina; el derecho a decir qué gobierno debe tener un país y cuál no puede tener.
Dijimos cómo la única garantía y seguridad que pueden tener nuestros pueblos es la que seamos capaces de conquistar con nuestro heroísmo.
Es poca la confianza que hoy se puede tener en el derecho internacional, cuando vemos estas cosas. Es poca la confianza que se puede tener en las instituciones internacionales, cuando vemos estas cosas y otras que hemos visto. Es poca la confianza que se puede tener en las Naciones Unidas, cuando vemos estas cosas. Es poca la confianza que podemos tener en el Consejo de Seguridad, que no acaba de parir ni siquiera una resolución, aunque sea mediocre, enjuiciando los hechos, y discute quién es el representante de Panamá, si el representante del títere que han puesto allí o el representante del gobierno agredido y reconocido por decenas de países en el mundo, ¡discuten eso! Hasta la OEA fue capaz de decir que el representante que aceptaba era el del gobierno de Panamá, el gobierno torrijista de Panamá, el gobierno antimperialista de Panamá, ¡ni eso todavía ha definido el "flamante" Consejo de Seguridad de Naciones Unidas!
De aquí tenemos que sacar las lecciones que no por sabidas deben dejar de meditarse continuamente. No soy pesimista, porque creo en los pueblos y creo de una manera muy particular en estos pueblos de América Latina, tan humillados, tan saqueados, tan explotados, tan agredidos; ¡porque creo en esta mezcla de indios, de negros, de españoles y europeos, e incluso también de asiáticos que constituyen nuestros pueblos!, o al menos, de manera especial, nuestro pueblo, y en mayor o menor grado a la América Latina. Y creo en esos pueblos, no por una cuestión de fe, sino por haberlos visto luchando, haberlos visto en el combate. Admiro la forma en que hoy los latinoamericanos desprecian, y me refiero a los pueblos, porque hay gobiernos que todavía no son suficientemente valientes para encarar los hechos, el poderío imperialista y cualquier país, por pequeño que sea, combate.
Combatieron los granadinos; combatieron los nicaragüenses al ejército genocida de Somoza que fue creado por Estados Unidos, a las invasiones mercenarias, a la guerra impuesta por Estados Unidos, como antes Sandino combatió a los yankis; han combatido con heroísmo insuperable los salvadoreños; han combatido con heroísmo igualmente extraordinario los patriotas panameños. ¡Sin una sola excepción, los pueblos le están perdiendo el miedo a la soldadesca del imperio!
No hablo de Cuba, no tenemos que hablar, ¡bien sabemos lo que les esperaría si un día osasen invadir nuestra patria! Creo que ellos lo saben —y si no lo saben debieran saberlo—, porque no hemos perdido tiempo, porque nos hemos enfrentado a ese imperio durante 30 años, y porque mientras más agresivo se hacía ese imperio, más nos preparábamos nosotros para enfrentarlo con nuestras propias fuerzas, que son suficientes para defender la patria; patria que sería defendida no solo con heroísmo insuperable, sino también con los mejores medios técnicos a nuestro alcance, con las mejores concepciones militares y políticas, con la mejor estrategia, con la mejor táctica, que no empezó a generarse, ni siquiera, hace 30 años con esta Revolución, empezó a generarse, hace ya más de 120 años, con nuestra primera guerra de independencia.
De modo que un solo municipio, el más pequeño de nuestro país, podría librar una larga guerra contra todas las tropas que emplearon los imperialistas en Panamá. De tal manera nos hemos preparado y nos hemos entrenado. Y tenemos cientos de miles de cuadros militares, y tenemos un partido experimentado y aguerrido, y tenemos un pueblo excepcionalmente valiente y patriótico; siempre fue patriótico, pero nunca tanto como hoy; siempre fue revolucionario, pero nunca tanto como lo es hoy por la experiencia vivida en los años de la Revolución, por la experiencia vivida en el campo internacional, por la observación constante de los fenómenos y de la evolución del mundo.
Y digo que los imperialistas, ¡hagan lo que hagan!, no podrán doblegar jamás a Cuba, y no podrán mantener indefinidamente sometida a la América Latina, y que tendrán que enfrentarse cada vez a pueblos más conscientes, cada vez más cansados de sus abusos y de sus injusticias, de su saqueo; que el imperialismo podrá cada vez menos someter a los pueblos del Tercer Mundo, cualesquiera que sean sus maniobras politiqueras, cualesquiera que sean sus conspiraciones, e incluso sus éxitos, contra determinados países del campo socialista.
Estoy convencido de que, ¡hagan lo que hagan!, esas aspiraciones de ser gendarmes del mundo, de ser dueños del mundo, de ser amos del mundo, se frustrarán, cualesquiera que sean sus armas, aunque sean las nucleares, ya sabemos que eso no asusta; ya lo sabemos porque una vez nos amenazaron con ellas, y creo que nadie en absoluto en este país dejó de dormir.
¡Tengan lo que tengan!, no importa cuán sofisticadas sean sus armas, porque lo que el hombre lleva dentro, lo que lleva en el pecho, lo que lleva en la conciencia, lo que lleva en la inteligencia, vale más que la ventaja de sus armas sofisticadas.
Eso lo sabemos nosotros por nuestra propia historia más de una vez, porque, en definitiva, iniciamos nuestra guerra de liberación virtualmente sin armas, y con las armas enemigas que habían sido entregadas por Estados Unidos hicimos y ganamos la guerra. No es la situación de ahora, tenemos millones de armas, ¡millones! Incluso, fabricamos armas; pero, además, contamos con las armas de los invasores, porque sabemos cómo se les pueden arrebatar y emplearlas contra ellos (APLAUSOS).
Pienso que solo una conciencia justa de la fuerza de nuestros pueblos, del valor de los hombres y de las mujeres, del valor de las naciones, es la garantía más segura.
¡Más que en esas cacareadas leyes internacionales, más que en desprestigiadas instituciones internacionales, creemos en los pueblos, creemos en ese valor; creemos en esa dignidad del hombre para seguir marchando por el camino del progreso, para seguir marchando por el camino de la independencia, para seguir marchando por los caminos de la verdadera libertad y la verdadera dignidad!
Hablo aquí a atletas, pero nosotros sabemos que nuestros atletas son también soldados de la patria porque están dispuestos, como han dicho más de una vez, a defender su patria, no solo allí en el campo del deporte, sino también en los campos de batallas.
Porque sabemos el patriotismo con que luchan nuestros atletas, la moral y el honor con que luchan nuestros atletas, el amor con que defienden nuestra hermosa bandera en cualquier lugar del mundo, la honradez y la integridad de su conducta, que ninguna presión, ninguna campaña mentirosa, pueden desviar ¡ni todo el oro del mundo es capaz de comprar!, hablo hoy, y ante ellos expreso estos sentimientos y estos pensamientos, porque la hora no es de hablar de otro tema.
Ustedes, atletas, saben que mientras mejor entrenados estén, mientras mejor preparados, más segura es la victoria; que es decisivo e importante el corazón, la inteligencia y el pensamiento, pero que también es decisivo el entrenamiento. Y por eso, en los últimos años, nuestro Partido y nuestro Estado revolucionario han dedicado tanta energía, tanto tiempo y tantos recursos para preparar al pueblo para la guerra de todo el pueblo. Porque si esa hora dura llega, bueno es saber tirar al corazón, bueno es saber tirar a la frente, bueno es saber tirar con lo que haya que tirar, aunque vengan los invasores con sus chalequitos antibalas, porque somos capaces de hacer minas que los hagan volar a 100 metros. Unica forma de romper los récords de Sotomayor.
Tenemos armas de todos los calibres y de todas las penetraciones, y vamos a tener la puntería de saber tirar adonde haya que tirar, aunque vengan con una armadura más gruesa que la que traían los caballeros españoles en la conquista de este hemisferio o en sus guerras medievales.
¡Sirva esta experiencia adicional para confirmar nuestra conciencia de que debemos estar cada vez más preparados y cada vez más organizados, para que los bárbaros, los salvajes, los monstruosos imperialistas no se atrevan jamás a cometer agresión semejante contra nuestra patria! ¡O tengan que pagar el precio que van a pagar si se atreven a hacerlo!
¡Felicidades, compañeros deportistas, por los éxitos y por los trofeos!
Termino como Sotomayor, esa gloria de nuestro deporte, al hablar hoy:
¡Socialismo o Muerte!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)