Después del 30, la respuesta de Santiago
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Habían pasado apenas unas pocas semanas y ocurrió algo que nos dejaba atónitos. A pesar de los reveses, tanto en Santiago como en Las Coloradas, los jóvenes acudían para incorporarse a la lucha, no solo los que ya estaban encuadrados en las Brigadas Juveniles y los militantes de las células clandestinas, sino muchos jóvenes, y otros no tan jóvenes que se nos acercaban para ser admitidos en la restructuración del movimiento revolucionario.
En aquellos días tres tareas nos encomendó Frank País, personalmente, a Taras Domitro y al autor de estas líneas:
1. Rescatar las armas y municiones que se conservaron después de la retirada del alzamiento.
2. Adquirir nuevos elementos de guerra en las fuentes ya establecidas (principalmente en la armería de Barracones).
3. Reorganizar las estructuras clandestinas, en particular, las que habían quedado acéfalas por la caída de sus mandos (Pepito y Otto1) y la de los jefes que habían abandonado la provincia, algunos más tarde el país, y los que por razones de peso estaban en una rigurosa clandestinidad.
A partir de ese momento se comenzaron a restructurar las células en sus dos dimensiones, es decir, células más pequeñas que se subordinaban a grupos mayores. Los dos primeros grupos que se formaron estuvieron al mando de Miguel Ángel Manals y Luis A. Clergé Fabra; más adelante se formó el dirigido por Armando García Aspurú; y por último el de Belarmino Castilla Mas. Militarizados estos cuatro grupos de acción, en el último trimestre de 1957, constituyeron las bases fundado- ras de los escuadrones de Santiago de Cuba. Este proceso se repitió en toda la antigua provincia de Oriente y en el resto del país, aunque los militantes de La Habana mostraban reticencia para asumir esta organización.
Los escuadrones se componían de tres o cuatro compañías, estas de tres pelotones, cada uno con igual número de escuadras formadas por seis hombres. El escuadrón, generalmente contaba con doscientos diez hombres al mando de un capitán; las compañías, con setenta hombres, las dirigía un teniente; a los pelotones, un sargento, y las escuadras estaban subordinadas a un cabo.
Los escuadrones, en su estructura, se hallaban bastante dispersos en la ciudad. Quizás el más con- centrado en una zona geográfica de la ciudad era el de Belarmino Castilla. Más adelante, en una etapa superior de la organización, se trató de ubicarlos por zonas, ello obligó a un reacomodo de sus estructuras iniciales.
Antes de proseguir resulta imprescindible esclarecer que en condiciones de clandestinidad, sin que existan documentos oficiales, muy lejano a las huellas que pudieran dejar trámites burocráticos, no es posible tener una visión totalizadora que, por otra parte, la compartimentación no hubiera permitido. Solamente nos limitamos al recuerdo personal y a los testimonios de cuantos pudimos incorporar con sus valiosos aportes.
La formación de los escuadrones fue un paso difícil. El proceso de pasar grupos-células a una estructura militar, en condiciones de clandestinidad sin ninguna experiencia al respecto, necesariamente tenía que ser un paso en extremo complicado. Esa conciencia estructural que impone la constante disciplina militar, no siempre estuvo presente en la formación de los escuadrones y, en consecuencia, prevalecía con frecuencia la pertenencia celular. Los militantes de las células, aun emplantillados en los escuadrones, se mezclaban con otros compañeros de células-escuadrones ajenos al suyo, incluso, participando en acciones y misiones. A menudo en una misma casa se escondían combatientes de dos escuadrones, y a la hora de cumplir una misión participaban juntos.
El primer combatiente del Granma que llegó a Santiago de Cuba fue Emilio Albentosa Chacón, herido en el cuello en Alegría de Pío. Por él pude conocer los primeros detalles del desembarco y el fatal encuentro en ese sitio. Me conmovió la odisea de este compañero, que ya había participado en el asalto al cuartel Moncada en 1953, cómo ideó ponerse en el orificio del cuello un taco tallado de una rama, para poder tomar agua, pues al hacerlo se ahogaba porque esta se desviaba y le salía por la nariz.
Más tarde llegó Faustino Pérez Hernández. Recuerdo a Haydée Santamaría Cuadrado preguntándole por compañeros que venían en el Granma y no olvido el quejido de dolor que le brotaba del pecho cada vez que Faustino le confirmaba su muerte. Él nos relataba las vicisitudes del desembarco y el efecto que le hiciera verse con su uniforme nuevo lleno de lodo hasta el pecho tratando de alcanzar la tierra firme mientras avanzaban en esa marisma.
Antes de entrevistarse con Fidel en la Sierra, después de recibir las instrucciones que había traído Faustino, ya Frank había ideado ser el que encabe- zara al grupo de refuerzo. Muy entusiasmado me lo comunicó y me dijo que sería el «oficial» —así me lo dijo— que lo acompañaría. Creo que en su fuero interno estaba muy dolido por los que habían fallado el 30. Después de la histórica entrevista con Fidel y la de Fidel con el periodista estadounidense Herbert Matthews, bajó con mayores bríos para organizar al grupo de refuerzo.
Fidel valoró en toda su magnitud la labor de Frank y la participación de los combatientes santiagueros ese 30 de noviembre de 1956, y confirmó con nuevas tareas a Frank como jefe de Acción Nacional del Movimiento Revolucionario 26 de Julio.
Pero ese grupo no podía subir a la Sierra inerme, se hacía necesario acopiar armamento, equipos y vituallas. Para una organización clandestina que recién comenzaba a recuperarse de un revés en el que se habían perdido la mayoría de las armas de que disponía, resultaba difícil conseguir todos los elementos de guerra que eran indispensables.
Pudimos agrupar en la ciudad algunas armas que se habían salvado de las acciones del 30. Se obtuvieron otras procedentes de la armería de Barracones. Personalmente, con la ayuda de valiosas compañeras que ya se convertían en parte imprescindibles de nuestras estructuras clandestinas, como Lucía Parada Marañón, Ibis e Ibia Rodríguez Lambert, Martha Pérez, Kenia Matos Mora y Josefina Vidal, recorrí casi toda la provincia recolectando armas.
Otra tarea titánica fue el acopio de mochilas, uniformes, botas, hamacas, cantimploras y otros medios para la vida en campaña. Todo se logró en un tiempo increíblemente corto. De tal suerte, un grupo de cincuenta hombres armados y equipados ya en el mes de marzo de 1957 estaban listos en el sitio conocido como el Marabuzal, cerca de Manzanillo, para unirse a Fidel.
Este grupo de cincuenta combatientes estaba compuesto por:
De Santiago de Cuba:
Jorge Sotús Romero
Alberto Vázquez García
Luis A. González Pantoja
Emiliano Díaz Fontaine
Félix Pena Díaz
José Quiala Meriño
Abelardo Colomé Ibarra
Rey Pérez Ramos
Enrique Ermus González
Taras Domitro Terlebauca (cuando esperaba el ascenso a la Sierra, fue llamado a Santiago porque Frank había caído preso y como él era su más cercano ayudante, era necesaria su presencia para mantener activados los contactos).
Del Cristo:
Eloy Rodríguez Téllez
Rolando Larrea Santaló
Alberto Martínez Rosales
Mario Martínez Pimienta
De otros municipios, en particular, de Guantánamo y el norte de la provincia:
René Ramos Latour
Pedro Soto Alba
Miguel Ángel Manals Rodríguez
Juan Francisco Echevarría
Gerardo Reyes
Luis Arturo Tirado
José Agustín Lara
Marino Borjas Domínguez
Juan Escardó Cambronero
Leopoldo Mojena Cordobés
Gustavo Adolfo Moll Leyva
Enrique Soto Gómez
Guillermo Domínguez López
Hermógenes Acosta Cervera
Víctor Mariano Calderín
Raúl Castro Mercader
Manuel García Núñez
Orlando Pupo Peña
Omar Ramos Verdecia
Luis Alfonso Zayas Ochoa
Erasmo Aniceto Machado
Edilberto Muñoz Nieves
Juan Soto Cuesta
Francisco Soto Hernández
Rigoberto Silleros Marrero
Mario Maceo Quesada
Víctor Buelham
Michael Garvey
Charles Ryan
Estos tres últimos eran jóvenes norteamericanos procedentes de la base naval de Guantánamo que habían sido reclutados por los militantes de Guantánamo. También estaba el grupo de la Nicaro encabezado por René Ramos Latour.
Según el testimonio de Eloy Rodríguez Téllez, participante en este primer refuerzo, pudimos dotar el grupo con el siguiente armamento:
28 fusiles de diferentes calibres y sistemas 6 escopetas de diferentes calibres
2 ametralladoras ligeras, una Madsen, sueca, y otra Johnson, norteamericana.
A estas armas se agregan otras hasta completar los cincuenta hombres.
Algunos de estos compañeros jugaron un papel de primer orden en la guerrilla y en las fuerzas armadas después del triunfo del 1.o de enero de 1959. Otros murieron en combate durante la guerra, particularmente en el combate de Uvero en el que, como dijo Che Guevara, el Ejército Rebelde obtuvo su mayoría de edad.
La respuesta de Santiago de Cuba fue efectiva y no se hizo esperar. El 30 de Noviembre, con sus protagonistas, subía a la Sierra Maestra para fundirse, como un todo único, al Granma y sus expedicionarios. Frank le enviaba a Fidel lo mejor de sus combatientes y sellaba una vez más el compromiso con la Revolución.
En algún momento, después del 30 de Noviembre se ideó crear una escuela política clandestina que se nombraría Pepito Tey. Las precarias condiciones de la clandestinidad y la creciente represión impidieron que se consumara esa magnífica idea. La Escuela de Tumba Siete en el Segundo Frente Oriental Frank País vino a llenar esa necesidad en 1958. En la medida de lo posible, la dirección del movimiento revolucionario trataba de imprimirle un contenido ideológico a la lucha, dentro de los parámetros aceptados por la mayoría del pueblo y que estaba limitada por los prejuicios del anticomunismo, la ignorancia sobre las ciencias políticas y sociales más modernas, que en definitiva condujera a la revolución que ya había comenzado en los muros del Moncada, hacia metas superiores.
Evidentemente, la fecha que había establecido públicamente Fidel para el regreso a Cuba se convirtió en un compromiso atenazante, pero dadas las circunstancias que ya hemos analizado, a la vez resultaba ineludible. No hay dudas de que la expedición unos pocos meses después hubiera tenido otros resultados, pero al mismo tiempo esos meses que necesitábamos para organizarnos, prepararnos y armarnos mejor, también serían aprovechados por la dictadura para frustrar la salida de México. Lo peor de la demora hubiera sido la frustración de los que habían confiado su fe en la organización que había surgido de la fragua del Moncada y sin vínculos con los partidos y gobiernos corruptos anteriores al golpe de Estado.
El factor que se debe tener en cuenta, como elemento capital en nuestros errores y fracasos, es la falta de preparación militar de los principales líderes y combatientes de las estructuras clandestinas que participaron en el alzamiento. Muchos de estos militantes fueron ese día al combate sin haber manipulado un arma jamás.
También resulta diáfano concluir que la revolución era necesaria, imprescindible, vital para el fu- turo de la nación. Que no había otra vía o forma de realizarla que no fuera por el camino de la lucha armada, aunque siempre estuvo en el proyecto revolucionario que esa insurrección armada culminara con la participación de todo el pueblo en una Huelga General Revolucionaria, como ocurrió el 1.o de enero de 1959. Por estas razones, el relativo revés de Santiago y Alegría de Pío luego del desembarco, no fue un disuasivo, sino un acicate para continuar la lucha por el camino trazado por Fidel en el Moncada.
Después de la exposición de lo ocurrido ese día 30 de noviembre, corresponde un juicio crítico para la historia. Las revoluciones salen del talento, la tenacidad y el valor de seres humanos, no de computadoras que siguen fría pero exactamente un pro- grama invariable. De manera que en la más bella de las obras del hombre, una revolución, estarán reflejadas las virtudes y las debilidades del ser humano. Los errores que cometemos en una tarea tan compleja no le restan mérito ni valor histórico a los resultados finales de ese proceso.
Ya en detalles podemos analizar algunos elementos que resultaron decisivos ese día y que impidieron que se lograran los objetivos planteados:
El mortero y los servidores del mortero no estaban en el mismo sitio y al moverse a pie ex- puso a Léster y a Josué a su detención una vez identificados por una patrulla. Según Léster Rodríguez, jefe de ese comando, carecían de armas para protegerse en el automóvil donde habían situado el mortero, unos treinta obuses
y una pesada ametralladora de enfriamiento por agua. Por esta razón dividieron la escuadra del mortero tratando de no ser detectados en el trayecto hacia el emplazamiento.
La detención de Francisco Cruz Bourzac, Paquito, encargado de la ametralladora ligera en el asalto a la Policía Nacional, frustró que esa arma estuviera situada en el lugar que él había escogido y que batía efectivamente la entrada de la Estación de Policía, lo que protegería el avance del grupo de Pepito. Esa salida de Paquito a esa hora de la noche para repasar el emplazamiento a solo unas pocas horas del inicio de los combates y el subirse al yipi en que viajaban los Góngora, resultó muy dañino para los planes del asalto a ese objetivo.
Los grupos que se acercaban a la Estación de Policía en varios automóviles se bajaron mucho antes de los sitios previstos. Sin dudas que con las mejores armas, al menos uno de los autos debió llegar hasta la misma puerta de la estación y liquidar a las postas. Una constante que se puede apreciar en todos los hechos fue la improvisación y los cambios en la ejecución de las acciones de cómo habían sido concebidas y planificadas.
Lo peor de todo lo que salió mal ese día fue el lamentable fallo del bloqueo del Moncada. Un numeroso grupo de combatientes al frente de los cuales se encontraban jefes de alto rango en la estructura clandestina y con armas y explosivos en cantidad apreciable, fallaron en su misión y los militares del cuartel Moncada re- puestos del estupor inicial se volcaron a las calles tomando la iniciativa. El único de esos jefes que cumplió con creces su misión fue Emiliano Díaz Fontaine que se movió por toda la ciudad al frente de sus hombres más fogueados.
Un grupo fuertemente armado, de unos cincuenta o sesenta hombres, pudieron haber salido de la ciudad y tomar el Camino Viejo del Cobre rumbo a las serranías circundantes, como estaba previsto para unirse a Fidel, como fue la intención inicial de Frank cuando envió
a Vázquez a buscar un ómnibus al paradero de La Oriental; la presión del ejército, que al no ser detenido ni por el mortero ni por el cerco, pasó a la ofensiva represiva en la ciudad; el fracaso de la gestión de Alberto Vázquez de conseguir el ómnibus en la empresa La Oriental por estar ya copada por el enemigo; la falta de información sobre la llegada de Fidel a la zona prevista; y las alarmantes informaciones del enfermero López Pego que nos decía que había cientos de soldados rodeándonos; hicieron que Frank ordenara la retirada para preservar las estructuras del Movimiento. Si Frank hubiera recibido la confirmación de la llegada de Fidel, con toda certeza se hubiera combatido hasta las últimas consecuencias.
Infortunadamente el cálculo que se hizo sobre la marcha del Granma, el sobrepeso y el estado técnico de la embarcación, fueron elementos decisivos en la demora de dos días entre la fecha real del arribo y la calculada de cinco días a partir de la salida de Tuxpan.
El acceso al objetivo de la Estación de Policía Nacional fue un caos: se mezclaron los grupos y se difuminaron las misiones previas. Las improvisaciones primaron en lo adelante. Los asaltantes se habían bajado de los automóviles en sitios no previstos y a distancias inconvenientes del objetivo. Uno de los autos que venía en dirección oeste-este fue hasta la Trocha para luego regresar hasta el objetivo. De manera que el factor sorpresa y la sincronización habían fallado.
El 30 de Noviembre y el 2 de Diciembre de 1956 constituyen un único evento. Quiso el azar que los separaran dos días, pero todo lo que se hizo en Santiago fue por y para el desembarco de Fidel. Ambos hechos que, insisto, constituyen uno solo, dieron continuidad a las acciones del 26 de Julio. Nos cabe el orgullo a aquellos jóvenes santiagueros el haber vestido por primera vez el uniforme verde olivo que le dio tantas glorias a nuestra gesta libertaria a partir de ese día.
El 30 de Noviembre tuvo tres grandes protagonistas: El primero Fidel Castro, porque fue el que nos enseñó el camino, el que nos convocó a la lucha, el que nos entregó las banderas teñidas con la sangre del Moncada por la que luchar y combatir hasta la victoria, porque se concibió en apoyo al desembarco de los expedicionarios del Granma. El segundo fue Frank País, por su capacidad para organizarnos, por su pasión revolucionaria, por su firmeza, por la fe que nos inculcó. El tercero fue el pueblo de Santiago de Cuba, que había presenciado sorprendido la barbarie criminal del Moncada y se propuso entonces que no volviera ocurrir. Por eso nos protegió, nos abrió las puertas de sus hogares y sus corazones sin escatimar riesgos y compromisos, porque se hizo primero cómplice silencioso de esta lucha que se iniciaba en sus calles para convertirse más adelante en militante consciente.
El 30 de Noviembre y el 2 de Diciembre marcaron el reinicio de la lucha armada que se hizo fuerte con la participación de todo el pueblo hasta alcanzar la victoria del 1.o de Enero. A la luz de la historia y los más recientes acontecimientos resulta imprescindible tener bien claro que una revolución que se ha consolidado fuerte y segura, se puede permitir el perdonar, pero jamás olvidar. El olvido de nuestras raíces, de nuestra razón de ser equivale al suicidio histórico y la pérdida de la Revolución.
Aunque el resultado de estas acciones quedó lejos de los objetivos propuestos, el saldo fue positivo por cuanto una ciudad en pleno mostró su vocación por los cambios y la revolución, porque templó en el combate a un numeroso grupo de jóvenes que habían escogido el camino de la lucha por un futuro mejor, porque aquellos jóvenes y su ciudad probaron el sabor de la gloria y ya no abandonarían el camino trazado desde el Moncada, por- que ese día el revolucionario combatiente, enhiesto y viril vistió el uniforme verde olivo y lo signó con las escarapelas roja y negra del Movimiento Revolucionario 26 de Julio.
Notas
* Tomado del propio autor, en Cuando Santiago se vistió de Verde Olivo, Ediciones Celia, La Habana, 2024.
1 Se refiere a José Tey Saint-Blancard y Otto Parellada Echeverría.