Cuando un abogado y revolucionario alzó su voz de justicia
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Fidel Castro interpretó la naturaleza del derecho, del lado de la vida y la dignidad humana. Cuando unió su profesión de abogado con su liderazgo revolucionario, protagonizó un acto y legó un documento con luz de faro para el futuro de su país y de la libertad del mundo.
La Historia me Absolverá trascendió como el alegato de autodefensa de Fidel por los sucesos del Moncada. Pero saldaríamos una deuda si retirásemos el prefijo de la palabra «defensa», porque él asumió esa actitud también hacia sus compañeros de lucha y hacia el pueblo. Incluso, llamó al honor de los militares, meros escudos de la tiranía.
Detalló las artimañas para silenciar su voz durante el juicio a los asaltantes, por sus pruebas para desmantelar las calumnias dirigidas al Movimiento y revelar los crímenes contra sus integrantes, y hasta contra la población civil de Santiago de Cuba.
La verdad, aunque enfocada en la mira de las armas, invirtió los acusadores y acusados para preparar una sentencia dictada por las masas poco después de cinco años, según advirtió el alegato, con gran confianza en el respaldo popular.
Guiado por un enorme sentido de la justicia, el Comandante en Jefe acudió más de una vez a su maestro José Martí, cuyas doctrinas compartía con sus hermanos de sueños y riesgos. ¿Cuánto de El presidio político en Cuba vive en ese acto de defensa?
Cuando Fidel declaró, sobre los soldados del régimen, el fin de «luchar junto a él, como hermanos que son, y no frente a él, como enemigos que quieren que sean», sostuvo los mismos principios planteados ante la Guerra Necesaria: «el cubano saluda en la muerte al español a quien la crueldad del ejercicio forzoso arrancó de su casa y su terruño para venir a asesinar en pechos de hombres la libertad que él mismo ansía».
El líder de la Revolución mencionó las cinco primeras leyes en la agenda de un gobierno transformador y describió el desolador panorama nacional, centrado en seis problemas fundamentales. Además, exaltó los sacrificios de los miembros del Movimiento.
Sin clamar venganza por unas vidas sin precio, arrebatadas entre fusilamientos y torturas, reconoció el logro de la felicidad por la cual lo entregaron todo como el único precio digno de recompensar su muerte.
Cuando el misterio del Apóstol parecía abandonarnos en el año de su centenario, un grupo de jóvenes corrió a salvarlo, y uno de ellos nos habló de su causa con la intransigencia de la protesta de Baraguá y con ideas a la altura de textos como Nuestra América.