Un viaje de buena voluntad: A 65 años de la visita de Fidel Castro a Estados Unidos (III)
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El 15 de abril de 1959, Fidel Castro inició un viaje a Estados Unidos que se prolongó hasta el 28 de abril. En esta ocasión, viajó como un ciudadano privado en respuesta a una invitación de la American Society of Newspaper Editors (Sociedad de Editores de Periódicos). Este viaje fue detalladamente documentado en el libro “Fidel por el Mundo” escrito por Luis Báez, quien fue uno de los periodistas que acompañaron al Comandante durante su recorrido por Estados Unidos, Canadá y posteriormente por América del Sur.
Al conmemorarse 65 años de este histórico viaje, Cubadebate y el Sitio Fidel Soldado de las Ideas comparten las memorias recopiladas por el autor de aquellos días:
Viernes, 17 de abril de 1959
Apenas despierta, a las 7:00 de la mañana, Fidel lee las primeras ediciones de los diarios. Al ya tenso programa trazado para el viernes 17 se incorpora un nuevo e inesperado encuentro con la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado. A las 10:30 parte hacia la importante cita. Le aguardan los senadores Sparkman, Kefauver, Mansfield, Smathers, Langer, Long, Wiley, Aiken, Bennet, el representante James Fulton. Más tarde se incorporan otros legisladores de ambas Cámaras. La reunión es privada, y en los pasillos quedamos los periodistas haciendo conjeturas. La entrevista se prolonga durante hora y media.
Aunque secreta, se supo que Fidel respondió con la misma sinceridad las preguntas disparadas a quemarropa que le hicieron los congresistas. No cedió una pulgada en sus convicciones.
A la mañana siguiente, el Washington Post, al referirse a la reunión comenta: “El Primer Ministro de Cuba replicó con valentía las incisivas interrogantes que se le impusieron, para protagonizar una de las sesiones más memorables que se recuerdan en el Capitolio”.
Con la estela de una ovación abandona el Congreso. Fidel es convincente. No necesita más que hablar para persuadir. Es que en sus palabras hay mística y hay pasión: es capaz de convencer porque es el primer convencido de su causa.
Ahora, se dirige a la reunión con los editores en el Statler Hilton. Antes de responder las preguntas de los periodistas hace una exposición del proceso que se está viviendo en Cuba. Fidel subraya cada frase con un gesto de la mano derecha. Da la impresión que aprisiona la idea en el aire y luego la arroja a sus oyentes. El discurso transita a lo largo de la dramática historia de la isla, donde siempre se burló la justicia y se engañó al pueblo. Así fue la colonia y continuó siendo la República, mediatizada en sus inicios por la Enmienda Platt, fuente de todos los conformismos y de todos los vicios políticos.
El recuento político se conjuga con el análisis de la trayectoria económica. Fidel insiste vigorosamente en ello, no ha venido a buscar dinero, sino a reclamar un trato justo en las relaciones con el vecino poderoso.
Se apasiona al evocar los horrores de la dictadura y con indignación expresa:
Hemos castigado a los criminales de guerra, pero no a todos, porque había demasiados para torturar y matar a más de veinte mil cubanos. […] Creemos que es difícil para ustedes comprender esto, porque nunca han vivido bajo una tiranía.
Ustedes oyeron hablar de los crímenes de guerra de Batista, pues compárenlos con los crímenes contra los cristianos en los circos de Roma. […] Ustedes nunca vieron a sus hijos, a sus hijas capturados en la noche, torturados, desaparecidos para siempre […].
Estalla una enorme y prolongada ovación. No es el aplauso convencional al que obligan las cortesías debidas a un huésped ilustre.
Fidel ha penetrado la sensibilidad de sus oyentes. Se percataron que estaban frente a un estadista y un patriota.
Al igual que en su intervención inicial responde todas las preguntas en inglés. Resulta claro, preciso, convincente. Defiende su Revolución en otra lengua y lo hace con la misma pasión.
La trascendencia de su presentación ante tan importante auditorio de editores, quizás nadie la interpretó mejor que su presidente, George W. Healy, al presentar al vicepresidente Richard Nixon la noche siguiente:
—Debe usted sentirse satisfecho, pues su presencia logra reunir una asistencia casi tan nutrida como la que escuchó ayer al doctor Fidel Castro.
—Es que hay algo mágico en los ojos carmelitas de ese hombre —enfatiza Ed Koterba en el Daily News— que no se puede menos que sentir confianza en lo que dice.