El orgullo más grande
El 13 de octubre de 1958 tres dirigentes de la FEU, Omar Fernández Cañizares, José Fontanills y yo, provenientes de Miami, llegamos con un cargamento de armas a la Sierra para incorporarnos a la guerrilla de Fidel.
Era aquella una nueva etapa de nuestra lucha porque procedíamos de la clandestinidad primero y el exilio después. Yo conocía a Fidel desde 1951. Habíamos sostenido reuniones, participado juntos en manifestaciones, lo había ido a esperar con José Antonio a su arribo a la terminal de trenes de La Habana tras su excarcelación por los hechos del Moncada en mayo de 1955, y despedido en el aeropuerto de Rancho Boyeros cuando parte ese mismo año a México. Allá nos encontramos en octubre de 1956, cuando la segunda reunión de la Carta de México. Lo conocía bien y compartía su estrategia de lucha, por eso es que decidimos irnos con él para la Sierra.
Al llegar a Cuba la emoción fue tremenda. Aterrizamos en Cieneguilla, un territorio dirigido por el capitán Felipe Guerra Matos, quien nos recibió aquella noche y trasladó inmediatamente a donde él residía. A la mañana siguiente el capitán César Suárez nos llevó al encuentro con el máximo líder.
Había que subir lomas para llegar a la Comandancia de La Plata. Aquello no fue fácil, caminar por el fango, estar atento a los aviones. En ese difícil ascenso recordé a José Martí, quien dijo que a las estrellas no se llega por caminos llanos, y yo pensaba: «Y a La Plata tampoco».
Cuando faltaba poco para llegar a la Comandancia, escuchamos un tiroteo. El capitán César Suárez, nuestro guía, nos dijo con voz muy pausada: «No se preocupen muchachos, ese es Fidel probando las armas que ustedes trajeron. Todas las que llegan las prueba una por una».
Pero la emoción más grande fue el encuentro con el líder Fidel Castro. Aquel fue el abrazo no entre el Comandante en Jefe y el secretario general de la FEU de la Universidad de La Habana, sino el de antiguos compañeros o camaradas, como bien me puso hace unos meses en el libro La contraofensiva estratégica, que me regaló autografiado.
No nos veíamos desde el segundo encuentro de la Carta de México. Un día Fidel nos dijo que se iba a fundar una columna guerrillera bajo el mando de nuestro compañero de estudios y ya comandante del Ejército Rebelde, Delio Gómez Ochoa, y que partiría para el Cuarto Frente Simón Bolívar. Propuso que se nombrara a la columna José Antonio Echeverría. A ella se incorporaron Omar y Fontanills, y yo me quedé junto a Fidel.
En esos días no se cansó de preguntar por los últimos momentos de vida de José Antonio y de alzar la personalidad del líder estudiantil. Fidel hablaba con mucha emoción de él. Decía que con su muerte se había perdido la cabeza más alta del estudiantado y uno de los líderes más importantes de la Revolución Cubana.
Aquellos meses de la FEU en la Comandancia son inolvidables. Tuvimos el privilegio de llevar la bandera de la organización y ponerla en lo más alto de la Sierra al lado de la del 26 de Julio y de Fidel. La FEU no fue a la montaña buscando grados ni posiciones, sino un puesto de combate en la lucha por la liberación nacional. Todo eso hizo que la federación no defraudara a Fidel, porque él siempre ha tenido mucha confianza en el estudiantado, y preservó su vínculo con la Universidad de La Habana, donde se inició en la lucha.
Creer en Fidel desde el día de 1951 cuando Raúl me lo presentó en La Habana y él era solo el joven abogado revolucionario, serle útil en múltiples misiones en Cuba y fuera de ella por más de 60 años, y fiel hasta el final de mis días, es el orgullo más grande de mi vida.(1)
1- Anécdotas narradas al autor durante múltiples conversaciones entre 2008 y 2013.