Para querer más a Fidel: Anécdotas contadas por médicos internacionalistas cubanos
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Durante su misión internacionalista en Granada, el doctor villaclareño Omar Hernández Rivero, viajaba el primer viernes de cada mes a la isla granadina de Carriacou para cumplir sus funciones como único consultor de psiquiatría en el sistema de salud pública de ese país caribeño.
En uno de sus primeros viajes, el trabajador social le pidió que visitara a un hombre de 68 años que padecía de un trastorno esquizoafectivo, quien estaba aferrado a su casa sin querer ver, ni hablar con nadie.
Llegaron al hogar, bastante alejado de la ciudad y muy cerca del mar y las montañas, pero los primeros intentos de comunicación fueron fallidos.
“Hasta que miró con expresión de sorpresa mi gorra que tenía una bandera cubana y muy animadamente me preguntó: '¿Usted es cubano?'. Le respondí que sí, entonces me dijo: '¿Cómo no descubrí tu acento al hablar? Yo soy amigo de los cubanos, usted es bienvenido a mi casa, usted es un enviado de Fidel'”, contaría tiempo después el galeno cubano.
Gracias a esa feliz coincidencia, el doctor logró cierto acercamiento a aquel paciente. Allí supo que se negaba a comer por miedo a ser envenenado y que se rehusaba a hablar con las personas porque "solo hablaba con Dios".
Según Omar, el señor tenía criterio para ser ingresado de urgencia en un hospital psiquiátrico, pero él y su familia se negaron, razón por la que tuvo que proponer una estrategia de intervención comunitaria. Mas ese primer día el paciente no aceptó que la enfermera granadina lo inyectara y le extrajera sangre para análisis. Esos procederes solo permitió que se los realizara el médico de Cuba.
“Cuando me fui lo dejé sentado en el portal de su casa, lugar donde, según sus familiares, no salía hacía dos semanas. Se comprometió a tomar su medicación y alimentarse diariamente, lo cual según el reporte de sus familiares cumplió metódicamente”.
Después de dos meses de tratamiento el enfermo mejoró notablemente. De forma voluntaria fue al Centro Comunitario de Salud Mental, acompañado de su hija. En modo de jarana, la enfermera le dijo que no quería saber de él porque ella lo atendía desde hacía muchos años y él se negaba a hablar con ella, sin embargo conversaba con el médico cubano que era nuevo allí.
“Entonces él respondió mirándome a los ojos con su contacto visual ya recuperado: 'Doctor, usted es un enviado de Fidel y Fidel es mi Dios. Cuando yo no veía nada de mi ojo derecho y casi nada de mi ojo izquierdo, Fidel me mandó a La Habana, me operaron y se hizo un milagro. Ahora yo estaba perdiendo mi mente, y como ya no puedo viajar porque estoy viejo, él oyó mis lamentos y me mandó un médico para que me curara. ¿Cómo no voy a hablar contigo?'”.
Desde entonces aquel señor no tuvo otra crisis tan intensa. Cada primer viernes era uno de los primeros pacientes en llegar a la clínica de Carriacou, a atenderse con el doctor Omar. Recibía al galeno cubano con frases bien pronunciadas en español: “Buenos días. Bienvenido”. Mientras, se despedía con la expresón “Long live Fidel [Larga vida para Fidel], Long live Cuba [Larga vida para Cuba]”.
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La doctora pinareña Laura Margarita González Valdés siempre añoró tener un día a Fidel muy cerca. Y muchas veces imaginó cómo sería ese encuentro. Sin embargo, lejos estaba de imaginar que en febrero de 2003, sería ella una de las personas elegidas para preparar el camino y escribir la propuesta de la Misión Barrio Adentro.
El 3 de marzo de ese mismo año, Laura aterrizaba en Maiquetía, Venezuela, junto al doctor Víctor Ernesto Felipe Tamayo (especialista en Medicina General Integral, de La Habana) y al doctor Antonio Torreblanca Pineda (epidemiólogo de Guantánamo), para buscar los locales destinados a las consultas y las casas de venezolanos donde ubicarían a los primeros 50 médicos cubanos que iniciarían la misión en los cerros de Caracas.
Cumplida la encomienda, regresaron a Cuba el día 11 de abril, a recoger a los colaboradores. Al llegar le comunicaron que el Comandante quería reunirse y almorzar con ellos, luego de la clausura del II Foro sobre VIH/SIDA/IYS en el Palacio de Convenciones, el día 12.
“Conocer a Fidel… esa era la añoranza de todos los cubanos. Yo lo había visto varias veces, pero siempre había sido de lejos, no era igual, estaba feliz y muy emocionada. Como a las tres de la tarde cuando finalizó el encuentro nos pasaron a una habitación donde estaba previsto el almuerzo, una mesa gigante con vajillas y cubiertos, que yo no tenía idea de cómo iba a usar. Allí estábamos esperando los tres y apareció Fidel, inmenso en su inseparable traje verde olivo y me pareció entonces que la habitación y la mesa eran pequeños y yo también me veía pequeña ante un hombre tan grande.
“Ya no me preocupaban tantos cubiertos, ni no saber para qué servían, ni el temor de cometer una pinareñada. Ya no me preocupaba nada, solo lo veía a él y me parecía que lo había vivido todo, solo me hubiera gustado que mis hijas estuvieran allí. Nos saludó, se sentó y comenzó a preguntar de todo, de todo lo que se puedan imaginar, quería saberlo absolutamente todo de Caracas y procesaba la información a una velocidad increíble”.
Allí les dieron las seis de la mañana del día siguiente. De pronto, él preguntó: “Estos muchachos llegaron ayer, ¿no es así?, ¿ya vieron a su familia?”. Quienes lo acompañaban le contestaron que Víctor era de La Habana y que la familia del epidemiólogo también estaba en la capital. Pero que la doctora Laura aún no había podido ver a los suyos.
- ¿De dónde tú eres?, me preguntó.
- De Pinar del Río, Comandante, le respondí.
- ¿Tienes hijo?, me preguntó.
- Sí, tengo dos hijas.
“Me preguntó sus edades, dónde estudiaban, cómo eran. Y se volteó a sus asistentes y les preguntó: '¿Cuándo viajan ellos?'. 'Un grupo esta tarde y otro mañana por la tarde, Comandante', le respondieron. 'Pues bien –dijo- a ellos dos los mandas con el grupo de hoy, pero a ella no, ella viaja con el grupo de mañana, porque ella hoy va a ver a sus hijas. La envían y la mandan a recoger mañana.
“Ah, pinareña, y no dejes que te traigan desde la madrugada, que te traigan directo para el aeropuerto, para que tengas más tiempo con tus hijas'”, rememoraría años después, con mucho afecto, la doctora Laura Margarita González, fundadora de la misión Barrio Adentro.
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Entre los médicos de la Brigada Henry Reeve que respondieron al llamado de Fidel para ayudar al pueblo pakistaní luego del terremoto que estremeciera a esa nación árabe en octubre de 2005 estuvo el doctor Arturo A. Viciedo Vivas, de La Habana.
Como de costumbre, Fidel se reunió con los colaboradores cubanos que marcharían a esa misión humanitaria. El intercambio comenzó con un saludo muy cálido y familiar por parte del mandatario, quien despertó una gran admiración, especialmente, en quienes como él cumplían su primera misión internacionalista, porque era un líder muy detallista y preocupado por los suyos.
Según contó el joven doctor, el Comandante no solo les habló de la importancia de la misión a cumplir, o los objetivos de la misma. Fidel tuvo en cuenta y preguntó hasta si ya tenían consigo abrigo y ropa de frío, les aconsejó cómo enfrentar las bajas temperaturas, cómo alimentarse e integrarse a la cultura de los pakistaníes y muchas otras sugerencias.
“En lo particular, quien hace esta historia se sintió como en un grupo de hermanos que se despiden de su padre”, evocaría el galeno cubano, destacando las últimas recomendaciones del máximo dirigente de Cuba, poco tiempo antes de que la Brigada abordara el IL 62: “Hay que poner miel y chocolates en la mochila, pues estos proporcionan calorías y ayudan a soportar el frío”. Orden que sus asistentes cumplieron de inmediato.
Un chiste del máximo líder de la Revolución los liberó momentáneamente de las tensiones propias de la situación: “Esperen a llegar para comerse los chocolates”. Luego, la habitual foto de despedida. A decir del doctor Arturo, “la última vacuna de honor y valentía”.
Esa fotografía y el dibujo que su hermanito de cinco años le regalara fueron sus mayores alicientes en momentos difíciles. Cuando la soledad, el frío y el paisaje dibujado por aquella fuerza telúrica lo zarandeaban, él recordaba su diálogo de despedida con el pequeño, cuando le dijo que iría a un país muy frío a atender a unos niños enfermos, y Alejandro le entregó un papel con unos rústicos trazos y le comentó: “Tatico, te regalo este sol, le pinté muchos rayos para que cuando tengas frío lo saques y te calientes”.
“Más tarde (coincidiendo con momentos difíciles, recientemente aislados e incomunicados, el frío castigando, comiendo sardinas en todas sus variedades inimaginables gracias al ingenio cubano de nuestro cocinero, con escasas reservas de agua potable) recibí una carta de mi padre de sangre. Este me decía sabias palabras: 'En los momentos más difíciles, mira la foto que tienes con quien te despidió y trata de estar a su altura, eso te fortalecerá'. Tenía razón”.
Acerca del legado de la persona de Fidel en él, comentaría el doctor habanero Arturo A.Viciedo Vivas: “Aunque no creo que pueda estar jamás tan alto, pero el solo hecho de intentarlo, me hizo el hombre más fuerte que mi cuerpo y mi espíritu me permitían (…) Quien escribe estas líneas sigue tratando de crecer, usando como abono el pensamiento del mejor: 'Ser internacionalistas es saldar nuestra propia deuda con la humanidad. Quien no sea capaz de luchar por otros, no será nunca suficientemente capaz de luchar por sí mismo'”.
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Por la impactante experiencia que vivió el doctor villaclareño Omar Hernández Rivero, en Granadas, el lunes posterior al fallecimiento de nuestro Comandante en Jefe, volvemos a él y contamos lo que le sucedió.
“Recuerdo que era un fin de semana. Tuve la suerte de que no me llamaron para ver ningún caso. El lunes cuando salí a mi recorrido habitual, a cada paso un granadino me decía: 'Mis condolencias, doctor'. Casi no me dejaban caminar. Las personas se veían silenciosas y consternadas.
“Cuando llegué a la puerta del hospital psiquiátrico donde trabajo, vi sentados a la entrada de la sala, un grupo de pacientes psicóticos crónicos, pensé: ¿qué querrán estas personas ahora, con lo mal que yo me siento? Para mi sorpresa todos se pararon muy respetuosamente y organizados cada uno me dio un abrazo de condolencia y a la vez decían unas frases y palabras de elogio a Fidel.
“De manera solemne expresaron su agradecimiento por la ayuda de Fidel a los pueblos del Caribe y África, por su gran amistad con el pueblo granadino y por ser defensor de la raza humana. Fue un momento increíble, casi no pude agradecerles porque un nudo en la garganta no me lo permitía. Ellos entendieron y su respuesta fue cantar 'la guantanamera' en un increíble español.
“Continué para la sala donde debía comenzar el pase de visitas, allí también me estaban esperando y mis compañeros de trabajo me pidieron permiso para hacer una ceremonia religiosa especial en honor a Fidel, de conjunto con algunos pacientes. Terminaron diciéndome en coro: 'El luto no es solo suyo doctor, los granadinos también tenemos luto'”, contó el internacionalista cubano.