Cuba por la salud, como un sacerdocio
Del ejercicio de la Medicina, dijo Martí, «necesítase un alma bien templada para desempeñar con éxito ese sacerdocio».
Un médico completo sana el cuerpo a la par que cura el alma. Si para reconfortarlo, pone sobre el hombro de quien padece la misma mano con que ofrece la píldora, crece más; pero se hará un gigante si brinda su profesión sin dádivas a cambio, si no mide privilegios para darse, si siempre está cuando lo necesitan, si promueve en la medicina preventiva –y así lo enseña– la clave de la salud.
En el concierto del mundo Cuba anda de bata blanca, con hombres y mujeres como aquellos; pero no entre rascacielos y centros comerciales, sino en los páramos y montañas, en los cerros poblados de las ciudades, al llamado de los pueblos luego de algún desastre. Acude urgente a salvar, a sanar, para luego regresarse con la gratitud a cuestas.
Si el legado del eminente Finlay puso el símbolo primero a la fecha que cada 3 de diciembre honra a la Medicina Latinoamericana, el modo en que Cuba revolucionaria entendió esa profesión, y forma a los que la ejercen, e inculca en ellos el espíritu de darla, incluso, muy lejos del país, del confort personal, convierten a esta Isla en monumento a quienes hacen del cuidar de la salud un sacerdocio.
En ese noble oficio, Cuba sigue siendo luz para todo un continente.