Escribo Fidel
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Como aquel que fuera su más alto ejemplo, Fidel fue un inspirador. Sucedió sin pretenderlo. No tuvo que esforzarse para resaltar. Bastó con que fuera él.
Lo mismo en la tribuna –frente a las grandes multitudes de aquí, y del mundo– que en el más estrecho escenario, el rasgo peculiar, el que avisa que se está frente a un ser poco común, fue señal para los otros.
Si fue inspiración entre la gente común, que lo siguió y se le unió para hacer una Revolución titánica, qué decir de lo que significaron sus singulares proporciones para aquellos que tienen como vía de expresión el arte.
Fidel fue, es y será, indefectiblemente, tema y motivo de estudio, figura central en ensayos, imágenes, documentales, canciones, pinturas. Pero hay un espacio intangible en el que el Comandante en Jefe queda atrapado para después renovarse. Se trata del texto lírico, el que construye el poeta.
Un instante de inmensa alegría, el de la confirmación de que el joven rebelde estaba vivo, movió a Carilda a escribir su Canto a Fidel, en el que lo designó con hermosas precisiones y le agradeció «ser de verdad», habernos hecho hombres y haber cuidado «los nombres que tiene la libertad».
«Puro y claro como el agua encendida» lo vio la poetisa Pura del Prado en unos versos que se leyeron en Patria, publicación del Movimiento 26 de Julio, en Nueva York, en octubre de 1957. El cielo te conoce enamorado / te ha visto padre como a tantos otros, / y sabe el salto al fuego que tú has dado / para sacrificarte por nosotros.
Va Fidel, en esa Marcha triunfal del Ejército Rebelde, del Indio Naborí, tras haber derrotado la bestia «por el bien del hombre», conduciendo una caravana victoriosa, que ha vencido la ortiga y las hieles. Y es, como dijera Guillén, el que cumpliría la promesa de Martí de alcanzar para la Patria la soñada independencia.
En otro poema titulado Fidel… Fidel…, Navarro Luna se responde, aunque sabida, la pregunta tantas veces evocada por varias generaciones. ¿Qué tiene Fidel / que los americanos / no pueden con él? (…) Levanta la cabeza, y su cabeza es brote / de libertad que alumbra el esclavo sendero. / ¡Le puede dar lecciones a los héroes de Homero / y se las puede dar también, a Don Quijote!
La pluma de Ángel Augier lo ve ir delante, Fidel de tempestad y ternura, / que dominó la mar y la montaña, / el plomo, el viento, el odio con su hazaña / y devolvió a la patria la estatura.
El don de la ubicuidad, solo cercano a los que no descansan, fue descrito por Mirta Aguirre: Así en Oriente / o en Vueltabajo, / en horas buenas o en horas malas. / En todas partes, Fidel presente: / en el trabajo / o entre las balas / Como si fueran hechos de alas / sus zapatones de combatiente.
Un poema de Alberto Rocasolano concluye así: ¿Y el héroe, / no es la sustancia de sus propias decisiones? / tiempo, di la entereza y el ejemplo de Fidel: / su pensamiento claro, la línea primordial de sus ideas / pues dijo hombre, libertad y mundo / al darse cuenta que un hombre no es un hombre / sin el derecho al pan y la alegría.
En sentidos versos, Jesús Cos Cause decretó: escribo Fidel y el águila ya no levanta el vuelo / y si lo levanta la tengo en la mira de mi fusil. Escribo Fidel y escribo / Ya conozco los caminos. Y Raúl Hernández Novás: como niños subimos por sus brazos, tú tienes una patria, tú, / alzados hermanos que vamos por su senda / donde él nos diga / donde nos digan nuestros ojos / cautos, por siempre abiertos, asidos al temblor que espuma su palabra. Virgilio López Lemus sostiene que nadie puede resumirlo (…) que No se le dedica directamente cosa alguna / Pero cada hombre del pueblo moriría por él / En cualquier circunstancia.
Es cierto que los poetas / atrapan instantes de la vida / y los fijan en la historia, escribió Miguel Barnet en un poema titulado Fidel, y concluía: Pero qué difícil atrapar el futuro / y colocarlo para siempre / en la vida de todos los poetas, de todos los hombres.
En uno de los más estremecedores retratos líricos del Comandante en Jefe, un Juan Gelman, con tono desenfadado y recio, aseguraba que de Fidel se podría decir «soy pueblo» o «gran conductor el que incendió la historia etcétera», sin embargo, su pueblo lo llamaba el Caballo. «Y es cierto / Fidel montó sobre Fidel un día / se lanzó de cabeza contra el dolor contra la muerte / pero más todavía contra el polvo del alma».
Neruda, cantándole le dijo: y si cayera Cuba caeríamos, y vendríamos para levantarla, (…) Y si se atreven a tocar la frente / de Cuba por tus manos libertada / encontrarán los puños de los pueblos, / sacaremos las armas enterradas: / la sangre y el orgullo acudirán / a defender a Cuba bien amada.
Su adiós fue, sin duda, un hito que sacudió no solo a su pueblo, sino al mundo entero. Conmovedoras líneas escribiría la poeta Nancy Morejón ante el suceso: Oh, Comandante, ¿Dónde estás? / ¿O eres el rostro de nosotros preguntando por ti? Oh, Comandante, amigo, dueño de la esperanza. / Los planetas, bajo el arco de las estrellas / y un sol naciente en las ciudades, /se vuelven, ahora mismo, tu escolta para siempre.
Alexis Díaz Pimienta, en su Crónica rota ante la muerte de Fidel suscribía: Me siento sin palabras, yo que las tuve todas, / Yo que alardeaba tanto de locuacidad / Me veo pequeñísimo, mitad de la mitad. / Todas mis no - palabras son elegías, odas, / loas y panegíricos… Todos somos rapsodas / hundidos en el limbo del duro escepticismo. / Yo también militante del mejor fidelismo. / Yo también soy Fidel, siempre fui, sin alardes. / Callar no es ni siquiera la opción de los cobardes. Callar es enterrarse cada cual en sí mismo.
En la efervescencia de su vida, Fidel tocó almas sensibles que le devolvieron, desde sus respectivas visiones, los modos de eternizarlo con las palabras más bellas de que fueron capaces. Si bien recogen estas líneas las voces de solo algunos de los bardos que fueron sacudidos por su personalidad, se sabe que en el pueblo abundan, como también sucede con Martí, incontables instantes de emoción ante Fidel, llevados a la escritura.
Entre tantas otras percepciones, Fidel es también arte. Desestimó con modestia la gloria de la que no le fue posible escapar; no esperó nada a cambio, más que la dicha de su pueblo; no quiso monumentos en su honor. Pero cantarle todos los días de la vida es inevitable. Por los siglos de los siglos iluminará a los creadores. Para impedirlo ya es muy tarde, Comandante.