La osadía de la sobrevida
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Ninguna fuerza en el mundo podrá borrar el paso por la historia de un hombre que es faro y luz a la vez. La obra de Fidel guía los destinos y los caminos, sus ideas se multiplican como un salmo sagrado y sobre ellas se firman las promesas de continuar la lucha, cada vez con más bríos, cada vez con más firmeza.
Estos días de noviembre no son de luto, porque sus valores, su ética y su moral se esparcen como semillas y crecen cada vez más en su pueblo, en las generaciones de cubanos que lo vimos estar siempre en el lugar donde más falta hacía, entregarse sin límites al proyecto de nación que construimos y vencer airoso los desafíos más duros.
Son días de homenaje. La música y los poemas vibran en las calles, los niños lo pintan en los parques, las maestras cuentan sus hazañas, los abuelos evocan los días de la gloriosa caravana y los jóvenes se visten el alma de sus enseñanzas, mientras se preparan, con la misión muy clara, para tomar las riendas del futuro. Ese es el mayor regalo: el compromiso de la obra cotidiana.
Fidel no murió en noviembre. Fidel es el himno que cantan los agradecidos; es la esperanza de los pobres del mundo; es y será, junto a Martí, el soporte de la Revolución Cubana, su esencia misma.
Hay mucho por recorrer para completar su obra, pero es una certeza que los destinos de esta Isla están siendo guiados por su inspiración y su ejemplo.
Este último año hemos sentido con mucha más fuerza su legado, porque fue Fidel quien avizoró que el futuro de Cuba tenía que ser de hombres y mujeres de ciencia. Ese pensamiento suyo, y la inmensa obra que estimuló para materializarlo, han salvado millones de vidas.
Hoy sigue junto a nosotros de pie, inquebrantable; sigue fundando y construyendo; impulsando esos cambios necesarios en beneficio de la obra común; sin importar cuán altas sean las montañas, sigue allí, cabalgando al frente, con el fusil listo y la misma osadía de aquel 26 de julio, cuando no dejó morir las ideas del Apóstol.