El Granma, rajando la niebla
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Me despertaron aquella mañana a las seis.
Había ruido, gritos, fui cerrando de nuevo los ojos hasta quedarme
profundamente dormido.
Soñé que dios bajaba
caramelos hasta las hojas moradas de los árboles del parque,
que tenía un camioncito nuevo.
En el golfo, el Granma avanzaba
rajando la niebla.
Poema, de Luis Rogelio Nogueras
Ni el mal tiempo, ni las turbulencias del mar, ni la sobrecarga de una embarcación que parecía no poder aguantar la travesía de México a Cuba con tanto coraje dentro, pudieron atenuar, la madrugada del 25 de noviembre de 1956, la decisión de los 82 expedicionarios del yate Granma de ser «libres o mártires».
Siete días después, por un punto de la costa sur del oriente cubano, conocido como Los Cayuelos (en Niquero), desembarcaba aquel puñado de hombres que, bajo la guía de Fidel, comenzarían a honrar la sangre derramada en nombre de la independencia.
Tras un viaje convulso y aún con la fatiga a cuestas, aquellos valientes emprendieron un periplo azaroso en medio de un manglar movedizo y traicionero que, por tramos, amenazaba con taparlos; mientras en otras partes las plantas espinosas desgarraban los uniformes y la piel, al mismo tiempo que una nube de jejenes y mosquitos los hostigaba.
Casi cuatro horas demoraron los expedicionarios en atravesar los 1 500 metros que los separaban de tierra firme, en una marcha lenta y penosa, donde se perdió calzado, ropa y
valioso material bélico, pero nunca la fe en el juramento hecho por Fidel a la salida de México: «Si salgo, llego; si llego, entro; si entro, triunfo».
Las jornadas que le siguieron fueron incluso peores. Tres días después, sin apenas alimentarse ni descansar, llegaría el bautismo de fuego frente al enemigo, en Alegría de Pío, y la muerte de algunos combatientes, la captura de otros… la dispersión.
Pero se necesitaba mucho más que aquel revés para derrotar las ansias libertarias. Así se demostraría, apenas pasados unos días, el 18 de diciembre, en Cinco Palmas, cuando, con ocho hombres y siete armas, el Comandante en Jefe profetizó: «¡Ahora sí ganamos la guerra!».
Con esa convicción habían anclado en suelo patrio; sería esa la guía para cada combate futuro en la Sierra Maestra, hasta el triunfo definitivo, y es hoy, 64 diciembres más tarde, la misma que yergue a Cuba frente a los burdos montajes que en vano intentan resquebrajarla.
Con el Granma desembarcaron no solo la utopía de lo posible y de la Patria que soñó Martí, sino también los ideales de soberanía de un pueblo, que no permite que ultrajen su historia, y mucho menos se deja confundir.