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Detalles del Bogotazo: Entrevista con Arturo Alape

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Esta entrevista con el Comandante en Jefe Fidel Castro, según la versión del director de noticias de Radio Caracol, Yamit Amat, tuvo ese día una sintonía de aproximadamente 8 millones de personas, porque era un día estelar ciertamente en la transmisión de la emisora, no ya solo porque se transmitía esa entrevista con el Comandante en Jefe, sino por toda una serie de programas que ellos tenían con motivo del Viernes Santo. Además, ese día pues había muchas más personas en las casas, y ellos estimaron la sintonía en 8 millones.

A continuación fragmentos de la forma en que fue promocionada esta entrevista; durante más de 20 días Caracol estuvo promocionando la entrevista y anunciando que sería transmitida.

Caracol anuncia reportaje exclusivo con el presidente de Cuba Fidel Castro. ¿Qué hacía Castro en Bogotá el 9 de abril de 1948? ¿Qué vio? ¿Qué vivió? El presidente Castro hace al periodista de Caracol, Arturo Alape, apasionante relato: “Sería la 1:15, la 1:30, la 1:20, cuando nosotros salimos del hotel para irnos acercando allá, dar unas vueltas hasta que llegara la hora; yo creo que era a las 2:00 de la tarde más o menos...”

Castro, por primera vez en la radio colombiana responde la gran incógnita: “¿qué hacía en Bogotá el 9 de abril?” ... cuando vemos que empiezan a aparecer gente corriendo, todos desesperados, en todas direcciones, uno, dos, otro por allá, otro por allá, gritando: “¡Mataron a Gaitán, mataron a Gaitán, mataron a Gaitán!” Figúrate, gente divulgando la noticia, gente del pueblo divulgando la noticia en todas direcciones: “¡Mataron a Gaitán!”, corrían por la calle.

Periodista.- ... en la primera pregunta, digamos.

Arturo Alape.- La primera pregunta que le hice al presidente Fidel Castro es la siguiente: ¿cómo surge la idea del Congreso Latinoamericano de Estudiantes, las relaciones entre la Federación de Estudiantes Universitarios de Cuba y los peronistas y por qué surge esa relación? ¿Cuáles eran los objetivos del Congreso Estudiantil? ¿Por qué usted viaja, Comandante, como delegado al Congreso?

Periodista.- Antes de la primera respuesta del Presidente de Cuba...

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Periodista.- Sí, antes de presentar la primera respuesta del Presidente de Cuba a la pregunta de cómo surge la idea del Congreso Latinoamericano de Estudiantes, es que se está organizando un Congreso Latinoamericano de Estudiantes, que debe ser paralelo con la Conferencia Panamericana; y, además, está claro que paralelo también quería decir que había que buscar la manera de afectar un poco el desarrollo de la Conferencia Panamericana. Mientras tanto toda América está convulsionada, en 1948: problemas en Venezuela, problemas en Puerto Rico, problemas en Panamá, problemas en Santo Domingo; es la temporada en América Latina de los grandes dictadores, hay precisamente cerca de 12 dictadores en América Latina en ese momento, que recordemos: Duvalier en Haití, Trujillo en República Dominicana, Batista en Cuba, Remón en Panamá, Somoza en Nicaragua; en Suramérica, está Getúlio Vargas en Brasil, está Perón en Argentina, desde luego, y alguien más en Perú que no recuerdo en este instante y varios conflictos de liberación: el de las Malvinas en Argentina, el del Canal en Panamá, el de Puerto Rico con Estados Unidos...

Arturo Alape.
- Y la dictadura de Trujillo...

Periodista.- ¿En República Dominicana?


Arturo Alape.
- En República Dominicana.

Periodista.- El presidente Castro responde la primera pregunta: ¿cómo surge la idea del Congreso Latinoamericano, cuáles eran los objetivos del Congreso que se reunía en Bogotá?


Fidel Castro.- Ya por aquella época nosotros sentíamos otras causas latinoamericanas, la cuestión de la devolución del Canal a Panamá; era una época de efervescencia estudiantil en Panamá; una época de efervescencia también en Venezuela, puesto que se había producido el derrocamiento de la tiranía en Venezuela y se acababa de elegir a Rómulo Gallegos como presidente de Venezuela; por aquella época existían ya las contradicciones entre Perón y Estados Unidos, fuertes, existían contradicciones fuertes.

Entonces nosotros estábamos ya en todo este movimiento, fundamentalmente que se circunscribía a los siguientes puntos: la democracia en Santo Domingo, la lucha contra Trujillo, la independencia de Puerto Rico, la devolución del Canal de Panamá, la desaparición de las colonias que subsistían todavía en América Latina. Eran los cuatro puntos fundamentales. Esto nos llevó a establecer ciertos contactos, digamos tácticos, con los peronistas, que también estaban interesados en su lucha contra Estados Unidos y en su lucha por algunas de esas cuestiones, porque ellos también estaban reclamando las islas Malvinas allá, que eran una colonia inglesa; ellos tenían una posición antimperialista. Entonces la idea de organizar este Congreso fue una idea mía, la de organizar un Congreso de Estudiantes en América Latina con todas estas banderas, coincidente con la reunión de la OEA del año 1948, que se iba a celebrar en Bogotá. Yo concibo la idea frente a la reunión de la OEA en 1948, que era una reunión promovida por Estados Unidos para, digamos, consolidar su sistema de dominio aquí en América Latina. Yo concibo la idea de que, simultáneamente con la reunión de la OEA, tuviéramos una reunión de estudiantes latinoamericanos detrás de estos principios antimperialistas y defendiendo estas banderas que estoy planteando:

lo de Santo Domingo... no era solo de Santo Domingo, la lucha contra las tiranías en América Latina, lo de Puerto Rico —repito—, lo de Panamá; las colonias existentes, que incluía también las Malvinas, ese era un interés de los peronistas. Las colonias... Eran cuatro puntos, más la lucha en general por la democracia en América Latina, que nos enfrentaba a Estados Unidos. Y yo concibo la idea, simultánea, de en el mismo momento que se celebrara la conferencia de la OEA organizar una reunión de estudiantes latinoamericanos en el mismo lugar, en Bogotá. Entonces, la idea fue mía, la de la organización de la Conferencia de Estudiantes. Yo empiezo a tratar de hacer contactos con estudiantes panameños, que por aquel tiempo tenían una posición muy activa en la lucha por la devolución del Canal, con estudiantes venezolanos. Yo conocía la posición de los distintos países.

Periodista.- Hay dos cosas fundamentales en esta primera respuesta. El Presidente ha dicho que fue suya la idea de organizar el Congreso, y ha dicho que ha entrado en contacto con peronistas para organizar el Congreso.

Arturo Alape.- Sí, en ese momento había dos polos políticos en América Latina: por un lado, la política de Estados Unidos y la expresión de las dictaduras; y, por el otro lado, Perón y la experiencia política que se está haciendo en Guatemala. Por esa razón estos dos polos se unen: por un lado la actitud de Fidel en Cuba, y por el otro lado los peronistas, que estaban haciendo una labor de divulgación de su problema con Inglaterra.

Periodista.- ¿Cómo viaja el Presidente de Cuba? En ese momento el estudiante Fidel Castro tendría 22 años por ahí, Arturo.


Arturo Alape.- Veintiún años tenía.

Periodista.- Veintiún años. ¿A Bogotá, cómo viaja?

Arturo Alape.- El de Cuba viaja a Venezuela, luego a Panamá, y en los primeros días de abril de 1948 llega a Bogotá.

Periodista.- Esta es la descripción hecha por el mismo Castro de cómo llega a Bogotá.

Fidel Castro.-
Entonces concibo el viaje de esta forma: primero visitar a Venezuela, donde se acababa de producir una revolución y había una actitud de los estudiantes más revolucionarios; después visitar a Panamá, y después visitar a Colombia. Le iba a plantear la idea a ellos, a estos universitarios, pedirles la cooperación; a su vez los argentinos se comprometían también a movilizar los estudiantes. Y digamos que esa cooperación la hicieron con nosotros en cooperación con los argentinos, con los peronistas. Para eso se organizó ese Congreso. Desde luego, los recursos para todo eso los movilizamos nosotros mismos; muy poco, teníamos muy poco dinero, era para comprar el pasaje exclusivamente.

Arturo Alape.- Pero a Cuba vino una delegación de los peronistas en aquel momento.


Fidel Castro.- Por aquellos días habíamos hecho contacto aquí con una delegación de la Juventud Peronista, por aquellos días; ellos coordinaron con nosotros que iban a trabajar en ciertas áreas y nosotros íbamos a trabajar en estas otras áreas, para con la fuerza de América Latina organizar ese Congreso de Estudiantes Latinoamericanos.

Yo salí, saqué el pasaje para Venezuela; las líneas aéreas en aquella época eran un tren lechero, y recuerdo que lo primero que me ocurre es que sale el avión y aterriza nada menos que en Santo Domingo.

Periodista.- Una aclaración, el Presidente dice: bueno, yo he tomado el avión, es un “tren lechero”, un avión lechero y “aterriza nada menos que en Santo Domingo”. ¿Por qué Castro utiliza la expresión “nada menos”?

Arturo Alape.- Porque él estuvo involucrado en el año 1947 en una expedición, que se frustró, a Cayo Confite, para luchar contra la dictadura de Trujillo. Cuando se frustra esa invasión, él se lanza del barco cuando entraba en la Bahía de Nipe y fue nadando hasta Saitía, que está frente a Lengua de Pájaro, de ahí pasó en un bote a Nicaro y de allí a la casa de su padre.

Periodista.- Es decir, un año antes de venir a Bogotá, él había estado comprometido con la invasión a Santo Domingo.

Arturo Alape.- Sí.

Periodista.- Muy bien. El presidente Castro continúa su relato.


Fidel Castro.- Entonces hago escala en Santo Domingo. Cometí la imprudencia de bajarme del avión; incluso, tuve la impresión de que me habían reconocido unos tipos que estaban por allí, porque me puse a conversar en el aeropuerto de Santo Domingo; con tan buena suerte que fue poco rato, me monté otra vez en el avión y no pasó nada. Seguí rumbo a Venezuela. En Venezuela había una gran efervescencia; allí estuve en el periódico oficial, creo que era del partido de gobierno, que era de Acción Democrática; allí hice contactos con los estudiantes venezolanos, les planteé la idea de ese Congreso y estuvieron de acuerdo.

Arturo Alape.- Con la Universidad Central.

Fidel Castro.- Sí, me reuní con los estudiantes de la universidad. En ese momento había mayoría de Acción Democrática, Rómulo Gallegos había ganado las elecciones. Nuestros propósitos eran dos: hablar con los estudiantes, pedirles apoyo para la organización del Congreso, e invitarlos a participar en el Congreso, explicarles todas las ideas. Fue exitoso el viaje, los estudiantes venezolanos estuvieron de acuerdo y decidieron mandar una delegación al Congreso.

Entonces, en aquella ocasión ya había sido electo Rómulo Gallegos presidente, y nosotros pedimos una entrevista para explicarle esas ideas. Fuimos a La Guaira, donde había una casa donde estaba Rómulo Gallegos por allá, y entonces hicimos este contacto también pidiendo apoyo para el Congreso.

Después volamos a Panamá, ya con el apoyo de los estudiantes revolucionarios de Venezuela, que eran prácticamente toda la Universidad. En Panamá nos reunimos con los dirigentes estudiantiles; pero en días recientes se había producido una de las tantas balaceras en el Canal y había un estudiante panameño que había sido herido y quedó inválido, y era como un símbolo para todos los estudiantes. Tuve contacto, lo visité. Los estudiantes panameños estaban muy enardecidos y estuvieron de acuerdo con la idea del Congreso, lo apoyaron y decidieron enviar una delegación a Bogotá. Ya teníamos dos países importantes, además de Cuba.

Entonces, de Panamá volamos a Bogotá. Por cierto, nuestros recursos eran muy escasos ya, no nos alcanzaban casi nada más que para alojarnos en el hotel; no teníamos dinero y ni siquiera sabíamos cómo nos la íbamos a arreglar después. Allí nos hospedamos en un pequeño hotelito, un hotelito pequeño, como de 2 ó 3 pisos, bastante acogedor el hotel; en aquel tiempo la vida era muy barata y si usted llevaba dólares, que nosotros teníamos unos pocos, al país, pues el cambio era muy favorable y el alojamiento del hotel y la comida eran muy baratos en aquella época, era en 1948. Llegamos al hotel, inmediatamente establecimos contactos con los estudiantes de la Universidad; era una inmensa mayoría liberal, lo mismo que en Venezuela una inmensa mayoría de Acción Democrática que acababan de hacer la revolución, en Panamá la inmensa mayoría de los estudiantes unidos en la lucha contra el Canal, en Colombia la inmensa mayoría de los estudiantes de izquierda y liberales, y al mismo tiempo con un gran prestigio y una gran influencia de Gaitán.

Periodista.- El hotel al que alude Castro en esta parte del reportaje con Arturo Alape era —porque ya no existe— el hotel Claridge. Actualmente existe ahí una notaría, arriba del periódico La República, carrera Quinta, calle 16, un poquito abajo del llamado Parque de los Periodistas. En esa época también quedaba ahí el periódico El Liberal, de Alfonso López Pumarejo, que era dirigido por Alberto Lleras Camargo.

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Periodista.-
Reportaje exclusivo de Caracol, con el presidente de Cuba, Fidel Castro. Este reportaje tiene derechos exclusivos de autor.

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Periodista.- Estamos en que el Presidente de Cuba, el estudiante Fidel Castro ha llegado a Bogotá, se hospeda en el hotel Claridge en el centro de la ciudad. ¿En ese momento Blas Roca era Secretario del Partido Comunista?

Arturo Alape.- Del Partido Socialista de Cuba, lo mismo que el Partido Comunista de Cuba.

Periodista.-
Hago la aclaración, porque en la siguiente pregunta Arturo ya le dice francamente a Castro, pues aquí en Colombia se ha dicho que el 9 de abril fue la consecuencia de un complot comunista.

Arturo Alape.- Es la versión que siempre se ha planteado, que esto fue el resultado de un complot comunista internacional.

Arturo Alape.- ¿Usted me permite volver un poco atrás?

Fidel Castro.- Correcto.

Arturo Alape.- En toda la investigación de los hechos del 9 de abril se habla de que esto fue un complot comunista, del comunismo internacional. Incluso hay un documento, que se publicó en Colombia, de Blas Roca, un supuesto documento dando instrucciones a los comunistas colombianos, y siempre que se hacen publicaciones cada año pues sacan unos documentos diciendo que usted era un instrumento del comunismo internacional. ¿En ese momento usted era comunista?

Fidel Castro.- En ese momento ya yo había entrado en contacto con la literatura marxista, ya yo había estudiado la economía política, por ejemplo, y tenía conocimiento sobre todas las teorías políticas, me sentía atraído por las ideas fundamentales del marxismo. Yo fui adquiriendo una conciencia socialista a lo largo de mi carrera universitaria, a medida que fui entrando en contacto con la literatura marxista, pero en aquel tiempo yo no tenía... Había unos pocos estudiantes comunistas en la Universidad de La Habana y tenía relaciones amistosas con ellos; pero yo no era de la Juventud Comunista, yo no era militante del Partido Comunista, mis actividades no tenían absolutamente nada que ver con el Partido Comunista en aquella época. Pudiéramos decir que yo tenía en ese momento una conciencia antimperialista, los primeros contactos con la literatura marxista, y que me sentía inclinado a las ideas marxista-leninistas; me sentía inclinado, pero no tenía ninguna filiación, ninguna vinculación con el Partido Comunista y ninguna vinculación con la Juventud Comunista, salvo relaciones de amistad con distintos jóvenes comunistas, muy trabajadores, muy estoicos, con los cuales yo simpatizaba y admiraba. Pero el Partido Comunista de Cuba, ni la Juventud Comunista, tuvieron absolutamente nada que ver con la organización de este Congreso de Bogotá. Realmente puede decirse que en esa época yo estaba adquiriendo una conciencia; tenía iniciativas, era activo, luchaba ya, pero digamos que era un luchador independiente en ese momento, en esencia.

Periodista.- El Presidente, pues, ha dicho que no era comunista, pero que tenía ya contacto con la literatura marxista. Ya está en Bogotá. ¿Cuándo llega a Bogotá?

¿Cuándo llega él a Bogotá, Arturo?

Arturo Alape.- En los primeros días de abril.

Periodista.- ¿Pero qué día?

Arturo Alape.- Es muy difícil, porque con él no pudimos reconstruir exactamente la fecha.

Arturo Alape.- ¿Usted llega a Bogotá en qué fecha?

¿Llegó el primero o dos de abril?

Fidel Castro.- ¿Qué día fueron los sucesos?

Arturo Alape.- Nueve de abril.

Fidel Castro.- Creo que debo haber llegado allí unos 5 ó 6 días. Tal vez si por ahí hubiera un pasaporte mío... Tendría que buscar en papeles de archivo para precisar la fecha exacta; no sé siquiera si existe mi pasaporte de aquella época.

Antonio Núñez.- Se guardan, Fidel, todos esos documentos se guardan.

Fidel Castro.- Pero fue unos 5 ó 6 días, máximo 7, mi impresión. Entre 5 y 7 días antes del 9 de abril es que yo llego a Bogotá.

Arturo Alape.- Tuvo contactos ya...

Fidel Castro.-
Bueno, figúrate... Ahora, nosotros siempre lo que hacíamos es que nos dirigíamos a los estudiantes universitarios. Ya teníamos información de que la izquierda y el Partido Liberal eran mayoría en la Universidad.

Periodista.- Dentro de las investigaciones que usted ha hecho, Arturo, ¿tiene establecido exactamente qué día llegó Castro a Bogotá?

Arturo Alape.- Realmente ha sido muy difícil, pero hace unos días hicimos conocer al público unos documentos, en los cuales se explicaba que Fidel fue detenido el 3 de abril en Bogotá. Entonces él debió llegar el primero de abril más o menos.

Periodista.- Bueno, ahora vamos a hacer un pequeñísimo...

Arturo Alape.- El fue detenido —perdón—, lo veremos más adelante.

Periodista.-
¡Uy!, pero claro.

Una presentación de cómo era Bogotá por esto, porque durante el reportaje, durante el relato que Castro hace de lo que pasó, de lo que está pasando, él hace referencia a algunos sitios de Bogotá, y es importante tener claramente en la mente en este momento cómo era Bogotá.


Arturo Alape.- En ese entonces Bogotá era una ciudad de unos 600 000 habitantes, el centro llegaba hasta San Diego y la parte, digamos, más lejana creo que es la 60 con carrera Séptima, en fin, ¿no?

Periodista.- Arturo, la parte fundamental de la ciudad llegaba hasta la Avenida de Chile actualmente.

Arturo Alape.- Sí, sí.

Periodista.-
Y, efectivamente, Bogotá tenía un gran centro y un único centro, es decir, la Plaza de Bolívar y el Parque de Santander, el eje del centro de la ciudad. Posteriormente, con el desarrollo, la ciudad pues hoy tiene varios centros, la verdad es esa, y usted tiene razón, tenía aproximadamente 600 000 habitantes, hoy tiene 4 600 000 habitantes.

Puntos importantes en ese momento en Bogotá: el Ministerio de Defensa, que es muy importante ahora, en ese momento, el 9 de abril de 1948, estaba donde hoy está el hotel Renar.

Arturo Alape.- Sí.

Periodista.- La Radio Nacional estaba cerca de donde hoy está el hotel Renar.

Arturo Alape.-
Sí.

Periodista.- El Parque de la Independencia es el parque más importante de Bogotá, el de la 26.

Arturo Alape.
- El de la 26, donde quedan los puentes.

Periodista.- El parquecito de Santander está también en ese momento ahí y es muy importante en la revuelta.

Veamos cómo describe el presidente Castro a la Bogotá de entonces.

Fidel Castro.- Nosotros inmediatamente buscamos a los dirigentes universitarios, nos reunimos con ellos y les planteamos la idea del Congreso, y ellos estuvieron de pleno acuerdo. Entonces a grandes rasgos, ¿no?, yo no te voy a decir todos los detalles, dónde desayuné ese día (Risas); no voy a contarte eso, porque, lógicamente, no puedo recordar todo aquello en la ciudad de Bogotá (Risas).

Entonces, podría decirte cómo me impresionó Bogotá: me llamó mucho la atención, primera vez en mi vida que estaba en Colombia y primera vez en mi vida que estaba en Bogotá. La ciudad se caracterizaba, en primer lugar, por una cosa que para nosotros no era familiar: las calles se dividían en calles y carreras; lo primero era entender aquello de que las carreras iban en una dirección y las calles iban en otra.

Antonio Núñez.
- En jirones y carreras.

Fidel Castro.-
Me llamaba la atención, sobre todo en esa carrera Séptima que quedaba cerca del hotel, la gran cantidad de personas en la calle durante todo el día, sin que yo pueda explicarme, ni entonces ni ahora siquiera, por qué había una multitud de personas en la calle, con sus sobretodos; tal vez en aquella época hacía más frío que ahora. La ciudad no había crecido tanto; no era una ciudad moderna, era una ciudad bastante antigua. Y había muchos cafés a lo largo, se entraba; parece que era un hábito, una tradición colombiana, el llegar a los cafés, tomar café, y todo el mundo con su sobretodo. Y, sobre todo, lo más curioso para nosotros era ver siempre en la calle una gran multitud de personas allí; me imagino que habría un desempleo muy grande, pero aún no alcanzo a comprender por qué a todas horas había tantas personas en la calle Bogotá, sobre todo en aquella carrera Séptima.

Arturo Alape.- Queda el epicentro comercial exactamente allí.

Fidel Castro.- Mucha gente moviéndose. Y, por supuesto, celebrándose la reunión de la OEA, la Conferencia de la OEA, la ciudad se había preparado para eso; se había hecho una organización policíaca para tender la Conferencia, les habían dado uniformes nuevos y flamantes a los policías que atendían la Conferencia, todo eso. Pero nosotros estábamos en nuestro Congreso, en que lo único que nos interesaba, paralelamente con la reunión de la OEA, era la reunión de los Estudiantes Latinoamericanos con estos propósitos, estos objetivos que habíamos planteado. Entonces se hicieron rápidamente nuestros contactos, como te dije, con los estudiantes, las primeras reuniones y ya todo el plan de la organización del Congreso, que debía concluir con un acto en un estadio.

Arturo Alape.- El estadio era la Plaza de Toros.

Fidel Castro.- En un estadio, era en un estadio. Bueno, será Plaza de Toros el estadio. Yo sé que era en un estadio donde se organizaban los grandes actos.

Arturo Alape.- En la Plaza de Toros.

Fidel Castro.- Los estudiantes inmediatamente nos hablaron de Gaitán. Gaitán era en aquel momento la figura política de más prestigio, de más apoyo popular; se le consideraba, sin dudas de ninguna clase, el hombre que iba a obtener el triunfo en las próximas elecciones de Colombia. Los estudiantes apoyaban a Gaitán en su inmensa mayoría. Los estudiantes liberales nos pusieron en contacto con Gaitán. No tuvimos contactos con el Partido Comunista Colombiano; aunque entre la gente con que nos reunimos en la Universidad había liberales y había comunistas, y estaban participando —digamos— los liberales y la fuerza de izquierda en la organización del Congreso, idea que le había agradado mucho a ellos y que acogieron con entusiasmo. Entonces estábamos en esa fase precisamente de la organización del Congreso y habíamos tenido las primeras reuniones, estábamos en ese período. Entonces, ellos me pusieron en contacto con Gaitán y me llevan a visitar a Gaitán.

Periodista.- Atención: aquí es el momento del primer encuentro de Castro con Gaitán.

Arturo Alape.- Eso, según los datos, es el 7 de abril.

Fidel Castro.- Debe haber sido el 7, te voy a decir por qué. Nosotros fuimos a explicarle a Gaitán todas las ideas que teníamos y pedirle apoyo. A Gaitán le entusiasmó la idea del Congreso y nos ofreció su apoyo. Conversó con nosotros; se habló incluso, y él estuvo de acuerdo con la idea, de que el Congreso... (Interrupción).

Arturo Alape.- Siga, Comandante.

Fidel Castro.- El nos dio todo su apoyo y nos prometió que él clausuraría el Congreso de los Estudiantes Latinoamericano con un acto de masas en la plaza, en la plaza, en una plaza. Yo no puedo recordar ahora cuál era la plaza exactamente, pero era una plaza; y nosotros, naturalmente, nos sentíamos muy satisfechos, optimistas, con el apoyo de Gaitán, porque eso garantizaba el éxito del Congreso; además, con movilización pública y con su presencia en la clausura del Congreso. Y nos citó para dos días después, nos citó como para las dos de la tarde o dos y cuarto de la tarde en su oficina —creo que era en la calle Séptima—, que se subía por una escalera así como de madera y se llegaba a su despacho. Y nosotros estábamos citados con él en la tarde del día 9. En esa ocasión él nos dio distintos materiales, nos explicó la situación de Colombia, y por cierto que nos entregó un folleto con su discurso de la Oración de la Paz.

Arturo Alape.- Muy hermoso.

Fidel Castro.- De la Oración de la Paz, que era una pieza oratoria magnífica. El nos entregó los folletos con distintos materiales políticos de Colombia y nos entregó la Oración de la Paz.

Periodista.- La Oración de la Paz es una intervención de Gaitán que el presidente Castro menciona varias veces en el reportaje, además, porque le emocionó mucho, ¿no?

Arturo Alape.- Sí.

Periodista.- Dice la Oración: “Apenas os pedimos que nuestra patria no transite por caminos que nos avergüencen ante propios y extraños; os pedimos hechos de paz, os pedimos que cese la persecución de las autoridades; así os lo pide esta inmensa muchedumbre.

“Os pedimos una pequeña y grande cosa: que las luchas políticas se desarrollen por los cauces de la constitucionalidad. No creáis que nuestra serenidad, esta impresionante serenidad, es cobardía; nosotros, señor Presidente, no somos cobardes, somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías de este suelo sagrado, somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la libertad de Colombia. Impedir, señor, la violencia: queremos la defensa de la vida humana, que es lo menos que puede pedir un pueblo; en vez de esta ciega fuerza desatada, debemos aprovechar la capacidad de trabajo del pueblo para beneficio del progreso de Colombia.

“Señor presidente Ospina, nuestra bandera está enlutada, y esta silenciosa muchedumbre y este grito mudo de nuestros corazones solo es reclaman que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a vos, a nuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes”.

Castro tiene en su poder el texto de la Oración de la Paz.


Arturo Alape.- Sí, él posteriormente cuenta que él llevó este documento. Este documento fue leído por Gaitán en esa majestuosa manifestación, que él llamó la Manifestación del Silencio, en la Plaza Bolívar, en febrero del año 1948.

Periodista.- Hacemos este paréntesis sobre la intervención de Gaitán, porque, contrariamente a lo que algunas personas piensan, la situación de Colombia en ese momento ya era de violencia; no comienza la violencia con el 9 de abril, no, viene desde el año 1946 exactamente. Y es muy importante hacer esta aclaración y hacer referencia a la oración de Gaitán, porque la Manifestación del Silencio es una manifestación producto de una situación de violencia que ya está viviendo Colombia. Por eso la explicación que enseguida da el presidente Castro.

Fidel Castro.- Había gran efervescencia en aquellos días en Colombia, porque todos los días se cometían 20, 30 asesinatos. En los cintillos de los periódicos todos los días aparecían las noticias: en tal lugar asesinados 30 campesinos, en tal lugar asesinados 25 campesinos; prácticamente, en los días que estuvimos allí, todos los días aparecían noticias en los periódicos de asesinatos políticos. Nos explicaron todo el papel de Gaitán, su lucha por encontrar una solución a aquella situación de violencia; la Manifestación del Silencio, que había organizado con decenas o cientos de miles de personas, que había sido una manifestación impresionante. Entonces él había pronunciado en esa ocasión precisamente de la Manifestación o de la Marcha del Silencio, en que decenas o cientos de miles de personas habían marchado en absoluto silencio y al final de la cual él había pronunciado su Oración de la Paz.

Nosotros inmediatamente, yo me puse a leer todos aquellos materiales y a empaparme de la situación en su conjunto en Colombia.

También por aquellos días había un juicio muy famoso, que era el juicio del Teniente Cortés.

Periodista.- Dos observaciones: vean la memoria prodigiosa de Castro. Recuerda que era la Manifestación del Silencio, hasta el apellido del Teniente que en ese momento se está juzgando.

¿Quién era el Teniente Cortés?


Arturo Alape.- El Teniente Cortés era un militar que durante 8 años fue acusado por la muerte de un periodista, de apellido Galarze Manisales. Gaitán había defendido por dos veces al Teniente Cortés, y el 8 de abril, o el 9 de abril en la madrugada, volvió a sacarlo libre. A eso se refiere el presidente Fidel Castro.

Periodista.- Es fundamental la incidencia de este episodio que parece anecdótico, porque la defensa de Gaitán comprometió a las Fuerzas Armadas con un movimiento de simpatía hacia Gaitán, por la defensa que hizo, exitosa, del Teniente Cortés.

Arturo Alape.- Incluso se estaban preparando, en muchas de las guarniciones militares del país, homenajes a Gaitán por la defensa que había hecho del teniente Cortés.

Periodista.- Fidel Castro.

Fidel Castro.- Cortés se llamaba. Creo que había ocurrido un incidente entre un militar y un periodista.

Arturo Alape.- Eso fue... ocho años atrás había sido.


Fidel Castro.- Entonces, por aquellos días concluía el juicio. Y a nosotros, los estudiantes nos habían informado de Gaitán, su figura política, su pensamiento político y, además, su condición de un abogado excepcional, extraordinario. Incluso nos invitaron —nosotros asistimos—, creo que fue a la última sesión de la audiencia en que Gaitán estaba haciendo la defensa del teniente Cortés. Por aquellos días se transmitía por radio todo el juicio y prácticamente en todo el país se escuchaba la defensa de Gaitán por radio, que, por cierto, en aquel momento este juicio se había convertido en un problema político importante y prácticamente en todos los cuarteles se estaba escuchando el juicio por radio y se estaba escuchando el alegato de Gaitán. Y yo recuerdo, como estudiante de Derecho, que yo con especial interés escuché. Recuerdo algunas partes, cuando él hablaba de la bala, de la trayectoria de la bala y mencionaba algunos tratados de Anatomía, incluso algunos tratados franceses de Anatomía. Y yo como estudiante de Derecho me interesé mucho por el caso, por la exposición y el alegato que él estaba haciendo, que era realmente brillante.

De modo que por aquellos días en Colombia, además de la situación de violencia y de sangre, estaba teniendo lugar un juicio que adquiría magnitud política, gran magnitud política. Y yo diría que en el Ejército se escuchaba el discurso de Gaitán, en las estaciones de policía, en los cuarteles, y que tanto la opinión pública como la opinión de los militares, era favorable al teniente Cortés. Es decir, coincidían en ese momento todos esos criterios con las posiciones que mantenía Gaitán.

Arturo Alape.- ...

Periodista.- Como Arturo está un poco distante del Presidente, no se entiende bien la pregunta. Arturo pregunta:

Arturo Alape.- ¿Qué impresión tiene usted, Comandante, de Gaitán en la reunión que tuvieron sobre la conferencia estudiantil y luego viéndolo ya como abogado?

Había un Comité de Defensa, organizado por los presos militares, que conseguían plata para la defensa de Gaitán. Eso fue muy interesante.


Fidel Castro.- Entonces, nosotros estábamos esperando...

Bueno, ¿qué incidente ocurrió un día?

Arturo Alape.- Perdón, pero, ¿qué impresión tiene usted de la figura de Gaitán ya en estas dos reuniones: una, la conversación sobre la conferencia, y luego viéndolo ya en acción como abogado?

Fidel Castro.- Mira, yo tenía una impresión realmente muy buena de Gaitán. La tuve, el primer lugar, porque en eso influyeron las opiniones absolutamente mayoritarias y la admiración de los estudiantes que se habían reunido con nosotros en la Universidad; la tuve de la conversación con él: un hombre con su tipo indio, trigueño, un tipo indio, muy inteligente; la tuve de sus discursos, especialmente de la Oración de la Paz, que era realmente el discurso de un orador virtuoso: preciosista, bello, y además elocuente; la tuve, porque se identificaba con la posición más progresista del país y frente al gobierno conservador; la tuve como abogado también por lo brillante que era, es decir: brillante político, brillante orador, brillante abogado. Todas esas cosas me causaron una impresión muy grande. Y, al mismo tiempo, nos agradó mucho su apoyo, el interés con que él había tomado nuestras ideas sobre el Congreso de los Estudiantes y la facilidad, la disposición y la generosidad con que apoyó; nos prometió ayudarnos y cerrar con un gran acto de masas el Congreso de los Estudiantes, lo que demuestra que incuestionablemente estaba de acuerdo con los puntos de vista que estábamos defendiendo nosotros, y que estaba en oposición a toda aquella comedia que se organizaba en la reunión de la OEA. Todos esos factores hicieron que nosotros experimentáramos una gran simpatía por ellos. Luego, veíamos claramente que la inmensa mayoría del pueblo lo apoyaba.

Entonces, incidente que ocurrió entre los días que nosotros tuvimos las reuniones con los estudiantes, los pasos organizativos del Congreso y la entrevista con Gaitán, es el siguiente, que se dio una función de gala en un teatro por allí —yo me acuerdo—, un teatro muy clásico y muy bonito. Yo no recuerdo ahora como se llamaba el teatro aquel.

Antonio Núñez.- El Colón puede ser, es el Colón.

Arturo Alape.- El Colón.

Fidel Castro.- Creo que la función de gala tenía que ver con la conferencia. Entonces, jóvenes al fin, un poco inmaduros, nosotros habíamos impreso unas proclamas; no sé si quedará por ahí alguna de las proclamas esas en algún lugar.

Arturo Alape.- Pero yo quiero puntuar. Dice usted que...

Fidel Castro.- Tal vez esté por ahí, una proclama donde planteábamos todas las consignas del Congreso: estaba la lucha por la democracia en Santo Domingo, la lucha por la independencia de Puerto Rico, la devolución del Canal a Panamá, la desaparición de las colonias en América Latina y la lucha por la democracia.

Entonces, nosotros habíamos mandado a imprimir unos panfletos para hacerle un poco de propaganda a nuestro Congreso, y entonces la habíamos llevado a un teatro, al teatro a la función de gala, y soltamos nuestros panfletos en la función de gala.

Quizás técnicamente habíamos estado cometiendo alguna infracción, no sé; pero no lo hicimos con la intención de violar las leyes ni mucho menos (Risas), sino de hacerle propaganda a nuestro Congreso.

Entonces después caímos presos.

Arturo Alape.- Esto es cierto, los informes de...


Fidel Castro.- Sí, sí, caímos presos.

Arturo Alape.- ...

Fidel Castro.- Parece que al nosotros significarnos, en poco tiempo la Policía Secreta de allí conoció que había unos estudiantes organizando un congreso por aquel tiempo, conoció algo de nuestras actividades; más la distribución del panfleto en el teatro, cosa que a nosotros nos parecía lo más natural del mundo y que solíamos hacer aquí en Cuba, y entonces, como consecuencia de eso, llega la policía. No recuerdo exactamente dónde y cómo fue que me arrestaron, pero creo que estábamos, incluso, en el hotel.

Arturo Alape.- ¿Pero no fue en el mismo teatro?

Fidel Castro.-
Yo no estoy seguro de que fue en el teatro que nos arrestaron, creo que fue en el hotel.

Periodista.- Dos aclaraciones: se trataba, evidentemente, del teatro Colón. ¿Era la noche de la inauguración, había una sesión de gala?

Arturo Alape.- Sí, en ese momento se estaba presentando una función de gala en homenaje a los delegados.

Periodista.- ¿A la OEA?

Arturo Alape.- A la Novena Conferencia Panamericana. Y, evidentemente, a Fidel lo detienen; es en el teatro, luego lo conducen a su cuarto del hotel Claridge, ¿no? Eso es el día 3.

Periodista.-
El atrevimiento del estudiante Castro en ese momento llega a estos extremos. Era la inauguración oficial, el teatro estaba lleno de delegados y, además, estaban presentes el presidente Ospina y, a su lado, el doctor Laureano Gómez.

Arturo Alape.- Sí.

Periodista.- En un momento regresamos con el presidente Castro.

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Periodista.- Estamos en la noche del 7 de abril de 1948. Y estamos en que detienen a Fidel Castro.

Arturo Alape.- El informe dice que fue en el teatro y que luego lo citaron a Inmigración.

Fidel Castro.- No, no, no, a nosotros llegaron y nos arrestaron, y nos llevaron para unas oficinas tenebrosas que había por allí, en unas callejuelas, un lugar de pasillo oscuro, y entonces nos llevaron allí con los panfletos; pero yo creo que nos arrestaron en el hotel. Quizás las actas puedan decir con más veracidad y más exactitud las circunstancias en que nos arrestaron; pero me parece recordar que tocaron y nos llevaron presos, me parece recordar eso: sé qué íbamos por unas callejuelas a unos edificios sórdidos por allí.

Arturo Alape.- ¿A quiénes llevaron preso, a usted y a...?

Fidel Castro.- Y al otro cubano que estaba conmigo, éramos dos. Y entonces nos llevaron por aquellos edificios, por aquellos pasillos, y nos sentaron por allá y nos hicieron un interrogatorio. A decir verdad, quizás por el idealismo de uno, era un momento del ardor ese de la juventud, nosotros les explicamos a las autoridades allí quiénes éramos, qué estábamos haciendo, que estábamos organizando un Congreso, cuáles eran nuestros propósitos en ese Congreso: lo de Puerto Rico, lo del Canal de Panamá, lo que estaba en el panfleto y las ideas por las cuales estábamos organizando el Congreso.

A decir verdad, parece que tuvimos un poco de elocuencia en la conversación que tuvimos allí con las autoridades (Risas). La cuestión es que hasta, incluso, yo saqué la impresión de que a alguna de aquella gente le gustó lo que nosotros estábamos planteando allí; habíamos sido persuasivos con ellos. Tal vez se dieron, a la vez, cuenta de que nosotros no éramos una gente peligrosa ni mucho menos, ni nos estábamos inmiscuyendo en los problemas internos del país; tal vez porque les gustó alguna de las cosas que estábamos planteando. Ignoro las razones; pero el hecho es que después de aquel interrogatorio nos ficharon, todo eso, y nos pusieron en libertad. Quizás nosotros estábamos corriendo un peligro mayor de lo que nos imaginábamos; pero en ese momento no estábamos conscientes, sino simplemente, después del interrogatorio y todo aquello, fuimos para el hotel otra vez y continuamos muy tranquilos nuestras actividades.

Arturo Alape.- Pero los estaban siguiendo, los informes dicen que los estaban siguiendo.

Fidel Castro.- Lo más probable es que nos estuvieran siguiendo; pero de todas maneras nosotros no estábamos haciendo nada malo, lo único que estábamos haciendo era organizar un Congreso de Estudiantes (Risas), y teníamos contactos con una de las figuras políticas más importantes del país. Ellos a lo mejor subestimaron esas actividades.

En realidad, objetivamente, fuera de la cuestión ideológica, fuera de la cuestión de los objetivos que perseguíamos nosotros, no constituíamos ningún tipo de peligro en absoluto para el Estado, ni para el Gobierno colombiano; lo que nosotros estábamos haciendo no tenía nada que ver con los problemas internos de Colombia, lo que nosotros estábamos haciendo no tenía nada que ver con el Estado colombiano; era una idea latinoamericana la que nosotros estábamos defendiendo y no nos inmiscuíamos absolutamente para nada en los problemas internos de Colombia. Esa es la realidad; excepto que se tomara como una cosa agraviante el hecho de que nos reuniéramos con los estudiantes y que nos reuniéramos con Gaitán. Si quitamos el hecho de que nosotros habíamos repartido unos panfletos, que no se toma como actividad delictiva en ninguna parte del mundo, excepto en un gobierno represivo, Pinochet o alguno de esos... Nosotros habíamos, hasta con bastante candidez y sin ningún espíritu provocador, repartido nuestras proclamas en el teatro. Eso es todo lo más que pudiera considerarse una infracción; pero no era infracción contra el Estado colombiano, sino era contra Estados Unidos. En dos palabras: lo nuestro era contra Estados Unidos.

Seguimos nuestra actividad, aunque nos estuvieran siguiendo. Yo me imagino que una de las tareas de la Policía Detectivista... Era la Oficina de Detectivismo, creo que se llamaba así: Oficina de Detectivismo. Ese fue nuestro primer contacto con aquella... Seguramente nos siguieron; pero me imagino que la policía tiene mucha gente, tiene dinero y se dedica a seguir a la gente allí.

Arturo Alape.- ¿Ustedes hicieron un manifiesto en una de esas reuniones y lo lanzaron, o fue el mismo manifiesto que lanzaron en el teatro?

Fidel Castro.- Yo no estoy ahora en los detalles, pero yo creo que se hizo este manifiesto que mandamos al teatro y posiblemente se había proyectado hacer algunos documentos más, pero todos relacionados con estos temas, que no tenían nada que ver con la política interna de Colombia. Esa es la realidad.

Entonces, distintos contactos de este tipo.

No te podría decir qué hicimos el 8, pero estábamos en la organización del Congreso y estábamos esperando una reunión con Gaitán a las dos de la tarde, o a las dos y cuarto de la tarde del día 9.

Periodista.- Arturo, ¿por qué le pregunta usted con tanta seguridad al presidente Castro por cuál razón lo estaban siguiendo?

Arturo Alape.- Porque, evidentemente, había mucha vigilancia para la realización de la Conferencia Panamericana, pues ya había información de que estudiantes latinoamericanos estaban organizando su reunión paralelamente contra la Conferencia Panamericana. Es más que obvio, pues, que en una situación de esa naturaleza se estuviera siguiendo a uno de los organizadores del evento estudiantil.

Periodista.- Ahora, el presidente Castro dice que él estaba con otro cubano. La verdad es que no eran dos, sino cuatro cubanos.

Arturo Alape.- Sí. El viene, o viaja, junto a Rafael del Pino, y posteriormente de Cuba vienen al encuentro estudiantil dos dirigentes estudiantiles; Enrique Ovares y Alfredo Guevara vienen por la Federación Estudiantil Universitaria.

Periodista.- El estudiante Castro no recuerda qué hizo el 8 de abril en el relato. Acaba de decir el Presidente que él tenía una cita con Gaitán el 9 de abril, a las dos o a las dos y cuarto de la tarde. Eso consta, además, en la agenda de Gaitán.

Arturo Alape.- Del propio Gaitán.

Periodista.- Sí.

Entonces se plantea uno de los temas centrales de la gran controversia en torno a Castro: ¿qué hacia él tan cerca del sitio donde mataron a Gaitán? Esa pregunta la plantea inmediatamente Arturo Alape.

Arturo Alape.- Es decir, esos informes de la policía... de ahí es cuando viene la importancia de la detención.

Fidel Castro.- Claro.

Arturo Alape.- El 11 de abril, el Gobierno colombiano habla de su estadía en Bogotá.

Fidel Castro.- Pero eso es después, dos días después.

Arturo Alape.- Diciendo a raíz de este informe, la policía, que los siguieron, que usted estaba cerca del sitio donde cayó Gaitán a la una de la tarde.

Fidel Castro.- A la una de la tarde. Nosotros teníamos cita con Gaitán a las dos de la tarde o a las dos y cuarto de la tarde, más o menos —nos había citado—, para continuar conversando sobre el Congreso, y concretar lo relacionado con el acto que se iba a dar al final del Congreso, en el cual él iba a participar. El nos citó a nosotros para... creo que era a las dos y cuarto de la tarde; o dos, o dos y cuarto.

Arturo Alape.- El dato está en la agenda de él, ese es un dato interesante.

Fidel Castro.-
Claro. Eso es muy interesante. Yo no conozco esos materiales, como imaginarás.

Presidente.- A partir de este momento, el presidente Castro inicia el relato de qué fue lo que pasó el 9 de abril.

Fidel Castro.- Nosotros ese día almorzamos en el hotel y estábamos haciendo tiempo; estábamos haciendo tiempo para que llegara la hora de la cita con Gaitán.

Estábamos en el hotel, que a mí me parece que el hotel no está donde tú lo señalas en el mapa, porque nosotros salíamos del hotel, bajábamos como dos cuadras o tres, llegábamos a la Séptima y después tomábamos a la izquierda para ir al lugar donde estaba lo de Gaitán, o ir para, digamos, la plaza donde se estaba celebrando la Conferencia de la OEA. Es decir, por eso a mí me parece que el hotel Claridge debe estar situado un poco más acá.

Arturo Alape.- Sí.

Fidel Castro.- Es decir...

Arturo Alape.- Tendría que ser acá para...

Fidel Castro.- Me parece que era por aquí, porque nosotros íbamos por aquí y después veníamos para acá a donde estaba Gaitán.

Nosotros tomábamos a la izquierda, agarrábamos la calle, íbamos a salir a la Séptima y después tomábamos la izquierda sí queríamos ir en dirección más o menos a donde estaban los cafés, o lo de Gaitán, o donde estaba el Palacio del Parlamento donde estaba celebrándose la conferencia.

Arturo Alape.- Perdón. En el documento que yo le entregué al Comandante, ahí están estos datos del hotel.

Antonio Núñez.- El lo leyó.

Arturo Alape.- No, pero los...


Fidel Castro.
- No, los materiales que él me mandó yo no he podido leerlos.

Antonio Núñez.- No, no, él se refiere a las preguntas donde hay ciertos datos.

Arturo Alape.- Sí, pero...


Fidel Castro.-
Yo nada más he visto el cuestionario de él.

Arturo Alape.- No, pero los datos yo se los entregué a él.

Fidel Castro.-
Yo te prometo estudiar eso, si a mí eso me interesa mucho; yo te prometo estudiar y ver los detalles.

Pero yo te digo que del hotel íbamos en dirección a la Avenida Séptima, o la Carrera Séptima, y entonces de ahí doblábamos a la izquierda, si queríamos ir para la oficina de Gaitán, o si queríamos ir en dirección a la plaza que está frente al Parlamento. Es lo que yo recuerdo, eso sí yo lo recuerdo con mucha precisión.

Entonces nosotros estábamos haciendo tiempo en el hotel y ya salimos del hotel. Sería después de la una, sería una y cuarto, una y media, que nosotros salimos del hotel, esperando que llegara la hora en que teníamos que ir a reunirnos con Gaitán. Entonces, en ese momento, cuando ya salimos a la calle, empezaron a aparecer gente corriendo en distintas direcciones, gente como enloquecida corriendo en una dirección, en otra, en otra.

Y lo que sí te puedo decir, yo te puedo asegurar que lo del 9 de abril no lo organizó nadie; pienso plantearte este punto de vista, porque lo vi casi desde los primeros momentos. Y te puedo asegurar que lo del 9 de abril fue una explosión espontánea completa, que ni lo organizó nadie, ni lo podía organizar nadie. Unicamente los que organizaron el asesinato de Gaitán podían imaginarse lo que podía ocurrir; tal vez los que organizaron el asesinato lo hicieron para eliminar a un adversario político, los que lo organizaron; tal vez podían imaginarse la explosión, tal vez ni siquiera se la imaginaban.

Pero es que a partir del hecho del asesinato de Gaitán, se produce una fabulosa explosión de forma totalmente espontánea. Nadie puede atribuirse haber organizado lo del 9 de abril, porque precisamente lo del 9 de abril de lo que careció fue de organización. Eso es la clave: careció en absoluto de organización.

Sería la una y cuarto, la una y media, la una y veinte, cuando nosotros salimos del hotel para irnos acercando allá, dar unas vueltas hasta que llegara la hora; yo creo que eran las dos de la tarde más o menos en que nosotros teníamos la cita, dos o dos y cuarto. Es probable que fuera las dos de la tarde, porque ya nosotros después de almuerzo, después de la una, salimos para ir caminando, dar una vuelta y acercarnos a la oficina de Gaitán, cuando vemos que empiezan a aparecer gente corriendo, todos desesperados, en todas direcciones, uno, dos, otro por allá, otro por allá, gritando: “¡Mataron a Gaitán, mataron a Gaitán, mataron a Gaitán!” Figúrate, gente divulgando la noticia, gente del pueblo divulgando la noticia en todas direcciones: “¡Mataron a Gaitán, mataron a Gaitán!”, corriendo por una calle y por otra, por otra, por otra; pero gente enardecida, gente indignada, gente en una situación dramática, trágica, planteando lo que había ocurrido, una noticia. Empezó a regarse como pólvora la noticia. A tal extremo, que nosotros habíamos caminado como dos cuadras más y llegamos a un parquecito, y ya en ese momento la gente empezaba a adoptar algunas actitudes violentas. Ya en ese momento, alrededor de la una y media, la gente estaba realizando actos de violencia, la gente del pueblo.

Arturo Alape.- Esa sería la Plaza Santander.

Fidel Castro.- Entonces nosotros, yendo hacia allá donde estaba la oficina de Gaitán, y después de esta primera noticia, seguimos caminando en aquella dirección; porque tenemos la noticia por gente que salía gritando diciendo que “¡Mataron a Gaitán!”

Ya una parte del pueblo se había metido en algunas oficinas. Yo recuerdo que, al llegar a un parquecito, veo a un hombre tratando de romper una máquina de escribir; estaba rompiendo la máquina de escribir, pero aquel hombre pasaba un trabajo terrible para romper una máquina de escribir, y le dije: “Chico, dame —lo ayudé—, ¿tú quieres que se rompa?” Y la tiro así y cayó la máquina de escribir (Risas). Yo veo a un hombre desesperado allí, haciendo algo para romper una máquina, no sé qué cosa de escribir, y le digo a ese hombre: “¿Qué es lo que tú quieres, romper esta máquina?” Sencillamente, hago así...

Nosotros no habíamos hecho nada. Seguimos caminando, íbamos por la calle Séptima. Ya en la calle Séptima se veían manifestaciones de violencia, en la carrera Séptima. Nosotros íbamos como en dirección a donde estaba la conferencia, en dirección al parque; íbamos por aquí en dirección al parque, por aquí veníamos para acá en dirección al parque, a donde estaba el Parlamento y reunida la conferencia.

Arturo Alape.- Es la Plaza Bolívar.

Fidel Castro.- Sí, allí, allí. Fíjate, cuando ya íbamos por la carrera Séptima, vemos gente rompiendo vidrieras y haciendo cosas. Ya eso empieza a preocuparme, porque a todo esto yo en esa época ya yo tenía ideas muy claras y muy precisas de lo que es una revolución, qué cosas no deben pasar en una revolución y qué cosas deben pasar, y empecé a ver manifestaciones de anarquía, a decir verdad, en la carrera Séptima, alguna gente rompiendo vidrieras. Se veía un estado de irritación muy grande en la masa. En esa carrera que siempre estaba llena de gente, la gente se dedicó ya a romper vidrieras, a romper cosas y todo. Yo estoy preocupado, me empiezo a preocupar por aquella situación, porque veo aquella situación anárquica que se está produciendo; y me pongo a pensar qué estarían haciendo los dirigentes del Partido Liberal, qué estarían haciendo, y si no habría nadie que organizara aquello, me preguntaba.

Seguí caminando. Esto sería entre la una y media y las dos menos cuarto. Seguí caminando por la carrera Séptima y llegamos a la esquina de la Plaza donde está el Parlamento. Y entonces allí había alguien en un balcón a la izquierda, hablando allá en un balcón unos pocos allí reunidos; pero sobre todo mucha gente dispersa por todas partes en actitudes de ira y de violencia, pero espontánea.

Cuando llegamos al parque, había algunas cuantas decenas de gente gritando furiosa, indignada; y empiezan a romper algunos de los faroles del parque, a tirarles piedras a los faroles, de manera que había que andar con cuidado, porque lo mismo te caía una piedra arriba, que te caían los cristales; y yo fui avanzando y llegué más o menos al medio del parque. A todo esto, en los portales del Parlamento había una hilera de policías muy bien lustrados, muy vestidos, muy organizados en su hilera.

Periodista.-
Un minutico. El presidente Castro dice permanentemente “parque”.

Periodista.-
Sí, porque en ese momento, 9 de abril de 1948, la Plaza de Bolívar tenía, efectivamente, un aspecto de parque; precisamente, el canciller de la época, doctor Laureano Gómez, había hecho construir unas bolas en las cuales fueron colocadas las banderas de los países americanos y también existían las fuentes. Desde luego, todo esto fue cambiado y hoy la plaza es radicalmente diferente.

Periodista.- De ahí que él cada vez diga parque, parque, parque.

Periodista.- Y cuando se refiere al parquecito, se refiere al parque de Santander que está en la Calle 16, con carrera Séptima.

Periodista.- Diez de la mañana, 14 minutos. Regresamos en un momento.


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Periodista.-
Bueno, estamos en el 9 de abril, es un poco después de las dos de la tarde. El presidente Castro está relatando toda esa explosión que se produce en ese momento.

Fidel Castro.-
Y apenas aquellas decenas o cientos de gente que estaba rompiendo ya bombillos y rompiendo cosas, se acercaron al portal aquel, el cordón de policías hizo así —parece que estaban desmoralizados—, se disuelve el cordón de policías y como una avalancha entra toda aquella gente al Palacio. Yo estoy en el medio del parque, volando piedras por todas partes...

Arturo Alape.- Al Parlamento.


Fidel Castro.- Al Parlamento, sí; habían entrado en el Parlamento, que tenía como tres o cuatro pisos. No recuerdo...

Nosotros no entramos propiamente en el Parlamento, estábamos en el parque mirando todo aquello, aquella erupción —porque aquello fue una erupción de pueblo—, y estábamos mirando. Entonces llegó la gente, subió y desde allá arriba empezó a tirar sillas, empezó a tirar escritorios, empezó a tirarlo todo, que no se podía ni estar allí, porque era un diluvio lo que venía, parecía un diluvio lo que venía de allá arriba tirando la gente en estado de furia. Y ya te digo, un hombre tratando de pronunciar un discurso en un balcón allí cerca del parque y unos pocos, y nadie le hacía caso. Aquello era un espectáculo...

Entonces nosotros decidimos ir a hacer contacto con los otros dos cubanos que no estaban en el hotel, que era un cubano llamado Enrique Ovare, y estaba un compañero nuestro de la Revolución, que es el compañero Guevara; estaban en una casa de huéspedes parando. Entonces nosotros fuimos allí a ponernos en contacto con ellos; yo fui allí a ponerme en contacto con ellos, a ver qué pensaban de la situación y a explicarles lo que estaba pasando.

Llegamos allí a la casa de huéspedes, conversamos con ellos. Y entonces en ese momento, en ese momento, ya se ve como una gran procesión de gente, un río de gente que viene por unas calles por aquí.

Arturo Alape.-
Esos son barrios populares.

Fidel Castro.- Sí, sí.

Yo veo un río de gente que viene por aquí, por una calle, paralela mas o menos a la Carrera Séptima, lo veo que está avanzando por ahí y entonces indico al otro compañero que vea la multitud que va allá. Ya van algunos con armas, ya había algunos fusiles, y otros con palos, hierros, todo el mundo, porque el que agarrara cualquier cosa, un palo, un hierro, lo llevaba en la mano; ya se ve una gran multitud por una de esas calles, parecía una procesión —son calles estrechas, largas—, ya podíamos decir de miles de gente. Yo, cuando veo aquella multitud no sé para dónde van, todavía no sé bien. Dicen que iban para una estación de policía y entonces yo voy y me uno a la multitud.

Arturo Alape.- Entonces suben por la 12.

Fidel Castro.- No, por aquí. Esta multitud venía por aquí. En mi opinión, esta multitud venía por una de estas calles, no era por la Calle Séptima; era una calle larga, la Estación de Policía hace esquina. Ya yo estoy como en la primera fila de la multitud aquella que yo vi que venía (Risas), y voy para allá para la estación de policía también.

Periodista.- Perdón aquí, un momento.

El advierte que no toma, uniéndose ya a la muchedumbre, no toma la Carrera Séptima, sino...

Arturo Alape.- El va por la Calle 12 hacia la tercera, donde está ubicada la Tercera Estación.

Periodista.- Por eso hacemos la advertencia, porque van rumbo hacia la Tercera Estación de Policía, tomando la Calle 12.

Fidel Castro.- Yo veo ya que hay una revolución popular andando; yo decido sumarme como un hombre más de..., como uno más. Yo, desde luego, no tenía ninguna duda de que el pueblo estaba oprimido, que el pueblo que se estaba levantando tenía razón, que la muerte de Gaitán era un gran crimen, y adopto un partido. Hasta ese momento no había hecho nada, hasta que veo que la multitud está pasando por allí después que yo voy a visitar a los otros dos cubanos; y cuando veo que viene una gran multitud, me sumo a la multitud. Puede decirse que ese fue el momento en que yo me sumo a la multitud que está sublevada. Y realmente me sumé.

Entonces, llegamos a la estación de policía. Los policías están parapetados arriba con sus fusiles apuntando. Nadie sabía lo que iba a pasar. Delante de la estación y por la esquina hay un montón de gente. Sigue la multitud y llega a la estación de policía, a la entrada; los policías franquean la entrada.

Arturo Alape.- Era la Tercera Estación.

Fidel Castro.- Era una estación que está por aquí, no muy lejos de la plaza esa de...

Antonio Núñez.- Frente al Parlamento.

Fidel Castro.- No muy lejos del Parlamento.

Arturo Alape.- Sí, Tercera Estación.

Fidel Castro.- Yo creo que era la Tercera; debe ser la Tercera, era una que no está muy lejos...

Arturo Alape.- No, además, el militar que estaba ahí, que luego cuenta... Coincide mucho el relato con el de un militar colombiano, con un mayor de la policía.


Fidel Castro.- Usted verá, usted verá lo que pasa.

Arturo Alape.- Bueno.


Fidel Castro.- Yo veo que la multitud va para la estación, y yo estoy entre los primeros, voy con ellos; no sé, aquellos están apuntando con sus fusiles, pero no tiran. Doblamos la esquina, porque había que doblar la esquina, y como a 30 metros está la entrada, y la multitud fue un ciclón: ¡Ruuu!, entra por todas partes, recogiendo armas, recogiendo cosas. A todo esto, había policías que se habían sumado, una parte, se veían policías con uniformes; de modo que la entrada... Aquella estación tiene un patio en el medio, pero tiene como dos pisos. Yo no sé si no habría armas; las pocas que habían disponibles las agarraron; algunos policías se quedaron con el arma y se sumaron. El hecho es que yo entro allí en la sala de armas también, pero no veo ningún fusil, realmente no veo ningún fusil; sí había unas escopetas de gases lacrimógenos con unas balas largas así, como de cuarta y media. Entonces yo lo único que pude agarrar fue una escopeta de gases lacrimógenos (Risas),

¿comprenden?, una escopeta de gases lacrimógenos (Risas).

Antonio Núñez.- Hay que ver a este hombre con un fusil de esos.

Fidel Castro.- Y empiezo a ponerme cananas de balas de aquellas; me puse como 20 ó 30 balas. Yo dije: “No tengo fusil, pero...”

Periodista.- Bueno, para que la gente se ubique. El con la gente sublevada, enardecida, ha subido por la Calle 12 hasta tomar la Carrera Tercera; se dobla hacia la izquierda y se encuentra lo que hoy es qué.

Arturo Alape.- Eso anteriormente fueron las oficinas del DAS, hoy es el Museo de Documentos Históricos de Colcultura.

Periodista.- Exactamente.

Periodista.- Perdón, Arturo, es lo que anteriormente llamaban el CIC.

Arturo Alape.-
Sí, sí.

Periodista.- Castro ya está vinculado a la muchedumbre y está, además, armado.

Fidel Castro.- ...de balas de aquellas, me puse como 20 ó 30 balas. Yo dije: “No tengo fusil, pero por lo menos tengo algo que dispara aquí”, un escopetón con un cañón grande con los gases lacrimógenos. Y digo: “Bueno, pero a todas estas yo estoy con un traje, estoy con un traje, zapatos de esos, no estoy vestido para una guerra” (Risas). Encuentro una gorra sin visera: ¡Pum! Y me pongo la gorra sin visera; pero a todas estas tengo mis zapatos estos cortebajo, no aptos para la guerra; pero, además, no estoy muy conforme con mi escopeta (Risas). Entonces salgo, el patio lleno de gente, la gente registrándolo todo —hay que imaginarse el cuadro—, todo el mundo sube escalera, baja, métete por aquí, todo el mundo por todas partes, mezclados civiles y policías, en parte civiles que se han dejado desarmar y otros que están armados y que se han sumado. Subo por una escalera al piso de arriba; está el cuarto de los oficiales de policía. Allí yo estoy buscando ropas, porque ya tenía... aparte de que no aparecían más armas, a ver si aparecían armas, y me estoy poniendo unas botas, pero no me servían. Entonces llega un policía allí, recuerdo; eso no se me olvida, que en medio de aquel caos...

Antonio Núñez.- ¿Ese es el de “mis boticas”?

Fidel Castro.- En el medio de aquel caos terrible llega un oficial y dice: “¡Mis boticas no, eso sí que no!, ¡mis boticas no!” (Risas). Dije: “Bueno, está bien —las boticas no me servían—, quédese con sus botas.”

Antonio Núñez.-
Eso es genial.

Fidel Castro.-
Pero el policía... Yo en el cuarto de oficiales allí, que había algunos oficiales, cuando yo estoy poniéndome unas botas allí llega un oficial y me dice: “Mis boticas no.” Está bien. Yo entonces bajo al patio para enrolarme ya en algo, en una escuadra o algo, y veo a un oficial de la policía que está organizando una escuadra allí, y yo que voy... Yo no estoy con pretensiones de ser jefe, ni de dirigir nada; yo voy de soldado, yo estoy de soldado raso, y llego con mi escopeta de gases lacrimógenos y todas aquellas balas, y me pongo en fila, me pongo en fila. El oficial tenía un fusil, entonces el oficial me ve a mí cargado de balas de aquellas y con la escopeta y dice:

“Pero compa, ¿qué hace con eso?” Digo: “Es lo único que yo encontré.” Dice: “A ver.” Me pide la escopeta con todo aquello; parece que el hombre no estaba muy decidido a lo que estaba haciendo, a pesar de que estaba organizando una escuadra. Entonces me pide aquello y me da su fusil, con unas 12 ó 14 balas, me lo da; por cierto que cuando me da el fusil, se tira un montón de gente a querer coger el fusil, y yo tuve que luchar duro para quedarme con el fusil, y me quedé con el fusil y unas 14 balas más o menos, que fue lo que tenía el oficial. A partir de ese momento ya estoy armado con un fusil, pero allí no hay ninguna organización; la gente iba saliendo, entonces decía: “Sale.” De la misma manera que entró la gente, una muchedumbre, estaba saliendo una muchedumbre de allí sin saber para dónde iba. Se oían voces que para Palacio, que no sé para dónde. Yo salgo de la estación, me uno a aquella multitud que dice que van no sé para dónde, moviéndose, en una dirección. Yo estoy viendo que hay gran desorden y gran indisciplina, que no hay organización; estoy viendo todo eso. Avanzamos como tres cuadras, avanzamos como tres cuadras allí; cuando llegamos como a tres cuadras, veo como a cuatro o cinco soldados que están poniendo orden. A todo esto, como había mucha gente de uniforme ya con fusiles sumadas a la multitud, yo me imagino que aquellos tres hombres están también sumados a la multitud, que aquellos cuatro o cinco soldados están sumados a la multitud y están poniendo órdenes; entonces yo voy y me pongo a ayudar a los soldados también a poner orden.

Periodista.- A ver, un minuto. Es la primera vez, desde el 9 de abril de 1948, que se confirma plenamente que Fidel Castro pues participó activamente, después del asesinato —es lo que él dice— en la revuelta. Está armado; además, está vestido ya con un uniforme de policía; tiene una capa de policía, unas botas de policía. La policía está sublevada; y observen que la Tercera Estación de Policía de ese momento donde Castro se encuentra, está muy cerca de Palacio y, aparentemente, lo que la multitud quería en ese momento, sin tener organización, era marchar hacia Palacio.

Arturo Alape.- Sí. En el momento en que cae asesinado Gaitán, la primera consigna que surge, casi espontáneamente, dentro de la población, es ir a Palacio a cobrar la muerte de su líder. Eso era apenas lógico y natural en ese momento.

Periodista.- Lo que ocurre en ese momento.

Arturo Alape.- Sí.

Periodista.- Nunca antes el presidente Castro había dicho, y menos en la forma descriptiva como acaban ustedes de escucharlo, cómo se arma, cómo se viste, cómo participa.


En un momento regresamos.

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Periodista.- Tenemos, pues, que son las 2:30-3:00 de la tarde del 9 de abril de 1948. Tenemos a la gente sublevada y tenemos a un Fidel Castro armado y vestido de policía colombiano en la Tercera Estación de Policía, en Bogotá.

Arturo Alape.- En este momento, al bajar de la Tercera Estación, se encuentra —él dice muy claramente— con cuatro o cinco soldados que tratan de poner orden.

Periodista.- Y entonces ha dicho que procura acercarse a los soldados para tratar también de poner orden.

Continúa el Presidente Castro.

Fidel Castro.-
Ya yo me había conseguido mi uniforme en ese momento, una gorra sin visera, que se había convertido en una boina, y un capote de policía (Risas). Ese era mi uniforme. Entonces allí ayudo a los soldados a poner orden, porque los soldados decían: “Por aquí no, por allí.” Pero a todas estas yo creo que son soldados sublevados; después he podido darme cuenta de que aquellos no eran soldados sublevados, sino que eran soldados de la guardia presidencial, que estaban allí con sus fusiles, pero no en actitud bélica, sino sobrepasados por todo aquel océano de pueblo y que están poniendo un poco de orden, y yo en el primer momento me confundo y creo que son. Ahora, ¿por qué los soldados están poniendo orden? Porque por la calle donde iba la multitud, de unos edificios donde había un colegio religioso, dispararon.

Arturo Alape.- Ese es el colegio de San Bartolomé.

Fidel Castro.- Sí, San Bartolomé, del colegio de San Bartolomé dispararon. No sé quién disparó, no puedo asegurarlo; yo estaba incrédulo, no podía imaginarme que estuvieran disparando desde un convento; estaba un poco incrédulo así, estaba parado en la esquina: “¡Quítate de la esquina!” “¡Quítate de ahí!” Yo estaba parado en el medio de la calle y ellos estaban tirando desde el convento; yo, incrédulo, parado allí viendo la cosa. Entonces por fin me tengo que poner en una esquina. Parece que los soldados habían tratado de desviar. Ignoro realmente cuál es la misión de aquellos soldados que estaban allí.

Periodista.- Perdón.

Periodista.- Sí.
Aquí hay una observación que se debía hacer. Aparentemente Castro va por la Carrera Tercera, de la Calle 12 a la Calle 10...


Periodista.- Aparentemente no, exactamente.

Periodista.- Exactamente.

Periodista.- Sí. Y llega a la esquina de la Plaza de Bolívar, donde ha quedado siempre el Colegio San Bartolomé, Calle 10, Carrera Séptima.

Periodista.- Es decir, la marcha no es caprichosa, observen que ha estado en la Calle 12 con Carrera 13, ya en estos momentos se encuentra frente a San Bartolomé, que está muy cerca de Palacio. Luego era claro que la intención era colocarse lo más cerca posible.

Periodista.-
A una cuadra de Palacio. Porque todo este relato de Fidel Castro se refiere al Palacio de Nariño, no al Palacio de San Carlos.

Periodista.- Exactamente.

Fidel Castro.- Ignoro si no querían que se dirigieran a Palacio, o si fue el hecho de que se había entablado la balacera en el colegio de San Bartolomé, porque fue por ese lugar donde ellos estaban desviando la multitud, que yo los ayudé también a desviar a la multitud, creyendo que eran gente sublevadas que estaban organizando aquello; porque dondequiera que yo veía la posibilidad de alguien que quisiera organizar aquello, yo trataba de ayudarlo a que organizara aquello (Risas). Bien, fue así.

Entonces, en medio de la balacera aquella por fin me ponen a mí para una esquina. A todo esto, allí había y me encuentro a algunos estudiantes de la Universidad, y entonces teníamos dos fusiles, el que estaba conmigo y yo, que tenía otro fusil; teníamos dos fusiles, 14 balas más o menos. Entonces pasó un carro de estudiantes universitarios. Allí, en aquella esquina, veo a algunos estudiantes conocidos, que había visto en la universidad y que están con nosotros; entonces pasa un carro de los estudiantes con altoparlantes, que llevaba varios cadáveres y arriba los altoparlantes, agitando; pero no una agitación organizada, esas cosas ocurrieron espontáneamente. Entonces nosotros estábamos allí, yo creo que estaríamos a dos cuadras de la Carrera Séptima o a tres, y entonces llegan noticias de que los estudiantes habían tomado la radio y que estaban siendo atacados.

Arturo Alape.- La Radiodifusora Nacional debía ser, sí.

Fidel Castro.- Sí, que la habían tomado y estaban siendo atacados. Entonces la situación nuestra era difícil, porque había como 10 ó 12 desarmados y dos nada más con armas; entonces decidimos ir a apoyar a los estudiantes que están en la Radiodifusora Nacional. Vamos. Agarramos... Porque la multitud había seguido en una dirección, en otra, todos, entonces nosotros, pasan los estudiantes por allí y dicen que están atacando la Radiodifusora Nacional, y nosotros nos proponemos ir a la Radiodifusora Nacional que, a decir verdad, no sabíamos exactamente dónde estaba, ni dónde estábamos, pero la idea era ir a ayudar a los estudiantes; nosotros fuimos a ayudar a los estudiantes. Agarramos la Carrera Séptima, y vamos en esa dirección hacia allá.

Arturo Alape.- Hacia el norte.

Fidel Castro.-
Debe ser hacia el norte. Ibamos como quien se dirige hacia la zona donde está la Ermita de Monserrate. Bueno, ya cuando nosotros a esa hora —yo no te puedo decir cuánto tiempo había pasado...

Periodista.- Sí. Vamos a ubicar siempre geográficamente, que es la asesoría que queremos prestar. Ha ido de San Bartolomé por...

Arturo Alape.-
Entonces va por la Séptima buscando la 26.

Periodista.- La Radio Nacional está ahí en la 26.

Arturo Alape.- Sí, en lo que es hoy San Diego. Es San Diego hoy, ¿no?

Periodista.- Sí.

Periodista.- Y luego dice que se dirige hacia la Ermita de Monserrate.

Arturo Alape.-
El, para ubicarse, explica que va hacia el norte y que tiene a su derecha el Cerro de Monserrate.

Periodista.-
Entonces en este momento Castro está ahí en la 26, frente a lo que hoy es el hotel Pequendaba.

Fidel Castro.
- Bueno, ya cuando nosotros a esa hora... Yo no te puedo decir cuánto tiempo había pasado desde que yo me sumé a la multitud, entré en la Estación de Policía, cuando salimos, cuando yo ayudé a unos soldados que estaban poniendo el orden, cuando la balacera y eso. El hecho es que nosotros decidimos ir a ayudar a los estudiantes. Y vamos entonces, agarramos la Carrera Séptima. Ya en la Carrera Séptima prácticamente hay una multitud atacando todo, una multitud atacando todo: atacaban los edificios, atacaban los comercios, realmente todo. Ya empezaba la gente a saquear también aquellos establecimientos. Nosotros vamos por toda la calle y hay alguna gente que ha tomado; llegaban con una botella de ron, un ron medio colorado que tienen ustedes los colombianos, y llegaban y decían: “¡Dése un trago ahí!”, y llegaban con sus botellas a que nos diéramos un trago; porque, figúrese, yo iba con mi fusil, el otro con un fusil y como 15 desarmados por toda la carrera esa. Había una situación confusa, nadie sabía lo que estaba pasando. Muchos policías se habían sublevado. Incluso, se decía que unidades militares se habían sublevado. En ese momento no se sabía cuál era la posición del ejército de Colombia, en ese momento, no se sabía cuál era la posición del ejército. Gaitán tenía simpatía entre los militares, no se podía discutir; pero la confusión era muy grande. Muchos policías se habían sublevado, el ejército estaba neutral; incluso algunas unidades se decía que se habían sumado. No se sabía cuál iba a ser la reacción del ejército. Cuando nosotros vamos avanzando por la Carrera Séptima, hemos avanzado no sé cuántas cuadras —no sé si siete, ocho, diez o doce, tendría que ir por allí y recorrer todo aquello para averiguar cuántas manzanas— con toda esta situación.
Muchos lugares ardiendo, oficinas ardiendo; había atacado todos los establecimientos la multitud cuando nosotros vamos por la Carrera Séptima. Y entonces ya estamos llegando a un lugar, que después me di cuenta que era el Ministerio de Guerra. Llegamos a un lugar donde hay un parque a la izquierda y otro parque a la derecha...

Arturo Alape.- Ese es el Parque de la Independencia.

Fidel Castro.-
Uno a la izquierda y otro a la derecha, yendo hacia el norte. Y cuando llegamos allí, vemos que viene un batallón de soldados de frente; fíjate, viene de frente un batallón de soldados, hacia el sur...

Periodista.- Perdón. Arturo me decía que este momento es definitivo en el 9 de abril.

Arturo Alape.- Sí. Más o menos serían las tres y media cuando por la Séptima, de norte a sur, vienen tres o cuatro tanques.

Periodista.- Tanques del ejército.


Arturo Alape.-
Tanques del ejército.

La gente pensó en un principio que los tanques iban a sublevarse, a tomar Palacio. El primer tanque llevaba una bandera blanca, y sobre los tanques se comenzaba a subir parte de la población con sus brazaletes rojos. Y por toda la Séptima hacia el sur, la gente comenzó a avivar a los tanques. Estos tanques llegan hasta la Plaza Bolívar. El capitán Serpa, que era el que dirigía los tanques, sale a la escotilla, lo matan —esto no es muy claro todavía históricamente, quién lo mató—, y los tanques dan vueltas y comienzan a disparar. Ahí es donde se produce la mayor cantidad de muertos el 9 de abril. Y ese es el momento en que el gobierno de Ospina Pérez decide la suerte militar del conflicto.

Periodista.- Sí, y una observación, Arturo: cuando Fidel Castro dice que llega a una carrera, en la cual hay parque a lado y lado, se refiere indudablemente al Parque de la Independencia. ¿Por qué? Porque la Carrera Séptima pasaba, cruzaba por el centro el parque, había parque a lado y lado; hoy ya no existe, porque hoy lo que existen son los puentes de la 26; el parque ha desaparecido, pero en esa época era un gigantesco parque.

Periodista.- Estamos en las 3:30 de la tarde del 9 de abril de 1948, con un Fidel Castro que tiene un fusil y 12 ó 14 estudiantes más a su lado, que forman su escuadra, y de pronto ve que vienen los tanques.

Fidel Castro.- ...con sus cascos, tipo alemanes, que eran los que usaban en aquella época —no sé cuáles son los que usan ahora—, sus fusiles; venía marchando todo un batallón con algunos tanques.

Arturo Alape.- Eso es lo que define la situación, los tanques.

Fidel Castro.- Con algunos tanques vienen avanzando; pero, a todo esto, nosotros no sabemos con quién está el ejército, si aquel ejército se ha sublevado, qué va a hacer aquel ejército. Y entonces nosotros, fíjate, cuando vemos el batallón que se está acercando a nosotros, en el momento en que nosotros ya estamos en la mitad de los dos parque s—en la calle, pero un parque a la izquierda y otro a la derecha—, tomamos la precaución de alejarnos a unos 20 metros y nos parapetamos detrás de unos bancos a la expectativa, para ver si aquella tropa era amiga o era enemiga, no sabíamos. Conmigo, te digo, hay unos 10 ó 12 estudiantes, tenemos dos fusiles. Pero entonces el batallón no nos hace ningún caso y sigue marchando marcialmente por la calle; creo que detrás del batallón iban los tanques; iban los soldados delante, los tanques iban detrás, tres tanques, y no nos hacen ningún caso y siguen de largo por la Carrera Séptima. Cuando pasa el batallón y los tanques, nosotros volvemos a cruzar la Carrera Séptima y estamos frente al Ministerio de Guerra —yo no sabía que era el Ministerio de Guerra, pero estaba separado por una calle del parque, el Ministerio de Guerra; tenía unos barrotes aquel Ministerio, unas puertas...

Entonces, el episodio del batallón, de los tanques. Cruzó la calle. Como había aquella incertidumbre, yo me quedo sin saber con quién está aquel batallón, si con el pueblo o contra el pueblo, si sublevado o a favor del gobierno; porque en aquel momento no había gobierno, realmente no había gobierno. Cruzó la calle, voy al otro parquecito que está a la izquierda de la Carrera Séptima así, que está frente a donde estaba el Ministerio de Defensa, que tiene un edificio no alto, sino un edificio de unas puertas, unos barrotes, unos cuantos militares. Y entonces yo, que estoy con una fiebre revolucionaria también y que estoy tratando de que se sume la mayor cantidad de gente al movimiento revolucionario, me encaramo en un banco frente al Ministerio de Guerra y le hago una arenga a los militares que están allí, frente al Ministerio de Guerra, para que se sumen a la revolución. Todo el mundo oyó, nadie hizo nada, y yo con mi fusil, metiendo mi arenga sobre un banco.

Periodista.- Sí, bueno, Castro está durante semejante explosión de violencia que está sacudiendo, estremeciendo el centro de Bogotá; Castro pasa de San Bartolomé a la 26 —a la que hoy es la 26, pues—, de la 26 se regresa un poco por la Séptima, vuelve... El Ministerio de Guerra está —hay que insistir— en la 26 con Séptima.

Periodista.- Donde está el hotel Pequendaba.


____________.- Exactamente.

Estamos en que él ya toma actitud de revolucionario, dice su discurso. Y regresamos en un momento.

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Periodista.- Estamos en que el presidente Castro está arengando a los militares. Es la presentación de uno de los documentos históricos más valiosos, sin ninguna duda, que le hemos aportado al conocimiento de nuestro país, Arturo, de verdad.

El Presidente va a utilizar ahora la palabra guagua.

Arturo Alape.-
Que significa bus, o transporte urbano, en Cuba.

Periodista.- Esto ocurre exactamente hace 34 años, a las 3:30 de la tarde.

Periodista.- Continuamos.

Fidel Castro.- Termino mi arenga y sigo, porque los estudiantes van para allá. Al final del parque hay una guagua que está ahí, está esperando por los estudiantes. Yo voy con los estudiantes y dicen: “Esa guagua va para allá.” La tenían unos estudiantes, una gente. Entonces yo voy para la guagua; después que hago mi arenga ante el Ministerio de Defensa, voy para allá. La guagua se iba, corremos para alcanzar la guagua; logramos alcanzar la guagua. El que estaba conmigo se queda atrás; yo después no lo veo, al que está conmigo. Tomo la guagua, de manera que quedo yo con un fusil; cuando yo tomo la guagua, me quedo yo con un fusil y un grupo de estudiantes que vamos a apoyar a los que están en la radioemisora nacional. No sé cuántas cuadras caminamos, tal vez seis, ocho, diez, con una guagua. A todo esto, mi cartera, que le quedaban, qué sé yo, unos poquitos pesos, porque no teníamos nada, se me pierde también en ese momento; alguien me llevó la cartera, entonces me encuentro con que lo poquito que yo tenía me lo quitaron (Risas). ¡Caballeros!

Y nos dirigimos hacia la estación. Cuando vamos en dirección a la estación, nos bajamos en una esquina.

Arturo Alape.- A la Radiodifusora.

Fidel Castro.- Radiodifusora.

Era una avenida así, una calle, como un paseo que daba a la Estación. En realidad, desembocamos en la calle. Yo tenía nada más que un solo fusil, el mío, de los que había allí, para darle apoyo a los estudiantes en la Estación de Policía, y cuando llegamos a la avenida se arma una balacera descomunal. Cuando asomamos nosotros por allí, nos empezaron a disparar no se sabe con cuántos fusiles.

Periodista.- Perdón. Esta es la segunda Estación de Policía, a la cual llega Fidel Castro con su grupo el 9 de abril.

Arturo Alape.- Sí. El, de la Universidad Nacional, se dirige a lo que es hoy la Estación Novena, que queda en la 39 con Carrera Trece.

____________.- Que aún hoy es Novena Estación, en ese momento también lo era. Entonces él ha ido de la 26 hacia la Universidad Nacional, ha vuelto a subir con otros estudiantes y llega a la Novena Estación de Policía, que aún hoy queda donde queda, y entonces se produce la balacera que él está narrando.


Periodista.- Y es bueno recodar que en esa época también por la Carrera Séptima el tráfico iba de sur a norte.

Fidel Castro.- Nos pudimos parapetar detrás de unos bancos, unas cosas allí, y milagrosamente no nos mataron a todos. Entonces pudimos salir otra vez a la esquina.
Seguíamos el grupo, un hombre con un fusil y 10 ó 12 desarmados. En ese momento no podíamos hacer nada por liberar la Radiodifusora Nacional, y decidimos ir entonces a la Universidad.

Arturo Alape.- Entonces hicieron este recorrido.

Fidel Castro.- Sí, lo que yo no te puedo decir... Sí, ese recorrido sí me parece lógico.

Arturo Alape.- ¿Están por acá, o están aquí?

Fidel Castro.- Fuimos como a la dirección opuesta de la ermita. Es decir, no pudimos hacer nada para liberar la Radio Nacional y decidimos dirigirnos a la Universidad, porque lo que estaba allí en la Radio Nacional, qué sé yo, era una compañía de soldados completa, o sea, imposible hacer nada. Nos vamos para la Universidad a ver si había algo allí, a ver si había organización allí, si los estudiantes habían puesto algún puesto de mando, habían establecido alguna organización.

Periodista.-
Bueno, abandona la Novena Estación después de la balacera. La intención —el presidente Castro lo ha dicho— era tomar la Radio Nacional. ¿Qué pasó?

Arturo Alape.- Sí, pero en ese momento ya el ejército había tomado la Radiodifusora Nacional. Esto es entre 3:30 y 4:00.

Periodista.-
Castro marcha de nuevo hacia la Universidad.

Fidel Castro.-
Cuando llegamos a la Universidad no había nada organizado realmente allí; noticias que iban y venían, de hechos, de acontecimientos, mucha gente, sin arma todo el mundo, pero no lejos de la Universidad había una estación de policía. Entonces decidimos ir a tomar la Estación de Policía para que se armaran.

Lupe Veliz.- Con un fusil.

Fidel Castro.-
Sí, mi fusil.

A todas estas, yo lo que tengo es mi fusil (Risas).

Antonio Núñez.-
Y tu gorra sin visera.

Fidel Castro.-
Y una multitud de gente desarmada.

Decidimos tomar una estación de policía que está por aquí, porque la Universidad está por aquí, como hacia el sur de la Universidad debe ser donde está la Estación de Policía.

Arturo Alape.- Sí, sí, eso queda sobre la 27.

Antonio Núñez.-
Ya esa no es la Tercera Estación.

____________.- No, no, esa es la Estación 24.

Fidel Castro.-
Se suponía que yo era el que tenía que tomar la Estación, porque era el único que tenía un fusil, y la gente que iba conmigo; nos dirigimos con la multitud de estudiantes a tomar la Estación de Policía. Aquello realmente era un suicidio; ya se había tomado una y, bueno, íbamos a tomar la segunda para armar a toda aquella gente.

Vamos a la segunda Estación a tomarla para armar a la gente. Ahora, con tan buena suerte para nosotros que cuando llegamos a la Estación de Policía ya estaba tomada, se había sublevado. Es decir, fuimos a tomar una estación de policía con mi fusil y unas cuantas decenas de estudiantes, y cuando llegamos frente a la Estación de Policía, la Estación está sublevada y nos reciben amistosamente allí en la Estación, ya estaban policía y pueblo mezclados en la Estación sublevada. Cuando llego allí me presento al jefe de la Estación, que coincidió con ser el jefe de la policía sublevada. Estaba allí el jefe de la policía sublevada, porque prácticamente se había sublevado una gran parte de la policía.

Periodista.- ¿Quién era el jefe de la policía sublevada?


Arturo Alape.- No, no, eso no está muy claro históricamente, porque luego Fidel va a otra estación que sí conocemos el responsable, que era Tito Orozco.

Periodista.- Pero de él no se sabe nada, de este, ¿no?

Arturo Alape.- No, no.

Fidel Castro.- Y la suerte de que la estación que íbamos a tomar nosotros, con un fusil y una multitud de gente desarmada, está tomada, está el jefe de la policía, me le presento delante; le digo inmediatamente que soy estudiante, que soy cubano, que estamos en un congreso, en breves palabras le explico todo, y entonces el hombre hace así y me convierte en ayudante de él (Risas). Así que caigo en ese momento en la Segunda Estación de Policía que vamos a tomar, me convierto, me llama, y parece que lo que yo le dije: soy cubano, estoy aquí en un congreso, en esto, estoy con el pueblo, qué sé yo, qué sé cuándo, ¡raaaan!, me dice: “Quédate conmigo, quédate conmigo.” Y me quedo con él. Fíjate, para que tú veas: él era el jefe de la policía sublevada, un hombre más bien alto, no muy alto, pero alto; no podría definir todas sus facciones; tendría un grado de comandante o de coronel, no recuerdo qué grado tenía, y ya entonces...

Periodista.- Perdón, que hemos tenido aquí un problemita con la cinta. El está en la Segunda Estación que visita en ese momento, que es la Novena de Policía, ¿no?, Arturo.

Arturo Alape.- Sí, él está con el comandante de esa estación, el cual lo ha nombrado su ayudante.

Periodista.- Presentamos excusas por el problema técnico.

Periodista.- ¿Esa estación es cuál, Arturo, perdóname?

Arturo Alape.- La que queda en la 39 con 13.

Periodista.- Sí, aún continúa ahí.

Periodista.- Calle 39, Carrera 13, abajo del parque Nacional de Bogotá.

Periodista.- Muy bien. El presidente Castro.

Fidel Castro.-
Entonces yo me convierto en ayudante del jefe de la policía sublevada. Decide entonces ir a la oficina del Partido Liberal.

Arturo Alape.-
Eso coincide...

Fidel Castro.- Lo que yo te estoy diciendo es exacto, riguroso, tal como fueron ocurriendo los sucesos. Así que de esta Estación que está por aquí, que no sé qué número es, tú tienes que averiguar qué estación es esa.

Arturo Alape.
- Esa es la 24.

Antonio Núñez.- La Estación 24, ya él lo dijo en...

Fidel Castro.- Pero las cosas que pasaron ahí ese día eran increíbles. Me monto en un jeep con el jefe de la policía sublevada, que se dirige al Partido Liberal.

Arturo Alape.- A la sede del Partido Liberal.

Fidel Castro.-
A la sede del Partido Liberal. Yo digo: menos mal... porque a mí lo que me preocupaba era la desorganización, el caos, no ver por ninguna parte ningún elemento de dirección y de organización, entonces me alegro cuando veo al jefe de la policía que está sublevada; veo que está en contacto con el Partido Liberal, veo que se va a dirigir allí. Digo: Bueno, esto empieza a organizarse. Y yo voy con el jeep de él, al lado de él, hasta la oficina del Partido Liberal; y entramos y llegamos a la oficina liberal. Yo creía que en ese momento yo estaba ayudando a organizar aquello que era tan caótico. Caminamos no sé cuántas cuadras; ese día las calles no eran de nadie, confusión grande; yo te digo que hemos caminado como 20 cuadras por lo menos, por aquí, por aquí, ¡pruun!, y llegamos a la oficina y subimos. Voy con el hombre hasta la puerta. El entra; yo no entro, yo me quedo fuera. El entra y se entrevista con los dirigentes liberales que estaban allí; no sé quiénes eran esos dirigentes, pero él se entrevista con esos.

Vuelve otra vez para la Estación que está cerca de la Universidad; volvemos en su jeep. Ya teníamos como..., dos jeeps teníamos ya en ese momento que llegamos allí. Está un tiempo en la Estación aquella sublevada, está un tiempo él —ya empieza a anochecer— y decide otra vez ir a la oficina del Partido Liberal. Ya salimos en dos jeeps, pero él en el jeep delante y yo voy en el jeep de atrás.

Periodista.- Bueno, vamos a ubicarnos. Estaba en la Novena Estación, en la 39 con 13. Van en un jeep con el comandante de la Estación —ya en ese momento Castro es subcomandante de la Estación, es su ayudante—, van hacia la sede de la dirección liberal, que quedaba...

Arturo Alape.-
Que quedaba en la Jiménez con Octava, creo.

Periodista.- Regresan luego a la misma Estación.


Arturo Alape.-
Sí.

Periodista.- Vuelve nuevamente a la sede de la dirección del Partido Liberal, ya con dos carros: uno con el comandante de la Estación de Policía, y otro con Castro en el carro.

Arturo Alape.- Con Castro y un grupo de estudiantes que van con él.

Periodista.- Muy bien.


Periodista.- ¿Iba manejando?


Fidel Castro.- No, yo no iba manejando, yo iba montado. Pero a todo esto, en el viaje anterior y en éste había multitud de gente, porque todavía seguían conmigo un montón de estudiantes desarmados; se montaban aquí y allá. Iban los dos jeeps llenos.

En el segundo viaje que vamos a la oficina del Partido Liberal, yo voy montado delante, a la derecha. En esos momentos que arrancaba un carro, se montaba todo el que estaba allí, y la cosa era rápida: rápido para aquí, rápido para allá, y se montaba un montón de gente. Cuando vamos por segunda vez para la jefatura del Partido Liberal, ocurre una cosa insólita, y yo llevo a cabo un acto de quijotismo, que es el siguiente: ya está oscureciendo; el jeep donde va el jefe de la Policía delante se para, tiene un defecto mecánico y se para el jeep, ¿no?, y están allí tratando de arrancar y no arranca. Se queda el jefe de la Policía a pie, se baja se queda a pie, y el otro jeep lleno de gente. Yo me disgusto con aquello, me bajo del jeep y les digo: “Ustedes son unos irresponsables todos.”

Entonces yo me quedo a pie y le doy el jeep en que yo venía detrás del Jefe de la Policía, y siguió. Pero en ese momento me quedo yo con dos o tres estudiantes más, en medio de la calle y sin contacto de ninguna clase; estoy en una acera parado, que es como un muro largo. ¿A que no saben dónde se paró el jeep, dónde ocurre esto? Nada menos que en la calle, a un lado del Ministerio de Defensa; es la segunda vez que me topo con el Ministerio de Defensa. Es por aquí, mira, es por aquí; si este es el Ministerio, por este lado.

Entonces de repente nos quedamos a pie unos tres estudiantes y yo, en una acera, porque me he bajado para darle el lugar al jefe de la Policía para que siguiera en el jeep de atrás hacia la oficina del Partido Liberal. Y me quedo en la calle, en la acera, con mi fusil otra vez, todavía yo sigo con mi fusil, y tres estudiantes desarmados. ¡Fíjate qué fenómeno! Es cuestión de segundos. Pasan unos segundos y en el muro se abre una puerta pequeña, de la puerta pequeña veo una gorra de oficial y tres tipos con bayonetas, tres fusiles o cuatro con bayonetas. Yo le digo a la gente —les digo eso que veo así—, les digo a los estudiantes: “Estos son enemigos.” Están al lado, pero pegados ahí, que se abre la puertecita. Entonces digo: “Vamos a cruzar a la acera de enfrente.” Y aprovechando el resplandor de un auto que acababa de pasar a toda velocidad, nosotros cruzamos a la acera de enfrente. Miramos. No sabíamos, porque vimos... Yo sospeché que podían ser enemigos, pero no sabía quiénes eran, si amigos o enemigos. Sé que se ve la gorra de un oficial y como cuatro fusiles con bayonetas, cerca de nosotros, a seis metros de nosotros. Entonces cruzamos la calle, sospechando que podían ser enemigos, pero en la inseguridad; nos ponemos enfrente. No tiran, ellos no tiran. Entonces nosotros seguimos por esa calle, después de cruzar frente al Palacio este aquí, mira, al Ministerio de Defensa. Si esto es así, nosotros por esta calle venimos para acá, agarramos una calle hacia acá, una calle, cuando vemos un hombre con un fusil ametralladora, no sabíamos si amigo o enemigo; nos acercamos al hombre y le preguntamos quién era. Dice: “Soy de la Quinta Estación, policía sublevada.” Descubrimos que era amigo, que era tropa amiga.

Yo estuve dos veces al lado del Ministerio de Defensa, una por delante arengando, y otra por el lado, cuando le entrego el jeep al Jefe de la Policía que iba en dirección a la oficina.

El oficial y los hombres que se aparecieron por el lateral de aquella pared no dispararon; ellos estaban también aparentemente confundidos, estaban a la expectativa. Y entonces nosotros cruzamos a la acera de enfrente, después agarramos por una calle, y ahí es donde yo voy a parar a la Quinta Estación de Policía.

Periodista.-
Bueno, todo esto ha ocurrido siempre en San Diego, Ministerio de Defensa, Ministerio de Guerra entonces, ¿no?

Arturo Alape.-
Sí.

Periodista.-
En lo que es hoy el hotel Pequendaba.

Periodista.- Es que, para quienes no están en antecedente, la situación en ese momento era la siguiente: había un gran triángulo conformado entre el parque de la Independencia, donde hoy queda el Hotel Pequendaba y la esquina del norte, donde hoy queda el edificio Bavaria, un triángulo que era totalmente de instalaciones militares. Se ha presentado Castro en dos estaciones de Policía, la Tercera, la Novena, y ahora llega a la tercera Estación que él visita, o que él ocupa.

Arturo Alape.-
Que es la Quinta División de Policía, que queda en la Carrera Quinta con 29.

Periodista.-
Carreta Quinta con 29, Perseverancia.

Periodista.- En el barrio de La Perseverancia, sí.

Periodista.- Regresamos al relato en un momento.


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Periodista.-
Estamos, pues, en el 9 de abril de 1948, serán entre las 6:00 y 7:00 de la noche, ¿no?

Arturo Alape.
- Ahora viene todo el relato, quizás de los momentos más dramáticos, pudiéramos decir más íntimos, de la experiencia que tuvo el presidente Fidel Castro.

Periodista.- Entonces marcha hacia la Quinta Estación, que hemos dicho que está en la...

Arturo Alape.- En La Perseverancia.

Periodista.-
Exactamente.

Es 9 de abril de 1948, aproximadamente las 7:00 de la noche, el presidente de Cuba, Fidel Castro.

Fidel Castro.
- Llegamos a la Quinta Estación, que tiene su entrada mirando hacia abajo, en dirección opuesta; para allá está el cerro, es la que está cerca del cerro. Entro en la Quinta Estación. Yo dondequiera que llegaba inmediatamente me identificaba: “Soy un estudiante cubano que salió del congreso”; dondequiera me recibieron bien. Entonces allí, en la Quinta Estación, nos sentaron para tomar café, quiero que sepa eso. En la Quinta Estación hay una gran cantidad de policías sublevados y un número de civiles; en total, en la Quinta Estación había unos 430 policías, allí; estaban levantándolos; se organizaron...

Arturo Alape.-
Con el que era el comandante.

Fidel Castro.-
Sí, con el que era el comandante de las tropas allí.

Arturo Alape.- Una especie de...

Fidel Castro.- Te voy a contar lo que me pasó.

Arturo Alape.-
...

Periodista.- Perdón. Arturo quiere hacer alguna observación sobre el comandante de la Quinta Estación de Policía, Tito Orozco.

Arturo Alape.- Tito Orozco en ese entonces era capitán de la Policía. A la Quinta Estación confluyen policías de distintas divisiones, porque en ese momento se convierte en el epicentro de lo que llamamos en ese momento la policía sublevada. Posteriormente Tito Orozco, en el año 1953, fue asesinado en Miraflores, en Boyacá; es decir, a él prácticamente le cobraron su participación en el 9 de abril y, sobre todo, ciertos contactos que él tenía en los llanos. Es una de las historias más dramáticas del 9 de abril, sobre todo porque su mujer, Edelmira, viuda de Orozco, durante cinco años viaja por todo el país descubriendo quiénes fueron los asesinos de su marido.

Periodista.- Y los localiza a todos, ¿verdad?

Arturo Alape.- Los localiza, y en el año 1957 los lleva a un juicio, pero naturalmente que salen libres. Hay un caso que es bien interesante. El asesino físico de Tito Orozco es un muchacho de 22 años, de apellido Quintanilla, que en ese momento lo acusaban de 500 asesinatos; es decir que este es uno de los casos patológicos de los que produce la violencia en nuestro país.

Periodista.-
Históricamente es sumamente importante este momento, porque Castro ya está en la Quinta Estación de Policía, que es donde está el mayor número de gente armada concentrado, son más de 400 hombres, y lo que Castro quiere es que esa gente se sume a su grupo, pues, para organizar, porque es la palabra que él permanentemente utiliza. Si Tito Orozco hubiera aceptado la exigencia, o la petición, o la invitación que le hace Castro, otras cosas a lo mejor habrían ocurrido.

Viene ahora entonces, en la Quinta Estación de policía, el encuentro de Castro con Tito Orozco.

Periodista.- Aclaremos que la Quinta Estación es la estación del sector del barrio La Perseverancia, es decir, la que está localizada en la Carrera Quinta con la calle 29 de Bogotá. El encuentro de Castro con Tito Orozco en el sitio donde está la concentración del mayor número de gente armada el 9 de abril, a las 7:00 de la noche.

Fidel Castro.- ...que es un patio grande en el centro. Estaban organizando a la gente. Inmediatamente me pongo en fila, de soldado en fila, y me organizo allí con la gente que espera pase de revista, casi era para contar; más que organizar unidades, eran pases de revista para contar todos los hombres que había en la defensa de la Estación. Nos dieron distintos lugares. A mí me tocó como en un segundo piso, que había un dormitorio; había un dormitorio allí en el piso aquel. A cada rato, cada media hora, cada tres cuartos de hora, cada hora, llamaban otra vez a pasar revista al centro del patio; después todo el mundo para su puesto otra vez... Seguía la confusión, no se sabía lo que estaba pasando; esa confusión duró casi hasta el otro día.

¿Qué ocurría en la calle mientras tanto? Mucha gente, parecían hormigas cargando; había gente que cargaba un refrigerador en la espalda, otro cargaba un piano. La realidad es que mucha gente, desgraciadamente, por la falta..., por un problema de cultura, por una situación de pobreza muy grande, o por la falta de organización, por lo que fuera, mucha gente del pueblo en aquella situación cargó con todo lo que había. Es duro, pero...

Antonio Núñez.- Eso es indiscutible.

Fidel Castro.- Yo veía desde la Estación, por las calles, que pasaban gente y gente y gente cargando cosas. Por falta de una organización, por falta de una preparación política, por los factores que sean, lo cierto es que se produjo el saqueo de la ciudad; no se puede negar que se produjo el saqueo de la ciudad en aquel momento. Yo estaba muy preocupado con aquella gente, que en vez de estar encaminada a buscar una decisión política a la situación, mucha gente sin dirección estaba dedicada al saqueo, y saqueaban. Ya le digo que por la misma calle donde estábamos nosotros allí en aquella Quinta Estación, pasaba gente con un piano arriba, un refrigerador arriba, con muebles, con todo, esa es la verdad. La inmensa mayoría de la población es pobre, y mucha gente pobre se dedicó a saquear.

Arturo Alape.- Ese era un barrio popular, era el barrio más gaitanista en ese momento.

Fidel Castro.-
Mucha gente pobre; la gente pobre, la gente que iba, cuando las puertas de las tiendas se abrieron y todo, saquearon.

Ese es un hecho histórico objetivo que no se puede negar.

Ahora, yo veo aquella fuerza grande, de 400 ó 500 hombres ahí armados, acuartelados, a la defensiva. Entonces voy y pido una entrevista con el jefe de la guarnición y varios oficiales, y le digo: “Mire, toda la experiencia histórica demuestra que una fuerza que se acuartele está perdida; en la propia experiencia cubana, en las luchas armadas en Cuba, toda la tropa que se acuarteló estaba perdida.” Entonces yo le propongo que saque aquella tropa a la calle y le asigne la misión de ataque, a tomar objetivos contra el gobierno; le razono, le discuto y le propongo que saque la tropa al ataque, que la lance, que aquella tropa es una tropa fuerte, que atacando podía realizar acciones decisivas, y que acuartelada estaba perdida. Se lo planteo, se lo argumento. El tuvo la amabilidad de escucharlo todo, pero no tomó ninguna decisión. Entonces yo volví para mi puesto, y creo que más de una vez insistí en la idea de que sacara a la tropa a la calle y la lanzara a la toma del Palacio, que la lanzara a otro objetivo, que una tropa revolucionaria acuartelada estaba perdida, que en la tarea de defenderse estaba perdida. Ya yo tenía algunas ideas militares, que surgieron de todos los estudios que había hecho de la historia, de situaciones revolucionarias, de la propia experiencia de Cuba; pero yo vi con toda claridad que aquello era una locura, aquella tropa estaba fuertemente armada.

Claro, ¿qué ocurría? Estaban esperando un ataque de la fuerza del Ejército, ya aparentemente había gente que había tomado una posición, se había puesto al lado del gobierno, y la Policía estaba esperando el ataque del Ejército. Entonces nos pasamos toda la noche esperando el ataque del Ejército, toda la noche.

Periodista.- Bueno, vamos a ubicarnos un momento. Está Castro con Tito Orozco, el comandante de la Estación de Policía sublevada, con 400 ó 500 hombres armados, sublevados, de la policía sublevada, tratando de convencer al Comandante de sacar la tropa y marchar a Palacio. El ha dicho que ya Orozco no toma ninguna decisión.

Entonces cuando él dice: “Estamos esperando el ataque del ejército”, es que el gobierno ya está enterado en ese momento de que ahí en esa Estación es donde está el mayor número de hombres armados concentrados... (Cambio de casete)... de Policía, decide quedarse esperando el ataque del ejército.


Fidel Castro.- Y tomé la decisión sabiendo que aquello era un disparate militar, de que aquella gente estaban perdidas cercadas allí, de que yo estaba solo, de que no era el pueblo cubano, que era el pueblo colombiano, y razoné que los pueblos eran iguales en todas partes, que su causa era justa y que mi deber era quedarme allí junto a él.

Toda la noche esperando el ataque —nadie durmió nada— hasta el amanecer. A todas estas estaban esperando el ataque de día. Cuando yo miro el terreno —porque siempre he tenido algunas ideas de tipo militar, resultado fundamentalmente del estudio de la historia y de las guerras y de todo eso— y veo que aquello está perdido ahí, porque la Estación está en una falda y detrás está una loma y detrás el castillo ese, la loma de Monserrate.

Arturo Alape.- El cerro de Monserrate.

____________.- Sí, que se ve muy alto allí en Bogotá.


Fidel Castro.- Entonces hablo con el comandante otra vez, y le digo que si le hacen un ataque desde arriba a la fortaleza están perdidos, que hay que proteger las alturas que están detrás, y le pido una patrulla y le digo que si me da la misión esa yo le protejo las alturas. Y me da una patrulla —patrulla no muy numerosa, como de siete u ocho, una escuadra—; me dio una escuadra el jefe de la Policía. Recuerdo que en un lugar, en un momento dado había un carro que está doblando un camino, un carro que dobla una esquina; es un carro. Le digo que se pare; no se para, sigue. No le tiro, corro y me encaramo en una alturita que estaba en la curva, para ver; el tipo, después que da la curva, ¡pam!, se tira. Choca el caro, se tira. Le doy el alto: “Párate, párate”; no se para. No le tiré, porque me di cuenta de que era un hombre que no estaba armado. Porque yo me imaginé que era un espía; me imaginé que era un espía, que estaba espiando por ahí.

Había varios bohíos por aquella área. Todo el mundo tenía vino, víveres; tenía de todo, todo el mundo; todo el mundo había recogido, los de los bohíos que estaban por los alrededores, el día anterior se habían abastecido. Todo el mundo muy amable: brindaban comida, brindaban vino, brindaban cosas, todos. Muy amables todos los campesinos que estaban en los altos aquellos que yo estaba patrullando.

Arturo Alape.- Eso es en La Perseverancia.

Fidel Castro.- En esa época había muy pocas casas; yo diría que allí habría en total, bohíos aislados, unos 14 ó 15 por ahí, y yo visité distintos bohíos de los campesinos. ¿Tú sabes lo que estaba haciendo el hombre que yo me creía que era un espía? Tú no me lo crees, eso no me lo va a creer ni tú ni nadie, porque después averigüé, pregunté: ¿Ustedes vieron a un hombre por aquí...?; con los vecinos averigüé todo eso. La ciudad estaba ardiendo, era humo por todas partes, se sentían disparos por todas partes. El hombre, el día 10, había salido con dos prostitutas de la ciudad y se había ido para aquellas lomas, con la ciudad ardiendo y la guerra andando; había ido allí con dos prostitutas, sencillamente el hombre se estaba divirtiendo. Yo averigüé: era un tipo... ¿Tú te imaginas? Un tipo loco: la ciudad ardiendo, la guerra andando, y él con dos prostitutas por las afueras de Bogotá, el hombre que yo creía que era un espía; porque después con los campesinos reconstruí todo.

Periodista.-
Este es uno de los aspectos más humanos del relato del presidente Castro.

¿Está ubicado dónde, Arturo?


Arturo Alape.
- En la parte alta del barrio la Perseverancia, es decir, en los alrededores del cerro de Monserrate.

Periodista.- ¿Lo que hoy viene siendo Carrera Segunda o Tercera por ahí?

Arturo Alape.-
No, tendría que ser un poco más arriba.

Periodista.- Vendría siendo Carrera Primera con calle 30 ó 29.

Arturo Alape.- Sí, es decir, lo que es hoy la circunvalación.

Periodista.- ¿Más o menos qué hora es?, del 10 de abril ya.

Arturo Alape.-
Esto debió ser temprano, ¿no?

Periodista.-
En horas de la madrugada.

Arturo Alape.-
No, no, más o menos a las 11:00 de la mañana.

Periodista.- Las 11:00 de la mañana del 10 de abril, y Castro está con su patrulla ubicado en La Perseverancia.

Arturo Alape.-
Sí.

Periodista.- Muy bien.

Fidel Castro.-
Después pasaron tres aviones por allá por la posición que nosotros teníamos, la patrulla. No sabíamos con quiénes estaban los aviones (Risas), porque siempre había la esperanza; si los aviones están con la Revolución o están con el gobierno. Estaban los tres aviones, dieron vueltas por allí, pero nada.

Allí estuvimos todo el día. Hice algunos disparos —no sé si vale la pena decirlo— contra el Ministerio de Defensa (Risas).

Desde mi posición veía el Ministerio de Defensa. Hice algunos disparos, unos cuatro o cinco disparos. Ya a las 3:00 de la tarde o las 4:00, ni llegaba Ejército, ni llegaba tropa.

Arturo Alape.- No había enemigo.

Fidel Castro.- No apareció ninguna tropa enemiga por todas las alturas aquellas en el día entero que estuvimos allí. Y yo hice algunos disparos contra unos edificios. Me imaginé que estaba allí el Ministerio de Defensa, e hice algunos disparos contra el Ministerio de Defensa.

Antonio Núñez.- ¿Y de allí dispararon entonces?

Fidel Castro.- No, porque eso se veía así abajo, le di a 800 metros, 700 metros, se veía así; algunos disparos contra el Ministerio de Defensa.

Periodista.-
Sí. Es que Castro está ubicado en lo que... En Bogotá en ese momento pues no había construcciones, entonces debía tener alguna visibilidad sobre el edificio del Ministerio de Guerra, que hoy es el Pequendaba. No tenía esa altura, pues.

Periodista.- Debe haber lo que llaman los ingenieros la cota. Debe haber una diferencia del orden de unos 350 ó 400 metros entre el piso de la Carrera Séptima y el piso donde aparentemente estaba Castro en ese momento, ¿no?, Arturo.

Arturo Alape.-
Sí, sí.

Periodista.- Más o menos de ese orden.

En un momento regresamos.


(Anuncios propagandísticos.)

Periodista.- Una observación complementaria de lo que se decía anteriormente, es que ese sector, hoy Museo Nacional de Bogotá, que en una época —fue un panóptico, por cierto— era un sector de casuchas viejas, casuchas de un piso, dos pisos máximo, no había edificios, efectivamente; entonces, como Castro lo dice, pues tenía una plena visión sobre las zonas militares que quedaban en esa época en el sector de Bavaria y el hotel Pequendaba.

Treinta y cuatro años después de ocurridos los hechos, y por primera vez, Caracol presenta al presidente de Cuba, Fidel Castro, relatando en su propia voz cuál fue su participación, su intervención en el 9 de abril de 1948. Está ubicado en lo que hoy es el Parque Perseverancia con unos hombres, estudiantes, amigos, ¿no?

Arturo Alape.- Los que están patrullando son unos policías.

Periodista.- Ah, son policías.

Periodista.- Son los policías que le dio el comandante de la Quinta Estación.

Periodista.- Perdón. Y precisamente uno de los policías de esa época acaba de llamar por teléfono a Caracol y dice: “Por favor, digamos que no existían estaciones de policía, sino divisiones de policía.”


Periodista.-
Muy bien, correcta la aclaración. ¿Uno de los policías que estaba allá?

Periodista.- Sí, claro.


Periodista.- Ahora va a pasar un hecho importante: está Castro allí con sus hombres, su fusil, de pronto dispara hacia el Ministerio de Defensa y... ¿qué pasa?

En un momento tuvimos un conflicto serio allí, el único problema serio, que entonces eran como las 4:00 de la tarde. De repente vemos unos hombres que vienen con fusiles ametralladoras desde la Quinta Estación; llegan los hombres, otra patrulla con fusiles ametralladoras y los veo que avanzan. Digo: ¿Qué está pasando? Dicen: “No, están atacando la Quinta Estación.” Entonces yo los estoy exhortando a que no se vayan, que no abandonen, que vamos para allá para la Quinta Estación, que no pueden dejar a la gente abandonada.


Arturo Alape.- Están huyendo.

Fidel Castro.- Sí. Entonces los tipos hicieron así con sus fusiles ametralladoras y se encararon; no pude pararlos, porque mientras yo estaba discutiendo con ellos, diciéndoles que no se fueran, que regresaran, iban desertando. Tenían los fusiles ametralladoras y siguieron; se encararon; casi nos dispararon, casi nos matan.

Lupe Veliz.- ¿Y eran policías?

Fidel Castro.- Eran policías con fusiles ametralladoras que me informan a mí que están atacando la Quinta Estación. Entonces les digo: “Vamos para la Quinta Estación, no se vayan, y cuando los estoy persuadiendo se pusieron...” Estaban llenos de pánico, se iban, y se encararon con sus fusiles ametralladoras y se fueron.

Entonces yo voy con la patrulla para la Quinta Estación. Como decían ellos que la estaban atacando, a eso de las cinco y tanto regreso al atardecer para la Quinta Estación. Cuando llego allí no están atacando la Quinta Estación, es falso; por el contrario, ha salido una patrulla de la Quinta Estación, ha salido una patrulla que va hacia un edificio, creo que era una iglesia, donde se habían parapetado unos tiradores allí.

Arturo Alape.- Es lo mismo. El colegio de San Bartolomé está de este lado de acá.

Fidel Castro.-
Sí, entonces llegué. Hay una gente parapetada, y sale una patrulla que va a combatir contra una gente que está parapetada en una torre.

Periodista.- Está hablando de...

Arturo Alape.- Del Colegio San Bartolomé.

Periodista.- San Bartolomé de la Merced.


Arturo Alape.-
De la Merced, que está a dos cuadras de la Quinta División.

Periodista.- Sí, el mismo sector de La Perseverancia ya junto al Parque Nacional de Bogotá.


Arturo Alape.- Un colegio que queda cerca de la Quinta Estación.

Fidel Castro.- Sí. Están parapetados en la torre. Yo fui con ellos, atravesamos varias calles muy pobres. Primero que nada nos encontramos con una serie de fábricas de ladrillos, fábricas de ladrillos que había por allí; es decir, ¿cómo se llaman estos lugares de hornos?

Antonio Núñez.-
Tejares.

Fidel Castro.- De hornos, tejares y todo eso estaban por allí.

Caminamos por las calles. Me encontré un niño que recuerdo que se acerca a mí; el padre había muerto de una bala perdida por ahí, y el niño me hablaba con una voz desgarradora, como pidiéndome ayuda. Dice: ¡Han matado a mi papá, han matado a mi papá!, y llorando, un niño como de seis o siete años. En una de las calles tenían al hombre tendido allí en la casa, un civil que había muerto.

Fuimos hasta la torre. Ya cesaron los disparos allí. Volvimos a la Estación.

Periodista.- Aquí comienza la segunda noche de Fidel Castro en la Quinta Estación de Policía.

Periodista.- Sí, la noche del 10 de abril.

Periodista.- Según el relato de Castro, ¿no, Arturo?

Arturo Alape.-
Sí, sí. Al día siguiente él va a salir de la Quinta Estación.

Periodista.- Comienza, pues, la segunda noche de Castro en la Quinta Estación de Policía: 10 de abril de 1948.

Fidel Castro.- Entonces, por la noche. Paso la segunda noche en la Estación.

Arturo Alape.- Eso era el 10.

Fidel Castro.- Del 11 al 12; no, del 9 al 10. Yo paso dos noches en la Quinta Estación.

Arturo Alape.-
O sea, del 9 al 10.

Fidel Castro.-
Y del 10 al 11. Entonces, ya al amanecer del 11 se está hablando mucho de que hay un acuerdo, y se empieza a hablar de que hay un acuerdo entre el gobierno y las fuerzas de coalición, que hay un arreglo, que hay un arreglo. Yo recuerdo que tenía mi fusil y además tenía una espada (Risas), un sable.

Antonio Núñez.-
¿Y dónde te hiciste del sable ese?

Fidel Castro.- Yo ni me acuerdo (Risas), pero yo tenía un sable.

Antonio Núñez.-
En una de las estaciones.

Fidel Castro.- Ya a mí me quedaban unas nueva balas —era lo que yo tenía— y un sable; entonces mi capote de policía, mi boina tipo miliciana de esas, gorra sin visera, y creo que teníamos sables. Entonces se produce un relajamiento; se habló de un acuerdo, a toda la tropa, que se había producido del gobierno, que se iba a llegar a la paz; entonces pedían que los policías se quedaran acuartelados, que los fusiles se entregaran, las armas, que los civiles volvieran a sus residencias, se quedaran los policías.

Entonces a mí todo el mundo me había tratado muy bien desde que yo llegué allí, siempre con una cierta admiración de ver al cubano allí, de verlo entre ellos con buena disposición a luchar. Todo eso les hizo una buena impresión; pero en el momento de despedirnos por la mañana yo quería llevarme un recuerdo aunque sea de aquello, el sable o algo de eso, y me dijeron que no, ni siquiera eso.

A eso de las 10:00 ó las 11:00 de la mañana, o más tarde, más o menos al mediodía y sobre la base de que se había creado la paz, que había un arreglo pacífico aceptado por ambas partes, y pidiendo que quedaran los policías... pero no fue un arreglo, fue una gran traición; en mi opinión se traicionó al pueblo. Se le habló a la gente de un arreglo, no había tal arreglo. Entonces yo entrego mi fusil el día 11, más o menos al mediodía. Al otro cubano me lo encuentro, que llega por allí; había pasado una serie de vicisitudes, de milagro no lo habían matado, y estaba por la mañana. Nos volvimos a encontrar allí en la misma Estación, había ido a parar a la misma Estación. Entonces de ahí, como al mediodía, fuimos caminando para el hotel otra vez; fuimos caminando para el hotel.

Arturo Alape.- Todo esto en la parte alta.

Fidel Castro.- Fuimos caminando tan tranquilos... Se había producido la paz, un acuerdo nacional; y cuando nosotros vamos hacia el hotel, sin embargo, veíamos que seguían los disparos en muchos sitios, y entonces pudimos ver cómo a muchos revolucionarios que se habían quedado aislados los fueron cazando uno a uno; francotiradores que se quedaron aislados, se metían en una torre o se metían en otro lugar, entonces tú veías al ejército cazando uno por uno a los tiradores que se quedaron aislados. Mataron a muchos combatientes.

Cuando nosotros llegamos al hotel es cuando nos damos cuenta de que nos están acusando a nosotros, los cubanos. Dicen: “¿Pero ustedes qué hacen aquí, pero si todo el mundo los está buscando a ustedes?” En el hotel nos dicen que nos están buscando a nosotros. “¿Pero ustedes son los cubanos?” Ya los cubanos éramos famosos en se momento, cuando llegamos al hotel; y había conservadores también en el hotel; y buscándonos a nosotros como los responsables de todo aquello; y nosotros sin un centavo, sin conocer una sola dirección. Fíjate la situación nuestra: sin un centavo y sin conocer una sola dirección en Bogotá.

Eran como las 2:00 de la tarde o las 3:00. Salimos a la calle; estuvimos viendo cómo se producían algunos combates de francotiradores contra el ejército, y fuimos para la casa donde estaba Ovares, que era el presidente de la FEU, los dos cubanos que lo habíamos visto el día 9 por la tarde, y Guevara. Vamos allí, adonde estaban ellos; ellos habían permanecido en la casa de huéspedes. Nos reciben bien y nos prometen retenernos allí, porque a las 6:00 de la tarde era el toque de queda.

A todo esto yo había llegado allí con el apasionamiento de todo lo que había visto, estaba un poco exaltado por todos los combates; primero el asesinato de Gaitán, después todos los combates del pueblo, el pueblo sublevado, de toda la tragedia que había ocurrido, del acuerdo y la traición. Pero da la casualidad que el dueño de la casa de huéspedes donde estaban los otros dos cubanos, donde ya se había acordado que nos quedáramos los cuatro, y nos daban comida y nos daban albergue allí, el hombre era conservador, ¡el hombre era conservador! Nosotros no habíamos dicho nada, porque cuando ya llegamos allí íbamos vestidos de civil, desarmados.

Entonces el hombre empieza a decir horrores de Gaitán y de los liberales, de aquella gente, horrores. Y yo pierdo la paciencia y cometo el error, después de las 5:30 de la tarde, a pocos minutos del toque de queda, le digo que estaba equivocado, que esas gentes estaban oprimidas, que eran luchadores, que su causa era la causa justa, que habían luchado; me exalto y contradigo al hombre, le digo una mano de cosas y defiendo a la gente que se había sublevado. Entonces el hombre decide que no nos podíamos quedar allí. Fíjate si éramos realmente inmaduros, que cometimos el error de establecer una polémica con el dueño de la casa a las 6:00 menos 25 de la tarde, y el hombre decide que teníamos que irnos; irnos era la muerte.

Antonio Núñez.- Sí, porque estaba el toque de queda ya.

Fidel Castro.- Salimos de la casa, caminamos; nos acercamos a un hotel, que es un hotel donde se alojaban muchas delegaciones, que está cerca del centro. ¿Cómo se llamaba el hotel aquel? Era el hotel más importante, un hotel blanco; estaba cerca de la ciudad, por ahí, por donde estaba el centro.

Arturo Alape.- Estaba el Reina, el Granada.

Fidel Castro.- Yo creo que era el Granada, uno de los dos hoteles, donde estaba albergada la delegación. Faltaban cinco minutos para el toque de queda, así, cuando va saliendo la máquina de uno de los argentinos que nosotros habíamos conocido en la cosa del Congreso; va saliendo la máquina de uno de los argentinos a las 6:00 menos cinco. Iglesias se llamaba el argentino, y está saliendo en un carro diplomático, uno de los que había estado en la cosa del Congreso. A todo esto estaban buscando a todos los cubanos por toda Bogotá.

Entonces paramos el automóvil, vemos a Iglesias y le dijimos la situación en que estábamos, que estaba el toque de queda, no teníamos donde estar. Dice: “¡Monten!” Nos montamos en la máquina diplomática donde estaba Iglesias y entonces nos recibe diciendo: “¡En qué líos os habéis metido! ¡En qué líos os habéis metido!” Esa es la palabra con que nos recibe Iglesias: qué lío. “¿Pero cómo qué lío en que nos metimos?” Dice: “Bueno, yo los llevo al Consulado de Cuba” —o a la embajada de Cuba—; al Consulado de Cuba creo que fue donde me llevó a mí realmente, al Consulado. Dice: “Yo los llevo al Consulado de Cuba.” Le dijimos: “Adonde usted quiera”, y nos llevó al Consulado. A todo esto nosotros éramos enemigos del gobierno de Cuba, y nos han llevado al Consulado de Cuba. Pero ahora, para que tú veas lo que son las paradojas de la historia...

Periodista.- Perdón, hay dos observaciones: el hotel donde él tiene el conflicto verbal está ubicado dónde, cuando lo sacan.

Periodista.- Exactamente es el hotel Pacífico, que queda por el sector del Parque Santander.


Arturo Alape.- Exactamente en la calle 16, Carrera Quinta, muy cerca del entonces hotel Cali.

Periodista.- Y el segundo hotel a que él alude, donde está el diplomático argentino Iglesias, es el hotel Granada.

Periodista.- Diplomático no.


Arturo Alape.-
Sí, él es diplomático. Lo que pasa es que Iglesias había estado organizando con el propio Fidel el congreso estudiantil, por eso lo conoce. Y ese es uno de los datos que luego aducen aquí, los datos —digamos— de la Policía, porque dicen que él tuvo ciertas llamadas o muchas llamadas con Iglesias; pero la relación que él tiene con Iglesias es la relación de la organización del congreso estudiantil. Iglesias había venido como delegado del gobierno peronista a la Conferencia Panamericana.

Periodista.- Ah, era diplomático. Entonces el hotel Granada —para claridad de los oyentes de Caracol— quedaba en la Carrera Séptima con Avenida Jiménez, donde hoy queda el Banco de la República; era el hotel más importante que había en Bogotá.

Periodista.- Faltaban cinco minutos para las 6:00, a las 6:00 comenzaba el toque de queda. Estamos en el día 11, marchan hacia el Consulado de Cuba y Castro advirtió: y me llevan al Consulado de Cuba. Y yo estaba en guerra con el gobierno de Batista en ese momento. Están pues ya en la Embajada. ¿Embajada o Consulado?

Arturo Alape.- Consulado.

Fidel Castro.- Ya 6:00: toque de queda. Todo el mundo armado hasta los dientes, registran todos los carros. “¿Diplomático? Pase.” “¿Diplomático? Pase.” Y en el carro diplomático argentino, en el que por casualidad vimos que a la salida de ese hotel —creo que era el Granada— estaba saliendo Iglesias, nos llevaron a nosotros. Y llegamos como a las 6:10 al Consulado cubano; en el Consulado cubano éramos famosos ya, porque estaba todo el mundo buscando a los cubanos, y nos reciben de lo más bien. ¿Sabe quién era el cónsul?, para que usted vea, un señor que tendría unos 65 años de edad, se veía un hombre muy noble. La señora se veía una señora muy afectuosa también. Entonces nos recibe. Y ese hombre era hermano de quien después fue jefe del ejército de Batista.

Periodista.- Bueno, aquí hay otra coincidencia interesantísima: el cónsul cubano que recibe a Castro, y quien ha sido dirigido al Consulado por Iglesias, el argentino, diplomático, era hermano de quien después fue comandante...

Arturo Alape.-
Del ejército cuando el gobierno de Batista, y a quien le aplican luego la ley revolucionaria cuando Fidel Castro toma el poder.

Periodista.-
Es decir, es fusilado por el ejército de Castro cuando, después del Primero de Enero, llega al poder.

Periodista.- Se trata del general Tabernilla.

Periodista.-
Sí señor.

Fidel Castro.- Tabernilla se llamaba el cónsul, el cónsul Tabernilla; pero el hombre más bondadoso que tú puedas imaginar, y era hermano de un viejo que había estado con Batista antes y que después fue el jefe del ejército de Batista y un gran esbirro: Tabernilla, jefe del ejército de Batista durante nuestra guerra; y quien me recibe es un hermano de Tabernilla, hombre de carrera diplomática, de muchos años, pero sobre todo un hombre muy bondadoso.

Esto es el día 11 por la noche y entonces allí habilitaron un cuarto. Allí estaba una tripulación militar cubana, de un avión de transporte que ha ido a buscar unos toros a Colombia para una corrida de toros, unos toros Miura, unos toros de esos de lid. Entonces hicieron los trámites, y en el avión que había ido a buscar los toros regresamos a Cuba nosotros el día 12; hizo escala en Barranquilla el avión.

Y nosotros, cuando regresamos, traíamos toda la literatura; la Oración de la Paz, materiales que nos había dado Gaitán, los habíamos conservado porque los habíamos recogido y regresamos el día 12, al anochecer llegamos a Cuba después de hacer escala en Barranquilla. Es como termina eso, después de una sucesión de cosas, casi milagrosas, que pasaron; pero sobre todo cuando nosotros, a las 6:00 menos cinco, encontramos al argentino a la salida del hotel Granada, o estábamos muertos. Porque si a nosotros nos agarran allí nos echan la culpa de todo, porque el gobierno estaba buscando la mentira de que aquella era una conspiración común y de extranjeros; si nos agarran a nosotros allí nos hacen picadillo y nos echan la culpa de todo. La gran verdad es que nosotros no tuvimos nada que ver con aquello, y lo que hicimos como jóvenes, estudiantes, como gente idealista, como gente quijotesca, es que nos sumamos a la sublevación del pueblo, y los incidentes fundamentales son los que te he contado.

Arturo Alape.- Pero esos hechos de abril influyeron en usted en su formación como revolucionario, le dieron..., ¿verdad?

Fidel Castro.- Yo diría que la posibilidad de ver el espectáculo de una revolución popular absolutamente espontánea, tiene que haber ejercido una influencia grande en mí, viví la experiencia. Ahora, podríamos decir que no me reflejaba algo nuevo, sino que me reafirmaba una serie de ideas y de concepciones que yo tenía sobre el pueblo explotado, sobre el pueblo oprimido, sobre el pueblo que busca justicia, sobre el pueblo que quiere justicia; yo diría que aquello fue un volcán que estalló.

Arturo Alape.- Comandante, ¿y hay una relación entre el 9 de abril y el asalto al Moncada, estos dos hechos?

Periodista.- Perdón, en el asalto al Moncada hacer una referencia, Arturo.

Arturo Alape.- Sí, es el primer intento que hace Fidel Castro para tomar el poder en Cuba en el año 1953, cuando en Santiago de Cuba asalta el Cuartel Moncada. Luego, en sus años preso, él logra elaborar una estrategia, que cuando sale en libertad y viaja a México entonces comienza a organizar el viaje en el Granma, cuando ellos desembarcan, y de nuevo en Cuba comienzan la guerra de liberación.

Periodista.- La relación entre la participación de Castro en el 9 de abril y luego el asalto que dirige al Cuartel Moncada.

Fidel Castro.- Creo que forma parte del conjunto de la experiencia que yo tenía ya cuando la lucha del Moncada, porque incluso en el Moncada yo sabía que era muy difícil, pero ya por otros conjuntos de factores. Porque yo estudié mucho la historia de las revoluciones populares, para esa fecha del Moncada ya yo sí tenía una formación marxista-leninista completa; mientras que en aquella época era todavía una formación popular antimperialista, idílica, de apoyo a una serie de causas que me parecían justas; pero yo no tenía en Bogotá la formación política ya que yo tenía cuando el 26 de julio, que yo podía decir que en esa época tenía una profunda formación política, convicciones, ideas políticas que eran marxista-leninistas y eran socialistas.

Figúrate que yo tenía 21 años; yo creo que lo que hice allí fue mucho. Yo, por mi parte, me siento orgulloso de lo que hice, primero, porque tuve una actitud consecuente: reaccioné con la misma indignación de un colombiano frente a la muerte de Gaitán, reaccioné con mucha decisión y mucho desinterés y actué. Creo que reaccioné con mucho sentido común también, cuando hice todo lo posible por ayudar a la organización de aquello; creo que los consejos que di en la Quinta Estación de Policía no podría darlos mejor ahora, a la edad que tengo y con la experiencia que tengo; creo que la decisión de quedarme allí, aunque estaba solo y todo aquello, me pareció un gran disparate, lo que estaba ocurriendo aquella noche; creo que fue una gran prueba de desinterés, una gran prueba de idealismo, una gran prueba de quijotismo la que yo hice aquella noche al quedarme allí. Fui leal hasta el último momento. Cuando me dijeron el día 10 por la tarde que la Estación estaba siendo atacada y estaban desertando los policías, yo fui para allá con mi patrulla, para la Estación de Policía. Es decir, que yo diría que mi comportamiento fue intachable en todo lo que hice ese día, y las ideas que tuve fueron claras.

Fui disciplinado, aun sabiendo que aquello era un suicidio me quedé allí. Pero, ¿por qué me quedé allí sabiendo que era un suicidio, que estaban equivocados militarmente? Por un sentido del honor, por un idealismo, por un principio, por una moral me quedé allí. Aquella noche era una noche en que los tanques pasaban y cada rato y cada media hora estaban esperando el ataque del ejército. Yo sabía que allí iba a morir todo el mundo en el ataque del ejército, porque aquello era una ratonera. Y a pesar de estar en desacuerdo completo con las disposiciones, en desacuerdo completo desde el punto de vista militar con lo que estaban haciendo, me quedé allí; y solo, iba a morir anónimamente allí, y sin embargo lo hice.

Yo personalmente estoy muy orgulloso de eso, porque actué consecuente, actué con principio, actué con una moral correcta, actué con dignidad, actué con honor, actué con disciplina y actué con un altruismo increíble, porque hay que ver todas las cosas que pasaron allí; hasta la última quijotada mía, que fue ponerme a discutir con el dueño de la casa de huéspedes cuando esto después por poco me cuesta la vida, simplemente porque no me pude quedar callado frente a aquello. Ahora, piense que tenía 21 años; quizás con un poco más de experiencia me doy una buena callada de boca allí frente al conservador aquel, lo dejo oír todo, y no la situación, que por puro milagro nosotros pudimos salir vivos de aquella situación, en que si nos hubieran capturado a nosotros, además, nos echan toda la culpa de eso, y yo no podría estar ahora contándote la historia exacta y verídica de todo lo que vi y todo lo que viví allí.

Periodista.- Hay dos partes que hemos extraído de la cinta para permitir que el relato fuera cronológico, dos partes que son: la versión del presidente Fidel Castro sobre quién mató a Gaitán, y luego una exposición que le hace Arturo Alape sobre qué influencia tuvo como experiencia, el 9 de abril de 1948, en todo el proceso de la Revolución Cubana. Esas dos partes: Fidel Castro diciendo, en su opinión, quién mató a Gaitán, y la relación entre el 9 de abril y la Revolución Cubana, las trasmitiremos a partir de las 3:00 de la tarde.

Fidel y el 9 de Abril

Participación y proceso acusatorio

Arturo Alape

“Fue una erupción de pueblo”



“¿Tú qué quieres?”, me preguntó el Comandante Fidel, en la recepción que él brindaba a los delegados al Encuentro de los Intelectuales por la Soberanía de los Pueblos. Yo sorprendido en la mitad del bullicio solo le dije: “Entregarle el prontuario que usted tiene en Colombia.” “¿Por qué?” Me tomó por sorpresa. “Sobre su participación en el 9 de Abril en Bogotá...” El se rió. Me saludó efusivamente, mientras yo trataba de contener los impulsos de muchos de los delegados que querían estrechar su mano, expresarle sus sentimientos. La verdad es que me sentía extraño. Yo quería hablar unos pocos minutos con el Comandante, sobre una historia pasada por el calor de treinta y tres años. Todo había sucedido en 1948 en Bogotá. Y a mis espaldas, a empujones los delegados esperaban con ansiedad que les abriera paso, querían hablar unos pocos minutos o por lo menos tener delante la figura de Fidel.

Terminé en mi intento por entregar los documentos que traía a uno de sus ayudantes. Luego me quedé viendo ese río humano atraído por el imán de la personalidad de Fidel. Era como la atracción del mar. La multitud iba poseída a su encuentro, un roble la esperaba, una fiera tranquila al acecho. Yo seguí repitiéndome hasta convencerme, las palabras de un escritor cubano que me había dicho: “Si quieres la entrevista con Fidel, aprovecha la recepción de esta noche en Palacio. Plantéale la cuestión de frente. A él le gusta eso...” El primer intento fue fallido. Recordaba también las palabras de Gabo esa tarde en el hotel, cuando le pedí que me sirviera de intermediario para pedirle a Fidel la entrevista: “La veo difícil, porque Fidel está encabronado de trabajo estos días.” Si algo ha causado profunda herida, si algo se lleva a cuestas como el más terrible dolor en la historia de este siglo en Colombia, y cuando se recuerda es para inundar la conciencia con un mar de lamentaciones o para desenterrar culpables, es el 9 de abril. Quienes lo recuerdan, lo miran con el pesimismo de una terrible frustración. Otros quieren volver la espalda como buscando el inalcanzable olvido. Y en todos esos signos de dolor y de frustración de ver el rostro de la derrota, en una experiencia implacable en sus resultados fallidos, que dividió la historia reciente de Colombia en dos y abrió el camino para el desangre en una inmediata guerra civil, aparece la figura de un joven estudiante cubano, que viajó a Colombia y vivió tan intensamente como nuestro pueblo, ese largo día en sus acontecimientos, en su angustiosa lluvia y en sus funestas consecuencias. Ese día costó a Colombia miles de muertos, de muertos que se entierran con un cualquier N.N. y una cruz inequívoca indicando que la tierra ha tragado sus cuerpos. Y Fidel se sumergió en esa experiencia como ninguno. Cuando se habla del 9 de Abril o del Bogotazo, sonido fúnebre a hecatombe, hay una referencia inmediata al nombre de Fidel Castro. En estos treinta y cuatro años su nombre ha sido perseguido con la saña del dedo que acusa y señala y escribe en lingotes que claman venganza. Para la prensa conservadora, para el partido conservador y para muchos liberales que olvidaron sus ideas, Fidel a sus veintiún años, como agente del comunismo internacional, fue el organizador de lo sucedido. Como si la furia y el dolor de un pueblo que ve morir sus esperanzas de una mejor vida, al caer asesinado el hombre en que creía, se pudiera llevar de un día para otro, en la maleta, en una visita que hizo el estudiante cubano al país.

Y la versión, la definitiva y verdadera solo podía salir de boca del protagonista. Por eso volví a la fila de quienes querían estrechar la mano y saludar a Fidel, esa noche en el Palacio de la Revolución. La ansiedad no dejaba de perseguirme.

Fidel no se sorprendió al verme de nuevo: “¡Tú de nuevo! ¿Ahora qué quieres?” “Que me dé la entrevista, Comandante. La entrevista sobre el 9 de Abril.” “Eso va a ser difícil.” Pero en sus palabras sentí que era posible. Fidel siente como suya esa historia, esos días de abril que vivió en Bogotá. Entonces volví mi insistencia sobre Gabo, que en ese momento estaba cerca de Fidel. Gabo dijo: “Haré lo posible para conseguirla.”

Al día siguiente, por la noche en uno de los corredores del Habana Riviera, Gabo soltó una lejana esperanza: “Esta noche voy a ver a Fidel. Voy a decirle que si no es posible la entrevista, que entonces te entregue las grabaciones, que están en los archivos de historia...”

Esa mañana vi a Gabo metido de cuerpo entero en su overol de mecánico y entre su bigote medio encanecido y mostrando sus dientes que taladran palabras, me dijo así no más, sin preámbulos:

-Fidel quiere que te quedes. No desea que te lleves los documentos. Quiere realizar la entrevista contigo. Me pidió que yo esté presente para que le ayude a aclarar algunos detalles de su visita...

La verdad es que salté sobre mis propios resortes internos. Comenzó la espera. Dos semanas que se fueron acortando a medida que iba terminando el otro evento: la Conferencia Interparlamentaria que se realizaba en La Habana por esos días. Entre la noche y los días en que se explaya la maravillosa brisa que trae el mar, choca y disuelve su existencia contra el malecón. Y siempre las palabras de Gabo: “No desesperes. Fidel manda a decir que tiene en cuenta tu entrevista. Sigue muy encabronado con el trabajo de atender la Interparlamentaria...” Gabo se fue a México con Mercedes. Al despedirse me dijo: “Esta tarde tienes noticia...” y se fue portando un retrato aún fresco al óleo que la noche anterior le había pintado Guayasamín. Esa noche recibí un mensaje. “Favor estar localizado para la entrevista. A las dos de la tarde. Día veinticinco de septiembre.” Firmado, Núñéz Jiménez.

La entrevista había comenzado sin preguntas, en la casa del compañero viceministro de Cultura, Núñez Jiménez. Fue solo mostrarle un pequeño mapa, de su posible ruta ese día en Bogotá, con muchas dudas de mi parte, por cuanto lo había elaborado con base a los datos que se traslucían en varios de los relatos conocidos, para que Fidel, sentado en una mecedora, sin prender un gigantesco habano, comenzara a desmontar la historia, como si hubiera sucedido el día anterior. Con sus dedos señalaba ansiosamente el mapa: “Fíjate, aquí lo del mapa no me cuadra, porque me da la impresión de que yo iba a ir para la Plaza de Bolívar... Fíjate, el hotel este no me cabe bien ahí, me da la impresión de que yo venía por aquí, que yo agarraba la izquierda donde yo estaba, porque no era a la derecha, para venir aquí, tenía que agarrar la derecha y yo venía para ir aquí, tenía que agarrar la izquierda, de la carrera séptima... ¿Esta es la séptima? ¿Tú me entiendes? Por eso es que el hotel está aquí mal ubicado... Lo único que yo sé es que tú puedes confiar en mi ubicación geográfica. Yo sí geográficamente no cometo nunca un error de dónde estoy ubicado.”

Fue regresar al tiempo y esos treinta y tres años se volvieron presentes en su voz. Me había enfrentado a la maravillosa máquina que es la memoria de Fidel. La entrevista comenzaba a las diez y media de la noche.

Arturo Alape.- ¿Cómo surge la idea del Congreso Latinoamericano de Estudiantes; cuáles eran las relaciones entre la FEU y los peronistas y por qué surgen esas relaciones? ¿Cuáles eran los objetivos del Congreso Estudiantil y por qué viaja usted, Comandante, como delegado al Congreso?

Fidel Castro.- Yo quiero empezar por decirte que han transcurrido treinta y tres años desde aquellos acontecimientos. Creo que recuerdo todo bastante bien, con muchos detalles, pero no obstante hay que tener en cuenta el efecto del tiempo. Estos hechos ocurren en el año de mil novecientos cuarenta y ocho. La expedición a Santo Domingo ocurre en mil novecientos cuarenta y siete. Quiero darte algunos antecedentes. Yo estaba en la universidad, estaba por terminar el tercer año de la carrera de derecho. Por aquellos días de fines de curso en el año de mil novecientos cuarenta y siete, se produce la posibilidad de organizar la expedición a Santo Domingo, por parte de los revolucionarios dominicanos que llevaban muchos años luchando por esta causa. En ese momento recibieron cierta ayuda oficial en Cuba para organizar su expedición. No quiero hablarte de aquella expedición, de los errores que cometieron sus organizadores puesto que es otro tema, pero el hecho en sí es que yo era presidente de la Escuela de Derecho, era alumno oficial en la universidad. Allí para ser dirigente había que ser matriculado oficial. Los alumnos por la libre, como llamaban a una categoría de estudiantes que podían llevar asignaturas de distintos cursos, no tenían derecho a votar. Pero yo en ese año de mil novecientos cuarenta y siete, estaba terminando mi tercer año de carrera y me faltaban algunos exámenes. Yo era presidente de la Escuela de Derecho. Había un litigio puesto que los que controlaban la mayoría de la universidad, asociados al gobierno de Grau, tenían interés en el control. En la escuela mía que era la de Derecho, la mayoría de los delegados habían destituido al presidente, que estaba muy asociado al gobierno, y me habían elegido a mí. Las autoridades universitarias controladas por el gobierno no querían reconocer ese hecho. De manera que yo era vicepresidente de la escuela y además fui elegido en ese momento presidente de la escuela. Pero yo era también, en ese tiempo, presidente del Comité Pro-democracia Dominicana en la Universidad de La Habana. Y cuando se organiza la expedición a Santo Domingo, más o menos ya a finales de curso, alrededor de julio, yo consideré que mi deber primero, aunque no estaba entre los organizadores de la expedición, pero tenía muchas relaciones con los dirigentes dominicanos, sobre todo con Rodríguez, que en aquella época era el principal y otros muchos dirigentes que habían estado en el exilio, era enrolarme como soldado en la expedición y así lo hice. Sin embargo como el gobierno y figura del gobierno participaban en la organización y yo estaba en la oposición del gobierno, no tenía nada que ver con la organización de la expedición. Ellos tenían recursos de los dominicanos y recursos del gobierno. La expedición reunió unos mil doscientos hombres. Todo aquello estuvo muy mal organizado puesto que había gente buena, muchos dominicanos buenos, había cubanos que sentían la causa dominicana, pero con un reclutamiento que se hizo apresuradamente incorporaron también antisociales, lumpen, de todo. Yo me enrolé en esa expedición como soldado. Estuvimos varios meses en Cayo Confite donde estaba entrenándose la expedición. A mí me habían hecho teniente de un pelotón. Al final tienen lugar acontecimientos en Cuba, se producen contradicciones entre el gobierno civil y el ejército y este decide suspender aquella expedición. Así las cosas, alguna gente deserta, frente a una situación de peligro a mí me hacen jefe de una de las compañías de un batallón de los expedicionarios. Entonces salimos, tratábamos de llegar a Santo Domingo. Al final nos interceptan, cuando faltaban unas veinticuatro horas para llegar a aquella zona y arrestan a todo el mundo. A mí no me arrestan porque yo me fui por mar, no me dejé arrestar más que nada por una cuestión de honor, me daba vergüenza que aquella expedición terminara arrestada. Entonces en la bahía de Nipe me tiré al agua y nadé hasta las costas de Saitía y me fui. Pero mientras estuvimos entrenándonos para la expedición había transcurrido el mes de agosto, septiembre, octubre y yo perdí mi época de exámenes. Entonces me vi en una situación en que tenía que renunciar a mis derechos políticos oficiales en la universidad o matricularme otra vez en el tercer año, si quería seguir siendo dirigente oficial. Yo detestaba el tipo de estudiante que no sacaba las asignaturas y no aprobaba los cursos y se quedaba retrasado, relegado, como eterno líder estudiantil. Siendo consecuente con esas convicciones, no me matriculé oficialmente y me quedé como estudiante libre, para sacar las asignaturas que me quedaban de tercer año y las de cuarto año. De manera que en ese momento yo era estudiante por la libre y no tenía derechos políticos, pero tenía una gran ascendencia entre los estudiantes universitarios, por la política de oposición al régimen de Grau. En cierto momento yo me había convertido, sin proponérmelo, en el centro de aquella lucha contra el gobierno de Grau. Eso tenía lugar en el año de mil novecientos cuarenta y ocho.

Ya por aquella época yo también había participado y me había convertido, pues tenía relaciones con Albizu Campos y su familia y otros dirigentes puertorriqueños, en un activista pro-independencia de Puerto Rico. De manera que yo era presidente del Comité Pro-democracia Dominicana, había participado en la expedición, aunque esta no llega a realizarse, también tenía una activa participación en la lucha por la independencia de Puerto Rico, aparte de las actividades políticas internas en el país, que se encaminaban fundamentalmente a la crítica y a la protesta contra el gobierno corrompido que existía en ese momento. Ya por aquella época nosotros sentíamos otras causas latinoamericanas como la cuestión de la devolución del Canal de Panamá a Panamá. Era una época de efervescencia estudiantil en Panamá, una época de efervescencia también en Venezuela, porque se había producido el derrocamiento de la tiranía y se acababa de elegir a Rómulo Gallegos como presidente de Venezuela. Por aquella época existían ya las contradicciones fuertes entre Perón y Estados Unidos. Nosotros estamos pues en este movimiento que se circunscribe a los siguientes puntos: La democracia en Santo Domingo, la lucha contra Trujillo; la independencia de Puerto Rico; la devolución del Canal de Panamá; la desaparición de las colonias que subsistían en América Latina. Eran los cuatro puntos fundamentales y esto nos llevó a establecer ciertos contactos, digamos tácticos, con los peronistas, que también estaban interesados en su lucha contra Estados Unidos y en su lucha por algunas de estas cuestiones, porque ellos también estaban reclamando las islas Malvinas, que eran una colonia inglesa. Por aquella época los peronistas realizaban actividades, enviaban delegaciones a distintos países, se reunían con estudiantes, distribuían su material; de esa coincidencia entre los peronistas y nosotros surgió un acercamiento táctico con ellos. Por esos días, yo concibo la idea, frente a la reunión de la OEA en el año de mil novecientos cuarenta y ocho, reunión promovida por Estados Unidos, para consolidar su sistema de dominio aquí en América Latina, de que simultáneamente con la reunión de la OEA y en el mismo lugar, tuviéramos una reunión de estudiantes latinoamericanos, detrás de estos principios antimperialistas y defendiendo los puntos que ya he planteado; la lucha contra las tiranías en América Latina, no solo en Santo Domingo sino también en otros países comprendidos en la lucha por la democracia en América Latina. La idea de la organización del congreso fue mía y de esta forma yo empiezo a hacer contactos con los estudiantes panameños, que por aquel tiempo tenían una posición muy activa en la lucha por la devolución del Canal, también con los venezolanos; yo conocía la posición y los intereses de los distintos países. Así concibo el viaje de esta forma: primero visitar Venezuela, donde se acababa de producir una revolución y había una actitud de los estudiantes muy revolucionaria; después visitar a Panamá y después visitar a Colombia. Les iba a plantear la idea a estas universidades, a pedirles la colaboración. A su vez, los argentinos se comprometían también a movilizar los estudiantes de su país, y digamos que se produce una cooperación en ese sentido con los argentinos, con los peronistas. Desde luego, los recursos para todo eso los movilizamos nosotros mismos. Teníamos muy poco dinero; para los pasajes exclusivamente.

Arturo Alape.- ¿Pero a Cuba llega una delegación del peronismo en ese momento?

Fidel Castro.- Por aquellos días habíamos hecho contactos en Cuba con una delegación de la juventud peronista. Ellos coordinaron con nosotros que iban a trabajar en ciertas áreas y nosotros en otras para que la fuerza de izquierda de América Latina organizara este Congreso de Estudiantes Latinoamericanos.

Yo me arrogaba la representación de los estudiantes cubanos, aunque tenía conflictos con la dirección oficial de la FEU, donde una parte tenía relaciones con el gobierno. Es decir, yo no llevaba la representación oficial de la FEU, yo llevaba la representación de una gran mayoría de estudiantes, que me seguían considerando a mí como dirigente, a pesar de que yo no me había matriculado oficialmente y no podía ser cuadro oficial de la FEU.

Así salí para Venezuela. Las líneas aéreas en aquella época eran un tren lechero y recuerdo que lo primero que me ocurre es que el avión aterriza nada menos que en Santo Domingo. Yo cometí la imprudencia de bajarme del avión, incluso tuve la impresión de que unos tipos me habían reconocido, porque me puse a conversar con algunas personas en el aeropuerto de Santo Domingo. Con tan buena suerte que fue poco rato, luego me monté otra vez en el avión y no pasó nada. En Venezuela había una gran efervescencia. Allí estuve en el periódico oficial, el del partido de gobierno. Allí hice contactos con los estudiantes venezolanos, les planteé la idea de este congreso y estuvieron de acuerdo.

Arturo Alape.- ¿En la Universidad Central?


Fidel Castro.- Sí, yo me reuní con los estudiantes de la universidad que en ese momento eran de Acción Democrática. Nuestro propósito al hablar con los estudiantes, era pedirles apoyo para la organización del congreso, invitarlos a participar en el congreso, explicarles todas las ideas y esto fue exitoso; los estudiantes venezolanos estuvieron de acuerdo y decidieron mandar una delegación al congreso. En aquella ocasión ya había sido electo Rómulo Gallegos presidente y nosotros pedimos una entrevista para explicarle nuestras ideas. Fuimos a La Guaira donde estaba Rómulo Gallegos y así hicimos este contacto, también para pedir apoyo para el congreso.

Después volamos a Panamá, ya con el apoyo de los estudiantes venezolanos revolucionarios, que eran prácticamente toda la universidad. En Panamá nos reunimos con los dirigentes estudiantiles. En días recientes se había producido una de las tantas balaceras por las protestas contra la ocupación yanki del Canal y había un estudiante panameño que había sido herido quedando inválido. Era como un símbolo para todos los estudiantes. Yo hice contactos y lo visité. Los estudiantes panameños estaban muy enardecidos y estuvieron muy de acuerdo con la idea del congreso, la apoyaron y decidieron enviar una delegación a Bogotá. Ya teníamos dos países importantes.

De Panamá volamos a Bogotá, por cierto nuestros recursos eran ya muy escasos, no teníamos sino para alojarnos en el hotel, y ni siquiera sabíamos qué íbamos a hacer después. Así nos hospedamos en un pequeño hotel, como de dos o tres pisos, bastante acogedor. En aquel tiempo la vida era muy barata y si uno llevaba dólares al país, nosotros llevábamos unos pocos, el cambio era muy favorable y el alojamiento del hotel y la comida salían costando poco.

Una vez que nos alojamos en el hotel, inmediatamente establecimos contacto con los estudiantes de la universidad. La inmensa mayoría de los estudiantes eran de izquierda y liberales y al mismo tiempo había un gran prestigio y una gran influencia de Gaitán en la universidad.

Arturo Alape.- En la investigación de los hechos del 9 de Abril, se habla que fue un complot comunista. Incluso hay un supuesto documento, que se publicó en Colombia, de Blas Roca dando instrucciones a los comunistas colombianos. Siempre que se hacen publicaciones sobre esa fecha, cada año, aparecen documentos diciendo que usted era un instrumento del comunismo internacional. ¿En ese momento usted era comunista?

Fidel Castro.-
En ese momento ya yo había entrado en contacto con la literatura marxista, ya había estudiando Economía Política, por ejemplo, y tenía conocimientos de las teorías políticas. Me sentía atraído por las ideas fundamentales del marxismo, yo fui adquiriendo una conciencia socialista a lo largo de mi carrera universitaria, a medida que fui entrando en contacto con la literatura marxista. En aquel tiempo había unos pocos estudiantes comunistas en la Universidad de La Habana y yo tenía relaciones amistosas con ellos, pero yo no era de la juventud comunista, yo no era militante del partido comunista. Mis actividades no tenían absolutamente nada que ver con el partido comunista de aquella época. Podríamos decir que yo tenía en ese momento una conciencia antimperialista. Había tenido ya los primeros contactos con la literatura marxista y me sentía inclinado a las ideas marxistas, pero no tenía ninguna filiación, ninguna vinculación con el partido comunista, ninguna vinculación con la juventud comunista, salvo relaciones de amistad con distintos jóvenes comunistas, muy trabajadores, muy estoicos, con los cuales yo simpatizaba y a los que admiraba. Pero ni el partido comunista de Cuba, ni la juventud comunista tuvieron absolutamente nada que ver con la organización de este congreso de Bogotá. Puede decirse que yo realmente en esa época estaba adquiriendo una conciencia revolucionaria, tenía iniciativas, era activo, luchaba, pero digamos que era un luchador independiente.

Arturo Alape.- ¿Por qué ese interés suyo en la entrevista con Rómulo Gallegos?

Fidel Castro.- Porque Rómulo Gallegos era una figura muy prestigiosa en estos países. Figura política y figura literaria. La revolución de Venezuela había producido un gran impacto en Cuba y había despertado muchas simpatías. Además, la mayor parte de los estudiantes eran del partido de Gallegos. De modo que el interés por saludarlo a él, estaba relacionado con el hecho de que era el dirigente de un país que había hecho una revolución democrática, una figura de prestigio internacional y nosotros estábamos recogiendo el apoyo de los estudiantes venezolanos para este congreso que íbamos a hacer. Pero ya habíamos logrado el apoyo, de manera que esto fue también una cuestión de cortesía, de conocerlo y de informarle.

Esto del congreso fue algo organizado en muy breve tiempo y sobre la marcha.

Arturo Alape.- ¿Qué día llega usted a Bogotá?

Fidel Castro.-
¿Qué día fueron los sucesos?

Arturo Alape.- Nueve de Abril...

Fidel Castro.- Creo que debo haber llegado unos cinco o seis días antes. Tal vez si por ahí hay un pasaporte mío... Tendría que buscar en papeles y en archivos, para poder precisar la fecha exacta. No sé siquiera si existe mi pasaporte de aquella época. Pero fue unos cinco o seis días, máximo siete días, antes del 9 de Abril cuando yo llegué a Bogotá.

Arturo Alape.- ¿Cuáles fueron sus primeros contactos?


Fidel Castro.- Nosotros siempre lo que hacíamos era dirigirnos a los estudiantes universitarios. Así obtuvimos información de que la izquierda y el partido liberal eran mayoría en la universidad. Nosotros inmediatamente buscamos a los dirigentes universitarios, nos reunimos con ellos y les planteamos la idea del congreso y ellos estuvieron de pleno acuerdo. Es decir, tanto los estudiantes venezolanos, como los estudiantes panameños, como los estudiantes colombianos estuvieron de acuerdo con la idea del congreso, la recibieron con mucho entusiasmo. Todos a su vez habían hecho contacto con otras organizaciones estudiantiles de Latinoamérica, nosotros habíamos hecho algunos contactos, los argentinos habían hecho otros y entonces ya se había logrado, no te voy a decir que la representación total de los estudiantes, pues no se había hecho un congreso latinoamericano nunca antes, pero sí un grupo bastante representativo. Nosotros teníamos la idea de que los estudiantes debían estar organizados y participar activamente en la lucha por las banderas que ya te mencioné y contra el imperialismo. Creíamos que debía existir una organización, incluso teníamos la idea de hacer una organización de estudiantes latinoamericanos. Yo di todos estos pasos y ya de hecho estaba organizado el congreso.

Arturo Alape.- ¿Ustedes tuvieron contacto con los estudiantes guatemaltecos, que en ese momento eran un fenómeno político bien interesante?

Fidel Castro.- No puedo recordar en detalle pero ahí estaban representantes, a pesar del breve tiempo con que se organizó el congreso, de las distintas fuerzas progresistas y de izquierda de América Latina. Ocurre una situación: yo estaba de organizador del congreso y en todas partes aceptaron el papel que desempeñaba, pero entonces los dirigentes oficiales de la FEU en Cuba, cuando ven que el congreso es una realidad, quieren participar oficialmente y mandan entonces una representación en la cual incluyeron al que era secretario de la organización, Alfredo Guevara y al Presidente de la FEU. Cuando llega esta representación oficial de la FEU, en una de las primeras reuniones se plantea la cuestión de la representatividad; si yo podía representar a los estudiantes universitarios de Cuba o no. En una plenaria se discute eso, yo hablé con bastante vehemencia, expliqué todo lo que había hecho, cómo lo había hecho y por qué. Debo decir que prácticamente de una manera unánime, los estudiantes me apoyaron, cuando hice la exposición un poco apasionadamente, como era de esperarse en esa época y en esa edad. De hecho yo estaba presidiendo aquella reunión. Yo dije que no tenía interés, que no estaba persiguiendo honores personales de ninguna clase, que lo que me interesaba era la lucha y el objetivo de esa lucha. Que lo que me interesaba era el congreso y que yo estaba dispuesto a renunciar a todo cargo y a cualquier honor y que mi interés era que se llevara a cabo la lucha y el congreso. Los estudiantes aplaudieron mucho cuando yo hablé y apoyaron la idea de que yo continuara en el papel de organizador del evento.

No te voy a decir todos los detalles de donde desayuné esos días, porque lógicamente no puedo recordar todo lo que hice en la ciudad de Bogotá. Pero sí podría decirte cómo me impresionó Bogotá. Me llamó mucho la atención, era la primera vez en mi vida que estaba en Bogotá y en Colombia, que la ciudad se caracterizaba por una cosa nada familiar para nosotros: las calles se dividían en calles y carreras; lo primero era entender aquello de que las carreras iban en una dirección y las calles iban en otra. Me llamaba la atención también, especialmente en esa carrera séptima, que quedaba cerca del hotel, la gran cantidad de personas en la calle, durante todo el día, sin que yo pudiera explicarme ni entonces ni ahora siquiera, por qué había una multitud de personas en la calle, con sus sobretodos, tal vez en aquella época hacía más frío que ahora, la ciudad no había crecido tanto, no era una ciudad moderna, era una ciudad bastante antigua.

Había muchos cafés, parece que era un hábito, una tradición colombiana el llegar a los cafés a tomar café, o cerveza o refrescos y todo el mundo con sus sobretodos. Lo más curioso para nosotros era ver siempre en la calle una gran multitud de personas, me imagino que habría un desempleo muy grande, pero aún no alcanzo a comprender por qué a todas horas había tantas personas en las calles de Bogotá, sobre todo en la carrera séptima. Mucha gente moviéndose. Por supuesto celebrándose la reunión de la OEA, la ciudad se había preparado para eso, se había instrumentado una organización policíaca para atender la conferencia. Le habían dado uniformes nuevos y flamantes a los policías que atendían la conferencia. Se hicieron rápidamente nuestros contactos, las primeras reuniones para la organización del congreso, que debía concluir con un acto en un estadio donde se organizaban los grandes actos, un estadio o una plaza, no recuerdo exactamente bien.

Los estudiantes inmediatamente nos hablaron de Gaitán. Gaitán era en aquel momento la figura política de más prestigio, de más apoyo popular, se le consideraba sin duda de ninguna clase el hombre que iba a obtener el triunfo en las próximas elecciones de Colombia. Los estudiantes apoyaban a Gaitán en su inmensa mayoría. No tuvimos contacto con el partido comunista colombiano, aunque entre la gente con que nos reunimos en la universidad había liberales y había comunistas y en la organización del congreso estaban participando los liberales y las fuerzas de izquierda, que acogieron con entusiasmo la idea. Los estudiantes liberales me pusieron en contacto con Gaitán y me llevaron a visitarlo.

Arturo Alape.- ¿Eso según los datos fue el 7 de abril...?

Fidel Castro.- Debe haber sido el 7 y te voy a decir por qué. Nosotros fuimos a explicarle a Gaitán todas las ideas que teníamos y a pedirle apoyo. A Gaitán le entusiasmó la idea del congreso y nos ofreció su apoyo. Conversó con nosotros, se habló y él estuvo de acuerdo con la idea de clausurar el congreso con un gran acto de masas. El nos prometió que él clausuraría el congreso. Nosotros naturalmente nos sentíamos muy satisfechos, muy optimistas con el apoyo de Gaitán porque eso garantizaba el éxito del congreso, además con movilización de masas y con su presencia en la clausura. Nos citó para dos días después como a las dos o dos y cuarto de la tarde, en su oficina, que creo que era en la carrera séptima; se subía por la escalera como de madera y se llegaba a su despacho. Nosotros estábamos citados con él de nuevo la tarde del día 9. En esa ocasión él nos obsequió distintos materiales políticos, nos explicó la situación de Colombia y por cierto nos entregó un folleto con su famoso discurso conocido como la Oración por la Paz que fue una pieza oratoria magnífica.

Había gran efervescencia en aquellos días en Colombia, porque todos los días se cometían 20 ó 30 asesinatos. En los cintillos de los periódicos todos los días aparecían las noticias de que en tal lugar habían sido asesinados 30 campesinos, en tal otro 25 campesinos. Prácticamente en los días en que estuvimos allí, todos los días aparecían las noticias en los periódicos de asesinatos políticos. Nos explicaron el papel de Gaitán, su lucha por encontrar una solución a esa situación de violencia, la Marcha del Silencio que había organizado con cientos de miles de personas, que había sido una manifestación impresionante, y en esa ocasión, en que decenas o cientos de miles de personas habían marchado en absoluto silencio, al final él había pronunciado la Oración por la Paz. Inmediatamente yo me puse a leer todos esos materiales y a empaparme de la situación en su conjunto de Colombia.

También por aquellos días había un juicio muy famoso que era el del teniente Cortés. Creo que había ocurrido un incidente entre un militar y un periodista que originó la muerte de este. En aquellos días concluía el juicio y a nosotros los estudiantes nos habían informado de Gaitán, su figura política, su pensamiento y además su condición de un abogado excepcional, extraordinario. Incluso nos invitaron y nosotros asistimos, creo que fue a la última sesión de la audiencia en que Gaitán estaba haciendo la defensa del teniente Cortés. Por aquellos días se transmitía por radio los debates del juicio y prácticamente en todo el país, hasta en los cuarteles, se escuchaba la defensa de Gaitán, que por cierto en aquel momento dicho juicio se había convertido en una cuestión política importante. Yo recuerdo que como estudiante de Derecho lo escuché con especial interés y recuerdo algunas partes donde él hablaba de la bala, la trayectoria de la bala y mencionaba algunos tratados de anatomía, incluso algunos tratados franceses que eran famosos en las escuelas de Medicina; yo como estudiante de Derecho me interesé mucho por el caso y por la exposición y el alegato que él estaba haciendo, realmente brillante. De modo que por aquellos días en Colombia además de la situación de violencia y de sangre estaba teniendo lugar un juicio que adquiría gran magnitud política. Yo diría que en el ejército se escuchaban con simpatías los alegatos de Gaitán, en las estaciones de policía, en los cuarteles y que tanto la opinión pública como la opinión de los militares era favorable al teniente Cortés. Es decir, coincidían en ese momento todos esos criterios con las posiciones que sostenía Gaitán.

Arturo Alape.- Es que había un comité formado por militares en que conseguía fondos para la defensa de Gaitán. ¿Qué impresión tiene usted de Gaitán en la reunión que tuvieron sobre el congreso y luego viéndolo ya como abogado?

Fidel Castro.- Yo tenía una impresión realmente muy buena de Gaitán. La tuve en primer lugar, porque en eso influyeron las opiniones absolutamente mayoritarias y la admiración de los estudiantes que se habían reunido con nosotros. La tuve de la conversación con él; un hombre con su tipo indio, su faz, muy inteligente. La tuve de sus discursos, especialmente de la Oración por la Paz, que era realmente el discurso de un orador virtuoso, preciosista del idioma y además elocuente. La tuve porque se identificaba con la posición más progresista del país y frente al gobierno conservador. La tuve como abogado también por lo brillante que era. Es decir, brillante político, brillante orador, brillante abogado, todas esas cosas me causaron una impresión muy grande y al mismo tiempo nos agradó mucho su apoyo, el interés con que él había tomado nuestras ideas sobre el congreso de los estudiantes y la facilidad, la disposición, la generosidad con que nos apoyó. Nos prometió ayudarnos y cerrar con un gran acto de masas el encuentro, lo que demuestra que incuestionablemente estaba de acuerdo con los puntos de vista que defendíamos nosotros y que estaba en oposición a toda aquella comedia que se organizaba con la reunión de la OEA. Todos esos factores hicieron que nosotros experimentáramos una gran simpatía por él. Veíamos claramente además que la inmensa mayoría del pueblo lo apoyaba.

Ocurrió un incidente en los días en que nosotros estuvimos en Bogotá, ocupados en las reuniones con los estudiantes, los pasos organizativos del congreso y el encuentro con Gaitán, es el siguiente: Se dio una función de gala en un teatro por allá. No recuerdo el nombre, un teatro muy clásico y muy bonito, creo que la función de gala tenía que ver con las delegaciones de los gobiernos que participaban en la Conferencia de la OEA. Entonces, jóvenes al fin, un poco inmaduros, nosotros que habíamos impreso unas proclamas, no sé si quedará por ahí algunas de esas proclamas en algún lugar, unas proclamas en donde planteábamos todas las consignas del congreso: estaba la lucha por la democracia en Santo Domingo, la lucha por la independencia de Puerto Rico, el Canal de Panamá, la desaparición de las colonias en América Latina, la devolución de las Malvinas a Argentina y la lucha por la democracia.

Nosotros llevamos los panfletos al teatro, en la función de gala y lo soltamos en la función. Quizás técnicamente habíamos estado cometiendo una infracción, no lo sé, pero no lo hicimos con intención de violar las leyes ni mucho menos, sino de hacerle propaganda a nuestro congreso. Después caímos presos. Parece que al poco tiempo de estar nosotros allí, la policía secreta conoció que había unos estudiantes organizando un congreso, conoció algo de nuestras actividades además de nuestra distribución de panfletos en el teatro, cosa que a nosotros nos parecía lo más natural del mundo y que solíamos hacer en Cuba, y como consecuencia de eso llega la policía, no me acuerdo exactamente dónde y cómo fue que me arrestaron, pero creo que estábamos en el hotel.

Arturo Alape.- ¿Pero no fue en el teatro?

Fidel Castro.- Yo no estoy seguro de que haya sido en el teatro donde nos arrestaron, creo que fue en el hotel.

Arturo Alape.- El informe dice que los arrestaron en el teatro y que luego los llevaron a migración.

Fidel Castro.- Tal vez tú tengas razón. El hecho es que por nosotros llegaron y nos arrestaron y nos llevaron a unas oficinas tenebrosas que había por ahí. En una callejuela, un lugar de pasillos oscuros, allí nos llevaron con los panfletos. Pero yo creo que nos arrestaron en el hotel, al menos estoy seguro de que registraron después nuestra habitación en el hotel. Quizás las actas puedan hablar con más veracidad y más exactitud. Sé que nos llevaron por unas callejuelas, a unos edificios sórdidos que había por allí.

Arturo Alape.-
¿A quiénes llevaron presos?

Fidel Castro.- A mí y al otro cubano que andaba conmigo, éramos dos, y tal vez algún estudiante colombiano. No recuerdo bien. Nos llevaron por aquellos edificios y pasillos y nos sentaron, nos hicieron un interrogatorio. A decir verdad, quizás por el idealismo de uno, en el ardor de la juventud, nosotros les explicamos a las autoridades de allí quiénes éramos, qué estábamos haciendo, lo del congreso, cuáles eran nuestros propósitos en ese congreso, lo de Puerto Rico, lo del Canal de Panamá, lo que estaba en el panfleto y las ideas con que nosotros estábamos organizando el congreso. A decir verdad, parece que tuvimos un poco de suerte en la conversación con las autoridades del detectivismo allí, la cuestión es que incluso yo saqué la impresión de que a algún responsable le gustó lo que nosotros estábamos planteando. Habíamos sido persuasivos con ellos. Tal vez se dieron cuenta de que nosotros no éramos una gente peligrosa ni mucho menos, ni nos estábamos inmiscuyendo en los problemas internos del país. Tal vez porque les gustaron algunas de las cosas que estábamos planteando, ignoro las razones, pero el hecho es que después de aquel interrogatorio, nos ficharon y nos pusieron en libertad. Quizás nosotros estábamos corriendo un peligro mayor de lo que nos imaginábamos, pero en ese momento no estábamos conscientes. Simplemente, después del interrogatorio y todo eso, nos fuimos para el hotel otra vez y continuamos muy tranquilos nuestras actividades.

Arturo Alape.- Pero los estaban siguiendo...

Fidel Castro.- Lo más probable es que nos estuvieran siguiendo, pero de todas maneras nosotros no estábamos haciendo nada ilegal. Lo único que hacíamos era organizar un congreso de estudiantes y teníamos además contacto con una de las figuras políticas más importantes del país. Ellos a lo mejor subestimaron esas actividades. En realidad, objetivamente, fuera de la cuestión ideológica, fuera de los objetivos que perseguíamos nosotros, no constituíamos ningún tipo de peligro en absoluto para el estado, ni para el gobierno colombiano. Lo que nosotros estábamos haciendo no tenía nada que ver con los problemas internos de Colombia, era una idea latinoamericana la que estábamos defendiendo. Esa es la realidad. Excepto que se tomara como una cosa agraviante el hecho de que nos reuniéramos con estudiantes, que nos reuniéramos con Gaitán. Si quitamos el hecho de que nosotros habíamos repartido unos panfletos, que no se toma como actividad delictiva en ninguna parte del mundo, excepto en un gobierno represivo, simplemente nosotros habíamos, con bastante candidez y sin ningún espíritu provocador, repartido nuestras proclamas en el teatro. Eso es todo lo más que pudiera considerarse una infracción, pero no infracción contra el estado colombiano, sino contra Estados Unidos, en dos palabras, lo nuestro era contra Estados Unidos.

Nosotros seguimos nuestras actividades aunque nos estuvieran siguiendo. Yo me imagino que una de las tareas del detectivismo, creo que se llama así, oficina del detectivismo, es dedicarse a seguir a la gente. Nosotros no nos dimos cuenta de que nos estaban siguiendo porque no estábamos en ninguna actividad subversiva con relación a Colombia, sino en nuestro congreso estudiantil, esa es la realidad absoluta, no tengo por qué atribuirme méritos de ninguna clase que no tenga, no tengo por qué pintarme como un tipo subversivo, ni tampoco como un tipo importante; tenía mis ideas, tenía mis propósitos y estaba con la idea del congreso y de la organización de los estudiantes latinoamericanos. Nada absolutamente contra Colombia, independientemente de que nos horrorizaban todas esas masacres que veíamos por los periódicos y que simpatizábamos con Gaitán. Eso es lo que más recuerdo de esos días previos al 9 de Abril.

Arturo Alape.- ¿Una reunión local sindical también con la CTC?

Fidel Castro.- Mira, nosotros tuvimos en los pasos previos varias actividades: reunión con los estudiantes de la universidad, reunión con los primeros delegados de distintas partes cuando se planteó la cuestión de la representatividad, reunión con obreros. Los colombianos eran los que hacían estos contactos y organizaban las reuniones, pero todo relacionado con el congreso de los estudiantes. No había nada de otro tipo. Lo que pasa es que después con los acontecimientos tan sensacionales que se produjeron, es posible que algunos de los detalles se nos olviden.

Arturo Alape.-
¿Ustedes hicieron un manifiesto en una de esas reuniones o fue el mismo que lanzaron en el teatro?

Fidel Castro.- Yo no estoy ahora en los detalles, pero yo creo que se hizo este manifiesto que llevamos al teatro. Posiblemente se había proyectado hacer algunos documentos más, pero todos relacionados con estos temas. No te podría decir qué hicimos el 8 pero estábamos en la organización del congreso. Estábamos esperando una reunión con Gaitán a las dos de la tarde o a las dos y cuarto de la tarde del día 9.

Arturo Alape.- El 11 de abril, el gobierno colombiano habla de su estadía en Bogotá diciendo, a raíz del informe de la policía que los seguía, que usted estaba cerca del sitio donde cayó Gaitán a la una de la tarde. De esta aseveración, parte la acusación del gobierno de su vinculación con el levantamiento del 9 de Abril.

Fidel Castro.-
Nosotros teníamos con Gaitán a las dos de la tarde o a las dos y cuarto de la tarde una reunión. Nos habíamos citado para continuar conversando sobre el congreso y concretar lo relacionado con el acto que se iba a hacer al final del mismo, en el cual él iba a participar.

Arturo Alape.-
El dato está en la agenda de Gaitán...

Fidel Castro.- Claro, eso es muy interesante, yo no conozco esos materiales como imaginarás. Ese día almorzamos en el hotel y estábamos haciendo tiempo para llegar a la hora de la cita con Gaitán. Estamos en el hotel. A mí me parece que el hotel no era donde tú lo señalas en el mapa, porque nosotros salíamos del hotel, bajábamos dos o tres cuadras, llegábamos a la carrera séptima y después tomábamos hacia la izquierda para ir a la oficina de Gaitán o ir a la plaza frente al edificio donde se estaba celebrando la Conferencia de la OEA. En este momento, cuando salimos a la calle, a los pocos minutos comenzó a aparecer gente corriendo frenéticamente en distintas direcciones. Gente como enloquecida, corriendo en una dirección, en otra, o en otra. Yo te puedo asegurar que lo del 9 de Abril no lo organizó nadie, pienso plantearte este punto de vista porque lo presencio casi desde los primeros momentos, te puedo asegurar que lo del 9 de Abril fue una explosión espontánea completa, que ni lo organizó nadie, ni lo podía organizar nadie. Unicamente los que organizaron el asesinato de Gaitán podían imaginarse lo que podía ocurrir. Tal vez los que organizaron el asesinato lo hicieron para eliminar un adversario político. Tal vez podían imaginarse la explosión, tal vez ni siquiera se la imaginaron. Pero es que a partir del hecho del asesinato de Gaitán se produce una fabulosa explosión de forma totalmente espontánea. Nadie puede atribuirse haber organizado lo del 9 de Abril, porque precisamente lo del 9 de Abril lo que careció fue de organización. Esa es la clave, careció absolutamente de organización.

(Fidel había permanecido tranquilo en su condición de narrador, al vaivén de su mecedora, con el habano sin encender, cuando se levantó en toda su estatura y comenzó un endemoniado paseo, alrededor del pequeño patio de la casa del viceministro de Cultura, Antonio Núñez Jiménez. Daba la impresión de que le había dado rienda suelta a su memoria y ahora comenzaba a representarla. Era un Fidel distinto, actuaba en su propio papel. Era como traer el tiempo de la mano y hacer de su propia historia un largo monólogo. Aquel joven estudiante cubano que había estado en Bogotá, era en este momento y ante nuestros ojos sorprendidos, representado en escena por un corpulento actor, de barba tupida, expresivo en sus ojos, que en los gestos de las manos llevaba en riguroso ritmo el sonido de las palabras. Palabras expresadas con voces agudas en las situaciones más dramáticas; pausadas en las reflexiones; repetitivas cuando era necesario retener la experiencia; cáusticas y demoledoras en cuanto a la protesta. Y se traslucía el humor, porque este explosiona en Fidel como cuando explaya el humo de su tabaco. Es un narrador por naturaleza. Un actor multifacético, que actúa desde adentro; vive su papel, lo imagina y lo enriquece, se ha apropiado de su personaje. Era fácil imaginarse a Fidel en Bogotá, aquella fúnebre ciudad de entonces, agazapada en sus angustias y en la angostura de sus calles, caminando por la séptima, absorbiendo por todos sus sentidos, los detalles arquitectónicos y humanos para recordarlos esa noche en toda su magnitud. Y seguía dando zancadas, zancadas agitadamente sin descanso, como si estuviera no demoliendo su propia memoria, sino grandes distancias. El tiempo histórico es para muchos la distancia inalcanzable, para Fidel es como la costumbre diaria de volverlo al presente. Nosotros éramos el auditorio: el ministro de Cultura, Armando Hart; el viceministro, Antonio Núñez Jiménez, sus compañeras y yo, absorbidos por la magia de sus palabras).

Sería la una y cuarto, la una y media o la una y veinte, cuando nosotros salimos del hotel para ir acercándonos allá, dar unas vueltas hasta que llegara la hora de la entrevista, que creo, como te dije, que era a las dos o dos y cuarto de la tarde. Nosotros a la una aproximadamente salimos para ir caminando y acercarnos a la oficina de Gaitán, cuando vemos que empieza a aparecer gente corriendo como desesperada en todas direcciones. Uno, dos, varios a la vez por acá, por allá, gritando: ¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán! Eran gente de la calle, gente del pueblo, divulgando velozmente la noticia: ¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán!, gente enardecida, gente indignada, gente que reflejaban una situación dramática, trágica, planteando lo que había ocurrido, una noticia que empezó a regarse como pólvora. A tal extremo, que nosotros que habíamos caminado como dos cuadras más y llegamos a un parquecito, vimos en ese momento que la gente empezaba a asumir algunas actitudes violentas. Ya en ese momento, alrededor de la una y media la gente estaba realizando actos de violencia. Nosotros cerca de la oficina de Gaitán seguimos caminando por la séptima y ya la gente se había introducido en algunas oficinas. Yo recuerdo un detalle: en los primeros minutos, al llegar a un parquecito, veo a un hombre tratando de romper una máquina de escribir que había sacado de algún sitio, está rompiendo una máquina de escribir, pero aquel hombre furioso pasaba un trabajo terrible para romper con sus manos la máquina, y le digo: “Chico, dame”, lo ayudé, cogí la máquina y la tiré hacia arriba y la dejé caer. Yo viendo aquel hombre desesperado no se me ocurrió otra cosa.

Seguimos caminando y en la carrera séptima se veían también ya manifestaciones de violencia. Nosotros íbamos en dirección al parque donde estaba el edificio del Parlamento y reunida la conferencia. Vamos por la carrera séptima creo, y veo gente rompiendo vidrieras y rompiendo cosas. Ya eso empieza a preocuparme, porque a todo esto ya en esa época tenía ideas muy claras y muy precisas de lo que es una revolución, qué cosas deben pasar en una revolución, qué cosas no deben pasar. Empecé a ver manifestaciones de anarquía, a decir verdad, en la carrera séptima. Una gente rompiendo vidrieras. Se veía un estado de irritación muy grande en la masa. En esa carrera que siempre estaba llena de gente, la multitud se dedicó a romper vidrieras, a romper cosas. Yo estoy preocupado, me empiezo a preocupar por la situación, porque veo aquella situación anárquica que se está produciendo. Me pongo a pensar qué estarían haciendo los dirigentes del partido liberal, qué estarían haciendo y si no habría nadie que organizara aquello, me preguntaba.

Seguí caminando, esto sería entre la una y media y las dos menos cuarto, por la carrera séptima y llegamos a la esquina de la plaza en donde está el Parlamento. Allí había alguien en un balcón a la izquierda, hablando desde un balcón, unos pocos ahí reunidos, pero sobre todo mucha gente dispersa por todas partes en actitud de ira y de violencia absolutamente espontánea. En el parque había varias decenas de gente gritando furiosa, indignada y empiezan a romper los faroles del parque, les tiraban piedras, de manera que había que tener cuidado porque lo mismo te caía encima una piedra, que los cristales. Yo fui avanzando y llegué más o menos al medio del parque. A todo esto, en los portales del Parlamento, había una hilera de policías recién lustrados, muy bien vestidos, bien organizados. Apenas aquellas decenas o cientos de gente, que estaban rompiendo bombillos y cosas, se acercaron al portal como un vendaval, el cordón de policías se deshizo, parece que estaban desmoralizados, y en avalancha entran todas aquellas gentes al Palacio. Yo estoy en el medio del parque, las piedras volando en todas direcciones. Ellos entraron al Parlamento que tenía como tres o cuatro pisos. Nosotros no entramos propiamente al Parlamento, sino que nos quedamos en el borde del edificio mirando aquella erupción, porque aquello fue una erupción de pueblo. Estábamos mirando y la gente subió y desde allá arriba empezó a tirar sillas, empezó a tirar escritorios, empezó a tirar todo, no se podía estar allí porque era un diluvio lo que venía de allá arriba. Y ya te digo, un hombre tratando de pronunciar un discurso en un balcón en una esquina, cerca del parque, pero nadie le hacía caso, aquello era un espectáculo increíble.

Nosotros decidimos ir a hacer contacto con los otros dos cubanos que no vivían en el hotel. Uno, Enrique Ovares y el otro, un compañero nuestro de la Revolución, el compañero Alfredo Guevara, que estaban en una casa de huéspedes no lejos del sitio donde nos encontrábamos. Nosotros fuimos allí a ponernos en contacto con ellos, ver qué pensaban de la situación y explicarles lo que estaba pasando. Llegamos a la casa de huéspedes, conversamos con ellos unos minutos, y en ese momento ya se ve como una gran procesión de gente, un río de gente que viene por una calle paralela más o menos a la carrera séptima. Van algunos ya con armas, hay algunos fusiles, otros con palos, hierros, todo el mundo con algo, porque el que agarraba un palo, un hierro, cualquier cosa, lo llevaba en la mano. Se veía una gran multitud por esa calle, parecía una procesión, como dije, por esa calle estrecha, larga, ya se puede decir de miles de gentes. Cuando veo aquella multitud no sé para dónde van, dicen que para una división de policía, entonces yo voy y me uno a la multitud. Yo me incorporo en las primeras filas de esa multitud y voy para la división de policía. Veo que hay una revolución andando, y decido sumarme como un hombre más, uno más. Yo desde luego no tenía ninguna duda de que el pueblo estaba oprimido, que el pueblo que se estaba levantando tenía razón, que la muerte de Gaitán era un gran crimen y adopto partido. Hasta ese momento no había hecho nada, hasta que veo que la multitud está pasando delante de mí, después de haber visitado a los dos cubanos. Cuando veo la multitud en marcha, me sumo a ella. Puede decirse que ese es el momento en que yo me sumo a la multitud que está sublevada. Llegamos a la división de policía, los policías están allí arriba parapetados, con sus fusiles apuntando, nadie sabía lo que iba a pasar. La multitud llega a la entrada, los policías franquean la entrada, nadie dispara.

Arturo Alape.- Esa es la Tercera División.

Fidel Castro.- Es una división que no está muy lejos del Parlamento.

Yo veo que la multitud va para la división y estoy entre los primeros.

Aquellos están apuntando con sus fusiles pero no tiran. Doblamos la esquina y como a 30 metros está la entrada. La multitud como un río desbordado penetra por todas partes, recogiendo armas y recogiendo cosas. A todo esto había policías que se habían sumado, se veían policías con uniformes en la multitud. Esa división tiene un patio en el medio, y como dos pisos en la parte delantera. Yo no sé cuántas armas había, las pocas que habría disponibles las agarraron rápidamente. Algunos policías se quedaron con el arma y se sumaron. Yo entro en la sala de armas, pero no veo ningún fusil, realmente no veo ningún fusil. Sí había unas escopetas de gases lacrimógenos, con unas balas largas y gruesas. Yo lo único que pude agarrar fue una de esas escopetas de gases lacrimógenos. Me empiezo a poner mis cananas de balas de aquellas, me puse como veinte o treinta. Yo digo: “No tengo un fusil, pero por lo menos tengo algo que dispara”, un escopetón con un cañón grande. Y digo: “Bueno, pero a todas estas yo estoy con un traje, zapatos de esos, no estoy vestido para una guerra.” Encuentro una gorra sin visera, pum, y me pongo la gorra sin visera.

Pero a todo esto tengo mis zapatos corrientes, no aptos para la guerra, pero además no estoy muy conforme con mi escopeta. Salgo al patio que está lleno de gente, la gente registrándolo todo, hay que imaginarse el cuadro, todo el mundo sube escaleras, baja, métese por aquí, por todas partes, mezclados civiles y policías. En parte policías que se han dejado desarmar, otros que están armados y que se han sumado. Subí rápido por una escalera a la segunda planta. Entro a un cuarto que resultó ser de oficiales de policía. Allí yo estoy buscando ropa, aparte de que trataba de ver si aparecían más armas; me fui poniendo unas botas, pero no me servían. Llega un oficial, eso no se me olvida, que en medio de aquel caos terrible, me dice: “¡Mis boticas sí que no!, ¡mis boticas sí que no!” Las boticas no me servían y yo le digo: “Sí señor, quédese con sus botas.” Bajo al patio para enrolarme ya en algo, una escuadra o algo, y veo a un oficial de la policía que está organizando una escuadra. No tengo pretensiones de ser jefe, ni de dirigir nada, voy de soldado raso. Y llego con mi escopeta de gases lacrimógenos y mis balas y me pongo en fila. El oficial tenía un fusil y me ve a mí cargado de balas de aquellas y con la escopeta y dice: “pero cómo, qué haces con eso”, le digo: “es lo único que encontré”, y me pide la escopeta. Parece que el hombre no estaba muy decidido a luchar, a pesar de que estaba organizando una escuadra. Me pide aquello y me da su fusil con unas 12 ó 14 balas, me lo da. Por cierto que cuando me da el fusil se tira un montón de gente a querer coger el fusil y yo tuve que luchar duro para quedarme con el fusil y me quedé con el fusil y unas 14 balas más o menos, que es lo que tenía el oficial. A partir de ese momento ya estoy armado con un fusil, pero allí no hay ninguna organización, sino que la gente iba saliendo de la división sin orden alguno. De la misma manera que habían entrado, una muchedumbre estaba saliendo sin saber para dónde iba, se oían voces, que para Palacio, que para no sé dónde. Yo salgo de la división, me reúno a aquella multitud que dice que va no sé para dónde, sin ninguna dirección. Estoy viendo un gran desorden, una gran indisciplina, que no hay organización. Avanzamos como tres cuadras y allí veo como cuatro o cinco soldados que están poniendo orden en un cruce de calles. A todo esto, como había mucha gente de uniforme ya sumada a la multitud, yo me imagino que aquellos cuatro o cinco soldados están sumados a la multitud y que están poniendo orden, entonces yo voy y me pongo a ayudar a los soldados a poner orden. Ya yo me había conseguido mi uniforme, una gorra sin visera, que se había convertido en una boina, y un capote de policía, ese era mi uniforme. Entonces ayudo a los soldados a poner orden, como ellos decían “por aquí no”, “por allí”. Entonces yo creo que ellos eran soldados sublevados. Después he podido darme cuenta de que aquellos no eran soldados sublevados, sino soldados de la Guardia Presidencial, que estaban allí con sus fusiles, pero no en actitud bélica, sino sobrepasados por todo aquel océano de pueblo, y que estaban tratando de poner orden. Yo en el primer momento me confundo y creo que son sublevados.

¿Por qué los soldados están poniendo orden? Porque por la calle por donde iba la multitud, de unos edificios donde había un colegio religioso dispararon. Del colegio de San Bartolomé dispararon. Yo no sé quién disparaba, no puedo asegurar. Yo estaba incrédulo, no podía imaginarme que estuvieran disparando de un convento. Estaba incrédulo, parado ahí en la esquina. Ellos estaban tirando del convento y yo ahí parado incrédulo, al fin me tuve que cuidar. Parece que los soldados habían tratado de desviar, ignoro realmente cuál era la misión de los soldados. Ignoro realmente si no querían que se dirigieran a Palacio, o si fue el hecho de que se había iniciado la balacera en el colegio de San Bartolomé, donde ellos estaban desviando la multitud, que yo los ayudé, creyendo que era gente sublevada que estaba organizando aquello. Porque dondequiera que yo veía la posibilidad de alguien que quisiera organizar yo trataba de ayudarlo. En medio de la balacera aquella yo me coloco en una esquina. Allí, en aquella esquina, veo algunos estudiantes conocidos, que había visto en la universidad que están con nosotros. Pasa un carro de los estudiantes con altoparlantes; llevaba varios cadáveres arriba, ellos iban agitando. No era una agitación organizada, sino de esas cosas que ocurren espontáneamente. Nosotros estaríamos como a dos o tres cuadras de la carrera séptima. En eso llegan noticias de que los estudiantes se habían tomado la radio y de que estaban siendo atacados.

(La incesante narración de un hombre que tiene la pasión por la multitud, que la conoce en sus resortes más íntimos y profundos, y la ha desentrañado en su rostro multifacético de dolor, porque su tiempo de hombre corre parejo al tiempo de la multitud. Fidel es en este momento más que uno de esa masa; respira en su ajetreo por ella y avizora la tragedia. El ha levantado la cabeza para mirar más allá de la agonía).

Arturo Alape.- La Radiodifusora Nacional...

Fidel Castro.- La situación nuestra era difícil porque había como 10 ó 12 desarmados y dos nada más con armas. Decidimos ir a apoyar a los estudiantes que están en la Radiodifusora Nacional. La multitud había seguido en una dirección, en otra, y en otra, cuando escuchamos el carro que dice que están atacando la Radiodifusora Nacional y nosotros nos proponemos ir a la Radiodifusora Nacional, que a decir verdad no sabíamos exactamente dónde estaba, íbamos a ayudar a los estudiantes. Agarramos la carrera séptima y vamos hacia el norte, como quien se dirige a la ermita de Monserrate. Yo no te puedo decir cuánto tiempo había pasado desde que yo me sumé a la multitud, entré a la división de policía, cuando salimos, cuando ayudé a unos soldados que estaban poniendo orden, cuando la balacera del convento, el hecho es que nosotros decidimos ir a ayudar a los estudiantes y vamos. Ya en la carrera séptima prácticamente hay una multitud atacando todo, atacaban los edificios, atacaban los comercios, empezaban ya a saquear también aquellos establecimientos. Nosotros vamos por esa calle. Hay una gente que ha tomado, llegaban con una botella de ron medio colorado que tienen ustedes los colombianos, y llegaban y decían “beba, carajo, de ahí”. Imagínese, yo iba con mi fusil y el otro con su fusil y como 15 desarmados por toda la carrera esa. Había una situación confusa, nadie sabía lo que estaba pasando. Muchos policías se habían sublevado, incluso se decía que unidades militares se habían sublevado. En ese momento no se sabía cuál era la posición del ejército de Colombia, no se sabía. Gaitán tenía simpatía entre los militares, eso no se podía discutir, pero la confusión era muy grande. Nosotros vamos avanzando por la carrera séptima, no sé cuántas cuadras hemos avanzado, no sé si siete, ocho, diez o doce, tendría que ir por allá y recorrer todo aquello para averiguar.

En ese momento había muchos lugares ardiendo, oficinas ardiendo. La multitud, cuando nosotros vamos por la carrera séptima, había atacado todos los establecimientos. En esas circunstancias estamos llegando a un lugar que más tarde me di cuenta de que era el Ministerio de Guerra. Llegamos, yo recuerdo que yendo hacia el norte, era un lugar en que había un parque a la derecha y otro hacia la izquierda. Cuando llegamos allí, vemos que viene un batallón de soldados enfrente, vienen hacia el sur. Vienen con sus cascos alemanes, que eran los que usaban en esa época —no se cuáles usen ahora—, sus fusiles, venía marchando todo un batallón con algunos tanques, vienen avanzando. Pero a todo esto nosotros no sabemos con quién está el ejército, si aquel ejército se ha sublevado, qué va a hacer aquel ejército. Nosotros como vemos el batallón que se acerca tomamos la precaución de alejarnos unos 20 metros y nos parapetamos detrás de unos bancos a la expectativa de saber si aquella tropa era amiga o enemiga. Conmigo, te repito, había unos 12 estudiantes, teníamos dos fusiles. Pero entonces el batallón no nos hace ningún caso y sigue marcialmente por la calle.

Creo que detrás del batallón iban los tanques. Iban los soldados delante y detrás iban tres tanques. No nos hacen ningún caso y siguen de largo por la carrera séptima.

Para que se entienda lo que pasó hay que tener en cuenta las circunstancias. Se ha tomado una división de policía, la policía se ha plegado, muchos se han sumado, hay una gran confusión, yo no tengo información, solo sabemos que están atacando la Radiodifusora y vamos para allá con los estudiantes. Cruzamos la calle y yo me quedo sin saber con quién está ese batallón, si con el pueblo o contra el pueblo, si sublevado a favor del gobierno, aunque en aquel momento realmente no había gobierno. Cruzo la calle y vamos al otro parque que está frente a donde estaba el Ministerio de Guerra, yo no sabía que era el Ministerio de Guerra, que tiene un edificio no alto, como de uno o dos pisos todo lo más. Hay una puerta y unos barrotes, unos cuantos militares y entonces yo que estoy con una fiebre revolucionaria también y que estoy tratando de que se sume la mayor cantidad de gente al movimiento revolucionario, me encaramo en un banco frente al Ministerio de Guerra y le hago una arenga a los militares que están allí, para que se sumen a la revolución. Todo el mundo oyó, nadie hizo nada y yo con mi fusil haciendo mi arenga sobre un banco. Termino mi arenga y sigo porque los estudiantes van para allá.

Al final del parque hay una guagua que está esperando, yo me doy cuenta de que esa guagua va para allá, hacia la Radiodifusora, los estudiantes la tenían. Entonces después que hago mi arenga voy donde la guagua que se iba y corremos para alcanzarla. El otro compañero armado que estaba conmigo se queda atrás, yo después no lo veo. Tomo la guagua, de manera que quedo yo con un fusil y un grupo de estudiantes que vamos a apoyar a los que están en la Radiodifusora Nacional. No sé cuántas cuadras caminamos, ocho o diez, en la guagua. A todo esto mi cartera que la llevaba, qué sé yo, con unos poquitos pesos, como no teníamos nada, se me pierde también. Alguien se llevó mi cartera, con lo poquito que tenía, me la quitaron. Vamos hacia la Radiodifusora, nos bajamos en una esquina, era una avenida, una calle como un paseo que daba a la Radiodifusora. En realidad desembocamos en la calle. No teníamos sino un fusil, el mío, para darles apoyo a los estudiantes que estaban en la Radiodifusora. Cuando llegamos a la avenida se arma una balacera descomunal, apenas asomamos nosotros nos empezaron a disparar no se sabe con cuántos fusiles. Nos pudimos parapetar detrás de unos bancos, unas cosas allí y milagrosamente no nos mataron a todos. Pudimos salir otra vez a la esquina, seguimos el grupo de un hombre con un fusil y 10 ó 12 desarmados. En ese momento no podíamos hacer nada por liberar la Radiodifusora Nacional y decidimos ir a la universidad. Fuimos en dirección opuesta a la ermita. Lo que estaba en la Radiodifusora, qué sé yo, era tal vez una compañía de soldados, imposible hacer nada y por eso nos vamos a la universidad, a ver si había algo allí, a ver si había organización, si los estudiantes habían organizado algún puesto de mando, o habían establecido alguna dirección.

Cuando llegamos a la universidad no había nada organizado realmente. Noticias que iban y venían de hechos y acontecimientos, mucha gente, sin armas todo el mundo.

No lejos de la universidad había una división de policía, entonces decidimos ir a tomar la división de policía para que se armaran, contando solo con mi fusil y una cantidad de gente desarmada. Se suponía que yo era el que tenía que tomar la división porque era el único que tenía fusil. Nos dirigimos con una multitud de estudiantes a tomar la división de policía, aquello realmente era un suicidio. Ya se había tomado una y pensamos en tomar la segunda para armar a toda aquella gente. Con tan buena suerte para nosotros, que cuando llegamos a la división de policía ya estaba tomada. Se había sublevado. Es decir, fuimos a tomar una división de policía, con mi fusil y unas cuantas decenas de estudiantes y cuando llegamos frente a la división de policía, la división está sublevada y nos reciben amistosamente. En la división sublevada ya estaban policías y pueblo mezclados. Cuando llego me presento al jefe de la división que coincidió con ser el jefe de toda la policía sublevada. Yo me le presento, le digo inmediatamente que soy estudiante, que soy cubano, que estamos en un congreso, en breves palabras le explico todo y el hombre me convierte en su ayudante. En ese momento, en la segunda división que vamos a tomar me convierto en ayudante. El jefe e la policía sublevada era un hombre más bien alto, no mucho pero alto, no podría describirlo bien; tenía un grado de comandante o coronel, no recuerdo. Yo me convierto en ayudante del jefe de la policía sublevada. Decide entonces ir a la oficina del Partido Liberal. Lo que yo te estoy diciendo es exacto, riguroso, de las cosas increíbles que pasaron ese día. Yo me monto en el jeep con el jefe de la policía sublevada que se dirige a la sede del Partido Liberal. Yo digo menos mal porque lo que a mí me preocupaba era la desorganización, el caos, no ver por ninguna parte ningún elemento de dirección y de organización, así que me alegro cuando veo al jefe de la policía que está sublevada. Veo que está en contacto con el Partido Liberal. Veo que se va a dirigir allí y pienso que eso empieza a organizarse. Yo voy en el jeep de él, al lado suyo, a la oficina del Partido Liberal, llegamos y entramos. Yo me creía que en ese momento yo estaba ayudando a organizar aquello que era tan caótico.

Habíamos recorrido no sé cuántas cuadras. Las calles no eran de nadie. Confusión grande, yo te digo que hemos recorrido veinte cuadras cuando menos. Llegamos a la oficina y subimos. Acompañamos al hombre hasta la puerta. El entra, yo no entro, me quedo afuera, él entra y se entrevista con dirigentes liberales que estaban allí, que no sé quiénes eran. Vuelve ora vez para la división que está cerca de la Universidad en su jeep. Ya teníamos dos jeeps.

Está un tiempo en la división sublevada y decide otra vez, porque ya empieza a anochecer, ir para la oficina del Partido Liberal. Ya salimos en dos jeeps. El iba en el de a’lante y yo en el de atrás. Pero a todo esto, en el viaje anterior y en este, había multitud de gente porque todavía seguían conmigo un grupo de estudiantes desarmados. Se montaban aquí y allá, iban los dos jeeps llenos. En el segundo viaje que vamos a la oficina del Partido Liberal yo voy montado adelante a la derecha en el jeep de escolta. En ese momento repito cada vez que arrancaba un carro se montaba todo el que estaba allí y las cosas eran rápidas. Rápido para aquí, rápido para allá y se montaba un montón de gente. Cuando vamos por segunda vez a la oficina del partido liberal ocurre una cosa insólita y yo llevo a cabo un acto de quijotismo que es el siguiente: Ya está oscureciendo, el jeep donde iba el jefe de la policía sublevada delante se para, tiene un defecto mecánico y separa; están allí tratando de arrancar y no arranca. Se baja y se queda a pie el jefe de la policía y el otro jeep lleno de gente. Yo me disgusto con aquello, me bajo del jeep, les digo: “Ustedes todos son unos irresponsables”, y yo me quedo a pie y le doy el puesto al jefe de la policía. Yo me quedo en medio de la calle con dos o tres estudiantes más, en medio de la calle y sin contacto de ninguna clase. Estoy en una acera, parado junto a un muro largo. Esto ocurrió en una calle al lado nada menos que del Ministerio de Guerra según comprendí luego. Es la segunda vez que me topo con el Ministerio de Guerra. Pasan unos segundos y en el muro se abre una puerta pequeña, tras la puerta pequeña veo una gorra de oficial y tres o cuatro tipos, varios fusiles con bayonetas. Yo le digo a los otros estudiantes: “Estos son enemigos.” Les digo: “Crucemos a la calle de enfrente”, y aprovechando la oscuridad dejada por el resplandor de un auto que acababa de pasar, nosotros cruzamos a la acera de enfrente. Miramos, en realidad no sabíamos quiénes eran, yo sospeché que eran enemigos cuando se abrió la puertecita y vimos como a seis metros de nosotros, una gorra de oficial y como cuatro fusiles con bayonetas.

Cruzamos la calle, sospechamos que pudieran ser enemigos, pero en la inseguridad, no tiran, ellos no tiran. Nosotros seguimos por esa calle después de cruzar junto al Ministerio. En ese momento vemos a un hombre con un fusil ametralladora, no sabíamos si era amigo o enemigo, nos acercamos al hombre, le preguntamos quién era y él nos dice: “Soy de la Quinta División de policía sublevada”, y descubrimos que era amigo, era tropa amiga. Yo estuve dos veces en el Ministerio de Guerra: una por delante arengando y otra por el lado cuando le entrego el jeep al jefe de la policía. El oficial y los hombres que aparecieron por la pared no dispararon, ellos estaban también aparentemente confundidos, estaban a la expectativa. Nosotros cruzamos, vamos a la acera de enfrente y allí es donde yo voy a parar a la Quinta División de policía. No te puedo decir con exactitud por dónde subimos, pero la impresión que yo tengo es que cruzamos la avenida, tomamos por una calle que hacía ángulo con ella, salimos derecho y en una esquina nos encontramos con el hombre que era un policía sublevado. En eso decidimos ir a la Quinta División y sumarnos. Yo había perdido el contacto con el jefe de la policía y decidí sumarme a la división que resultó ser la Quinta División. Ya esto es de noche. Todo lo que te he contado ha transcurrido entre la 1:30 y las 6:30 de la noche. La Quinta División tiene su entrada mirando hacia abajo, es la que está cerca del cerro y tiene su entrada al lado opuesto. Entro en la Quinta División, yo dondequiera que llegaba inmediatamente me identificaba: “Soy estudiante cubano, estamos en un congreso”, y dondequiera me recibían bien, inmediatamente. Entonces entramos, yo estaba sin un centavo ni para tomar un café, quiero que sepas eso. Allí hay una gran cantidad de policías sublevados y un número de civiles, en total había unos cuatrocientos hombres armados, estaban organizándose.

Arturo Alape: ¿Conoció al comandante de esa División, Tito Orozco?

Fidel Castro.- Sí, lo conocí, al que actuaba como jefe, te voy a contar lo que me pasó con el comandante de la Quinta División.

Llegué, hay un patio grande en el centro, están organizando la gente, yo inmediatamente me pongo en fila y me organizo allí con la gente. Más que organizar unidades lo que hacían era pasar revista para contar los hombres que había. Nos asignaron distintos lugares en la defensa de la división. A mí me tocó como en un segundo piso. Había un dormitorio allí y yo defendiendo con otros policías todo el piso. A cada rato, cada media hora, cada tres cuartos de hora, cada hora, más o menos, llamaban a pasar revista en el patio, después todo el mundo para sus puestos. Seguía la confusión, no se sabía lo que estaba pasando. Esa confusión duró casi hasta el otro día.

¿Qué ocurría en la calle mientras tanto? Mucha gente, parecían hormigas cargando, había gente que cargaba un refrigerador en la espalda, cargaban un piano. La realidad es que mucha gente, desgraciadamente, por la falta de organización, por un problema de cultura, por una situación de pobreza muy grande, por lo que fuera, lo cierto es que mucha gente del pueblo en aquella situación, cargó con todo lo que había. Realmente se produjo un saqueo, eso es indiscutible. Yo lo veía desde la división, por las calles pasaba gente y gente cargando cosas, aunque había ya oscurecido. Por falta de una preparación política, por los factores que sean, lo cierto es que se produjo el saqueo de la ciudad. No se puede negar que se produjo el saqueo. Yo estaba muy preocupado de ver que la ente en vez de estar encaminada a buscar una decisión política de la situación, mucha gente sin dirección se dedicó a saquear y saqueó. Por la misma calle por donde estábamos nosotros, allí en la Quinta División, pasaba gente con un piano arriba, con un refrigerador arriba, con muebles, con todo, esa es la verdad.

Arturo Alape.- Esto era un barrio muy popular y el más gaitanista en ese momento...

Fidel Castro.- Mucha gente pobre, la gente oprimida, cuando vieron que las puertas de las tiendas se abrieron, saqueó. Es un hecho histórico, objetivo que no se puede negar.

Yo veo aquella fuerza grande de cuatrocientos a quinientos hombres armados, acuartelados a la defensiva y entonces voy y pido una entrevista con el jefe e la guarnición y había varios oficiales y le digo: “Toda la experiencia histórica demuestra que una fuerza que se acuartela está perdida.” En la propia experiencia cubana, en las luchas armadas en Cuba, toda tropa que se acuarteló estaba perdida. Yo le propongo que saque esa tropa a la calle y le asigne una misión de ataque, a tomar objetivos contra el gobierno. Le razono, le discuto y le propongo que saque la tropa al ataque. Que aquella tropa es una tropa fuerte, que atacando podía realizar acciones decisivas y que en tanto estuviera ahí estaba perdida. Se lo planteo, se lo argumento, él tuvo la amabilidad de escucharme, pero no tomó ninguna decisión, entonces yo me fui para mi puesto. Creo que más de una vez insistí en la idea de que a aquella hora sacaran la tropa a la calle y la lanzaran a la toma de Palacio, la lanzaran a tomar objetivo, que una tropa revolucionaria acuartelada estaba perdida. Yo tenía algunas ideas militares que surgían de todos los estudios que había hecho de la historia de situaciones revolucionarias, de los movimientos que se produjeron durante la Revolución Francesa, de la toma de La Bastilla y cuando los barrios se movían y atacaban; de la propia experiencia de Cuba, y yo vi con toda claridad que aquello era una locura. ¿Qué ocurría? Estaban esperando un ataque de las fuerzas del gobierno. Ya aparentemente el ejército había tomado posición, se había puesto del lado del gobierno y la policía estaba esperando un ataque del ejército.

Nos pasamos toda la noche esperando el ataque del ejército, toda la noche.

Arturo Alape.- pero más que el ataque eran las conversaciones de Palacio.

Fidel Castro.- Todavía no. Estaban esperando el ataque, ellos estaban esperando el ataque. Esa fue la impresión que yo tuve, yo tengo que hablar de la impresión que tuve. Efectivamente pasaron algunos tanques, “¡ya viene el ataque!” Ese grito se repetía cada 15 minutos, “¡Ya viene el ataque!” Y todo el mundo parapetado en las ventajas. Dos o tres veces pasaron unos tanques, se les tiraron unos tiros a los tanques y los tanques tiraron al edificio con ametralladoras, como tres veces pasaron tanques por el frente de la división y nos pasamos toda la noche esperando el ataque del ejército. Yo hice varios intentos en vano por convencer al oficial de salir a la calle.
En ese momento yo tengo dudas, ya eran las doce o una de la madrugada. Ahí sucedieron algunos incidentes que no se me olvidan. Los liberales llamaban godos a los otros, yo recuerdo que ahí descubren a un policía y lo maltratan, a mí no me gustó aquello, que agarraran a aquel hombre y le dieran unos cuantos golpes en el mismo piso donde yo estaba, me disgustó. Decían: “¡este es godo!, ¡este es godo, este estaba en la policía de la conferencia, miren las mediecitas!”, y le sacaban las mediecitas. “Mediecitas nuevas”, decían, “le han dado las mediecitas nuevas”, eran las medias y la ropa que le habían dado a la policía que había estado cuidando la conferencia. Lo acusaron de godo y le dieron unos cuantos golpes. Yo te confieso que eso me dio mala impresión. Y seguíamos toda la noche esperando el ataque.

En este momento me acuerdo de Cuba, me acuerdo de mi familia, me acuerdo de todo el mundo y me veo solito, porque yo estoy solito allí en esa división, con mi fusil y las pocas balas que tenía y me digo: “¿Qué hago yo aquí? He perdido contacto con todo el mundo, con los estudiantes, con el jefe de la policía, estoy aquí en una ratonera, esto está equivocado de pies a cabeza, esto es un disparate estar aquí esperando un ataque, en vez de salir al ataque con esta fuerza a realizar acciones decisivas.” Me pongo a pensar si yo debía quedarme y por qué me quedaba. Entonces decido quedarme. Era fácil entregarle el fusil a alguno de los que estaban desarmados. Yo en ese momento tengo un pensamiento internacionalista y me pongo a razonar y digo: “Bueno, el pueblo aquí es igual que el pueblo de Cuba, el pueblo es el mismo en todas partes, este es un pueblo oprimido, un pueblo explotado.” Yo tenía que persuadirme a mí mismo, y digo: “Le han asesinado al dirigente principal, esta sublevación es absolutamente justa, yo voy a morir aquí, pero me quedo.” Tomé la decisión sabiendo que aquello era un disparate militar, que aquella gente estaba perdida, que yo estaba solo, que no era el pueblo cubano, que era el pueblo colombiano y razoné que los pueblos eran iguales en todas partes, que su causa era justa y que mi deber era quedarme y me quedé, toda la noche esperando el ataque hasta el amanecer. (El silencio nos invadió a todos.

Sentíamos el momento mismo en que Fidel decide correr la suerte de un pueblo que no era el suyo, esa noche en que aún ardía la esperanza, en los setecientos hombres armados, en la Quinta División de policía. Fue dramático ver a Fidel sobrecogido, al bajar de tono su voz y casi en susurros volver al recuerdo de esa noche, tan intensa como pocas noches en la vida de un hombre. Uno lo imaginaba agarrado de su fusil como si fuera su propio corazón. Y la imaginación corría para preguntarse, cuántas situaciones similares viviría Fidel en el proceso de la guerra de liberación de su país. Los hombres marcan su destino cuando toman decisiones supremas. Fidel apagó la voz y el silencio nos dejó como a la espera impacientes de otro día.)

Cuando yo miro el terreno, porque siempre he tenido algunas ideas de tipo militar, resultado fundamentalmente del estudio de la historia de las guerras y todo eso, yo veo que aquello está perdido ahí. Porque la división está en una falda y detrás está una loma y detrás la loma de Monserrate. Yo hablo con el comandante otra vez y le digo que en esa posición si le hacen un ataque desde arriba a la fortaleza están perdidos y que hay que proteger las alturas que están detrás de eso. Le pido una patrulla, le digo que si me da la misión esa yo le protejo las alturas. El me da una patrulla, no muy numerosa, como siete u ocho hombres, me dio una escuadra el jefe de la policía. Yo no sé si te voy a contar todas las anécdotas. Pero entonces voy yo con mi patrulla y tomo posesión de las lomas entre la división y el cerro de Monserrate. Realmente la misión mía era tomar la altura, yo esperaba un ataque. Yo me lo paso el día 10, patrullando las alturas que están entre el cerro de Monserrate y la división de policía.

Pasaron distintas cosas. Yo voy un poco hacia el sur haciendo un recorrido para ver si venía una tropa enemiga en aquella dirección. Recuerdo que en un momento dado veo un carro que está doblando un camino, un carro que dobla una esquina. Le digo que se pare, no se para, sigue, no me fío, corro y me encaramo en una alturita que estaba en la curva, para ver. El tipo después que hace la curva, se escucha un ruido fuerte, choca el carro, se tira, yo le doy el alto, le digo: “¡Párate, párate!”, no se para, no le tiré porque me di cuenta que era un hombre que no estaba armado, pero yo me imaginé que era un espía, me imaginé que estaba espiando por ahí. Había varios bohíos por aquella loma, todo el mundo tenía vino, víveres, tenían de todo, el día anterior se habían abastecido.

Todo el mundo muy amable, brindaban comida, vino, brindaban todo. Muy amables todos los campesinos que estaban en los altos por donde yo estaba patrullando. En esa época había muy pocas casas, yo diría que allí había en total, unos 14 ó 15 bohíos aislados. Yo visité distintos bohíos de los campesinos. ¿Tú sabes lo que estaba haciendo el hombre, que yo me creía que era un espía? Tú no me lo crees, eso no me lo vas a creer ni tú ni nadie, porque yo después averigüé con los vecinos, pregunté si habían visto el hombre por ahí. La ciudad ardía, estaba ardiendo, era humo por todas partes, se sentían disparos por todas partes. El hombre, el día 10, había salido con dos prostitutas de la ciudad y se había ido para aquellas lomas, con la ciudad ardiendo, había ido allí con dos prostitutas, sencillamente el hombre se estaba divirtiendo. Eso me dijeron los campesinos, “está culeando, culeando aquí con dos prostitutas”. ¡Nunca había oído esa palabra! Yo averigüé, un tipo loco, tú te imaginas, la ciudad ardiendo, la guerra andando y él con dos prostitutas por las afueras de Bogotá, el hombre que yo creía que era un espía. Después pasaron tres aviones, sobre la posición que nosotros teníamos, la patrulla, no sabíamos con quién estaban los aviones. Siempre había la esperanza, sin saber si los aviones estaban con la revolución o con el gobierno. Los tres aviones dieron vueltas y más vueltas por allí y nada.

Allí estuvimos todo el día. Hice algunos disparos, no sé si vale la pena decir, contra el Ministerio de Guerra. Desde mi posición veía el Ministerio de Guerra e hice unos cuatro o cinco disparos ya a las tres de la tarde o a las cuatro. Ya a esa hora ni llegaba ejército ni llegaba tropa. No se apareció ninguna tropa enemiga por todas las alturas aquellas, en el día entero que estuvimos allí.

Arturo Alape.- ¿Y de allí le dispararon a usted?

Fidel Castro.- No, porque eso se veía allí abajo como a ochocientos metros, setecientos metros, se veía así, pero yo le hice unos disparos. Era el único objetivo que estaba al alcance de mi fusil. En un momento tuvimos un conflicto serio, el único problema serio. Eran como las cuatro de la tarde, cuando de repente vemos unos hombres que vienen con un fusil ametralladora y varias, desde la división. Llegan los hombres, una patrulla con fusil ametralladora y yo pregunto qué está pasando. Ellos dicen que están atacando la Quinta División. Entonces yo los exhorto a que no se vayan, que no abandonen, que vamos para allá, que no pueden dejar a la gente abandonada. Los tipos hicieron así con su fusil ametralladora apuntando hacia nosotros y se encararon. No pude pararlos, porque mientras yo estaba discutiendo con ellos, diciéndoles que no se fueran, que regresaran, ellos súbitamente se encararon, casi nos disparan, casi nos matan. Yo los estoy persuadiendo, ellos estaban llenos de pánico, resueltos a irse y se encararon con su fusil ametralladora y se fueron.

Yo voy a la división con la patrulla, como decían ellos que la estaban atacando, regreso a la división y no están atacándola, es falso. Por el contrario, ha salido una patrulla de la división, que va hacia un edificio, creo que era una iglesia donde se habían parapetado unos tiradores. Hay una gente parapetada y sale una patrulla que va a combatir contra una gente parapetada en una torre. Yo fui con ellos, atravesamos unas calles muy pobres. Primero que nada nos encontramos con una serie de fábricas de ladrillo, hornos, tejares. Me encuentro un niño que recuerdo que se acerca a mí, el padre había muerto por una bala perdida y el niño me habla con una voz desgarrada, como pidiéndome ayuda, decía: “¡Han matado a mi papá!, ¡han matado a mi papá!”, y lloraba, era un niño como de seis o siete años. Allí en una de las calles tenían al hombre tendido, un civil que había muerto. Fuimos hasta las torres, cesaron los disparos allí y luego volvimos a la división. Paso la segunda noche en la división, la noche del 10 al 11.

Ya al amanecer del 11 se está hablando mucho de que hay un acuerdo, se empieza a hablar de que hay un acuerdo entre el gobierno y las fuerzas de la oposición. Yo recuerdo que yo tenía mi fusil y además tenía una espada, tenía un sable. Yo no sé de dónde lo saqué. A mí me quedaban unas nueve balas y un sable. Mi capote de policía, mi boina tipo miliciano, que era una gorra sin visera, y la espada.

Se empieza a hablar, se produce un relajamiento y se habló a toda la tropa de un acuerdo que se había producido con el gobierno, que se iba a llegar a la paz. Pedían que los policías se quedaran acuartelados, que los fusiles se entregaran, que los civiles volvieran a sus residencias. A mí todo el mundo me había tratado muy bien desde que llegué, no sé tal vez con cierta admiración de ver al cubano allí, de verlo entre ellos, con la disposición de luchar, todo eso les hizo buena impresión.
En el momento de despedirme en la mañana, yo quería llevarme un recuerdo de todo eso, el sable quizá, pero me dijeron que no, ni siquiera eso. Eso no fue un arreglo, fue una gran traición, en mi opinión se traicionó al pueblo. Se le habló a la gente de un arreglo, no había tal arreglo. Yo entrego mi fusil el día 11 como al mediodía. El otro cubano me lo encuentro que llega por ahí, había pasado una serie de vicisitudes, de milagro no lo habían matado, había ido a parar a la misma división.

Como al mediodía, fuimos caminando para el hotel, otra vez, fuimos caminando tan tranquilos, porque se había producido la paz, un acuerdo nacional. Cuando nosotros vamos hacia el hotel sin embargo, veíamos que seguían los disparos en muchos sitios. Pudimos ver cómo a muchos revolucionarios que se habían quedado aislados, los fueron cazando uno a uno, francotiradores que se quedaron aislados. Se metían en una torre y se veía al ejército cazando uno por uno a los francotiradores que se quedaron aislados, mataron a muchos combatientes. En mi opinión el arreglo que se hizo no fue sobre bases justas o de garantías a la gente, sino realmente lo que ocurrió fue que después que se hizo un arreglo, después que depusieron las armas, empezaron a cazar a los revolucionarios por toda la ciudad.

Cuando nosotros llegamos al hotel es cuando nos damos cuenta de que nos están acusando a nosotros los cubanos, dicen: “¿Pero ustedes qué hacen aquí? Todo el mundo los anda buscando a ustedes.” Dicen: “¿Ustedes son los cubanos?” Ya los cubanos éramos famosos en ese momento, cuando llegamos al hotel. Había conservadores también en el hotel y se nos buscaba a nosotros como los responsables de todo aquello. Nosotros sin un centavo, sin conocer una sola dirección, fíjate en la situación nuestra, sin un centavo y sin conocer una sola dirección en Bogotá. Eran como las dos de la tarde, o las tres.

Salimos a la calle, estuvimos viendo cómo se producían algunos combates de francotiradores contra el ejército y fuimos para la casa donde estaban Ovares, que era el presidente de la FEU, y Guevara. Vamos allí, ellos habían permanecido en la casa de huéspedes. Nos reciben bien los dueños de el casa y nos prometen albergarnos allí porque a las seis de la tarde era el toque de queda. A todo esto yo había llegado allí con el apasionamiento de todo lo que había visto, estaba un poco exaltado. Primero el asesinato de Gaitán, después todos los combates, el pueblo sublevado, de toda la tragedia que había ocurrido, el acuerdo y la traición. Pero da la casualidad de que el dueño de la casa de huéspedes, donde estaban los otros dos cubanos, y donde ya habíamos acordado que nos quedábamos los cuatro y nos daban comida, nos daban albergue, el hombre era conservador. Nosotros no habíamos dicho nada, ya cuando llegamos ahí íbamos vestidos de civil, desarmados y entonces el hombre empieza a decir horrores de Gaitán y de los liberales. Yo pierdo la paciencia y cometo el error, después de las cinco y media de la tarde, a pocos minutos del toque de queda, le digo que estaba equivocado, que esa gente estaba oprimida, que eran luchadores, que su causa era la causa justa, que habían luchado. Me exalto y contradigo al hombre, y defiendo a la gente que estaba atacando. El hombre dice entonces que no nos podíamos quedar allí.

Eramos realmente inmaduros para cometer el error de entablar una polémica con el dueño de la casa a las seis menos veinticinco de la tarde y el hombre decide que teníamos que irnos. Irnos era la muerte. Salimos de la casa, caminamos, nos acercamos a un hotel que era donde se alojaban muchas delegaciones, que estaba cerca del centro, el hotel más importante, un hotel blanco que estaba cerca del centro.

Arturo Alape.- Estaba el Regina, el Granada...

Fidel Castro.- Yo creo que era el Granada, uno de los dos hoteles. Faltaban cinco minutos para el toque de queda, cuando va saliendo la máquina de uno de los argentinos que nosotros habíamos conocido en la organización del congreso, Iglesias se llamaba el argentino, está saliendo en un carro diplomático, uno de los que había estado en la Conferencia Panamericana. A todo esto estaban buscando a los cubanos por todos lados.

Paramos el automóvil de Iglesias y le dijimos la situación en que estábamos, el toque de queda y tal y él dijo: “¡Monten!” Y nos montamos en la máquina diplomática en donde estaba Iglesias. Nos recibe diciendo: “En qué lío os habéis metido, en qué lío os habéis metido.” Esas son las palabras con que nos recibe Iglesias: “Qué lío, suban, yo los llevo al consulado de Cuba.” Fue donde nos llevó esa noche. El nos llevó al Consulado. A todo esto nosotros éramos enemigos del gobierno de Cuba y nos llevaron al Consulado de Cuba. Para que tú veas lo que son las paradojas de la historia. Dan las seis, toque de queda, todo el mundo armado hasta los dientes, registro a todos los carros. Decían: “¿Diplomático?” “¡Pase!” “¿Diplomático?” “¡Pase!” Llegamos como a las seis y diez al Consulado cubano. En el Consulado cubano éramos famosos ya, porque estaba todo el mundo buscando a los cubanos y nos reciben de lo más bien. ¿Sabe quién era el cónsul? Un señor de unos 65 años de edad, se veía un hombre muy noble, la señora se veía una señora muy afectuosa también. Nos reciben, ese hombre era hermano de quien después fue jefe del ejército de Batista.

Tabernilla se llamaba el cónsul, pero el hombre más bondadoso que te puedas imaginar. Era hermano de un viejo militar, que había estado con Batista antes, y que después fue el jefe del ejército de Batista y un gran esbirro, fue el jefe del ejército de Batista durante nuestra guerra, y quien me recibe entonces es su hermano Tabernilla, hombre de carrera diplomática, de muchos años pero sobre todo un hombre muy bondadoso. Esto es el día 11 por la noche. Ante los acontecimientos ocurridos el gobierno de Cuba había enviado un avión militar, había unos militares allí, comandantes, capitanes, pilotos, están allí. Creo que había dos aviones, uno que había ido a buscar unos toros a Colombia para una corrida, unos toros de lidia y otro avión militar que había ido con esa tripulación ante los acontecimientos porque había una delegación cubana en la Panamericana. Estábamos ahí cuando se produce un tiroteo fuerte fuera del edificio, nosotros que llevábamos cuarenta y ocho horas oyendo tiros por todas partes, vamos también a ver qué está pasando allí. Los militares decían: “No, no, los civiles no.” Aquellos militares nunca habían escuchado un tiro en su vida y con gran prepotencia, no querían que viéramos qué era el tiroteo que se armó frente al consulado. El hecho es que el cónsul nos dio toda la protección y nos recibieron y nos atendieron. Nosotros le dijimos de los dos cubanos, que había otros dos cubanos, ellos fueron en su automóvil diplomático a la casa de huéspedes donde estaban los otros dos cubanos y los buscaron, los juntaron con nosotros. Yo tendría que preguntarle a Alfredo Guevara a qué hora fue eso, si fue por la noche o si al otro día por la mañana. Ya estábamos los cuatro, hicieron los trámites y en el avión que había ido a buscar a los toros regresamos a Cuba nosotros, el día 12. Hizo escala en Barranquila el avión.

Nosotros cuando regresamos llevábamos toda la literatura, la Oración por la Paz, todos los materiales que nos había dado Gaitán, los habíamos conservado, porque los habían recogido en el hotel antes de irnos. Al anochecer llegamos a Cuba después de hacer escala en Barranquilla.

Así termina toda una sucesión de cosas casi milagrosas que pasaron allá. Pero sobre todo como nosotros a las seis menos cinco minutos entramos al hotel Granada, de no ser así estábamos muertos, porque si a nosotros nos agarran allí nos echan la culpa de todo. El gobierno estaba buscando la mentira de que aquello era una conspiración comunista y de extranjeros. Si nos agarran a nosotros nos hacen picadillo y nos echan la culpa de todo. La gran verdad es que nosotros no tuvimos nada que ver con aquello y lo que hicimos, como jóvenes estudiantes, como gente idealista, como gente quijotesca, que nos sumamos a la sublevación del pueblo y los incidentes fundamentales que viví son los que te he contado en esta entrevista.

Arturo Alape.- ¿De toda esta experiencia qué fue lo que más le impresionó?

Fidel Castro.-
Yo te voy a decir una cosa, ya yo tenía ideas revolucionarias, no te voy a decir que en esa época mis ideas fueran tan completas como hoy, mis ideas teóricamente no estaban tan fundamentadas como algunos años después. Pero ya en esa época yo era un luchador, por la independencia de Puerto Rico, la democracia dominicana, por las causas fundamentales de América Latina. Era un luchador antimperialista, era un luchador por la unidad latinoamericana, la unión de nuestros pueblos frente a la opresión y el dominio de Estados Unidos, tenía ya algunos rudimentos del marxismo-leninismo, pero no puede decirse que en esa época yo fuera marxista-leninista, mucho menos era un militante del Partido Comunista, ni siquiera de la juventud comunista. Aun mucho más tarde cuando ya yo concibo todo un plan revolucionario y ya tengo una formación marxista-leninista, yo no me inscribí en el Partido Comunista, sino que hicimos una organización y actuamos los de esa organización. No porque tuviera prejuicios contra el Partido Comunista, sino porque comprendí que el Partido Comunista estaba muy aislado y que desde las filas del Partido Comunista era muy difícil llevar a cabo el plan revolucionario que yo había concebido. Esa es la razón, realmente. Yo tenía que optar entre hacerme un disciplinado militante comunista o hacer una organización revolucionaria que pudiera actuar en las condiciones de Cuba. Pero yo era ya el 9 de abril un hombre de ideas de izquierda, pero sobre todo ideas democráticas, ideas patrióticas, ideas antimperialistas, ideas populares.

¿Qué era yo en mil novecientos cuarenta y ocho? Te voy a decir que era casi un comunista, pero no era todavía un comunista. Era lo que puede estar potencialmente cerca ya a una concepción política comunista, pero estaba todavía muy influido en esa época por las ideas de la Revolución Francesa, sobre todo las luchas populares, las tácticas de la Revolución Francesa, en especial los aspectos militares de la cuestión.

Arturo Alape.- ¿Estos hechos de abril lo influyeron a usted en su formación como revolucionario?

Fidel Castro.- Yo diría que la posibilidad de ver el espectáculo de una revolución popular absolutamente espontánea tiene que haber ejercido una influencia grande en mí. Podríamos decir que no me reflejaba algo nuevo, sino que me reafirmaba en una serie de ideas y de concepciones que yo tenía: sobre el pueblo explotado, sobre el pueblo oprimido, sobre el pueblo que busca justicia, sobre el pueblo que quiere justicia. Yo diría que aquello fue un volcán que estalló. Un pueblo muy oprimido, un pueblo muy explotado, un pueblo hambriento que estalla en un momento determinado frente a un incidente determinado. Digamos que la muerte de Gaitán, quien evidentemente era una esperanza para el pueblo de Colombia, es el detonante de aquella explosión que no organizó ni pudo organizar nadie, que se produjo de manera absolutamente espontánea.

Como siempre el imperialismo y la oligarquía aprovecharon la coyuntura para decir que todo aquello era resultado de una conspiración comunista contra la conferencia. El congreso que nosotros hicimos contra la conferencia no tenía ninguna vinculación con el Partido Comunista de Cuba. No sé a qué documentos se refieren de Blas Roca, que tú dijiste se mencionaba, ni de qué época, si ese documento existe, si existió, si es falso, o si es real, yo dudo mucho, habría que preguntarle a Blas Roca, pero yo dudo mucho que exista de aquella época un documento de Blas Roca dirigido al Partido Comunista Colombiano.

Arturo Alape.- Comandante, ¿hay una relación entre el 9 de Abril y el asalto al Moncada?

Fidel Castro.- Yo creo que forma parte del conjunto de la experiencia que yo tenía ya cuando la lucha revolucionaria en Cuba. En el Moncada yo sabía que era una empresa muy difícil, pero ya por otro conjunto de factores, porque yo estudié mucho la historia de las revoluciones populares. Ya para esa fecha del Moncada yo sí tenía una formación marxista-leninista bastante completa, mientras que no podría decir lo mismo de cuando estuve en Bogotá. No podría decir que tenía esa formación marxista-leninista, esa convicción socialista. Estaba naturalmente en un terreno muy propicio para todo eso y ya tenía una serie de ideas, yo diría que yo ya había progresado mucho en mi formación política, había progresado mucho, había avanzado mucho y tenía una formación política progresista. Pero no tenía todavía la madurez política, la profundidad de convicción socialista marxista-leninista que tenía cuando lo del Moncada. Puede decirse que en aquella época yo estaba muy influido por las ideas populares, las ideas de la Revolución Francesa como te dije, las ideas de la lucha por la independencia nuestra, las ideas de las revoluciones populares, tenía sobre todo una gran solidaridad hacia los pueblos. Una gran simpatía por el pueblo, un gran odio a la opresión, a la injusticia, a la pobreza, a todo esto. Pero no podría decir que tenía una concepción marxista-leninista desarrollada como la tenía después, aunque yo ya había tenido mis primeros contactos con la literatura marxista para esa fecha.

Figúrate que yo entonces tenía 21 años, yo creo que lo que hice allí fue realmente noble. Yo por mi parte me siento orgulloso de lo que hice. Primero porque tuve una actitud consecuente. Reaccioné con la misma indignación de un colombiano frente a la muerte de Gaitán, reaccioné con el mismo espíritu de un colombiano frente a una situación de injusticia y de opresión que había en el país, reaccioné con mucha decisión y mucho desinterés y altruismo. Creo que reaccioné con mucho sentido común también, cuando hice todo lo posible por ayudar a la organización de aquello. Creo que los consejos que di en la Quinta División de Policía, no podía darlos mejor ahora, a la edad que tengo y con la experiencia que tengo. Creo que la decisión de quedarme allí aunque estaba solo y cuando todo aquello me parecía un gran disparate táctico, lo que estaba ocurriendo aquella noche, creo que fue una gran prueba de desinterés, una gran prueba de idealismo, una gran prueba de quijotismo en el mejor sentido. Fui leal hasta el último momento, cuando me dijeron el día 10 por la tarde que la División estaba siendo atacada y estaban desertando los policías, yo fui para la División con mi patrulla. Es decir que yo diría que mi comportamiento fue intachable. Fui disciplinado, aun sabiendo que aquello era un suicidio me quedé allí. ¿Pero por qué me quedé allí sabiendo que era un suicido y que estaban equivocados en el aspecto militar? Fue por un sentido del honor, por un idealismo, por un principio, por una moral; me quedé aquella noche en que los tanques pasaban a cada rato y cada media hora estaban esperando venir el ataque. Yo sabía que en el ataque iba a morir todo el mundo allí, porque aquello era una ratonera. A pesar de estar en desacuerdo completo con las disposiciones, en desacuerdo completo desde el punto de vista militar, con lo que estaban haciendo, me quedé allí. Iba a morir anónimamente allí y sin embargo me quedé. Yo personalmente estoy orgulloso de eso, porque actué consecuentemente, actué con principios, actué con una moral correcta, actué con dignidad, actué con honor, actué con disciplina y actué con un altruismo increíble porque hay que ver todas las cosas que pasaron allí. Hasta la última quijotada mía, que fue ponerme a discutir con el dueño de la casa de huéspedes, por poco me cuesta la vida, pero simplemente no me pude quedar callado frente a aquello. Ahora piense que yo tenía 21 años, quizás con un poco más de experiencia me doy una buena callada de boca allí frente al conservador aquel, lo dejo decir todo y no provoco la situación en que por puro milagro nosotros salimos bien. Si nos hubieran capturado a nosotros además nos echan toda la culpa y yo no podría estar ahora contándote la historia exacta y verídica, de todo lo que vi y todo lo que viví el 9 de abril. El pueblo demostró una extraordinaria valentía. ¿Qué me impresiona? Me impresionó el fenómeno de cómo puede estallar un pueblo oprimido. Segundo, me impresionó mucho la valentía y el heroísmo del pueblo colombiano, porque lo vi ese día. Aunque junto a esto, junto al extraordinario heroísmo del pueblo colombiano, te puedo decir, que no había organización, que no había educación política, más que conciencia política, había espíritu de rebeldía pero no educación política y había falta de dirección.

Si tú quieres influencia, mucha del 9 de abril en mi vida revolucionaria ulterior, fueron los esfuerzos extraordinarios que hice por crear una conciencia, una educación política en Cuba, los esfuerzos extraordinarios que hice para evitar que al triunfo de la Revolución, hubiera anarquía, saqueos, desórdenes, que la gente tomara la justicia por sus propias manos. Yo diría que la influencia más grande fue, en la estrategia revolucionaria de Cuba, la idea de educar al pueblo durante nuestra lucha, para que no se produjera anarquía al triunfo de la Revolución, para que no se produjeran saqueos al triunfo de la Revolución, para que no se produjeran vindictas populares al triunfo de la Revolución. Aunque yo no tenía ideas precisas entonces sobre todo eso, no hay dudas que yo medité después si en condiciones similares nuestro pueblo hubiera hecho exactamente igual. Puedo estar equivocado, pero tengo la idea de que nuestro pueblo tenía un poquito más de educación política, que era un poquito más difícil que en una situación similar a esta el pueblo de Cuba se dedicara al saqueo, en vez de dedicarse a la lucha revolucionaria, quizás incluso porque fuera un pueblo menos pobre y desesperado económicamente que el colombiano.

En Bogotá una gran parte del pueblo se dedicó al combate, los sectores humildes, los trabajadores, los estudiantes y casi todo el mundo, y una parte del pueblo humilde se dedicó al saqueo. No fue todo el pueblo humilde el que se dedicó al saqueo. Una gran parte del pueblo humilde se dedicó al combate y una parte del pueblo humilde se dedicó al saqueo, esa es la verdad. Eso desde luego es negativo porque los oligarcas, los partidarios del orden social, los que pretenden presentar al pueblo como un monstruo anárquico y desordenado, le sacaron mucho partido a esa situación.

Esto me influyó mucho por lo menos en la conciencia que yo tomé de la necesidad de educar al pueblo y trazar líneas políticas, trazar consignas muy claras de que no podía haber anarquía, de que no podía haber saqueos, de que no podía haber justicia por sus propias manos en el pueblo. Creo que además puedo decirte que la experiencia de Bogotá me hizo identificarme más con la causa de los pueblos. Porque había un pueblo oprimido combatiendo, había un pueblo oprimido luchando. Creo que influyó notablemente en mí desde el punto de vista de mis sentimientos revolucionarios. Porque me quedé con el dolor de la muerte de Gaitán, me quedé con el dolor del pueblo explotado, me quedé con el dolor del pueblo ensangrentado, me quedé con el dolor del pueblo derrotado y me quedé con la impresión de lo que puede hacer el imperialismo, de lo que puede hacer la oligarquía, de lo que pueden hacer las clases reaccionarias y sobre todo me quedé con el dolor de la traición. El pueblo fue traicionado, porque dijeron ha habido un arreglo, una tregua, se suponía que significaba un cambio de la situación, el cese de derramamiento de sangre, garantías para todo el mundo. Pero no se me podrá olvidar jamás, cómo después de que se hace el arreglo, se hace la tregua, se entregan las armas, decenas de revolucionarios fueron cazados literalmente en la ciudad. Yo te digo que esos eran héroes. ¡Qué tipos tan valientes aquellos que se quedaron como francotiradores! Allí combatiendo solos, sin saber nada, sin información, luchando.

El Partido Comunista no tuvo nada que ver con aquello, pienso que los liberales, la gente de izquierda, los comunistas, lucharon allí como parte del pueblo. Porque luchó todo el pueblo, hay que decirlo. Pero atribuir al Partido Comunista colombiano el haber organizado aquello es una gran calumnia, atribuir al Partido Comunista cubano, atribuir al movimiento comunista internacional la responsabilidad de la sublevación es una gran calumnia y una gran mentira como tantas otras que se dicen. Pero me quedó una impresión muy dura a mí, la impresión de la traición. Porque yo pienso que la dirección del Partido Liberal traicionó al pueblo, sencillamente eso, lo traicionó. Fue incapaz de dirigir al pueblo, fue incapaz de ocupar el lugar de Gaitán y fue incapaz de ser leal con el pueblo. Hicieron un acuerdo sin principios por temor a la revolución.

(No quiero que estas consideraciones que yo estoy haciendo tú me las hagas contar, son consideraciones que yo sé que tú me preguntas en relación con la experiencia del 26 de Julio). Yo seguí mi ulterior evolución política, mi ulterior evolución revolucionaria, seguí siendo como fui en aquel momento, pero pocas veces en mi vida he sido tan altruista y tan puro, como fui durante esos días. Creo que he seguido igual, fui durante el resto de mi vida de revolucionario igual que aquella noche que me planteé el problema de conciencia, me pregunté qué hacía allí, me planteé que estaban equivocados militarmente, que no era mi patria, que estaba solo y sin embargo decidí quedarme, eso fue lo que hice después toda mi vida. Reaccioné entonces como reacciono ahora, exactamente igual. Te das cuenta que yo reaccioné entonces, aquellos días, como reaccioné después y reaccioné siempre y reacciono ahora. Yo puedo sentirme orgulloso de mi conducta en aquellos días. Mi presencia allí fue accidental, el congreso nuestro no tenía nada que ver con lo que pasó. El congreso nuestro era contra el imperialismo, contra la OEA, digamos que aquel acontecimiento incluso frustró la organización del congreso que estábamos haciendo.

Arturo Alape.- Comandante, ¿por qué cree usted que mataron a Gaitán? Es una pregunta hacia la historia.

Fidel Castro.- Imagínate, yo no puedo hacer una afirmación categórica. A Gaitán pudo matarlo la CIA, por ejemplo, el imperialismo pudo haber matado a Gaitán como exponente de un movimiento progresista, de un movimiento popular, que no podía ser del agrado del imperialismo bajo ningún concepto. El imperialismo pudo haber matado a Gaitán, es una teoría que tiene lógica. A Gaitán pudo haberlo matado la oligarquía, es lo más probable, la propia oligarquía colombiana que en aquel momento estaba envuelta en una lucha contra el pueblo, en una lucha por el poder, en una lucha en donde Gaitán descollaba como un candidato victorioso de las fuerzas democráticas del país. Porque sin duda de que Gaitán fue un hombre de mucho prestigio popular, lo había ido adquiriendo poco a poco y de un gran atractivo popular, de un gran magnetismo personal, él era una figura, un caudillo político de izquierda, antioligárquico. Había prácticamente una guerra civil en Colombia durante aquella época. Los periódicos de esos días, si tú los revisas, hablan de 30 muertos, de 40 muertos, de 20 muertos, de 70 muertos, casi todos los días, porque los días que yo estuve ahí, yo me asombraba de ver esas matanzas. Gaitán había unido al Partido Liberal y era sin duda un candidato victorioso en las próximas elecciones. A Gaitán pudo matarlo un fanático, es posible. Al hombre aquel que mató a Gaitán ni lo hicieron prisionero, ni lo arrestaron; tengo entendido que la multitud lo destrozó, es decir, nunca se pudo obtener una confesión de aquel hombre. Las autoridades conservadoras, me imagino que no estarían en absoluto interesadas en esclarecer los hechos, porque el gobierno conservador pudo esclarecer los hechos. Quién era aquel hombre, dónde vivía, qué relaciones tenía, de qué filas procedía, de qué partido era, en fin, eso pudo saberse y yo creo que aun después de muerto el hombre se pudieron haber hecho investigaciones y tal vez se hicieron y tal vez tú tengas información de eso.

Te repito, a Gaitán lo podían matar como resultado de un plan imperialista, de un plan oligárquico, o podía ser el resultado de la acción individual de un fanático. El clima era de mucha violencia. Siempre tuve la impresión de que Gaitán fue muerto por la oligarquía, es lo más lógico de todo. Dentro de las condiciones que yo conocí cuando estuve en Colombia, más si unes a esto la experiencia ulterior de cómo actúan las clases reaccionarias y cómo actúa la oligarquía, lo más probable es que aquel hombre que mató a Gaitán fuera un instrumento de la oligarquía, dentro de aquel clima de violencia, porque Gaitán les hubiera ganado las elecciones. La oligarquía tenía terror de eso.
Tú has hecho una investigación histórica tan profunda... Tú pudieras investigar más. Yo no tengo elementos de juicio para decirte fue la CIA o el imperialismo quien lo mató, aunque conociendo toda la actividad y toda la política de la CIA y del imperialismo, un líder popular como Gaitán pudo haber sido asesinado por la CIA. Pudo haber sido asesinado por la oligarquía colombiana, como un adversario terrible, de extraordinario arraigo popular. Pudo haber sido asesinado por un fanático, porque dentro de aquel clima de odio y de violencia, la reacción estimulaba el odio contra Gaitán y esa es una de las formas que tiene la oligarquía de matar. La oligarquía mata porque organiza una conspiración para matar a alguien o porque organiza toda una campaña y crea condiciones psicológicas para que alguien mate a una figura política.

Además, yo te voy a decir una cosa, valdría la pena reunir un grupo de investigadores para ver si se esclarece algo más, para ver si se saca más luz sobre el asesinato de Gaitán. Habría que ver qué tienes tú.

Arturo Alape.-
Yo tengo los datos que he recogido, está el expediente. El tuvo vinculación con la legación alemana, un hermano suyo trabajó dos años en la legación alemana...

Fidel Castro.-
¿Cómo es que tú dices que se llamaba?

Arturo Alape.- Juan Roa Sierra. El tenía esas vinculaciones políticas...

Fidel Castro.- ¿Qué edad tenía el hombre?

Arturo Alape.- Era un hombre de 25 ó 26 años, pero...

Fidel Castro.-
¿Pero era campesino o era de la ciudad?

Arturo Alape.- De la ciudad, él era un fanático político, pero además era un enfermo mental...


Fidel Castro.- Es posible que para Estados Unidos Gaitán fuera un comunista, aunque ideológicamente él no era un comunista. Gaitán era un hombre popular, un hombre democrático, un hombre progresista y sobre todo era un gran líder popular.

Yo estoy seguro de que Gaitán hubiera podido influir mucho en la política colombiana. Después de la muerte de Gaitán, el dominio oligárquico se mantuvo un montón de años y se mantiene todavía. Yo creo que Gaitán era un revolucionario, no era un revolucionario comunista, pero era un revolucionario.

El movimiento comunista no tuvo absolutamente nada que ver con el levantamiento. El Partido Comunista tenía muy poca militancia en aquella época, el Partido Comunista era pequeño. El partido dominante era el liberal, sobre todo en las universidades, en los sectores populares. La sublevación no la organizó nadie, eso sí lo puedo asegurar yo ciento por ciento, porque la sublevación fue espontánea y de tipo popular. La violencia con que reaccionó la gente da idea del grado de opresión en que se encontraban las masas, da idea de la simpatía que sentían por Gaitán. Fue la muerte de una esperanza. Fue la gota que colmó la copa. Y la gente sencillamente estalló. Eso lo vi yo desde el primer momento. Era la gente de la calle, la gente simple, sencilla del pueblo que se lanzó en todas direcciones gritando, furiosa, furiosa.

Es el más increíble estallido popular que puedo imaginar. El pueblo oprimido, el pueblo hambriento, sin una conciencia política, sin una organización, sin una dirección... porque incluso mucha parte de la policía se sumó a la sublevación y el ejército vaciló, porque en las propias filas de los militares había simpatía por Gaitán, estaban siguiendo con mucho interés el juicio de Cortés, había simpatía por Gaitán, el ejército vaciló. Pero las masas no tuvieron organización, no tuvieron dirección y no tenían una educación política adecuada. Entonces, en el momento de tomar el poder, una parte de la gente se dedicó a resolver problemas inmediatos, como obtener un buen material, obtener alimentos, obtener algo. En realidad se produjo un caos, una anarquía, un saqueo. En ese sentido ejerció un efecto negativo. No hay duda y eso fue real, hubo saqueo, yo vi a la gente saquear. No tenían ni organización. Si hubiera habido unos líderes capaces allí, el 9 de abril termina en una victoria popular.

Déjame decirte que no te conté. Cuando yo voy a agarrar la guagua, sale una patrulla a agarrarme a mí, yo no me entero que ha salido una patrulla del Ministerio de Guerra, porque yo agarro el ómnibus para ir para la readiodifusora. Pero la patrulla agarró al otro cubano. El otro cubano les hizo un cuento allí, les dijo que era de la escolta de Marshall porque había estado en la Segunda Guerra Mundial. Engañó a los soldados que lo capturaron, lo tuvieron preso pero después lo soltaron, porque les dijo que era de la escolta de Marshall. Les hizo una historia y se salvó. Pero cuando yo arengué al ejército seguí, para ir a ayudar a los de la radio, pero yo no sabía ni que era el Ministerio de Guerra. Yo vi un grupo de militares y los arengué y seguí. El ómnibus está esperando, corremos para alcanzarlo, lo que yo no sabía es que inmediatamente que yo terminé mi arenga y seguí hacia el ómnibus, sale una patrulla de aquí a capturarme, no me captura y yo no me doy cuenta porque yo tomo el ómnibus. Dispararon y yo no me di cuenta porque había tiros por todas partes. ¿Tú entiendes? Pero yo llegué al ómnibus y al subir me robaron la cartera. Te lo cuento por esto: cuando yo llegué a Colombia me dijeron: “Mira, tú no te vas de Colombia sin que te roben.” Me dijeron así. Lo que yo no hubiera podido imaginarme jamás es que en medio de un tiroteo, cuando yo iba a tomar el ómnibus para irme a la estación de radio, me robaran mi carterita donde quedaban unos pocos centavos nada más.

Pero fue muy malo porque en la Quinta División había una cafetería funcionando y yo no tenía dinero ni para tomarme un café. Aunque estuve en la cafetería y creo que me tomé un café porque alguien lo pagó. Pero en la Quinta División había una cafetería. Tú entras y a la derecha estaba la cafetería y yo no tenía ni un centavo, alguien me pagó un café en la cafetería, porque mi carterita me la habían robado cuando yo salí de arengar en el Ministerio de Defensa y tomé el ómnibus para ir a ayudar a los de la Radio Nacional. Se cumplió la apotema de que yo no me iba de Colombia sin que me robaran algo. Así que te lo cuento para que sepan que después de arengar al ejército, al tomar el ómnibus me robaron mi carterita. Así que entre los que nos apoyaban también había carteristas...

Arturo Alape.- ¿No tuvo problemas a su regreso?

Fidel Castro.- No, aquí hubo alguna noticia de unos cubanos allí, pero no tuvo mayor trascendencia. El problema es que a los cubanos les habían echado la culpa de todo lo que pasó allí. La presencia de los cubanos sirvió para instrumentar, para armar la versión, para construir la versión de que aquello era cosa del comunismo internacional y que los cubanos habían organizado todo eso. La presencia de los cubanos la tomaron como de cabeza de turco, para culpar a unos extranjeros de todo lo que había pasado. Los dos cubanos no tenían ninguna culpa de lo que había pasado, los cubanos se sumaron. Yo lo que hice fue sumarme a un levantamiento popular. Por vocación, por principios, por simpatía revolucionaria.

(El día había madrugado y Fidel seguía narrando, incansable. Eran las tres y media de la mañana. Culminaba la entrevista. Nunca había tenido una experiencia tan hermosa de confrontación intensa y dramática con la memoria de un hombre. Fidel hizo que nos adentráramos con la facilidad de la carrera de un niño, a ese túnel fascinante y entrañable de su memoria, y sin tiempo para respirar, caminamos sorprendidos como alcanzando las huellas de sus palabras. Sentí más que nunca cómo la memoria de Fidel es el gran río que inunda con sus aguas el lomo de nuestro continente, y el 9 de Abril, es una fecha memorable para él y para nosotros los colombianos).

Lugar: 

Radio Caracol-Colombia

Fecha: 

09/04/1982