La historia que estamos viviendo
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A los veintitantos la vida todavía es un sueño. Hay un futuro por descubrir, metas por edificar y fantasías que cumplir. A esa edad no se piensa en la muerte. Con tanta energía latiendo en el pecho, quién puede imaginar que le aguarde el fin, quién quiere despedirse cuando apenas comienza su presentación ante el mundo.
Pero cuando a pesar de la resistencia vital llega el adiós, cuán dolorosa es la partida, cuán difícil contener el dolor ante tantas esperanzas truncas.
Fue ese sentimiento indescriptible el que movió a la heroica Santiago aquel 31 de julio de 1957, cuando los tiranos tuvieron que ceder paso al pueblo enardecido, indignado y herido, que abrigaba en su seno dos cuerpos profanados por el odio y la ignominia, el de Frank País García y Raúl Pujol.
Si aún hoy la pérdida aprieta el alma, es posible imaginar aquellos días luctuosos, en que las jóvenes espigas de la Revolución eran convertidas en blanco de los esbirros. Sin el más mínimo asomo de humanidad eran perseguidos, cazados como animales y asesinados en la oscuridad de una celda de torturas o a plena luz del día, en un callejón de la ciudad.
«Frank País era uno de esos hombres que se imponen en la primera entrevista; su semblante era más o menos parecido al que muestran las fotos actuales, pero tenía unos ojos de una profundidad extraordinaria».
Así describía el Che a quien, siendo casi un niño, ya era el jefe de acción y sabotaje del Movimiento 26 de Julio. No tenían límites su arrojo y entrega a la causa de la Patria. Organizó el levantamiento del 30 de noviembre en apoyo al desembarco del Granma, contribuyó desde la ciudad a la supervivencia del núcleo guerrillero que se fortalecía en la Sierra Maestra y sirvió de guía al periodista estadounidense Herbert Matthews, para que sostuviera su encuentro con Fidel.
Fueron tantos sus méritos, que el día de su muerte fue escogido como fecha simbólica para honrar a los más de 20 000 cubanos que perdieron la vida en el empeño de derrocar al tirano Fulgencio Batista, a cuyos serviles seguidores dio el entonces joven abogado y líder del movimiento el más exacto de los calificativos.
«¡Qué bárbaros, los cazaron en la calle cobardemente, valiéndose de las ventajas que disfrutan para perseguir a un luchador clandestino! ¡Qué monstruos, no saben la inteligencia, el carácter, la integridad que han asesinado!...».
El 30 de julio quedó marcado así como la fecha en que todo nuestro pueblo rinde homenaje a esas vidas cegadas. El Día de los Mártires ha devenido espacio de recordación de los hijos más dignos de la Patria y a la vez, en un ejercicio de conciencia para no olvidar jamás los oprobios que dejamos en el pasado.
Si de algo puede preciarse la Revolución Cubana es de no haber olvidado nunca a quienes se fundieron con sus raíces, y se convirtieron en el cimiento más preciado sobre el cual se edificó esta obra. Por eso, cuando el pueblo honra a sus caídos, establece también esa relación incorruptible entre el pasado, el presente y el futuro, pues estos últimos, tal y como los vislumbramos, serían solo una utopía sin todo el esfuerzo que quedó atrás temporalmente, pero que jamás se ha borrado de la memoria popular.
«Lo que no queremos que se repita nunca más, lo que no queremos siquiera pensar, lo que no podemos siquiera imaginar, es que estos compañeros, que con tanta veneración, que con tanto cariño, que con tan profundo respeto y que con tan puro sentimiento de lealtad venimos a recordar aquí, sean alguna vez olvidados».
Así expresaba Fidel en ocasión del segundo aniversario de la muerte de Frank. Allí, en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago de Cuba, añadiría.
«No estamos hablando de héroes ni de mártires que vivieron hace una centuria. Estamos recordando a compañeros que convivieron con nosotros, que con nosotros se albergaron en las mismas casas, que con nosotros se sentaron a la misma mesa, que con nosotros se montaron en la misma nave, que con nosotros recorrieron los mismos caminos y subieron las mismas montañas, y lucharon en los mismos combates y soñaron en los mismos ideales».
Es por ello que cada vez que mencionamos sus nombres, que escribimos sus biografías, o rememoramos los momentos cruciales de la historia en los que fueron protagonistas, estamos impidiendo que se pierda su legado. El camino que nos ha traído hasta aquí no ha sido fácil, y ello quiere decir, entre otras cosas, que el sacrificio no era una conducta optativa, sino de elección obligatoria para todo aquel que decidía abrazar la causa de la Patria.
Hoy, en otras circunstancias, en otro tiempo, y privilegiados por el sistema social humanista que constituyó el sueño de aquellas generaciones, tampoco dejan de ser el sacrificio y la entrega diarias los principios ineludibles que nos acompañan.
Cuba no sería nada sin su historia, o lo que es lo mismo, la Revolución no sería nada sin sus muertos. Por eso existe un Día de los Mártires, por eso, cada 30 de julio, en nombre de todo el pueblo, los santiagueros y santiagueras vuelven a peregrinar, para que nada ensombrezca el agradecimiento infinito a los que hicieron que esta obra sea hoy una realidad tangible.
Estos, que nadie lo dude, son tiempos de reencuentro con la gloria vivida, pero sobre todo, como de manera inigualable aseveró el Comandante en Jefe, cuando el pueblo se unifica en esas conmemoraciones:
«Venimos a hablar no de la historia que pasó, sino de la historia que estamos viviendo, porque el pueblo de Cuba está viviendo y está haciendo esta historia».