Fidel, verdadero y entrañable amigo de Japón
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Palabras del embajador cubano Carlos Miguel Pereira Hernández en la Gala Homenaje con motivo del primer aniversario de la desaparición física del Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, 30 de noviembre del 2017.
Estimado Yoshiro Mori Sensei, ex Primer Ministro de Japón
Estimado Keiji Furuya, Presidente de la Liga Parlamentaria de Amistad Japón-Cuba
Estimado Iwao Horii, Viceministro Parlamentario de Relaciones Exteriores,
Estimado Dr. Antonio Castro Soto del Valle, y demás amigos que nos acompañan en la noche de hoy,
Amigos todos:
Deseo agradecer en primer lugar a la Asociación de Artistas japoneses de la Música Latina (AMLAN) y a su presidente, el maestro Antonio Koga, a todos los buenos amigos de Cuba, y a la Asociación de Cubanos Residentes en Japón “José Martí”, por la organización y el acompañamiento en esta Gala, en la que rendiremos tributo al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en el primer aniversario de su viaje a la inmortalidad.
El pasado 25 de noviembre se cumplió el primer año de la irreparable pérdida física de quien fue y seguirá siendo el líder histórico indiscutido de la Revolución cubana, el gestor de su verdadera y definitiva independencia. Fidel Castro fue, sin dudas, un gigante de la dignidad y de la Historia. Su impronta de revolucionario consecuente y verdadero ha quedado como un símbolo ante el mundo.
Fidel es una categoría única, muy superior a la de cualquiera de los demás. Siempre tuvo una confianza absoluta en el triunfo de las ideas, y con ello nos dejó el mejor de sus legados. Fue una persona con una inteligencia absolutamente excepcional, con una férrea personalidad, voluntad y disciplina, que hizo siempre realidad esa máxima martiana de que el verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber. Fue un Quijote personificado, un hombre desvinculado de las mezquindades del mundo.
Ni siquiera la mal llamada prensa libre, que suele volverse ciega, sorda y muda cuando de verdades incomodas se trata, pudo sustraerse al impacto de su muerte, de su partida física. Y esto es válido no sólo para los que lo admiramos, sino también para los que no compartieron sus ideas, e incluso para quienes lo combatieron infructuosamente en vida.
La unidad de Cuba fue su contribución más sagrada. Nos enseñó a levantar la brújula todos los días y mirar dónde está nuestro Norte, a observar dónde está nuestro propio camino, el que tenemos que fraguar y seguir, no importa cuáles sean los desafíos. Su visión del gobierno, nunca estuvo referida al poder por el poder, sino al poder de enseñar, de multiplicar.
Bajo su impronta, la Revolución cubana, no limitó su lucha a la defensa de sus propias causas. Y es que la Cuba revolucionaria ha tenido una dimensión internacional fundamental, transformando a una pequeña isla, plagada de males sociales y subordinada políticamente a su poderoso vecino imperial, en un actor pleno de la comunidad mundial, con una diplomacia de principios capaz de hacer oír su voz en cualquier tribuna internacional. Bajo esa premisa, asumimos como bandera su idea de que la solidaridad no implica dar lo que nos sobra, sino compartir lo que tenemos.
Amigos todos:
Fidel fue también un verdadero y entrañable amigo de Japón y no escatimó oportunidades para destacar siempre el espíritu trabajador, abnegado, inteligente, y creador de su pueblo. Tras el triunfo revolucionario de 1959, se convirtió en un promotor incansable de los vínculos entre los dos países, propiciando que estos se desarrollaran significativa y rápidamente. Sus dos visitas a Japón y las circunstancias en las que estas se dieron, más allá de protocolos y convencionalismos, reflejaron como pocas la manera en que su impronta personal siempre dejó una huella indeleble en las relaciones bilaterales.
Su labor en defensa de la paz mundial, no se refería sólo a un sueño deseable, sino a la necesidad urgente de la humanidad para su supervivencia. El desarrollo y proliferación absurda del armamento nuclear, fue una preocupación que lo acompañó hasta el último momento de su vida. Eso explica, entre otras razones, el gran interés que siempre mostró por Japón, por el holocausto nuclear de Hiroshima y Nagasaki, los numerosos intercambios sostenidos con los hibakushas en el contexto de las visitas a Cuba del Peace Boat y las palabras que dedicó en el Museo de la Paz de Hiroshima en su visita del 2003: “Que jamás vuelva a ocurrir semejante barbarie”.
No quisiera terminar mis palabras sin antes expresar mi convicción de que el pensamiento de Fidel tiene una gran capacidad de unir pueblos, sin importar distancias geográficas ni culturales. Creo firmemente que el debate profundo y sincero de su legado constituye una oportunidad para fortalecer los nexos entre Cuba y Japón, en torno a valores y preocupaciones que, sin dudas, ambos pueblos compartimos. Si estas jornadas de recordación han servido a ese propósito, entonces habremos logrado la mejor manera de honrar su memoria.
¡Hasta la victoria siempre Fidel!
Muchas Gracias.