Fidel, eterno rebelde con causa
Hace ya un año de su partida. De cuando Raúl -hermano de sangre y de ideales- anunció la muerte de Fidel, el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, el hombre que fundó una Patria nueva como la soñaron Martí y otros próceres.
Siempre supo que para un revolucionario nunca hay descanso, ni siquiera al final de su vida. Y asumió su misión como guerrero indomable frente a las balas y genio político en la conducción del pueblo cubano por un camino largo y escabroso para ir construyendo una sociedad más digna.
Regenerar un país. Tal fue la hazaña emprendida por Fidel tras la victoria militar de 1959. Ese año, en realidad, empezó la verdadera Revolución.
Su estirpe de líder y estratega alcanzó cotas aún más altas, al forjar la unidad imprescindible para salvar a Cuba, carcomida por la desigualdad social, la inmoralidad política, la servidumbre a Estados Unidos.
Una Revolución inagotable
No habrá en Cuba estatuas, ni instituciones, ni plazas o calles con el nombre de Fidel. Se respeta así la expresa voluntad de ese hombre virtuoso, que a tiempo advirtió: “Los que dirigen son hombres, no dioses”.
En verdad, el único monumento que podrá dedicársele es el de la propia Revolución, inagotable, fecunda, duradera.
A un año de su muerte física, el Comandante sigue más que nunca en el fragor de cada combate que se libre en Cuba para crecer y hacer realidad sus sueños de una sociedad socialista, democrática y próspera, a pesar de los muros con que el imperio se empeña en castigar tal osadía.
Deja también la lucidez de un pensamiento que siempre alertó sobre el perjuicio de ineficiencias y errores propios.
Vehemente luchador por la justicia social y la paz en el mundo, el corazón de Fidel -nuestro y a la vez compartido- seguirá latiendo en cada conquista.